miércoles, 25 de diciembre de 2019

Algunas tardes voy a caminar

No alimenté a los hambrientos ni arropé a las abandonadas.
Apenas cociné para mi pequeña familia y algunos más, quizá.
Alimenté a la cachorra.
Corté el pasto, hice una torta, dormí hasta tarde, leí una novela.
Miré las fotos de todas las personas felices en las redes.
Lloré un poco de felicidad u un poco de tristeza: porque se murió mi perra, extraño a quienes no están, porque estamos al fin volviendo, porque te perdí otra vez y ya van tantas que no me acuerdo.
Saludé acá y allá.
Y recibí tantos mensajes, tantos que si fueran perlas podría hacerme un collar con varias vueltas, hasta uno que cayera sobre una espalda escotada como en  un vestido de heroína de Scott Fitzgerald o de Bioy Casares. 
A mí la gente que me escribe no me habla de inversiones ni de negocios, ni de cosas triviales o aburridas.
Me hablan de música y de proyectos delirantes y cautivadores, de una siesta con sexo, de un velorio solitario, de series de los 80, de animales que enferman, de los libros que están leyendo o de novelas rusas que viven o escriben; me hablan de recetas para dejar de fumar o para hacer budín de bananas con arándanos, de la impresión que les causa algo que yo escribí pero ya no me pertenece, de la Impunidad de los genocidas y de los saqueadores; del infierno dulce que es la familia, de sus grandes amores, de les hijes, de los viajes que les gustaría hacer si algún día tuvieran dinero como tienen otras personas que me escriben mientras se desplazan por puntos  diversos del planeta.
Me hablan de eso y de pintura argentina, y de las películas de la Nouvelle Vague, de cómo era el racismo por dentro en los Estados Unidos de la década del 60; de rock y de trash y de lo rápido que se va la juventud y de los hermosos hombres que amé y me amaron alguna vez, y de un filósofo que me voló la cabeza pero no tanto como yo misma hubiera querido.
También hablo con viejos y nuevos amores y escucho en silencio la noche.
Tender is the night.
No.
No soy una heroína.
No hice ninguna revolución. 
Apenas sobreviví.
Apenas alcé un poquito la voz y pagué un precio quizás demasiado alto para tan poco.
Algunas tardes voy a caminar o a correr y evito, dando un pequeño rodeo, pasar por la puerta de su casa en Tolosa pero no puedo evitar los recuerdos. Pienso que todavía está allí: quizás dando una clase, quizá escribiendo una nueva novela o tocando el piano. Quizás está haciendo el amor o regando las plantas, o buscando un libro en la biblioteca que ya no existe de la planta baja, o dándole de comer a los animales.
Lo imagino en la cocina de la planta alta, mientras arregla el mate (odiaría esa oración creo, preferiría que escriba té o café para escapar del.lugar común, pero la verdad es que tomamos mate) y me trata de sonsacar chismes de acá y de allá, como su yo tuviera algo importante que decirle. 
No le diría que leo los poemas de D'árgelos y que me gustan, pero tal vez hablaríamos de mi padre y de Leda y María Elena, y algún rumor político de esos que circulan entre bambalinas, como en el teatro isabelino.
Como si estuviera vivo.
No, no soy valiente.
Me quedé ahí, en el gesto afectuoso al vernos, el chiste, la promesa de una futura conversación, no me animé a preguntarle por Stalingrado.
Y llegó la muerte, que siempre se adelanta.
O casi siempre.
Y pienso que tal vez una no se cansa de repetir los mismos errores, y desaprovechar las oportunidades.
Y que sería mejor dejar de gozar tanto en las esperas, aunque sea un riesgo.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Hoy

No me despertó la gata.
No le di de comer a la perra, ni le di sus remedios, ni sus caricias, ni su mirada se cruzó con la mía, no nos saludamos, no la consolé.
No me consoló.
Los pajaritos invadieron la huerta.
Nada los detiene.
De pronto todo mi mundo doméstico se terminó.


miércoles, 4 de diciembre de 2019

Una forma del amor

X, aún adolescente, me habla de su ex novia Tal, con la que cada tanto se reencuentran. Al haberlo visto sufrir mucho por ese amor, le pregunto con cautela por ese vínculo. Él, muy seguro, me dice que ellos siempre se amarán, porque cada uno/a fue el primer amor para él/la otro/a.
Cuando lo escucho, me da ternura. Pienso que es un deseo y una expresión ingenua debida a su juventud.
Y sin embargo, hace unos días, caminando por un bosque en una ciudad costera con una amiga, no podemos parar de relatarnos anécdotas y amores que nacieron ahí, en nuestras adolescencias, y cuyos frutos, marcas, presencias, ausencias, perduran hasta hoy.
A la tarde comprendo algo que había pasado por alto. Esta nostalgia que me embarga es una forma de amar.
Y en esa forma de amar, yo todavía te encuentro a vos, mientras salto, sin quedarme, por distintas formas de no encontrarme con otros.
Y me pregunto si para vos  soy algo todavía, o más bien, si aún sos capaz de leerme como quizá nadie me ha leído.
Acá, por el camino de Swann o por el de Méséglise.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Hasta el cuello, de Aula 20 FBA


"Cristalina misión del agua 
recordar el cuerpo
cuya huella se hace líquida.
Imprevisto destino del cuerpo
vivir para siempre
en la memoria del agua".
Eduardo Rezzano

Con estos versos del poeta platense se presenta el programa de la última obra de Aula 20 FBA cuyo nombre ya es convocante: Hasta el cuello.
Hasta el cuello, metáfora que hace metonimia a la vez con varios hasta. (hasta la raíz, por ejemplo, hasta el fondo).
Estar hasta el cuello es estar prácticamente hundidas, apenas asomando la cabeza.
O su contrario, puede ser interpretarlo al revés, estamos bajo el agua pero la cabeza asoma.
Todavía.

