martes, 30 de diciembre de 2014

Una hermosa doncella, de Joyce Carol Oates

"No existe un miedo más poderoso que encontrarse desnuda en un lugar extraño. [.....]
No existe miedo más primitivo que el miedo a que no nos amen y no nos protejan."*

¿Qué sabe un joven, una adolescente, de la vejez?  ¿Cómo se habita ese territorio de la vida que está hecho, quizá, de memorias y despedidas, pero también de anhelos de encuentro, belleza, reparación y deseos inconfesables?
"Para los jóvenes no existen grados significativos de viejo, como no existen grados de muerto: o lo estás, o no lo estás; o eres viejo, o no lo eres.", leo en la página 16 de Una hermosa doncella, de Joyce Carol Oates.
Meterse en esta novela requiere de cierta tolerancia, de cierto coraje para afrontar el suspenso y la tensión que van creciendo en la vida de la adolescente Katya Spivak, de dieciséis años, niñera. Su rutina agobiante de hija de la clase trabajadora cambia el día en que, de manera casual, conoce a Marcus Kidder una mañana de verano mientras pasea y mira las vidrieras de los negocios más caros del rico barrio de Bayhead Harbor con los dos niños que cuida: Tricia y el bebé de los Engelhardt. Este anciano elegante y de apariencia amable e inofensiva, invitará a Katya a entrar en un mundo desconocido, el suyo: su magnífica y antigua casa de madera junto al mar, con ese slap slap slap de las olas que hipnotiza y oculta casi cualquier otro sonido; y sus prestigiosos libros para niños, escritos y dibujados por él, las obras de arte, el magnífico piano y la música clásica, su buen humor, su cariño...¿Pero qué espera a cambio de la adolescente, de la "hermosa doncella"? Y ¿hasta dónde podrá resistir esta muchacha vulnerable, carente de protección y amor familiar esta inmersión en el "cuento de hadas" de alguien acostumbrado a poseerlo todo?
Esta es la historia que cuenta acá Oates.
Oates, que me lleva a los climas de Henry James, inevitablemente, como solo puede hacerlo una escritora o escritor estadounidense que se hace cargo de que la literatura, su retórica y su estilo, por decirlo de algún modo, no puede eludir la aambigüedadque enseñó el gran maestro. Ese adentrarse en los laberintos del alma de los personajes, de esas psique que necesitamos sospechar, intuir, sin llegar a comprender del todo pero sin cesar de intentarlo para ¿justificar?, ¿soportar?, la necesidad de un relato que implica la violencia, la perversión, la corrupción (de lo puro, de lo noble, de lo infantil), gestándose y madurando en los escenarios de los contrastes, de las muchachas malqueridas por sus madres, abandonadas por sus padres alcohólicos o jugadores, violadas, abusadas, traicionadas por sus amantes, muchachas que ni siquiera pueden llegar a estar en flor, hijas de una clase trabajadora que solo florece al insertarse en los mundos como el de Marcus Kidder, el protagonista de Una hermosa
doncella, mundos de riqueza, sí, pero no de cualquier riqueza: la riqueza de las elites cultas, de los artistas y benefactores de fundaciones y bibliotecas, de los que no necesitan ensuciarse, ni degradarse, ni usar su cuerpo para obtener el pan de cada día y así, en apariencia puros, consagran su inteligencia y su talento a crear belleza, y también se dan el lujo de malograrlo. Se sienten con derecho a gozar de la belleza en todas sus formas, en lo objetos-obra de arte, como melodías, cuadros, esculturas, libros...Y en los objetos-personas convertidas en cosas. Como la joven Katya Spivak. Niñera de Jersey, que trabaja para una familia de nuevos ricos, mezquinos y aprovechadores, los Engelhardt...
Oates, que nos advierte cómo la amabilidad puede ser más peligrosa que la tela de una araña venenosa para su presa.
Oates, y su Katya-Lolita, que dan ganas de abrazar, de cuidar, de rescatar...
Y a Flannery O'Connor y su estilo gótico....
Oates, que me lleva en esta novela y de a mano de Katya a Alicia en el país (que incluye, como metonimia quizá, la referencia en el cuento que Kidder le regala a Katya a través de la pequeña Tricia: El cumpleaños del Conejo divertido....
Y más...Oates, muy Oates.


*Una hermosa doncella, Prisa ediciones, Buenos Aires 2014, pág. 164-165.

sábado, 27 de diciembre de 2014

No dicen nada

No dicen nada.
O más bien, todo lo que dicen es como una filigrana en un vidrio, notas en un pentagrama para un analfabeto musical, sombras de palabras que permanecen silenciadas.
Llenan el silencio de sonidos, el aire de gestos encubridores, la mirada de simulacros.
No dicen nada, nada que ilumine en lo oscuro ni que consuele la herida, nada que resuene con el eco de alguna verdad, nada genuino.
No dicen, pero su no decir no es como el de los guardianes de secretos sagrados; no es como el de los que sacrifican la verdad por el bien o permanecen el épica de una leyenda.
Es un no decir como el de una máscara, como el de la sombra de una sombra, una ambigua tipografía escrita por quien no tiene nada que decir,
y dicha por quien nunca escribe lo que sabe.








Vi el dibujo en el tapiz y el revés de la trama y eso trajo estupor y llanto, pero prevaleció la poesía y el alivio,
y no es hermetismo sino  metonimia apenas, de lo posible ahora.
Y evocar un fragmento de aquel poema del que escribió (casi) todo, E.A.P., llamado
"Los espíritus de los muertos
[...] Tu alma se encontrará sola, cautiva de los
negros pensamientos de la gris piedra tumbal;
ninguna persona te inquietará en tus horas de
recogimiento.[...]"