jueves, 27 de diciembre de 2018

Mientras ponemos el cuerpo

Grabado de Johann Ulrich Krauß (1655-1719): Tiresias
golpeando a las serpientes.
"Las metamorfosis" de Ovidio en 226 láminas
 (Die Verwandlungen des
Ovidii : in zweyhundert und sechs- und zwantzig Kupffern, ca. 1690).
Me gustaría ser práctica como J, leve como L, rápida.
Me gustaría hacer zapping y cambiar de canal, cambiar de serie cambiar de plataforma cuando las cosas se presentan como un tren  que nos va a chocar de frente.
Me gustaría surfear en el tiempo a toda velocidad y tener la autoestima de B, publicitar mi bondad, disimular mi neurosis y mis miserias. Quisiera ser como él, saltar de nombre en nombre y olvidar, no tener que elegir, no tener que perder.
Pero no soy como J, ni soy como L, y mucho menos soy como B.
Tampoco soy como F, haciendo morisquetas, haciéndose el correcto, sobrestimando la sinceridad cuando es nada más que narcisismo.
Puro ego.
Me gustaría no tener que poner siempre el cuerpo. Tan mujer cuerpo, tan nosotras siempre poniendo el cuerpo.
Para gestar, para parir, para abortar, para enfermar.
No tener que hacer colas y trámites, mientras sangro o tiemblo. Y doy explicaciones. Esperar horas veredictos y opiniones. Poniendo el cuerpo, sin metáfora, llevándolo de acá para allá, del cielo al infierno pasando por el matadero.
Gozando tanto, amando, y sabiendo en cada célula que el deseo siempre paga su precio y que a veces es un precio muy elevado.
Mirar a los hijxs como sino pasara nada.Nada, nada, cuando pasa todo.
Llorar mientras hago el test, los test, ¡los millones de test! Los de ella, los de aquella los míos.
(¿cuántos test hay que hacerse para que cada tanto alguno nos haga felices?)
Ser ella, yo, tú, nosotras.
Desangrarte después de parir. Después de abortar. Después del amor, sangrar.
Tener el brazo hinchado por la guía mal puesta y la concha latiendo de contracciones de muerte.
Quisiera no tener que esperar los resultados de ningún PAP, de ningún laboratorio, de ninguna mamografía, de ninguna perinola que marque el pulso: vida o muerte.
Me gustaría creer el mito de la medicina del siglo XXI, su imagen de asepsia, la inmortalidad, la sabiduría de la ciencia, la infalibilidad.
Me gustaría sentirme menos como Maradona, menos que la y lo tengo adentro cuando él no solo ya  me olvidó hace rato, sino que olvidó a una cuatro o cinco cuerpos mujeres más mientras yo ( yo todas nosotras como yoes) veo flotar su nombre entre resultado de laboratorio y sentencias.
Me gustaría no tener que poner siempre tanto el cuerpo mientras  médicos y médicas irresponsables sueltan palabras que golpean como infiernos, queman y laceran.
Me gustaría no recibir mensajes de tontos que creen que lo único importante que necesitamos escuchar mientras todo agoniza, mientras nos duele todo, es lo que hacen con sus pitos cuando ya no nos interesan ni ellos ni sus pitos.
Me gustaría no tener el el cuerpo tus peores moléculas, las enfermas, y saber que mientras yo pongo el cuerpo a este garrón vos ponés la crueldad, la indiferencia y el castigo.
Cuando yo era chica no se hablaba del patriarcado, y sí se hablaba del nuevo hombre, y yo diría, la nueva mujer.
Me gustaría pensar que algún día seremos, en nuestras diferencias, sin perderlas, compañerxs.
Me gustaría que la bondad real de A fuera contagiosa.
Y que ningún hombre pudiera olvidar que los juegos que se juegan de a dos deberían de a dos enfrentar las pruebas.
Me gustaría ser menos ansiosa para la vida, y más rápida para olvidar.
Y entonces recuerdo el enigma de Tiresias del goce en el amor. Y creo que eso es lo que estamos, cada vez más hermanadas, pagando a quienes escribieron las tragedias.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Para la intimidad

El despliegue de imágenes de felicidad en las redes es tan obsceno que se parece demasiado a cualquier propaganda de regímenes autoritarios.
Sé feliz.
Consume.
Goza.
Muéstralo.

Sé sexualmente hiper activa/o.
No te enamores.
No sufras.
No te enfermes.
No caigas en sentimentalismos.
No le digas a alguien lo que realmente sentís porque eso te vuelve vulnerable y estúpida.

Disfrutá el presente.
Aprendé a soltar.
Si sucede conviene.
Viajá a lugares exóticos y caros. No te conformes con menos.
Posá como modelo porno.
Sé joven.
No seas pesimista.
Alegría alegría.
The winner takes it all.

Sé él/la más militante.
Sé bueno/a.
Deconstruite.
Empoderate.
Nunca dudes.
Sé acertiva/o.
No tengas miedo.
Muéstrame.

¡Oh, cómo nos amamos en nuestra pareja/familia/trabajo!
¡Qué libres somos en nuestras redes prisiones!
¡Cómo disfrutamos la vida!
Qué filtros bellos de intensos colores lo tiñen todo.
Acá nadie pierde.
Acá nadie llora a sus muertos.
Acá nadie sale herido, nuestros narcisismos gozan todos de perfecta salud y se hacen chistes ingeniosos y se cortan los vínculos  mostrando una foto que comunica un cambio de planes, mandando un alegre y políticamente correcto mensaje por WhatsApp, dejando al otro/la otra hablando solo.
¿No lo ves?

Entonces la muerte irrumpe con su contundencia.
Y se terminan las imágenes felices.
Y solo somos lo que fuimos: seres rotos buscando el abrazo y el consuelo, la palabra que cura, la mano que acaricia.
La amistad como escudo y hogar.

Entonces la vida irrumpe con su contundencia y somos eso que fuimos: animales alados con corazones infinitos.
Y miradas que ven más allá.

Y nada de eso se muestra. Eso es para la intimidad, aunque ya nadie sepa muy bien qué quiere decir eso.

lunes, 24 de diciembre de 2018

Fin de año y esos prolijitos que nada

Los pies al fin sobre el césped recién cortado, que huele a menta y a tarde de verano.
La pileta sin armar, el arbolito viejo, la infancia de los hijos que se va alejando, lxs amigxs que ya no están.
Todo lo importante que calla, que insiste y calla, que es ADN y microcosmos, vida y muerte a cada rato disputando sus batallas y adorándose en nuestro cuerpo.
Y esta misma increíble sensación de terremoto.
Tsunamis de virus, cólicos y cegueras transitorias o estructurales.
Destellos de saber que al final todo pasa y todo se repite, pero va perdiendo gracia.
Por otra parte no deja de tener su justicia poética el hecho de que estuvieras dispuesta a la careteada, porque sabés lo peligroso que le resulta a tu corazón cuando sos muy vos y te enamorás de algún idiota que te hace surfear hasta que la adrenalina estalla, y caerte de las alturas eróticas hasta pegarte el re palo.
Y esas muertes con las que pagaste el precio de esas pequeñas muertes robadas en alguna que otra siesta ocasional.
Digo, no deja de tener tu gracia que hicieras el esfuerzo de ser amable y muñequita buena, que te repitieras que aunque no te guste mucho al menos te hace pensar menos en el idiota que te rompió el corazón. Y para tu desgracia, en realidad te hace pensar menos en general, y sabido es que nada estimula tanto el deseo como esos luminosos destellos de quienes nos hacen pensar de un modo que no es ni el de ellos (suyo) ni mío, sino nuestro estar pensando, aunque dure unas horas o una eternidad. 
Abrazar o mirar en los ojos donde el brillo del destello conserva la curva de una idea expresada de una forma que sólo él, sólo a vos.
No, no deja de tener gracias que hicieras la versión prolija y paciente, que tomaras hasta achisparte lo bastante para irte a la cama como si te gustara cuando ya todos sabemos que.
No.
Da.
Ni dio.
No está dando.
Pero mientras tanto.
Seamos correctos y buenos.
Buenes. Y al final.
Tanto cuidaste que no se diera cuenta, tanto disimular tu falta de entusiasmo y justo cuando salíamos del embrollo sin prisa ni daño te pega un cachetazo (¿a la autoestima‽) como suele ocurrir con los que dicen frases acusadoras y revanchistas como que sos  la mina que jamás les hubiera dado bola cuando éramos así o asá.
Y entonces cualquier idiota desprolijo con mala fama que te haga sentir viva y bella, aunque te rompa el corazón, es mejor si te hace bailar a tu ritmo que estos  buenitos prolijos que nada.
Fin de año.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Dionisio en diciembre, unas líneas para las pibas

Dionisio propicia en esta noche de música, flores y amigos el enlace vikingo, de incipiente cristianismo, hacia formas de amor que no reconocen ni propietarios ni dueños ni mercancías.
Huele a jazmines y a tilos la noche.
Somos bárbaras, guerreras bárbaras, conquistadoras de unas horas para las pibas, un poco de libertad, un respiro, un nuevo mundo donde no tengamos que doblarnos la espalda de tanto trabajar. Somos guerreras del amor, necesitamos unas horas para las pibas, cantan las #NélidaCorralón, la noche es hermosa.
Me acuerdo de vos, el único imprescindible, volvés desde lejos,  te abrazaría, te extraño como hacía mucho no lo hacía, daría tanto porque no me guardes rencor.