De modo que depende del movimiento, de los movimientos siguientes, hundirse, ahogarse, o salir a la superficie a respirar.
Foto tomada del Facebook de Mariana Estévez
Estar hasta el cuello puede ser como hundirse en arenas movedizas, en pantanos, en suelos traicioneros que nos arrastran a algunos abismos.
Es como vivir en América Latina, es como estos tiempos, es como ser mujer.
¿Cómo sabemos de los límites del cuerpo, de nuestro cuerpo, cuando han sido siempre otros los que disponen de nuestros cuerpos como si fuéramos tan líquidas que no pudiéramos quedarnos, permanecer, o detenernos, o huir sin necesariamente seguir una huella ya trazada, como hace el agua de deshielo, que encuentra el cauce y lo retoma, pero nunca es el mismo.
Como el agua que gotea lento, hasta horadar la piedra.
Pacientemente, con la disciplina de una coreógrafa atenta a cada movimiento.
También las bailarinas de la obra están hasta el cuello.
Sus melenas se hunden en una pecera cristalina, sus cabeza en el agua, sus cuerpos afuera. Sacuden lo mojado, lo húmedo, el peso del agua con fuerza, como brujas, como Nereidas, como habitantes de otros tiempos más dionisíacos.
Pero solo un instante.
Porque la coreografía es más apolínea.
Impecable en lo formal, perfeccionista, como M., que cuida los detalles como los pulsos del ritmo pero....
Cuando los músicos y las músicas invaden la escena, descalzes, cuando los vientos se dejan sentir, yo presiento a Dionisio, yo adivino a esas mujeres de las montañas que ruegan por el agua para sus cosechas, para alimentar a sus familias, para lavarse la sangre que una y otra vez la vida nos pone entre las piernas, o la muerte en todo el cuerpo y en los cuerpos que amamos.
Sacuden sus cabelleras.
Sus melenas.
Sus ropas aguamarinas y luces me engañan por momentos, como si fuera un sueño shakespereano o un cuadro renacentista, pero estamos acá, muy acá, en el Sur, en las tierras asediadas donde los cuerpos a veces se diluyen como el agua.
Las luces juegan con las gotas sobre el escenario.
La música se enamora de las bailarinas y se cortejan.
La obra es muy formal, pienso. ¿Y qué quiere decir eso? 
Eso estoy pensando.
Me dejo llevar y punto.
Pero no hay punto.
Porque la forma se rompe y se desdibuja como el agua.
Ya no sé si son una bailarina con muchos brazos y piernas, una bailarina con cuerdas y vientos, o varios músicos y músicas que hacen bailar sus instrumentos.
No será nunca el mismo río donde te bañes, dijo un sabio hace mucho tiempo.
Yo veo a una doncella guerrera.
Y a una joven virgen que se baña para su amado.
Y veo a quienes se ahogaron.
Y veo a una anciana que limpia el cuerpo de sus difuntas.
Y veo unas chicas que se preparan para salir a escena.
Y veo a las pibas que se empoderan y no quieren ser sirenas sino mujeres completas.
Hasta el cuello.



Ficha técnica:
Idea y dirección general
AULA20 FBA
Interpretación
Aula20 FBA + Proyecto en Bruto
Julia Aprea, Maria Bevilacqua, Cirila Luz Ferron,
Mariana Provenzano, Carola Ruiz, Mariana Sáez
Música
Ramiro Mansilla Pons, Julián Chambó
Ensamble de Música Popular de la Facultad de Bellas Artes
Micaela Juan Baraybar, Katherine Sotomayor Arancibia,
Rocío del Cielo Longobucco, Jazmín Mazzuchelli
Cappello, María José Fernández Molina,
Libertad Centeno Di Luciano, Paloma Manriquez,
Cristopher Manzano Malla, Juan Sebastián Azparren,
Fedah Mihojevic, Germán Díaz, Julián Mandrino,
Jonathan Victor Estrada Ríos
Dirección del Ensamble
Manuel Gonzalez Ponisio
Dirección de arte
Gonzalo Monzon
Realización de vestuario
Ropa para circo
Coordinación general
Mariana Estévez, Diana Montequin
AULA 20 - Facultad de Bellas Artes



jueves, 28 de noviembre de 2019

Soy la gata que camina libre

«El Gato dijo: ‘No soy un amigo, no soy un criado. 
Soy el Gato que camina libre y que desea ir a tu Cueva’».  
Rudyard Kipling

Nuestra gatita ha sido atropellada. 
La buscamos durante tres días largos y ansiosos.
Pusimos carteles y preguntamos por los negocios y las casas, y las redes.
Creímos que se había asustado por la tormenta, que tal vez se hubiera caído, que volvería.
No voy a poner otra foto de Libra aquí, nuestra gatita, porque me dan ganas de llorar.
Toda la manzana está llena de fotos en los carteles de búsqueda que hicimos. Salgo a la calle y bajo la vista porque ya no hay esperanza de encontrarla.
Son los gatos los que nos hacen ser de tal o cual forma en su compañía. Cada gato tiene su modo de ser felino y estoy segura de que una educación completa tiene que incluir la convivencia con animales como ellos.
Hay gatos ariscos y elegantes, gatos locos, gatas mimosas y tiernas, gatos alegres, distantes, sabios, desdeñosos, lejanos, pesados. Gatas misteriosas que un día se ausentan y luego reaparecen enredándose entre tus piernas en el momento menos esperado.
El obstetra que nos trajo al mundo a mi hermana y a mí solía decirle a mi madre que las embarazadas se favorecerían de observar partos de gatas. Vi parir a varias, ayudé incluso a alguna que tuvo dificultades y es por eso que me asombra la gente que sostiene que los gatos no son agradecidos o leales.
De todos los gatos que han embellecido mi vida, desde que tengo recuerdos e incluso, marcas en el cuerpo, nuestra gatita Libra fue la que menos tiempo vivió. 
Hemos cuidado gatitos por un tiempo, regalado gatitos de distintas camadas, enterrado gatos y gatas que pasaron una vida con nosotros.
Rocamadour, sin ir más lejos, nacida en un bar  rockero platense a fines de los 80, que llegó a mi casa en la mochila de mi hermana y en bicicleta para serme obsequiada en plena época de lectura cortazariana, allá por mis 16 o 17 y vivió 19 años.
Toé, rescatado en la infancia con mis amigues "pedagógicos", abandonado con otros gatitos en un terreno lindero al camino donde su madre había sido atropellada.
Los gatos que pueblan novelas y cuentos que he leído, las gatas que acompañaron cada etapa de mi vida.
Gatos que se quedaron con algún ex, gatas que se quedaron conmigo, cuando las parejas de rompieron.
Maguita, 16 años acompañando a mi familia hasta que este año nos abandonó, pertenecía a esa especie de gatas elegantes, distantes, desdeñosa en su independencia pero vulnerable al cariño de mi hijo.
Maga, libre y corajuda.
Está pequeña Libra era una gatita tan alegre y mimosa como pocas he visto, llena de energía y capaz de iluminar nuestras noches con su modo Pelusón of Milk.
El calorcito de su compañía y alguna confusión que la llevó a creer que era una perrita, así que seguía a mi hijo por la casa y lo esperaba detrás de la puerta cuando sentía la llave girar, o se quedaba tranquila en sus hombros como una pequeña estatua egipcia.
¿Cómo es vivir sin animales?
¿Cómo es  vivir sin gatos, estos seres tan inteligentes y bellos?
Me dicen que hay que tenerlos encerrados para evitar que los maten pero yo aún no sé cómo pueden vivir los gatos sin libertad, incluso en este mundo violencia.
Adiós gatita hermosa. 

