Esta obra de Haydée García Bruni es una de mis preferidas. Por nuestra común debilidad por los zapatos y porque proclama, en silencio, el contraste de una playa agreste y despoblada y un objeto absolutamente femenino. ¿Cómo contemplarla sin recordar esa deliciosa escena de Oriana de Guermantes cuando sube al carruaje y se le levanta la falda del vestido de fiesta y asoman sus escarpines rojos?
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