Lo importante insiste, canta Lucas Finochi

Miro el cuadro inconcluso que es como una película, me dejo llevar y  le digo que tenía razón con aquello de que un clavo saca otro clavo. Lo sacó de mi cuerpo, se han desvanecido las imágenes, su nombre ya no me provoca. De su paso por este pago ha quedado, como mantra, la advertencia: yo te avisé. Dejé hacer del simple mentiroso un sofisticado misterio, del ajedrecista de grandes aperturas y predecibles jaques, un maestro.
Hablamos, en noches de tormenta, con el creador de melodías. Guarda en su memoria una historia de Eros y vida donde yo siempre soy bella, fuego y llamarada. Solo por eso merecería ya mi gratitud. Ahuyenta el miedo a esa lluvia que inunda y no para. Que estremece.
Mi joven guerrero prepara nuevos viajes. Sus ojos razón de vivir la vida verán otros mundos.
Caen sapos de punta y estrellas fugaces, hay sol en la Pampa, hay soledad en la Pampa, hay una promesa que nunca se nos cumple y siempre esperamos, como los nenes que se plantan en las veredas a esperar que les demos comida y revolución, aunque no sepan que existe esa segunda palabra.
Hay alambres de púas en la Pampa. Los ponen los dueños de todo, o los mandan a sus peones a ponerlos.
Los machos carnean vacas y mujeres. Las preñan, como al ganado, las empestan, las dejan con los críos y el cuerpo roto. El corazón endurecido por tanta brutalidad.
Los hombres, en cambio,  hacen fuego y dan de comer, acarician los vientres que gestan a los hijos y a las hijas del deseo; escriben para ver si estás bien después de que se enteran de que tenés una bomba de tiempo en tu interior, como una mula de frontera pero sin droga, ni negocio, ni otro patrón que al que todos nos agobia, señor dios del dinero, ladrón de libertades y justicias.
Diciembre se ha vuelto lluvia e invierno.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Adiós querida Emma B

"Emma trataba de saber lo que significaban justamente en la vida las palabras
 felicidad, pasión, embriaguez, 
que tan hermosas le habían parecido en los libros".
(G. Flaubert, Madame Bovary)

Si tuviera que decir en pocas palabras para qué me sirvió el psicoanálisis en este momento, yo diría, por caso, para dejar de encandilarme con el #SíndromeEmmaBovary, fascinada con personajes de ficción, dispuesta a renunciar a la vida por esa virtualidad encantadora de lo imposible, y volcarme más al #SíndromeMerylStreep, en un texto pegadizo tipo hit de autoayuda que circulaba por ahí en las redes y se le atribuye a ella -aunque creo que no lo es- referido al haber llegado al límite de su paciencia para ciertas manipulaciones y careteadas en los vínculos.
Así, dejo que caiga el telón a los montajes y puestas en escenas de personajes que invento mejor cuando se encarnan en personas que actúan de lo que no son, esconden sus oscuridades bajo mantos de oropeles fantásticos y buscan seducir todo el tiempo al público, para sonreír a quien quiere sonreírme, y abrazarme, y abrasarme (brazos, brasas; vasos y besos) a lo real.
Dejemos la ficción en su mejor lugar, en la escritura, en la lectura, y como cantaba aquella banda- adolescencia-platense-flamígera: a a vida hay que hacerle el amor.
Me quedo con la Emma reivindicada por el feminismo, la Emma que, como Ana, rechaza el modelo burgués de familia y de mujer que le imponen, la Emma que no se adapta. Pero no con la Emma padeciente que no puede gozar del presente porque añora, melancólica y desesperadamente, lo que no fue ni será, quizá porque añora el amor de la madre perdida prematuramente, la comprensión del padre lejano, la empatía de un hombre que sabe amar y cuidar de un modo doméstico y amable, pero que nada sabe de literatura, ni de los mundos imposibles de los que se alimenta la llama de su esposa, ni de sus sueños de altos vuelos y conquistas de horizontes lejanos, quemada en el fuego de amantes clandestinos que llegan y se van como los barcos de los aventureros.
Emma, como Ana, corriendo y corriendo, al lado de la vía, por el prado, corriendo hacia un amor que se escapa y se escapa, que hace vacío en su vientre, que late en su vagina, que humedece primero ero luego todo seca, hasta las lágrimas, hasta la vida, y que nada da.
Emma, haciendo de sí misma un sacrificio, haciendo de su cuerpo (ropa-cuerpo, adornos cuerpo, joyas cuerpo) el objeto de deseo de aquellos que ella desea, sin amar, haciéndose deuda, quiebra, haciendo dolor a su hija, haciendo injuria a ese hombre que nada entiende, que encarna lo más agónico del ideal burgués. Emma, que al final hace de sí tragedia, para ser poesía, o mejor, para ser prosa poética, para perderse entre subordinadas, comas, conjunciones copulativas, Emma, escrita por la mirada de un hombre que sabe ver, que juzga mucho menos que sus contemporáneos, que podría haberse enamorado de alguien como ella, pero no.
Emma y la moral que la señala y la hunde.
Emma y el capitalismo, que la condena y la culpa.
Emma, rodeada de pusilánimes que no se la juegan.
Emma, y los Leones que se asustan al primer viento, que huyen, que olvidan.
Emma, manipulada  por los Rodolphe que ven en las mujeres cosas, que usan, que abandonan, que nada pueden dar.
Emma, como Ana, que nos da esos arquetipos, que hacen de esos amantes significantes que nos marcan, como los Vronsky de los que una y otra vez nos enamoramos, sabiendo de antemano que nos romperán el corazón y nos dejarán tiradas en la vía, mientras parten ya en el Transiberiano, cansados de nosotras y en busca de otra vida.
Pero nos dejan también, como puños cerrados y en alto, como pañuelos verdes y borceguíes curtidos de muchos andares, su maestra jugada hacia el amor libertad, contra la moral burguesa y patriarcal.
Emma, querida Emma, siempre habrá algo tuyo en mí, siempre seré como vos contradicción, habrá algo, pero solo algo.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Y así librarme

"Escribir es tantas veces recordar lo que nunca existió. 
¿Cómo lograré saber lo que ni siquiera sé? 
Así, como si recordara. Con un esfuerzo de memoria,
como si yo nunca hubiera nacido. 
Nunca nací, nunca viví: pero recuerdo, y el recuerdo es en carne viva". 
(Clarice Lispector, Revelación de un mundo)

Por eso yo escribo de un hombre al que no amé y que no me amó, como si nos hubiéramos amado.
Y me acuerdo de frases de Silvina Ocampo, o de las que escriben CR, o CN o PS en sus blog,sus redes, sus libros. Silvina, así, como si fuera una amiga, me llega en frases que me vienen, como cuando ella dice que un hombre que no ama no puede provocar un orgasmo. Y no es que esté hablando de Tal o de Tal otro, o quizá sí, está escribiendo, y al escribir es como si su voz fuera arrojada al universo, y chocara con algunas paredes, y rebotara en algunas almas, y entonces alguien (como yo) lee sus frases y dice: sí, lo sé, me hizo gozar tanto que creí que nos amábamos.
O bien, por un instante nos amamos.
O luego: eso nada tuvo que ver con el amor, dos egos, dos soledades, dos seducciones que se encontraron.
O cualquier otra cosa parecida, única, singular, de una escritura que no tiene ya dueño ni musos.
Por eso escribo acerca de cosas que pueden haber sucedido en algunas vidas, incluso en la mía, o no, y eso no tiene importancia, porque la vida es en la escritura tan real como en cualquier otro mundo posible.
Por eso cuando un hombre que no me amó me hace reproches por lo que escribo, me hace un reclamo de celos como si me quisiera, no puedo más que encogerme de hombros -y de hombres- y tal vez intentar explicar lo que no puede explicarse, porque yo tampoco sé por qué estas historias, por qué estas palabras, por qué puede alguien reconocerse o no reconocerse en estos textos que me invaden como me invade el mundo. A veces el mundo me invade, a veces lo habito yo de tal modo que mi cuerpo se entrega a la escritura y a la vida, como se entrega al amor que no es amor, pero es lo mismo en ese instante si nos hace sentir vivas.
Por eso yo puedo ser libre acá, y tal vez solamente acá, sin ataduras, sin especulaciones, sin medir las consecuencias.
Aunque a veces sufra las consecuencias, y otras las disfrute, y otras sean latigazos, y otras enseñanzas de maestros y maestras lejanas, y voces de lectores que vuelven como verdades, como destellos, como barcos vikingos de mundos por descubrir.
Libre, liberándome. Y así, escribiendo, librarme de vos y tus encantos, de los hechizos que envolvieron nuestros días, los vividos, los imaginados, los del futuro que no llegará.
Librarme de vos, que es salvarme: librarme de mí, de esa yo que desespera y pide lo imposible a quien no es ni será, ardiendo como una doncella medieval en rituales que no tienen cabida en este tiempo.
Puedo hablar de mis amigas, las que están y las que no están, como si conversáramos con los pies en el agua, o descalzas en el pasto recién cortado que huele a menta y tierra mojada, o en la playa. Puedo hablar con mis amigas y mis hermanas de sangre o de amor como cuando nos metíamos en el mar, detrás de las rompientes, con esa mezcla de adrenalina y felicidad, dando brazadas o haciendo la plancha bajo el sol del amanecer, como si fuéramos a vivir para siempre pero también como si la muerte solo fuera el horror absoluto para quienes no se atreven a vivir.
Hablarles, incluso con los silencios que compartimos con algunas, con miradas, con esas grandes pelas que nos cambiaron en lo profundo, con los errores cometidos, con los perdones, con los restos de tantos naufragios.
Vivir que es aceptar las derrotas.
Las pérdidas.
Las mil batallas.
Los amores no correspondidos, que cuando duelen, duelen como tumores, como enfermedades incurables, como soledades infinitas, como abismos sin conejos ni magia.
Duelen como los recuerdos en carne viva de lo que no será, la mirada que no nos mirará (y mirará a otra), las palabras que no nos dirán (y le dirán a otra). 
Tu hielo que corta el fuego que me poseía.
Pero no duelen como las primeras heridas, y es porque sabemos que pasará, que vendrá otro día, que vendrán otras palabras, que un día no sabremos qué nos ataba a aquella loca incertidumbre del deseo en llamaradas de seducción, y nada más. Nada menos claro, pero nada más.
Con un esfuerzo de memoria de lo que se va diluyendo, que cambia de forma, que adquiere el tamaño de una nueva sonrisa, de un abrazo que calma, como las palabras dulces que traen, sino olvido, al menos, nuevos recuerdos. Dos cuerpos que se encuentran y se deleitan, y se hacen bien.
Nuevas escrituras.
Y los trazos de la tinta y el acrílico sobre el blanco, y los ojos de la chica y del chico que dibujaste con tanta sabiduría, que me hacen olvidar unas horas de las bombas de tiempo que llevamos en el cuerpo.

