martes, 30 de octubre de 2018

Abierta al día

Mirando la montaña desde la playa de piedras todo era posible.
Tiempo infinito.
El fuego, los cuerpos desnudos bajo el sol de verano, los sonidos de una fauna apenas conocida, la voz y la guitarra que llegaban como de un sueño.
Los sueños del emperador Adriano en el libro abandonado por un rato.
Armando los pedazos una vez más, como se arman las frases con palabras que vienen llegando de acá y de allá.
La mano sobre su espalda, mano hacedora de cosas buenas, mano que sabe cuidar y tallar.
Mano que cuando se repite puede ser retenida.
Y por qué ella, evocando el horror en ese instante, por qué la máscara cayendo mientras el sonido del lago, la tibieza de la tarde, y por qué ella.
Será ese el horror que vuelve.
Lo siniestro que arrasa a veces las tardes enturbiando todo amor, molestando a los nuevos encuentros.
Mirando la montaña se va, se vuelve lo que es, el anverso de lo siniestro, se torna ridículo, el rictus cínico se impone al semblante.
Mirando los árboles del parque, escuchando la canción de los grandes viajes, descifrando el sabor de su beso todavía, abierta al día que llega.

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