lunes, 11 de noviembre de 2019

Escenas de primaveras y juegos de paisajes

"¿Con quién no jugamos al amor y la muerte?"
(Gilles Deleuze, Tres problemas de grupo, en La isla desierta y otros textos)



Con A nos entretuvimos en conversaciones que demoran el encuentro de los cuerpos. Afuera  se adivinan los horizontes bajos como cuadros de Molina Campos mientras cae la noche veraniega y sopla un viento que limpia. Suenan temas clásicos de rock nacional, las copas quedaron por ahí, los cuencos con frutas de estación y las tablas con quesos y fiambres son la tentación de las moscas y los perros que entran  y salen de la casa por las puertas y ventanas abiertas en los territorios sin miedo. Las ganas son como los libros de la biblioteca y los recuerdos de viajes, llegan adornadas por ornamentos de palabras, no son de pronto, no son de fuego, y ni siquiera cuando la Luna llena como en las películas se deja ver puedo entregarme a un romanticismo nocturno que ayudaría a ese breve amor.

Con B nos medimos, nos dijimos y contamos historias como si nos tocáramos o nos besáramos, y algunos ademanes y entonaciones son como lenguas deslizándose por las pieles y mordiendo justo en donde. 
B me habla de un libro y produce efectos performáticos, como si me susurrara y a veces como si me gritara, o como si gritara. Por eso cuando necesito paz tengo que poner a B y a los que son como B en modo silencio/distancia, porque en su hablar me envuelven, en su hablar me encienden y si es primavera me da por reír, pero en invierno la risa no siempre viene.
Peor que eso es cuando no me habla y me deja un repertorio de canciones tristes.
Permanece mudo, distante, y me voy olvidando de su existencia pero olvidó un guijarro que pincha  la planta de mi pie cuando camino plácidamente por ciertos lugares, y el pinchazo me recuerda que perdí algo u olvidé algo que me importaba.

Jean-Antoine Watteau - “Peregrinación a Citerea”
 (1717, óleo sobre lienzo, 129 x 194 cm, Museo del Louvre, París)
C monta una escena que me provoca celos. Juega a aparecer y desaparecer y se mezcla la música de una milonga con algo tropical y quiere hacerse el bueno pero no le sale. Hace comentarios y chistes desagradables y los adorna con gesticulaciones impostadas de un actor que exagera o no cree mucho en su papel. Por un rato me convence, capta mi atención, es mi lado morbo turbio que se auto flagela con su injuria reinterpretada como si no le alcanzara con tocar. Necesita ser visto, necesita estar en el centro de la escena. Yo lo miro y no veo nada, es como una vela que se apagó, hasta que introduce a los personajes femeninos y me provoca celos. No deseo, no ganas. Unos celos que vienen del pasado y la infancia, tal vez, que reeditan una escena reprimida o guardada. A la mañana siguiente me parece tan absurdo, no puedo recordar una sola conversación con él que me conmueva o despierte mi curiosidad. Si escribiera todas las palabras que me dijo no llegaría ni a un haiku.

(Alguien me pregunta si no me da miedo cuando escribo que alguien se sienta tocado, que los devotos de la literalidad se reconozcan y se ofendan y digo que no sé, que tal vez, pero de C no me preocupa porque nunca leerá nada de lo que yo escriba, y quizá nada de lo que valga la pena leer).

Están matando a Evo, a Assange, están matando pibes tras la cordillera, y de Sur a Norte y de Norte a Sur. Estamos muriendo, nos están matando, la vida es como una isla casi desierta  y yo solo quiero decir: esta noche, mañana, demos una vueltita, un paseo a Citerea, y que vos lo entiendas, y que vos seas acto, y que seamos un rato un paisaje de Watteau.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Te llevo en mi playlist o should I stay or should I go?