martes, 4 de diciembre de 2018

Creo que podría guionarlo.
Y en él, a otros.
Había comprendido que amaba así, si es que eso era amor: quizá empujado por ese vacío que era como el fuego de la acidez que nada calma, saltando de cuerpo en cuerpo, buscándose.
Amaba así, descuidado, irresponsable como un niño tiranizando a una madre demasiado madre y a un padre siempre en fuga.
Quizás.
Repetía diálogos y estrategias, tal vez se daba cuenta, tal vez no. Usaba las mismas palabras, las mismas miradas, las mismas canciones, los mismos poemas, los mismos llantos, las mismas bromas para conmover a distintas mujeres. A algunas  les había dado lo único que podía dar, como accidentalmente pero no, claro que era muchísimo, quizá era casi todo para ellas, amor para el futuro, provisiones, nombres. 
Sin eso, no tenía nada, no había nada entre sus múltiples posesiones, oropeles, aventuras. Debajo de todo eso, noche y soledad. Llevaba una vida mordiéndose la cola. Perro bravo, perro loco, perro malo. 
La rabia juvenil se le había hecho pasión por los espejos, buscaba su reflejo. 
Había días en los que sentía un lobo capaz de conducir, cuidar y alimentar a su manada en medio de los bosques más hostiles, y se sentía satisfecho, como un hombre después de acabar, pero más.
Salía entonces con espuma en la boca a la caza de nuevas presas, sin medir más que la necesidad de la hora, sin conmoverse ante ningún cervatillo asustado que cruzara su camino.Como si estuviera hecho de instinto animal y no de palabras que nos dieron los dioses.
Otras veces era apenas un cachorro abandonado que, en ese cuerpo ya cansado, buscaba la protección de sus ancestros.
Cuando se volvía de esta tribu, yo había presentido que nos parecíamos un poco y que podíamos hablar una misma lengua, pero era como los espejismos de oasis en el desierto. En verdad, solo hay desierto y nada calmará en su cercanía esta sed. Vivía el instante y se aburría rápido, se sacudía el pelaje y ya no quedaban rastros de tu paso por su vida.
Era capaz de lastimar con sus zarpazos, mordía y arrancaba pedazos de carne por deporte, para mantener afilados los colmillos, las uñas, lo salvaje.
Tal vez lo hacía por desesperación.
Como sea.
Traía arrastrando en las mandíbulas las pruebas de un nuevo triunfo, te tiraba ahí a la vista la confirmación de su potencia viril. Aunque ambos sabíamos que no se trataba de eso, pero también de eso.
Era como si te pegara una piña, justo cuando vos ya había terminado la pelea y te habías aliviado de tus enojos.
Lo había querido querer así, tal como era, tal  como  yo  lo percibía, pero cuando te relajabas llegaba
la mordida brutal del animal tempranamente herido y desconfiado.
Yo conocía otros lobos, monos salvajes, escorpiones, pavos reales.
Yo era un poco también de esa estirpe salvaje que lucha por sobrevivir y ser amada cada vez que una mirada.
Escribir, me preguntan sobre escribir. Si escribir acerca de esto le dará carnadura, si el peso de la palabra escrita hace más pesada la mochila. Si el miedo de morir nos pone ansiosas. Si escribimos para vengarnos o para hacer justicia. Si escribimos para que nos amen, o para que nos comprendan.
Si perdonamos las injurias porque estamos hechos un poco de materia divina y no solo de barro y diablos, o si sencillamente lo hacemos para aliviar el equipaje y seguir andando.

Nos perdono cuando hay sol

A la mañana muy temprano y con este sol, nos perdono. Nos estoy perdonando.
Recuerdo adonde empezamos, aquel Big Bang infancia, tanto dolor, tanta paranoia, el amor mendigado, improvisado entre escondites, embutes, tiros en la noche, chicas baleadas en la puerta de tu casa, la ciudad invadida, las noches de terror, las cartas que ya no se contestan, los niños y niñas que dejan la escuela de un día para otro.
Nos necesito perdonar, al huérfano que hay en vos siempre, triste, que me mira con esos ojos reproche que no puedo soportar aunque haga como que no me importa.
A vos y a tus exilios, a vos y a tus abandonos de abandonado.
Nos perdono a nosotros también, porque me hiciste sangrar, porque me dejaste en mitad de la ruta y con las sandalias rotas, pero con el corazón latiendo de coraje y de ganas de volver a empezar, a renacer, a luchar.
Como si fuera mariposa, como en la Garganta del Diablo.
Me perdono a mí, por no saber vivir sin agotarme trabajando como una mula, por inflamarme de rabia, por el amor que no supe recibir o dar.
Por los hijos que no pude.
Nos perdono, y paso con la bici por tu puerta, y veo a tu perro, y te llamaría pero no vas a contestarme.
Y me matás de indiferencia, pero nos perdono por eso también, porque creo que me tenés un poco de miedo o un poco de bronca, o un poco de nada.
Nos perdono por los malos entendidos y las chicanas, y por los besos que no nos dimos cuando teníamos ganas. Tantas ganas.
Nos perdono y extraño lo que pudo ser, y bailo sola en el jardín, descalza, con mi perra y el pasto que huele a menta.
Nos perdono y escucho bandas nuevas, y soy de a ratos feliz con esa bomba de tiempo dentro mío y esa sangre que fluye como si tuviera veinte años, a veces, y otras veces cien años, o mil.
Después es tarde, después llega la muerte, después ya no. Y sabemos eso pero igual tenemos que seguir adelante, seguir viviendo, seguir cuidando, preparando la comida con especias del desierto africano y amor en las manos, y llenar la casa de aromas que reconcilien el cuerpo.
Afuera la noche, afuera los tiros otras vez, los pibes que duermen en la puerta de los bancos, la boca abierta al sol, la cajita con un mensaje que pide ayuda a gritos. Y nadie escucha.
Afuera violan a las pibitas, y las tiran por ahí en los descampados, o las hacen morir de otros hambres y otras sedes.
Eso no nos perdono, eso es imperdonable.
En cambio, nos perdono por haber envejecido antes de tiempo, por haber sido adultos tan temprano, por no haber bailado una sola canción juntos y por no poder dormir una última vez abrazados para olvidar todo lo feo, todo lo malo, todo lo que nos devora.
Te perdono cuando hay sol.
Después, no sé.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Todas las maneras en que él no

Yo le escribía y él me ignoraba. Tenía todo un repertorio para hacerme sentir invisible: a veces me clavaba el visto, a veces no me contestaba.
Respondía con una indiferencia densa, como una colcha tejida al crochet pero con puntos doble vareta apretados, a todas mis manifestaciones de cariño.
Se mantenía inconmovible a cualquier demostración de afecto.
A veces yo creía que era su manera (a veces cruel, a veces sádica, a veces sencillamente porque de verdad no le importaba nada de mi vida ni me existencia) de hacerme saber que no me quería ni un poquito, ni siquiera como se quiere a un perro de algún vecino, fastidioso, ladrador, pero al que la vida nos acostumbra al menos a cierto cariño  cuando está enfermo.
Otras veces me daba cuenta de que él ni siquiera destinaba un segundo mental para mí. Si es que recordaba mi nombre, eso era todo. Tal vez en la serie de mujeres que coleccionaba en la memoria cuando se le acababa el deseo (se aburría rápido, deseaba mucho sólo aquello que se le escabullía).
A veces también yo me olvidaba de él por completo.
Me enamoraba unas horas, unos días, hacia como que me entregaba a alguna clase de tropiezo llamado amor, pero sin amor, a hombres que me miraban con fuego (sin importarles si estábamos en lugares públicos), y me decían cosas lindas, se mostraban atentos a mis problemas, o me provocaban orgasmos en noches de calor, mientras de fondo sonaba alguna banda de las que mí me gustan y a él no sé.
En las redes él era siempre feliz, (como casi todes), y estaba siempre rodeado de amor, de amigues, de #unafamiliamaravillosa, de un espíritu de aventuras como un personaje de Conrad.
En las redes él repartía amor, era como un sodero que iba de acá para allá repartiendo amor a quienes lo necesitaran. A mí su reparto me despertaba sentimientos contradictorios: si le creía, me parecía que andaba intentando dar aquello que no tenía, eso que tanto anhelaba y hacía vacío en su hondura, allí donde nacía su fuego y su tormento.
Si no me creía, me parecía fatuo, veía el despliegue del pavo que amaina su plumaje al primer ruido.
En las redes él era feliz incluso cuando se mostraba melancólico y sufriente, un hombre que lo tenía todo: padres, hijes, cosas, proyectos, salud.
Yo sabía algo que podría ser considerado una verdad que desmentía eso, pero mi corazón sabe callar algunas cosas.
Otros hombres que conocía no mostraban de este modo su felicidad, ni sus amores, ni lo inteligentes que eran, ni hacían gestos, como códigos de alta mar, para comunicarle a las mujeres con las que se acostaban que le gustaban, o que amaban a otras, o que ya lo aburrían mortalmente.
Yo quería ser como él, ignorarlo también, dejarme arrastrar a otros abismos.
Clavarle el visto, como quien clava una estaca que mata al vampiro, y deja partir al hombre.
Pero justo cuando lo había conseguido, supe que había ocurrido una mordida contagiosa, como un ideograma del I Ching, vaya a saber cuándo, y tenía que limpiar mi sangre en ardua tarea antes de poder tomarme un descanso.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Que no tiene remedio ni nunca tendrá

Va al médico como si fuera a rendir examen. Obediente, contesta las preguntas de una anamnesis que solo conduce a nuevos laberintos, callejones sin salida, nuevos exámenes, nuevos laberintos, nuevos océanos de preguntas sin respuestas.
Va a rendir examen como si supiera y a ver a su amante como si fuera un novio, y al novio como si fuera un hijo un poco tontito pero bueno, como esos de los que se dice, sí, los votó, pero más por ignorante que por  facho, como quien le disculpa la torpeza a un verdugo.
Dicen que cuando Isabel finalmente condenó a María Estuardo ella rogó, como todos los condenados, que por piedad le mandaran al mejor verdugo, ese que te mata de un solo golpe, arrancando con limpieza la cabeza.
Dicen que Enrique Tudor fue especialmente cruel con Ana Bolena, la madre de Isabel, en ese sentido (y en tantos más), cuando la mandó a decapitar.
Con ella y con otra de sus reinas.
Dicen que hay hombres que te decapitan así, dejándote una marca, una llaga, una herida tajante, para que agonices lento y sufras más. Es como si marcaran el ganado, sus posesiones, sus bienes. Tal vez por que temen ser olvidados, tal vez solo sean leyendas.
Tal vez porque no pueden relacionarse con una mujer a la que desearon alguna vez sin humillarla, sin intentar someterla.

Va a la presentación de un libro al que la invita su amiga M, un libro cuyo título le atrae particularmente, Personas que quizás conozcas, de Virginia Feinmann. Y escucha en la presentación a la altura y a otra escritora, Raquel Robles, se reconoce allí en esta demanda de verdad que le formulamos a la ficción.  No sea cosa que mi interpretación no sea la correcta y tu voz no sea tu voz sino una referencia autobiográfica realista y verdadera, a  ver si estás leyendo esto porque estás escribiendo en esto tal cosa de tal persona y tal otra de tal otra como si se tratara de la declaración testimonial ante un jurado que.
Después de todo.
Yo que sé.
Vivimos en un país donde las declaraciones testimoniales y los cuerpos violados y torturados se tergiversan. Se miente en donde se jura decir verdad, se dice lo que no es y no se dice lo que gritan las autopsias, los ADN y los huesos que aparecen tarde o temprano.
Más bien tarde.
Tardísimo.
Los muertos que vuelven de los ríos y los mares y las fosas comunes.
Las pibas en los descampados y los basurales.
Tarde. Muy tarde.
Pero igual tardísimo no es lo mismo que nunca.
Va al psicoanalista como si fuera a una iglesia o a una sinagoga, o a una mezquita, o a cualquier templo donde pudiera hablarle a los dioses que hace rato ya que no nos escuchan.
Va como si por ese llanto que llora pudiera terminarse algo del dolor, de la injusticia.
Como si por ir y hacer lo que le dicen, las enfermedades desaparecieran.
Las del alma cuerpo y el cuerpo alma.
Desolador, como canta Leti Carelli.
Desolada.
Como si por escribir apurada en el teclado de un teléfono pequeño pudiera desear a quien no desea y ser amada por quien no la ama.
Como si el olvido, o al menos el reposo, pudieran recetarse en algún consultorio. Como si pudiera olvidar hasta qué punto lo tenés adentro, con tantos análisis que intentan diagnosticar aquello que no tiene remedio, ni nunca tendrá.
Porque no tiene juicio.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Como los lobos

Creo que podría guionarlo. 
Y en él, a otros.
Había comprendido que amaba así, si es que eso era amor: quizá empujado por ese vacío que era como el fuego de la acidez que nada calma, saltando de cuerpo en cuerpo, buscándose.
Amaba así, descuidado, irresponsable como un niño tiranizando a una madre demasiado madre y a un padre siempre en fuga.
Quizás. Desesperado.Meando el territorio, vagando por el bosque, siempre hambriento.
Repetía diálogos y estrategias, tal vez se daba cuenta, tal vez no. Usaba las mismas palabras, las mismas miradas, las mismas canciones, los mismos poemas, los mismos llantos, las mismas bromas para distintas mujeres. 
Llevaba una vida mordiéndose la cola. 
Perro bravo, perro loco, perro malo. 
La rabia juvenil se le había hecho pasión por los espejos, buscaba su reflejo incluso en lagos congelados.
Había días en los que sentía un lobo capaz de conducir, cuidar y alimentar a su manada en medio de los bosques más hostiles, y se sentía satisfecho, como un hombre después de acabar, pero más.
Salía entonces con espuma en la boca a la caza de nuevas presas, sin medir más que la necesidad de la hora, sin demorarse.Como si estuviera hecho de instinto animal y no de palabras que nos dieron los dioses.
Otras veces era apenas un cachorro abandonado que, en ese cuerpo ya cansado, buscaba la protección de sus ancestros.
Cuando se volvía de esta especie, me había hecho presentir que nos parecíamos un poco y que podíamos hablar una misma lengua, pero no era cierto. Apenas un espejismo en el desierto. En verdad, no hay en él oasis, solo hay desierto. Vivía el instante y se aburría rápido, se sacudía el pelaje y ya no quedaban rastros de tu paso por su vida.
Era capaz de lastimar con sus zarpazos, mordía y arrancaba pedazos de carne por deporte, para mantener afilados los colmillos, las uñas, lo salvaje.
Tal vez lo hacía por desesperación.
Como sea.
Traía arrastrando en las mandíbulas las pruebas de un nuevo triunfo, te tiraba ahí a la vista la confirmación de su potencia viril. Era como si te pegara una piña, justo cuando vos ya había terminado la pelea y te habías aliviado de tus enojos, y te habías ido a navegar.
Lo había querido querer así, tal como yo  lo percibía, pero cuando te relajabas llegaba la mordida brutal del animal tempranamente herido y desconfiado. No podía evitarlo.
Yo conocía otros lobos, monos salvajes, escorpiones, pavos reales.Yo era un poco también a veces de esa estirpe salvaje que lucha por sobrevivir y ser amada, cada vez que una mirada me adivinaba el deseo.

Y entonces, escribir.
Escribir, me preguntan sobre escribir. Si escribir lo íntimo, si hacerlo acerca de esto le dará carnadura, si el peso de la palabra escrita hace más pesada la mochila. Si el miedo de morir nos apremia a escribir. Si escribimos para vengarnos o para hacer justicia. Si escribimos para que nos amen, o para que nos comprendan.
Si perdonamos las injurias porque estamos hechos un poco de materia divina y no solo de barro y diablos, o si sencillamente lo hacemos para aliviar el equipaje y seguir andando.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Los amantes de las colinas

Mi amigo P me cuenta varias historias de sus antepasados sicilianos.
Historias parecidas a las que tenemos muchos, pero a la vez singulares y únicas, de esas de las que estamos hechos todos y todas quienes venimos de los linajes perseguidos, inmigrantes, originarios de esta tierra conquistada a sangre y violaciones, o del viejo continente expulsivo de sus hijos e hijas más pobres, o más transgresores, valientes y cobardes, sedientos de poder y de gloria, o almas torturadas por crímenes imaginarios o reales.
Ninguna me conmueve tanto como la de la muchacha cuyo esposo se va a la guerra (aquella Primera, de la trincheras que tragan vidas y escupen despojos, que se secuestran hombres y devuelven locos y lisiados), y se enamora de otro hombre que vive en el pueblito de la otra colina al de ella.
Es un amor que arde y se enciende con el fuego romántico de la imposibilidad.
Se miran, se adivinan, se desean de colina a colina.
Pero es un amor que no puede consumarse, la ley y su obediencia se los impiden. El deber con el marido se acrecienta ante la idea de su retorno y la razón de su ausencia, sería una traición doble: al esposo y al soldado que defiende la patria.
No puedo dejar de imaginar a esta joven  mujer así, en la colina, amando lo que no será, deseando lo imposible.
Siento pena por ella, y a la vez, sospecho que pocas vidas pueden ser tan vívidas como la de los amantes que se garantizan de este modo la intensidad de su deseo en esa, su eterna promesa y postergación.
Mi amigo P no me dice, ni yo pregunto, si el marido volvió de la guerra, como Mambrú.
Eso no importa en este relato.
Si fuera una pintura veríamos las colinas, en el medio el verde valle, y en cada cima las siluetas de los amantes que permanecen tan lejos y tan cerca.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Los hombres que me gustan

Estaba pensando en los hombres que me gustan ahora.
No son super héroes ni los clásicos neuróticos obsesivos de manual, ni los Narcisos que se prenden fuego cada vez que se miran en un nuevo espejo y saltan de una mujer a otra solo para no caer en el abismo del vacío (incapaces de amar), aunque tengan algunos rasgos así, por supuesto, después de todo, ninguna de las mujeres que quiero ni yo misma somos más ni menos que bellas y valientes neuróticas, heridas, humanas, loquitas.