Para hacer un pausa en la escritura, por la tarde voy a correr. El viento me pega de frente y suena Babasónicos en mi playist, con una de mis favoritas que dice: "Nunca tuvimos testigos.  No tenemos ni una foto juntos", y esa frase me trae varias imágenes. Algunas que habían quedado congeladas, perdidas en algún cajón del freezer que encendemos cuando duele.
Optamos por el enojo o por el olvido, para no quedarnos demasiado demoradas en la tristeza que producen los amores que no fueron.
Congeladas como esas canciones que nos hacen mal porque nos recuerdan a alguien que ya no está.
El viento me pega en la cara, mi cabeza mezcla números de investigaciones académicas, ruidos de la calle, un tema de Los besos que suena después, cuando ya voy por los 4 kilómetros de catarsis y siento en el cuerpo algo que se parece bastante a la paz.
Tal vez tenga que ver con  haber podido con esos besos algo embriagados dar vuelta la página de un rencor que no tenía culpables pero sí peso. Como si por una vez en este micro fuckin world de las relaciones afectivas hubiera una justicia poética que pone cada cosa en su lugar, devuelve a los sustantivos a su sitio y a los adjetivos que usamos para defendernos, los despoja de agresividad. Vos ya no sos vos, ni yo soy aquella. Han pasado muchas cosas, han habido muchos nuevos desencuentros, y la risa vuelve a disponerse entre nosotros como un puente para ir o para venir, incluso para no hacer nada, todo depende de la perspectiva y de cómo flotemos cada uno en el tiempo.
Y te dije, no sé si lo habrás escuchado,
mi verdad. Yo sí me escuché. Pero no me dio miedo exponerme, es algo que quedó atrás, pero es algo cierto.
Fue como tirar por la borda un lastre que de algún modo demoraba mi nave, sin que me diera cuenta.
Después me fui a una fiesta y bailé como si tuviera veinte años y toda la vida en ofrenda ante mis ojos.
Y ví pasar personajes de un caricatura que se presenta como fuera de lugar, invadiendo la pista. 
Personajes que pueden encender una noche pero no saben quien es la Niña que la iluminó ni conocen los viajes al futuro, ni se aventuran en territorios desconocidos.
Que no entienden los mantras que repito, ni los efectos hipnóticos que tienen sobre mí ciertas palabras.
Ni les brillan los ojos en la intimidad. 
Las luces, la noche, los tragos invaden los escenarios.
Y una vez más, como cuando tenía 15 años y amé por primera vez a un músico dorado, me pregunto: should I stay or should I go?

sábado, 9 de noviembre de 2019

La edad de las mujeres

Una vez fui a la casa de la escritora Alicia Steimberg, un departamento pequeño muy cerca de Las Violetas, en Caba, atiborrado de libros, portarretratos, adornos. Me mostró las fotos de sus hijos, que ya eran adultos, y me iba contando anécdotas mientras yo la seguía hasta la pequeña cocina donde se me pierde en la memoria si me preparó un té o un café. A raíz de algo que me contaba, con relación a la crianza de lxs niñxs y la escritura (tema que por entonces ocupaba el centro de mi escena) le pregunté la edad, porque me parecía demasiado joven para tener hijos tan grandes. Ella me dio una de las respuestas más inteligentes que escuché respecto a las edades en una mujer, he contado esto infinidad de veces pero hoy me acordé al cruzarme en la calle con una desconocida que me recordó mucho a Mary Sánchez. Pero no a la Mary de los últimos años, sino a la de los 2000 y pico, cuando la trataba de manera casi cotidiana y pensé en esos caprichos del tiempo y la memoria, y de las imágenes que guardamos de las personas cuando dejamos de frecuentarlas por las razones que sean.
Me dijo Alicia: mi edad depende. A veces me despierto con quince años, otras tengo cien, mi DNI dice tal cosa...
Estos años oscuros nos han envejecido de la peor manera: enfermándonos y agotándonos.
Sin embargo, esta primavera, el vientito que sopla, el deseo que anda deambulando por ahí en los bodegones y que "escriben los poetas embriagados" me hace sentir so young por momentos.

Dan ganas de subirse a la bici y pedalear como si fuéramos el pibito de ET.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Una encantadora manera de comenzar la semana

Soy una intelectual. No me gusta admitirlo pero es algo bastante cercano a lo que soy.
Añoro el siglo XIX, incluso a veces el XX, pero mal que me pese habito lo contemporáneo y me deja a veces pasmada, otras fascinada.
Decir intelectual es un problema y se requiere de muchos adjetivos. Se trata de un palabra tan devaluada que si una la repite puede parecer el pum pum pum de un instrumento de percusión,  o el eco lejano de algo que quería decir otra cosa.
A veces fantaseo con ser  contemplada a la sombra de y como una muchacha en flor.
Y vos deseándome como Marcel a Albertine, pero con más realismo, el vértigo de un animé, y con la ligereza y la alegría de los cuerpos que pueden al fin apagar la máquina de hacer preguntas, reproches y acusaciones y surfear la ola.
La espuma salada salpicando, la noche alrededor, aterciopelada y en vaso de trago corto con rodajas de naranja y hojas de menta.
Otras fantaseo con ser una aviadora que prefiere perderse en el horizonte infinito de sus, tus y mis numerosos olvidos antes que morderme la cola otra vez in My life.
Mi mente es más inquieta que un volcán submarino en movimiento, y a veces ni toda el agua del océano apaga la llama.
Me gustaría usar frases cortas y entregarme a la colonización de la lengua de los piratas del Imperio insaciable como hacen casi todos.
No darle tantas vueltas a batallas ya perdidas de antemano. Volver a fumar tabaco y ser una deidad del panteón apolineo pero con un arco y una flecha dionisíaca a mano, por las dudas.
Hay tantos monstruos ahí afuera, acechando, tantas presas, tantos animales salvajes y quimeras que atrapar. Tanto alimento y algún unicornio, tal vez, por qué no.
Camaleones, sapos, un pez gigante digno de un héroe y toda clase de mariposas.
Quisiera
dejar de pelear por las causas abandonadas.
O ser una guerrera vikinga que llega cansada de la batalla y se acuesta con un un joven artesano, un granjero o un viejo sabio, y toman vino o lo que sea para olvidar a los muertos.
Me gustaría ser una artista, una domadora de serpientes, una jineta sin obligaciones: tu ama, tu esclava, la chica a la que invitás esta noche a tomar un Martini en Casablanca, mi querido Rick.
Me gustaría que esta primavera siga oliendo a jazmines y a pueblo,
a sexo y a países lejanos e inventados donde las especias son picantes, el Tabasco no falta, el océano es cálido y las costas, sureñas, aunque las leyendas sean de mares del Norte.
 Me gustaría ser una
astronauta valiente como Valentina Tereshkova y viajar a planetas más distantes que Plutón o a  tribus perdidas en Áfricas olvidadas donde habitan marineros y náufragos marroquíes y amantes de la China del Norte, con pieles extremadamente suaves y lampiñas, y bocas calientes como rescates de la muerte.
Y una de Aretha F. o de Prince sonando de fondo a  nuestra galopada, que no será The Big Wave pero sí una encantadora manera de comenzar la semana.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Más comedia que drama