Mis amigas dicen que solo me gustan los hombres bellos...
Y tienen razón y se equivocan.
Porque es cierto que me deleito en la belleza, y eso quizá ha sido mi perdición.
No he buscado tanto como me hubiera convenido seguridad, ni comprensión,  ni confort, ni dinero, porque la belleza es la trampa donde vamos a morir colibríes, moscas, mariposas, serpientes, adanes, evas, libertarios, peronistas del goce y la justicia social, y las hijas del siglo hecho de guerras, amores apasionados y locos, literatura y rock.

A morir, y a renacer.

Pero no me gustan los hombres solo bellos o solo los hombres bellos. Que por añadidura un hombre inteligente y sensible sea bello, quién podría rechazarlo.
No sé.
¿Cómo explicar el efecto aterciopelado de un timbre de voz en mi epidemis?  Cómo escribir del impacto de la suave noche hecha novela y canción, rasguido de guitarra y voz de tenor, río de deshielo que corre, jóvenes aventureros en selvas amazónicas o contienentes negros, militantes valientes de revoluciones perdidas, oleaje de mar rescatado de un poema de Rafael Alberti, un hombre lanzado en su tabla de surf al infinito, trazos que de la nada inventan belleza, y acordes que hacen mundos.
¡Ay, esos maravillosos hombres tan distintos a mí, tan extraños, cómo no amarlos, cómo no odiarlos!
La belleza de las manos que saben hacer obra, ¡oh!, es el amor que hace sucumbir.
Pero hemos madurado e incluso aprendido a no dar tantos espectáculos de los que podamos arrepentirnos.
Y entonces los hombres que me gustan ahora, lo poco que de eso yo sé (casi nada, el deseo es un misterio, oh que será que será), son esos capaces de no salir huyendo ante el miedo aterrador de una demanda de amor femenina.
Que no actúan según lo que creen que se espera de ellos, sino que participan de cierta empatía, y pueden acariciar un llanto o acompañar una risueña borrachera sin tanto melodrama ni prolijidad correcta.
Que conocen el poder de un abrazo sentido, ahí, poniendo el cuerpo y capaces de reírse, aunque nosotras hagamos, muertas de sed y de contradicciones, como un personaje  de Visconti que dice: ¡andate, bruto! Mientras aferramos sus brazos.

Son los que pueden leer estas y otras palabras de mujeres, sin pensar que fueron escritas exclusivamente para sus pitos, que no hablan necesariamente de ellos aunque ellos estén en estas palabras, cómo están en el amor que les profesamos alguna vez o ahora o en el futuro; incluso, los que consideran la posibilidad permanente de que sus pitos (grandes, pequeños, medianos, hermosos, raros, gordos, finitos, feos) no sean el centro del universo.
Son los que se hacen cargo de sus hijos  y lo disfrutan, son los que cuando escuchan hablar de cáncer u otras enfermedades serias a mujeres en sus vidas  (madres de sus hijes, amigas, ex, amantes, novias, hermanas, madres, hijas) pueden sobreponerse a sus miedos y estar a la altura, acompañar, decir una palabra dulce, o hacer una broma, ocuparse de los hijos e hijas,
equivocarse y angustiarse, pero  reparar, no lastimar sobre las heridas, leer entre líneas, quedarse.
Intentarlo.
Cuidar. Sin miedo a  que ello signifique firmar una hipoteca o un pagaré que se pague con una libra de carne,  sino más bien un gesto que nos permita seguir siendo humanos y no androides guiados por los algoritmos del deber ser tecnofílico.
Hacerse alguna pregunta acerca de la otra, tratar de ponerse en el lugar.
Decir algo que sea verdad, tomarse el trabajo de conocerse un poco para ello.
Mirarnos a los ojos, dar consuelo en lugar de desmaterializarse como una super nova tragada por un agujero negro o convertirse en una bola densa como una enana blanca vagando sin rumbo por galaxias lejanas.
Los hombres que me gustan, son como nosotras, los que al menos lo intentan.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Y de repente

Tenía el corazón arrebatado , como si todo el corazón y un poco más le pertenecieran a la hija que está enferma.
Tenía el pulmón oprimido e incapaz, como si el pulmón todo se oxigenara en la sonrisa de su hijo.
Tenía unas lágrimas que habían marcado surcos, como en la piedra, en donde alguna vez había tenido el útero.
Tenía el cuerpo lleno de marcas y cicatrices, tatuajes y restos de viajes, amores, tragedias, mutilaciones, la belleza de la vida del marinero y el náufrago, de la hechicera y la bruja.
Extrañaba a veces los años de juventud, quimeras y posibilidades abiertas al mañana como la flor del cactus que se hace esperar tanto pero al fin llega.
Miraba desde el avión las nubes como si no hubiera un pasado y un lugar a donde regresar.
Y de repente, alguien que interrumpe la nostalgia.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Y que suene algo de jazz en tu cabeza

Todo lo relacionado con  X está rodeado de un vapor triste y espeso, como cuando andamos por la selva un día de lluvia.
Cada vez que estés por olvidar eso, lo que se recomienda es volver a mirar lo que se exhibió descuidadamente, el fallido delator que laceró el corazón.
(¿Te acordás del mail "equivocado" que A le manda a B?)
La memoria es tramposa, y en días de lluvia puede que deje flotar lo que emerge, resguardando en el olvido lo que hunde.
Mejor salir a navegar con dos copas y una botella.
Reírse y besarse mientras los relámpagos refusilan.
Y que suene algo de jazz en tu cabeza.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Saber mirar

Lee Mujeres que miran a hombres que miran a otras mujeres, de Siri Husdvedt (libro que dos veces le ha regalado la misma amiga, sabia ella).
Mira los cuadros del pintor, una serie erótica, la misma modelo, es Tal, dice él, y toma los cuadros con ambas manos, como si temiera que alguien se los/se la lleve, contradiciendo  asi sus afirmaciones sobre el deseo de poseer o no poseer.
O tal vez no, tal vez solo ella no sabe mirar/leer el gesto.
Contradicciones, el planeta humano que habitamos todos, esa es su perspectiva, su número de oro de las palabras que brotan y tejen relatos donde cada quien lee lo que busca, y lo que no quiere encontrar.
Ella ahora es toda libertad, al fin, toda futuro, hic et nunc.

(O casi toda, no jodamos).

Mirar los cuadros y abandonar las redes, mucho mejor.

Mira las obras de la chica canadiense, mira su grito feminista de hartazgo de violencia y se siente allí también en casa.
Mirar junto a la amiga que escribe como si tirara bombas, como si el humor fuera la única posibilidad de salvarse en el amor, que escribe tan bien.

Dejar de buscar lo que tarde o temprano se encuentra, lo que hunde, lo que revela que no es lo que queremos que sea, lo que nuestra mirada inventa, atrapada en la trampa del deseo.
El baile que no puede dejar de mirar Lol, pero ella sí, ella por fin si puede.
Los celos como atacantes nocturnos, la mirada como dolor de látigo y como repentina cura, y chau.
Las palabras que hieren, los que piden que seamos robot cuando el deseo habla por nosotros, que seamos buenos, que seamos justos cuando apenas podemos ser nosotros, mirando espejos que a veces nos devuelven imágenes paganas.
Mira la diagonal que traza la mirada de un hombre que no, mirando a una mujer que sí. Sea un relato de ficción, sean  otros, sea ella, es una y otra vez el cuento de Poe, la Carta robada, haber tenido todo a la vista y no querer verlo, haberlo tenido, a ver de pronto todo la mugre bajo la alfombra (sobre todo la mugre propia, no ya la ajena), la estrategia al desnudo.
Nota la simetría de una cercanía con el obelisco para un mensaje lejano que propuso un encuentro que precedió a unos cuantos apasionados desencuentros, y ahora  es pura escenografía de un adiós telefónico que describe la imposibilidad de decir lo que no puede ser dicho, apenas balbuceos (y sí, esto es mío, autobiográfico, pero vos ya no lo leerás, y sí, vos sos vos, vos mirándote en tu espejo, pero jamás en el mío, sintiendo que soy la imbécil incapaz de comprender el alcance de tus problemas).
Mira el recuerdo de los cuerpos juntos y sabe, no es por eso, por los cuerpos, no es por eso, por el placer del que ha sido excluida, no es por eso, por el placer que ha compartido, nada de eso importa ya a esta hora de la vida.
No son ellos, o más bien, son ellos, y aquellos, y los de más allá.
Es lo otro, lo otro sin palabras, lo otro de la mirada, la mirada que mira a la otra. La mirada que no nos mira.

Mira las fotos y no puede encontrar nada, ni los rastros de aquello que ponía a galopar su corazón, y solo ve  gente lejana, ajena, extraña.
Los rodeos y los laberintos para salir de los rodeos, de los laberintos, ya se sabe, se sale por arriba.
La parte inventada, siempre es la parte inventada. La escritura es traducción, ya es otra cosa, no es la cosa.
La escritura inventada, la memoria inventada, el recuerdo inventado, el amor inventado, el encantamiento inventado, los celos inventados, las heridas.
Las heridas no se inventan: los puñales se clavan, y se reciben.
No hay vida sin puñales.
No hay vida si heridas.
No hay vida sin muertes.
Muertes espectaculares, pequeñas muertes, ¡oh, petit morte!
¡Mujeres que miran a hombres que miran a otras mujeres!

sábado, 3 de noviembre de 2018

Primavera

Como un castillo de naipes, todo así de pronto derrumbado. En el piso sucio, vulgar, como cualquier subsuelo que ha permanecido oculto y sin luz, las cartas han perdido toda magia, el truco falla, la espera termina.
Como el mago descubierto en su secreto, lo que era asombro y admiración se vuelve vano.
No tendría que haber tantos juegos de espejos y espionajes para quienes desean permanecer habitando simulacros.
Caminando en la cornisa, el hartazgo del ego promueve pasos en falso y el tropiezo ya no es amor, es desencanto.
Como las burbujas con las que juegan los niños, subiste y en lo alto, al estallar todo se ha desvanecido.
El fantástico aventurero se convirtió en un perro que ladra y ladra y ladra.
Y no muerde.
La montaña mágica de cumbres borrascosas, un terraplén apenas.
La noche me cobijó como si la lluvia no tuviera importancia y esta mañana, sol y colibríes.
Imágenes paganas.
Colores santos.
Un remolino mezcla.
Prados y vergeles.
Calorcito en el cuerpo, bienvenida primavera, ya era hora.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Bienvenida al club

"Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera".
(Ana Karénina, León Tolstoi)

Bienvenida al club, me dijo, y me llevó a dar una vuelta manzana, mientras fumábamos nuestros cigarrillos, él rubio, yo negro.
Era un tiempo en que la gente fumaba y no se la consideraba por eso fea, sucia y mala.
Mis piernas me sostenían apenas, no había comido nada en los últimos días.Su bienvenida era a la orfandad.
Nosotros nos distinguíamos por eso. Vivíamos en un país de orfandades prematuras, de genocidios, y también en familias de locuras, enfermedades que arrasaban, dolencias vergonzantes.
Eran esas edades donde te parece que todas las demás familias son mejores, más felices, más sanas, armónicas. Matrimonios duraderos y enamorados, abuelos vivos, padres y madres que no nos dejan huérfanos.
Bienvenida, me dijo.
Éramos del club, del club al que ya pertenecían demasiados amigos y amigas, ese del que los demás creen entender de qué la va pero no lo entienden. Una tampoco.
Algunos y algunas fuimos abandonados primero, antes de la muerte. Por decisiones, exilios, enfermedades.
A otros nos los quitaron.
Fuimos adultos repentinos, apenas saliendo de la inocencia, ya responsables de otros y de nosotros, nuestras amistades se hicieron maternizantes y paternizantes, y de una clase de fraternidad que no se aviene a otros moldes.
La vida en nuestras manos. Los rituales de velorios y entierros en nuestras manos. Las herencias perdidas en nuestra manos. Las pérdidas en nuestras manos inexpertas y necesitadas de amor.
Los duelos de lo que puedo haber sido, en nuestros cuerpos.
Todos quieren que comas, que te alimentes, todos ven que tu peso se desliza hacia una infancia-fantasía-protectora.
Y él, ahí, te banca el cigarro, te banca, te comprende.
[Después arruinamos esta amistad, pero esa es otra historia, y eso no borra la noche del velorio, ni otras noches, y días y años].
Ahí estamos.
Y hay que agradecer, porque en ese club hay membresías muy anteriores. Apenas bebés. O bien sin ninguno de los dos, ni madre ni padre, ni patria, ni amor.
Yo lo recuerdo así, era mi amigo, diciéndome eso, encendiendo mi cigarro, sosteniendo mi andar tembloroso, abrazando mis hombros vencidos, mi mirada cayendo al abismo de lo desconocido.
Él, y su humor corrosivo, bienvenida al club.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Justicia para Lucía Pérez

Miro la cara de la piba
miro la mirada de la madre y los hermanos de la piba
miro la cara apenas sonriente de la piba, toda iluminada, toda ella prepotencia de vida que desea.
Miro el pelo, pelo, liberado, el piercing, la ceja bien delineada un poco levantada, los grandes ojos oscuros.
Miro en las redes a lo nefastos, miro sus asquerosas e inmundas caras, presiento su hedor, su inmundicia, me dan arcadas.
No puedo nombrar lo que tememos todas, las hijas, las amigas, las madres, la hermanas.
No puedo decir las palabras ni pensar que su última conciencia, su última imagen, su último contacto con otro ser humano haya sido este infierno.
Pienso que ojalá que Dios exista, y ojalá que sea en su infinita compasión dador de una muerte dulce a quien de este modo ha sido violentada.
Miro los ojazos de Lucía.
Y ruego que todo sea luminoso en su mirar por siempre.

martes, 30 de octubre de 2018

Abierta al día

Mirando la montaña desde la playa de piedras todo era posible.
Tiempo infinito.
El fuego, los cuerpos desnudos bajo el sol de verano, los sonidos de una fauna apenas conocida, la voz y la guitarra que llegaban como de un sueño.
Los sueños del emperador Adriano en el libro abandonado por un rato.
Armando los pedazos una vez más, como se arman las frases con palabras que vienen llegando de acá y de allá.
La mano sobre su espalda, mano hacedora de cosas buenas, mano que sabe cuidar y tallar.
Mano que cuando se repite puede ser retenida.
Y por qué ella, evocando el horror en ese instante, por qué la máscara cayendo mientras el sonido del lago, la tibieza de la tarde, y por qué ella.
Será ese el horror que vuelve.
Lo siniestro que arrasa a veces las tardes enturbiando todo amor, molestando a los nuevos encuentros.
Mirando la montaña se va, se vuelve lo que es, el anverso de lo siniestro, se torna ridículo, el rictus cínico se impone al semblante.
Mirando los árboles del parque, escuchando la canción de los grandes viajes, descifrando el sabor de su beso todavía, abierta al día que llega.

tag

viernes, 26 de octubre de 2018

Entre Narciso y Eros

 Nigel Van Wieck

"Las relaciones, son un contrapunto constante entre Narciso y Eros.
Entre dos relaciones eróticas, hay infinitas relaciones narcisistas, que pasan el duelo de mano en mano". 
(Luciano Lutereau)


Le hubiese gustado despedirse de otra manera. Se acordó de Silvina Ocampo y su rechazo a la idea de que las cosas tengan que tener un final. Novelas, sinfonías, relaciones.
Sin embargo, a veces es un alivio que las cosas se terminen.
Para aquellas que más duele finalizar, hay caminos de retorno en la memoria.
Es insoportable el final de la vida de aquellos que amamos, las amigas que se van antes de tiempo (tirano tiempo siempre que roba vidas tan deseables, algo así quiere decir y se encoje de hombros ante sus reflexiones acerca de la necesidad de la muerte y los finales y la relatividad del tiempo).
Le hubiese gustado otra despedida pero ya tenía vida suficiente para haber comprendido que la fantasía de esa clase de finales es la materia de los sueños, algunas pinturas, cierta literatura y esas canciones que se cantan en tardes de lluvia junto al mar.
Le hubiese gustado no tener esa maldita imaginación, ni esas imágenes. Aunque a veces esa maldita imaginación es una bendición, y las imágenes nuevas son como oasis y paces en medio de guerras.
Que las cosas fueran menos Hopper y más Klimt. 
Le hubiese gustado encontrar una escritura para eso, unas palabras que hicieran "el fino" de los albañiles en las paredes, esas formas casi tan perfectas que nos dejan acariciar los recuerdos con un equilibrio entre lo profundo y lo liviano.
Le hubiera gustado algo así como la prolijidad de un relato del siglo XIX, antes de volver a caer en la trampa de una-otra-nueva-mirada oscura y chispeante. Una especie de apretón de manos, un poco menos de Narciso y un poco más de Eros, y algo fraterno.
Pero también sabía que eso se llama perspectiva, y requiere las coordenadas del espacio y el cambio de posición para poder ver qué quizá es así.
Hay relaciones y obras que son puentes, pero solo lo sabemos cuando ya los cruzamos.

martes, 23 de octubre de 2018

Alguien justo allí

Y un día, cuando todo se ha convertido en entrega y renuncia, cuando la aceptación le gana una batalla a la ansiedad (momentánea, pasajera, pero auténtica), cuando humillarnos nuestras manos al servicio de quienes por otros y nosotros alguna vez se humillaron,
cuando nada se espera.
Un día, en el el lugar más inesperado,
en el momento menos anhelado
cuando el agobio nos quiebra la espalda.
Alguien justo allí
convierte la noche en música, brindis y baile.
(Sabiendo mirar mirando)
Alguien capaz de mirarte a los ojos
sin tortuosos laberintos sin minotauros.