Durante casi un año A le escribe mensajes a B. B, por lo general, contesta con amabilidad y distancia. Se pregunta cada tanto si A está tratando de decirle algo más que lo que dice cuando hablan de
Fuente imagen
cuestiones que a ambos, al parecer, les interesan: cine, política, música, arte, psicoanálisis, perros, medios. A veces hablan de sus hijos.
B está tan absorbida por una historia de amor/dolor que que es incapaz de ver en A algo más que un habitante detrás de un chat. De A conserva apenas un par de imágenes en medio de unas jornadas multitudinarias en un país cercano, y lo poco que él pública en las redes. B, generalmente curiosa, ni se ha tomado la molestia de stalkear a A.
Sin embargo un día A encuentra la manera de hacerla reír. Durante horas captura su atención. B sale del trabajo y ahí están los mensajes de A que proponen, o podrían proponer, vínculos divertidos entre famosos filósofos y músicos de rock, o entre escritores y políticos. Más tarde, cuando B sale del médico: otra vez mensajes. Cada vez que se vuelve a conectar, se encuentra con la grata sorpresa de que A la hace reír.
Ella ya está dentro del juego. No cree que A se proponga seducirla, cree (¿o hace como que cree?) en sus razones. Puede que sean una excusa, puede que no. Como sea, a veces esos mensajes son como ramitas,  no llegan a bastones, pero le permiten a B sostenerse en su caída. Cuando estamos cayendo no sabemos qué hay al final. A veces ni siquiera confiamos en que exista un  final para esa madriguera donde alguna mala magia nos precipitó. La caída ha sido ocasionada por un hombre deseante que es mezcla de hechicero y de jugador profesional, allí donde B es apenas una aficionada.
B se cansa de sufrir y A no está cerca, así que como en esas comedias de enredos de Peter Bogdanovich, o las un poco más negras de Lawrence Kasdan, se abre la puerta inesperada: B se topa con C y pasa unas noches con él, ayudada por la bebida y el deseo de sacarse  del cuerpo al #QueMejorLaHaceSufrir.
Pero como la puesta en escena no es de Bogdanovich ni de Kazdan, el goce mortífero le gana a la comedia liviana con malos guionistas. la fantasía de B retorna casi al punto de partida. C tampoco le gusta, por cierto, aunque ella quisiera que así sea, como le ocurre con A, ambos le cae bien.
A sigue escribiendo, pero B está distraída.
C no la conmueve ni un poco pero la pequeña aventura la distrae. Hace para él, sin mucha dedicación, el papel de #MinaConLaQueSeAcuestaPorPrimeraVezDespuésDeSepararse. Con el tiempo B comprende que ese papel es ingrato y que lo ha hecho también con el hechicero y... Las repeticiones, ¿dulce condena? Es como pararse en la puerta de una panadería y abrirla para que entren famélicos y asustados un grupo de ex celíacos o diabéticos. Ella es como una enfermera, les da confianza hasta que se curan del miedo. B descubre que en el pasado jamás le tocó ese papel, así que al principio no lo entiende, y cuando comprende, huye.
La comedia sigue, pero pierde el chiste.
Así que cuando alguien a quien podríamos llamar D ingresa a la escena en su papel de yo también necesito una enfermera para hablarle de mi ex, B tiene los lagrimales tan secos y gastados que ni la intensidad del encuentro ni la brevedad del romance le provocan una sola lágrima.
Pero tal vez si una plegaria, cruzarse con alguien con deseos de escribir mejores guiones, y protagonizarlos, y que haya más comedia que drama.

jueves, 17 de octubre de 2019

Escribir amando o....en su defecto

Leo un posteo Luciano Lutereau
que me manda mi amiga MS. Habla sobre la escritura en las mujeres. Por qué escribimos, o más bien, qué efectos produce el escribir en nosotras. O para qué. No lo dice, pero podría ser que se pregunte qué del deseo se pone en juego allí, y a qué se renuncia al elegir eso. O algo así.
Cuánto de nuestro narcisismo se despliega así, qué tanto más lindas o menos lindas nos sentimos luego.
Me hago varias  preguntas.
Desde que M me hizo esa entrevista, o más bien, desde que la vi hace poco en video, me sorprende todo el saber que parece haber allí.
En cambio, del amor no sé nada. O casi nada. Del amor en la escritura.
Cuando me enamoro la gente que lee este blog lo descubre. O eso cree.

Los límites entre lo que se dice y lo que no se dice, la construcción de una voz narrativa, el uso de  figuras como metáforas y elipsis parecen, a veces, en vano.
Es como si toda voz que narra en primera persona le perteneciera a un yo que se confiesa.
Tal vez es el efecto que han producido las redes en nuestros modos de leer lo que acá se soporta (sí, claro, apelo a los varios sentidos de esta palabra).
Si es un posteo en un blog 2019, y se comparte en una  fanpage de Facebook, es una confesión personal.
Escribo mientras viajo parada en micro, empapada. Ese detalle se configura como evidencia. Lectorxs que me conocen dirán: ves, es sobre ella. Ella viaja en micro a veces (¿dice micro para mostrar que es platense  o porque su narradora así lo requiere). Es  algo compulsivo (pobre), lo hace incluso si va parada, cuando está muy manija.
Podría decir escribo mientras el tren avanza por la Ruta 40, o la autopista que me aleja de LA. Podría decir escribo mientras los árboles de esta pequeña selva africana que me rodea se agitan con la cadencia sensual de unos bailarines de un tribu ya extinta. Sin una coma.
Escribo sobre el escribir encerrada en un cuarto de hotel una noche de invierno en Moscú.
La escritura siempre es invención, incluso cuando alguien  intenta dar un testimonio judicial que pruebe algo u obligue a alguien a asumir alguna responsabilidad por algún hecho.
¿Pero quién inventa? ¿Me expongo, me oculto, intento saber algo de mí, trato de seducir o controlar a mis fantasmas?
Frena el micro y tengo que tipear de nuevo.
Ya no estoy pensando en las personas enamoradas sino en un texto de Judith Butler sobre Kafka y otro sobre Primo Levi.
Cuando leo también me enamoro, a veces.
Puede ser de un poema, de una novela (es mi debilidad en la amor, pero no la única), un ensayo, un cuento, una crónica.
Cuando estoy muy enamorada, creo, por lo general no escribo. Es un tipo de pasión que arrasa con casi todas las otras opciones.
Por suerte, si es que sucede, pasa rápido. De lo contrario vivir sería imposible.
Cuando ya cargamos con un considerable número de desengaños, vemos venir el golpe del amor que puede tocarnos y muchas veces salimos corriendo. Otras veces nos alejamos porque nos damos cuenta rápido que no hay nada de amor en juego ahí. Esos libros que nos apuramos a terminar porque apenas comenzados nos aburren, o nos desilusionan, o nos conducen a territorios donde resuenan ecos de algunos dolores que hemos mantenido a raya mediante neuróticos y arrebatados esfuerzos.  Y otras avanzamos en una relación que nos ofrece alguna clase de placer o calma, sabiendo que ese fuego ahí no quema ni quemará.
El texto de Lutereau hace referencia a la escritura de una tesis.
Tal vez al teorizar solo buscamos un poco de belleza,  o uno poco de amor hacia nuestra belleza que piensa al conversar en voz alta  escrituras en papel, deseando,   ¿cómo Kafka? , que no sea solo una carta que caiga en manos de los fantasmas.

lunes, 14 de octubre de 2019

Home is were it hurts

"Home is were it hurts".
 (cita indirecta de Amélie Nothom en Golpeate el corazón).
En medio de mareas verdes y días de intensidades emocionales muy fuertes, leo una novela que es como su propio título, Golpéate el corazón, de Amélie Nothom.
Golpeó mi corazón, como me había anticipado M, quien sufrió del mismo efecto al leerla.
Tengo como el golpe rebotando todavía, pegó justo cuando la oscuridad avanzaba en corazones muy queridos y cercanos.
Como cuando una niña dorada estira el puño y no terminás de saber si está en posición de lucha o está pidiendo ayuda, o las dos cosas al mismo tiempo.
A veces nos cuidan las personas a las que deberíamos cuidar, y a veces es al revés.
A veces lxs más pequeñxs deben cargar demasiadas cruces propias y ajenas.
El corazón traicionado de esa forma no puede sanar fácilmente. A veces hace falta hundirse en un abismo cada vez peor para poder emerger y reconciliarse, al menos un poco, con ese territorio de la infancia que, si ha sido muy dolorosa, parece que no deja de sangrar jamás.
Y a veces, casi siempre, es el dolor el que engendra nuestras grandes fortalezas, vocaciones, compromisos.
Y aun así, a veces nos preguntamos ¿hace falta tanto dolor para las pibas?

sábado, 12 de octubre de 2019

Como una ducha

¿Viste cuando estás por ir a bañarte pero dudás porque el cansancio se va imponiendo de a poco? Dudás sabiendo que la ducha te hará bien, sacarse todo el rollo del día y la porquería, el renacimiento que ofrece el agua cada día...
Y al final con el último resto vas y te duchás y mientras lo estás disfrutando decís qué suerte que lo hice.
Esos pequeños triunfos de Eros...los detalles que casi nunca apreciamos.
Como el día que te sobreponés a la angustia y la ansiedad y no llamás a quien sólo puede provocar más de eso mismo. Como fumar un pucho tras otro pensando en dejarlo en el siguiente y sin disfrutar ninguno.
Como alineadas.
Como posesas.
Como fuera de la escena pero, a la vez, sin vernos.
Así.
Viste qué lindo ducharse.
Sacarse el rollo.
Escuchar música.
Dejarnos llevar por el instante como si fuéramos budistas, o sabias esclavas antiguas que saben combinar la paciencia con la esperanza, la aceptación de un destino y la determinación de torcerlo.
Como si fuéramos heroínas de lo pequeño.
Del detalle.
Del mimo.
Del gesto con el hijo que conecta su boca en la teta, la cucharada de papilla, el cuento leído a la noche, la espera de las primeras salidas y la felicidad de saber de su risa aunque esté lejos.
Escribir así.
Escribir y amar.
Amar y desear.
Saber reconocer los finales, pero no arrojarse en ellos como a precipicios.
Cantar.
Como dos pajaritos.
Una ducha.

martes, 8 de octubre de 2019

Y no sos Vronsky

El tren se llena. Chicas con bebés, personas que apenas pueden caminar, a mi lado un chico con alguna clase de autismo, su abuela y un celular.
Una piba canta con más ahínco que afinación para ganarse unas monedas, el sol pega con promesas de fin de pesadillas y yo busco algún indicio en los mundos posibles y las redes que me diga si vos también estuviste pensando en mí.
Con las amigas hablamos todas al mismo tiempo y nos entendemos perfectamente y con los amantes, aunque te escribas mensajes y hables pausado y lento, parece que es todo un gran malentendido como con tanta belleza nos dijo Barthes. Fragmentos del discurso del deseo, amorosa confusión.
En la estación de Villa Elisa veo las ventanas desde la que en alguna vida pasada miré los trenes y recuerdo cuentos y novelas propias y ajenas en las que las mujeres viajan como yo para alejarse de algo que no se sabe bien qué es pero las persigue.
Y no sos Vronsky, claramente no sos Vronsky. No hay Vronsky y si lo hubo quedó olvidado junto a los briosos caballos del batallón del Zar.
Un taxista pajero intentó arruinarme la mañana pero lo ahuyenté con una puteada y música brasilera.
Octubre me trajo tantas esperanzas que respiro como si en vez de cumplir años hacia adelante hubiera cumplido hacia atrás.
Y escucho una canción de una banda que me hiciste descubrir y pienso si será la banda sonora para otra historia que ya va quedando en el pasado, enfriándose mientras me apura hacia otras estaciones, o si habrá más bailes contigo...