sábado, 20 de octubre de 2018

Llamadas telefónicas en tiempos pos Bolaño

Ya queda poca gente que hable por teléfono.
De esa poca gente, incluso, alguna solo lo hace por cuestiones laborales y luego  del fracasar por otras vías: mail, WhatsApp, redes.
Incluso se "habla" así entre extraños.
Y hasta el uso de esas comillas en "habla" merecería unas líneas aparte.
Las conversaciones no presenciales que ocurren mediante intercambios de audios tienen su propia dinámica. Podrían ser el paraíso de los puristas del "no me interrumpas" y el "no hablemos todos a la vez". Uno o una habla, otro u otra escucha. Un diálogo más "prolijo".
La reproducibilidad tiene sus connotaciones y derivas: volver a escuchar y reflexionar acerca de....Obsesionarse con tonos e interpretaciones. Convocar testigos, difundir conversaciones supuestamente privadas.
¿Llegará el día en el que luchemos por recuperar la privacidad como una bandera emancipatoria?
Cuando atiendo el teléfono suele ser alguien que vende algo, o encuestas políticas: invasiones.
Sino, es madre.
Ella conserva la preferencia por el uso de ese medio, pese a la dificultad de hablar por esa vía, casi no escucha.
Ya queda poca gente que hable por teléfono.
A veces por equivocación, manipulando el teléfono, se me escapan llamadas cuando quisiera enviar audios. Se instala una incomodidad, la de estar molestando a otros, interrumpiendo.
Hasta hace pocos años se escribían canciones, cuentos y películas en los que las llamadas cumplían un rol central, desde Hitchcock a Bolaño.
Mi amiga M, desde su lejana Francia, solía llamar, pero incluso ella ahora utiliza el WhatsApp.
Antes manteníamos largas conversaciones con E, y con A. Ahora se han espaciado y ocurren por otra vías. Desde ya, preferimos el encuentro en casas, bares,  cafés.
A me llama el otro día porque se ha preocupado por mi tono en un audio. Hablamos un rato y mis explicaciones la convencen de que es cansancio y Macrix. Pero su llamado me toma por sorpresa, porque casi nadie llama ahora.
Con C me ocurre parecido (acá llamaremos C a quien podríamos llamar con otra letra que nos gusta también pero mejor no, sin entrar a discurrir acerca de abecedarios y significantes),  nos comunicamos por medios "de antes".  Puede verse como un rasgo de sabiduría y preservación de la privacidad y una comunicación menos alienada de C que lo lleva a esta elección, y como otras cosas/interpretaciones que no vienen al caso. Lo cierto es que su llamado me toma también por sorpresa como el de A, y balbuceo pavadas, como si entre la conversación que tenemos por chat y la conversación que tenemos por teléfono hubiera una singular discordancia.
Para C nada de esto debe ser real, porque es su habitualidad, como también lo salvaje, el pasado romántico de la literatura cuchillera y el futuro pensado como supervivencia del clan.
Escuchar la voz de alguien sincrónicamente por un medio artificial, y conversar, es más desprolijo. Puede haber superposiciones, ruidos, todo lo que ya ha sido más que estudiado e incluso olvidado por haber caído en desuso.
Una sorpresa en el reconocimiento de una voz que no terminamos de conocer y cuyos tonos no siempre captamos. Percibo allí algo de la presencia del otro que contradice la ausencia, mucho más que en un intercambio de audios que quizá escuchamos distraídamente (eso puede ocurrir por teléfono, pero menos) o en tiempos no sincrónicos.
La presencia del otro convocada por este medio  se parece más a la presencia del otro en toda la dimensión del cuerpo.
Poner el cuerpo en los vínculos se está volviendo una rareza.
Nos comunicamos por medios en los que estamos solos y solas, cerca o lejos.
Somos invadidos todas las horas y todos los días por múltiples conversaciones de trabajo, con demandas y alienantes.
Nos comunicamos por medios en los que estamos juntos y juntas, lejos o cerca.
Me habitan muchas voces e imágenes que intento retener a veces, y desechar otras.
Y aun así, cuando extrañamos a alguien, nada absolutamente nada reemplaza una presencia cuerpo alma abrazo.
Nada duele tanto quizá en los duelos cómo olvidar la voz de quienes ya no nos hablan como hablan los vivos.
Y cuando sabemos que la muerte está por allí rondando siempre, la vida se nos vuelve tan querida y el tiempo tan escaso que es mejor hacer relatos de las ausencias pero dejarnos ir hacia lo que sí está ahí, tangible, audible, mirable sin pantallas, besable, querible, y acercándose.

viernes, 12 de octubre de 2018

Viendo

Quiero callar todo eso que antes de formar palabras hace dolor, hace daño.
Quiero decir todo aquello que si no se hace palabra hace dolor, hace daño.
Aprender a distinguir silencio de ahogo.
Palabra de insulto.
Quiero seguir queriendo así.
Serena.
En cuanto al que es mejor cuando es más íntimo que distante, qué sé yo.
No está mal haber dejado atrás la necesidad de poseer (y de ser a la vez libre), la urgencia
y ansiedad de las llamaradas confundidas con inseguridades &miedos&combos de angustias y paquetes de facturas de millones de años y galaxias que pesan en nuestras espaldas.
Y a veces arruinan todo lo que es diáfano, o podría serlo.
Lo difícil de escuchar lo que late, lo que surfea las olas verdaderas
que por lo general encubrimos para esconder lo que somos, o por supervivencia.
En cuanto a él, es un alivio haber abandonado la especulaciones.
Los toma y daca horrendos que nos vuelven fetiches mercancías y nos alejan de lo humano, de Dios, de los dioses, de lo que ama más allá de Narciso y sus espejos mortales.
En cuando a él, los cuerpos, jugamos a ser cosas para ser al fin más genuinos y menos egoístas.
Diera la impresión de que hay que dejarse ser para ser.
Palabras, montañas, canciones de Galilea, las preguntas de mis alumnxs que son como cometas lanzados al futuro, los ocasos de aquellas que ya empiezan a irse, los soles fulgurantes de los hijos que empiezan a coronar los cielos infinitos donde somos tanto, y tan poco.
Trepo la ola.
Caigo y me estrello.
Pero estoy mejor así, viéndote, viéndolos, viendo.

jueves, 11 de octubre de 2018

Mientras espero

Espero y me pregunto dónde estuvo la falla.
Mientras espero, ella declinando esta primavera, nosotros como los generales de Alejandro, a punto de perderlo todo, y esas palabras -definitivamente insoportables- que son apenas murmullos, y sino, aún peor: gritos.
Veneno en lugar de amor.
Violencia en vez de abrazo.
Espero, intento aceptar lo inaceptable.
Cuando se pasó ese umbral una vez, sabemos que volverá ocurrir, pero eso no consuela.
Mientras espero.
Su cuerpo lastimado, las cicatrices de mil batallas, los ocasos de los otros en su rostro, los ocasos.
Me pregunto, mientras espero qué vendrá.
Si seremos capaces de iluminar la noche o si solo podremos persistir en lo salvaje, en lo que resta.
Y así la estoy queriendo, desde que tengo memoria. Ella siempre un poco lejana, un poco ausente, un poco sola, opaca. Extraña.
Ahora que empiezo a entender algo, un poco, apenas, la aventura de su vida, su extraño coraje, su desafío... Tal vez es tarde.
Mientras espero.

Lo que no y lo que sí

A la invita a salir. Le escribe a la madrugada, por las dudas, le aclara que está borracho.
Ella, con amabilidad fundada en el cariño, le responde que mejor hablen otro día.
Avergonzado posiblemente por una osadía sin mucho sentido, A se mantiene un tiempo en un prudente silencio.
(A tiene un par de gemelos que se comportan igual en la misma época, como si hubiera un fenómeno astrológico que los impulsa, a quienes podríamos llamar B).
Ella se queda haciéndose algunas preguntas. Por qué no, piensa, imaginando la salida con B. Sí después de todo, C no la desea, y no hay lugar en su mundo para ella.
D le comparte ideas, propuestas, reuniones, bromas, canciones. Formula ambiguas invitaciones que dejan picar la pelota en cancha de ella. Ella, dudando, necesitaría algo un poco más directo y necesitaría que venga de él.
Y ahí queda el partido, entre set y set. Tal vez, en verano. Tal vez nunca.
De E no supo más nada ni tampoco le interesa. Un hecho aislado, una tontería dirigida a C, un homenaje privado del que C no sabe nada, ni sabrá, y posiblemente ni siquiera podría imaginar (ni por el aspecto de D, ni por su edad, ni por su lugar de residencia, ni por aquello que nunca  sabrá y que si supiera le resultaría humillante). Esas cuestiones que se resumen en: hacía calor, habíamos tomado mucho y C no contestó los mensajes.
Al vertiginoso ritmo de los  desencuentros andamos por ahí, buscando la letra que no es en el momento inadecuado, como dijo el matemático poeta científico de las almas.
A puras agonías la vida nos recuerda que hay que aprovechar el día, y no renunciar antes de tiempo a aquello que nuestro palpitar reconoce.
Y sin embargo.
Se anhela lo que no.
Y no vemos lo que sí.