domingo, 6 de octubre de 2019

Ahora y Carlson McCullers

Carlson McCullers, fuente
Ahora que ya olvidó por qué había llegado a odiarlo, y realmente no se le ocurre otra razón mejor que el maldito veneno del fall in love, tampoco sus defectos le parecen tan graves ni todas las palabras que se dijeron entre sí, o que escuchó sobre él.
Tenía una reputación tan mala que ella, tal vez por cobardía, tal vez por intuición, solo podía intentar quererlo desde cierta clandestinidad.
Ahora que todo eso quedó lejos, ahora que tantos otros vasos y algunos otros besos, un algoritmo le pone frente a los ojos como si fuera la carta robada de Poe la evidencia de lo que sí estaba bien y era real. El encanto de esas conversaciones.
Y piensa que es una pena haberse dicho cosas tan feas. Y haberlas pensado.
Porque sería lindo sentarse al sol y escuchar canciones tristes de esclavos, soñar revoluciones y hablar de Truman Capote, Carlson Mc Cullers, caníbales ribereños y gauchos cuchilleros mientras llega la noche.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Apuntes para un cuento (20/9/2019)


Supongo que me dejé seducir por su inteligencia. Soy joven, tal vez muy joven incluso visto en perspectiva, y aún no he tenido muchos amantes cuando esto ocurre.
Él es mucho pero mucho mayor que yo. Tiene una edad que aún ahora no he cumplido, después de tantos años.
No sé qué es muchos o pocos amantes. Supongo que eso es algo personal y relativo.
El placer en la experiencia sexual a veces depende más de la continuidad en el tiempo, del conocimiento entre dos amantes, su capacidad de divertirse, gozarse, atraerse entre sí, que de la variedad.
Pero la variedad también es un alimento necesario.
Quizá ahora lo veo de ese modo. Entonces él podía gustarme sin necesidad de conmover tanto mi cuerpo. Alcanzaba con su deseo, que era voraz, desesperado, anhelante.
Sabía que mis amantes habían sido jóvenes y bellos. Partía de una desventaja, según sus cuentas. Para mí, en cambio, en aquel momento portaba una superioridad táctica.
Era adicto a todo.
Sobre todo a sí mismo.
Yo entonces no entendía que su necesidad de autodegradarse y su narcisismo extremo formaban parte de un mismo truco de la vida.
Le habían tocado tantos dones que solo podía compensarlos autodestruyéndose.
Demasiada lucidez, demasiada sensibilidad, y una ética que le impedía cruzar el límite del cinismo, aunque no merodear sus bordes.
Nos veíamos a escondidas, aunque molesto por mi insistencia en esa condición, no desaprovechaba la ocasión de mostrarme como a un trofeo. Yo apenas comprendía ese mecanismo, lo sospechaba, pero no lo entendía. Como lo había admirado tanto, me resultaba incomprensible esa sensación de que buscaba alternativamente humillarme (porque se sentía inferior a mí, porque me deseaba mucho más que yo a él y no podía soportarlo) y al poco rato exhibirme como a una rara avis capaz de combinar belleza, juventud, neurosis muy visible e inteligencia, con cierta devoción por él, pero sin llegar a la locura extrema de sus anteriores amantes jóvenes, que habían sido varias según contaba.
Me sugería vestuarios que acentuaran mi juventud, y mis "defectos", como la baja estatura, la delgadez extrema o la falta de tetas. Si salíamos a comer con sus amigos intelectuales, se jactaba pro mis comentarios cultos o atrevidos, a condición de que sus amigos supieran apreciar mi minifalda, mi peso casi infantil, mi cuerpo que parecía incluso más joven que yo.
Con sus amigos políticos, le gustaba que sacara a relucir mi versión más rockera, más rebelde y poética.
La versión oficial de la ruptura fue que me metió los cuernos y lo dejé.
La de él, más ligada a lo estrictamente cronológico, establecía que cuando yo lo dejé él fue a buscar, por despecho, consuelo en otros brazos....en una semana, quizá dos.
Él no hablaba de otra cosa que de amor, aunque hablara de literatura, sexo, París-Texas, aguardiente, cine, política, estética, sexo, semiótica, Wagner, Cafiero, amigos, amigas, sexo,
medios, poesía, fútbol, sexo, exilios, rock, hijos, sexo, alcohol, tango, poetas y artistas dementes, sexo o drogas.
Yo no me daba cuenta de que me hablaba a mí.
De su amor por mí.
No pude corresponderle ni una sola vez.
Salvo quizá, un instante, mientras me alejaba de su quinta llena de frutales y con la pileta todavía sucia, por la calle de tierra, sin mirar atrás, con la sensación de haber sido humillada solo por la arrogancia ingenua de ser joven, bella e incapaz de enamorame de él.
Y empecé a escribir.

Distraída (22/septiembre 2019)



A veces tropiezo en la calle porque voy distraída. La primavera me distrae.
Una flor de ciruelo, un perro que duerme al sol, un poema que voy leyendo en mi celular.
Habla de las personas que recuerdan a los muertos mirando las cosas que alguna vez miraban juntos: un fresno, una pintura en un museo, una película, una vidriera de zapatería, un cadáver de un pájaro que la gata acaba de cazar.
Otras veces me distraigo tratando de recordar la expresión de mi último amante cuando me sonríe.
Todo fluye.