miércoles, 3 de octubre de 2018

El micro gris y el Paraíso perdido

Gustav Doré, El paraíso perdido, 1873 
El hombre canoso con expresión de ser más una pena que un hombre.
Lo miro y me conmueve, pienso que es un laburante que vive de una jubilación y se ve forzado al padecimiento de trasladarse en el transporte público devaluado, lento, caro, inmundo.
Pero también es posible que sea un mal tipo, un ex torturador incluso. Su cara triste no debería engañarme.
No sabemos nada de los demás, apenas de los próximos, apenas de nosotros.
La chica de los auriculares negros va en su mundo. Concentrada en la música y la pantallita. Pero...tal vez, como yo, está escribiendo en un blog en su celular. O lee una novela y escucha música al mismo tiempo. O solo lleva los auriculares puestos por costumbre, o no le anda bien le teléfono.
O.
El día es gris.
Tolosa es gris.
Ringuelet es gris.
La Plata se ha puesto tan ajena, tan de ellos, tan de los invasores.
Mañana saldrá el sol.
Mañana llegará.
Aunque hace mucho tiempo que perdimos el Paraíso.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Qué jazz es la noche

"La palabra jazz, en su conquista de la respetabilidad, en un principio designó al sexo,  después a la danza, y, finalmente, a la música. Está asociada a un  estado de excitación nerviosa no muy diferente del que reina en las las grandes ciudades situadas en la retaguardia del frente".
(F. Scott Fitzgerald, Ensayo sobre la era del jazz)

Como amigo era un mal amante, como amante era un mal amigo.
Y aun así, estaba esa cajita de resonancia donde hacían eco las palabras que en otros lados permanecían ajenas e incomprendidas.
Y unos besos adorables como comer frutas frescas en tardes de verano y sed.
Y ella ahí se encontraba.
Donde el oro es oro, aunque también pueda ser otras cosas.
Pero sin dejar de ser oro.
La morosidad del blues, sin embargo, donde a él se lo presentía tan cómodo, no era su modo de vivir la primavera, y ahí se desencontraba y ya no podía ser.
Y necesitaba irse a buscar un poco de rock en otras estaciones: como hojas de otoño, noches de invierno, veranos tropicales de sed de mar/amor.
El traje de héroe que ella le había puesto se había perdido en alguna esquina de por ahí.
Y él no tenía ninguna responsabilidad en eso, ella sabe.
(¿Cómo podría un hombre siquiera  adivinar todos los disfraces que le había imaginado? Y si es que lo hacía, ¿cómo no iba a asustarse un hombre al sospechar esas imágenes?).
Y sin embargo estaban esas formas de decir el mundo de mar y de tierra, de estelares sueños, de animales fantásticos, en los que ella podía jugar a ser la niña que iluminó la noche, la puta de un burdel del fin del mundo que espera al Corto Maltés, la Margarita Gauthier que agoniza de amor o una Sarah Connor latinoamericana sin Hollywood, y sin piedad.
Se deshizo un hechizo en la noche del rayo, bajo el suave ensueño de las canciones viajeras.
Y ya no hubo amor, ni hubo odio, ni enojo, ni tristeza.
Quedó una sonrisa y un recuerdo leve y lleno de vida, como un colibrí.
Quedó una huella alegre y dulce en una parte de cuerpo que sabe.
Quedó el recuerdo del jazz.
Y aun así, estaban las palabras resonando como sí las conexiones del mundo no fueran ni pasado ni futuro, apenas ahora.
Que suave es la noche.
Que jazz es la noche.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Bendita primavera

" [...] y se reía de mi 
dulce embustera 
la maldita primavera".
(Gaetano “Totò” Savio, música, 
y Amerigo Cassella, letra)




Junto al lago, las piedras eran más blancas, la tarde se prolongaba y se vestía de colores que nunca en la ciudad, al correr del río se adivinaba, alocado, por los murmullos que cada tanto llegaban.
Y vos.
Y yo.
Y todo el porvenir.
Podíamos amar, leer un libro detrás del otro sin interrupciones, no había celulares, las pausas eran para buscar leña, caminar por los senderos infinitos, escalar las cumbres, hacer amistades nuevas, preparar el fuego para la comida, hacerlo en la carpa hasta agotarnos, contar satélites fugaces y estrellas orbitantes, armar cigarros, tomar chocolate caliente en jarritos abollados, soñar revoluciones e hijos en futuros de todas las formas posibles.
Todo lo que creíamos olvidado regresa.
A veces como nostalgia, a veces como el llamado de una selva que aún nos habita.
A veces en las extrañas formas en que conectamos con otrxs, como si en nuestro adn hubiera alguna sustancia hecha de moléculas y poesía, de canciones, imágenes y potasio. Y sin que lo notemos, nuestro olfato descubre en una determinada piel el recuerdo atávico del bosque de arrayanes, el presentimiento de un volcán, la memoria de algo que nunca ocurrió pero podría haber ocurrido.
No lo llamamos amor porque esa palabra puede encubrir equívocos interminables y melodramas rusos.
A veces es el tono de una voz, el puro significante que hace deseo en nuestra epidermis.
Otras veces es solo la maldita primavera.
Pero no importa, con tal de que prevalezca un poco de paz, un poco de vida, un poco de esta bendita primavera..

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Oh, plis, maidarling, no pierdas la magia

"Las imágenes de las que estoy excluido me son crueles; pero a veces también 
(inversión) soy apresado en la imagen".
 (Roland Barthes, "Las imágenes", Fragmentos de un discurso amoroso)

Oh, plis, maidarling, no pierdas la magia. No me hagas caso. En el mundo sobran demasiadas  lágrimas derramadas por los deseos cumplidos que ya perdí la cuenta.
No pierdas la magia, seguí brillando, surcá los cielos infinitos y misteriosos, no caigas, no seas una ecuación descifrada, por favor. No pierdas la magia de las ecuaciones de varias incógnitas inexplicadas.
Rogué que terminara la parte del dolor. Fui una feminista de puras certezas de veinte años y una guerrillera de razón valiente y corazón domesticado.
Te soñé besándome como un poseso, dentro de un río, en una selva.
Desprecié la decidida insistencia del muchacho de los mensajes divertidos y sugerentes. Me distraje  con el joven de las bromas inteligentes, pero después me aburrí  y lo mandé al fondo de la agenda olvidada.
Tal vez cedí un poco al perfumado romance del hombre que sabe casi todo, pero eso quién podría reprochármelo sabiendo lo que ahora sabemos.
Y pudiendo ser frívolos con eso, incluso.
Acepté mi propio juego y mis rodeos, te odié. Me reí de mí, me reí de vos.
Te dejé atrás.
Le conté a E, buscando así su comprensión y mi consuelo, me llenó de la belleza de su mundo, de la bondad de su corazón un poco ingenuo, me compartió acordes melancólicos y melodías para perderse en ellas y me dijo, a su manera: piu avanti, sos demasiado judía, demasiado bella para que te traten así, una tristeza tuya me lastima a mí, no te hace falta. Me lo dijo como si me acariciara en la terraza de su piso, me lo dijo como si me hiciera olvidar de todo un rato y yo le dije que sí, que le haría caso, y que total vos ya no.
Me fui al campo, escuché canciones de otros tiempos, lavé mis pies en la fuente, me purifiqué.

Te olvidé.

Me vi a misma partiendo como en un barco vikingo o una canoa de una tribu de la Amazonia.

Pero plis maidarling, no estés así apagándote.
No te vuelvas pasado, no despiertes en mi sonrisas tiernas y comprensivas, prefiero la rabia, prefiero las llamas, iunou, prefiero quemarme.
¿Dónde van a parar esos susurros?
Que no se extinga de tu mirar esa chispa que me enciende como si la Primavera y un fueguito.
Rogué tanto que ya no me.
Algún dios mal intencionado se dio por aludido.
Seamos amigos, pero no pierdas la magia. Plis.
Y miro nuevamente esa imagen que me excluye y me enfureció, esa donde te veo tan ajeno y tan feliz (sin mí) que me hizo daño y ya no...
Ya no te puedo odiar.
Ya no..
Ya no me podés.

martes, 18 de septiembre de 2018

De cada vez

Le dice que cree que se acuerda de cada vez. A ella le resulta curioso. Fueron bastantes veces, con largas pausas, a lo largo de unos cuantos años.
Ella no sabe si se acuerda de cada vez. Debería hacer la prueba, intentar reconstruir esos itinerarios. Pero no se le da por ahí, al menos ahora. En cambio, se acuerda de la música. La suya y la de los otros. Él le descubre tantos mundos musicales que ella pasa por alto otros desencuentros.
Y mundos iki.
Como ceremonias del té en la cocina o el dormitorio. O el vino y el amor sobre la alfombra.
Iki way.
Y las flores.
Brian Eno, Blur, flores, tapices africanos, tambores, vientos americanos, guitarras de todos los países y asteroides.
Y la autopista.
Siempre la autopista.
Le dice cosas tan lindas que se desvanece la melancolía del domingo.
Todo es diáfano.
Siempre son jóvenes. Y hermosos, y es como si hubiera un sonido de mareas que suben y bajan que acompaña las tardes urbanas, y hace calor aunque sea invierno.
No hay traiciones ni simulacros.
Él le pregunta en qué anda, se cuentan. No hay celos ni recelos, hay paz, amistad, buenos recuerdos.
Hay una arquitectura de ascensos y descensos, escaleras antiguas y ascensores modernos.
Sus manos mágicas que exorcizan los fantasmas con las cuerdas  y un tema de George Harrison en esa voz tranquilizadora, el sol que entra por la ventana gigante,
Recuerda.
Recuérdanos así.