Y no hables de infierno

"Es así el cielo dime cuanto tiempo estoy muerto 
cuéntame la vida que dejo sana mis heridas 
y no hables de infiernos 
Dime mis amores cuéntame mi casa y nombre 
dime que fui noble y valiente 
y si eso no es cierto no me lo digas 
Dame otra vida, una en la que no pida nada
 una que me lleve liviano una en la que 
ya no me sueltes la mano..."
(Háblame del cielo, Mister América)


Escucho esta canción de Míster América siempre como una plegaria. Me acompaña muchas veces cuando necesito orar y hablarle a mis muertxs.
Me acompaña como algunos tangos, algunos poemas, algunas canciones de la infancia y del rock de mi ciudad.
L'Embarquement_pour_Cythere,_
Antoine Watteau
Algunas tragedias shakespereanas y algunas comedias. Dos o tres novelas.
Me acompaña como sabiendo.
Como si las palabras fueran performativas.
La voz de Gustavo es de terciopelo en esta canción.
De la guitarra mejor no hablar.
La melodía me llega de otra parte, como si viajara por una montaña, altas cumbres y cielos no contaminados, sin un destino prefijado y sin apuro.
La banda está tocada por algunos dioses cuando la interpretan.
Yo, sin apuro. Una rareza.
Hablo con mi amigo J. sobre la muerte y las pérdidas. Cómo una paliza tras otra lo arrasaron (y a gran parte de su mundo) y lo arrojaron vertiginosamente al territorio de las orfandades.
Hicimos una fiesta en lo F.
Bailamos hasta que nos dolieron los pies y partes del cuerpo que ya no recordábamos que teníamos.
Bailamos como peronistas gozadores.
Bailamos como cuando después de un largo invierno y demasiados cementerios y crematorios lxs niñxs, la música y lxs amigxs, el vino y la comida, el perfume de los jazmines, la exuberancia de las orquídeas, nos recuerdan que hemos sobrevivido.
Como las cigarras.
Bailamos como homenajeando a D, que bailaría con nosotrxs si estuviera.
Como cuando tenemos sexo con alguien que nos gusta mucho después de mucho tiempo de desierto o de amantes equivocados o deportivos.
Sabiendo que no hay mucho más allá de la muerte: el amor, el arte, lxs hijxs, lxs amigxs, la política si es pasión y algunos momentos.
Y el mar.
Y los viajes a nuestras pequeñas Citereas platenses.
Y algunas verdades que a veces nos atrevemos a mirar a los ojos y espejos: con compasión y sin caretas.

miércoles, 12 de junio de 2019

Néctar de liquidámbar

Estaba empezando la primavera, estación en la que me animo, es como si el renacer del ciclo ocurriera a niveles mitocondriales.
Se produce en mí una agudización de la contradicción: entre la animala arcaica, cuyo deseo despierta algo amorfo pero poderoso, y una nostálgica del romanticismo alemán o del apasionamiento melanco de las almas rusas, y mi sensibilidad estalla. Flores, nubes, atardeceres, discos de Blur, palabras pronunciadas o escritas poéticamente, manos rasgando cuerdas de guitarras, retratos modiglianescos, avenidas porteñas saturadas de autos, todo, o casi todo, me llega al corazón.
Sin filtros.
Venía de una pena de tango y bandoneón, algunos pianos resonaban todavía, pero no olvidaba la balalaika que invita a bailar en las estepas de nuestras almas de linajes campesinos y maestros, de buscadores de estrellas y poesía y resistidoras de diablos y pogromos.
Y chamamés litoraleños negados y reencarnados en amores que ya no cantan más.
Le cuento a mi amiga que X me invitó a cenar. Así, casi de la nada.
Omito el relato pormenorizado de idas y vueltas en el chat a lo largo de meses, tal vez un año o más. Lo omito no por engañarla, sino porque no lo registro, todavía, como lenguaje amoroso.
Nunca le di importancia. Siempre estoy muy ocupada.
Me advierte: si te gusta salí, pero con X no se puede tener nada.
Tener.
Recuerdo esa palabra.
Tener, sostener.
Yo no soy de tener.
Y tampoco me gusta que me tengan.
Prefiero amar a mi manera. Que no es despojada ni filantrópica, es solo así: menos libre de lo que quisiera, pero mucho menos prisionera de lo que el confort recomienda.
Y sino hay amor, que al menos haya literatura. O música. O dibujos.
O nada.
No vamos a regatear.
Tener tal vez sea para gente más prolija, más estable, más correcta.
Yo no quiero tener nada, le digo.
Ella se refería a la fobia que atravesaba a las relaciones muy comprometidas. Síndrome de Cenicienta, a las doce salir corriendo.
Era primavera.
Venía de una relación de mucho tiempo. De esa intimidad que es Cielo e Infierno, y que al romperse nos deja extrañadas en un cuerpo y una vida que parece ajena, algo muerta.
El flaco está bueno, lo conozco de siempre (eso creía, no tenía idea). Hay cierta confianza. Incluso cuando me invita, descreo o niego sus intenciones seductoras.
Es un conocido, pienso, y hay cariño. Podría llegar a convertirse en un amigo.
No me arreglo.
Mejor dicho, me desarreglo y me pongo de entrecasa para salir con él.
No quiero mandar mensajes equivocados.
Ni siquiera sé qué mensaje quiero mandar.
Mi amiga cree que solo empiezo a verme con X porque con X no se puede tener nada.
Y que yo no quiero tener nada.
Pero me gustaba bastante. Eso también lo sé, aunque en ese momento no había reparado en eso, ni en él. Todavía no sé si es un cínico, un bipolar o un alma rota, como la mía, como casi todas.
Mi amiga insistía: te enganchás porque sabés que con él no se puede tener nada.
Y eso le preocupa o le molesta, según la ocasión.
Ella nunca estuvo sin pareja, no le va esa forma de vivir.
Dice que el amor para ella esto y aquello.
Yo la vida sin un amor tampoco la concibo, objeto. Pero la pareja... cuántas veces no es el amor, ¡ni de cerca! Eso de estar por estar no me va.
Me aburre. Me mata. Me hace ser mala. Me embrutece.
En el medio todo el trabajo que se hace leyendo buenas novelas, escuchando (a otros, a otras) y hablando en un diván.
En el medio un no amor que no llega a nacer y ya muere.
Demasiado fuego para tan poco sexo.
Demasiado sexo para tan poco amor.
Demasiadas canciones y palabras.
Hasta que me doy cuenta que tampoco quiero tener a X.
Ni una historia con X.
Y y Z, menos. Ni pena ni gloria.
X es la parte de la ecuación, la incógnita a despejar (en mí). X era cómodo.
A X tal vez yo le gustaba la mitad de lo que me dijo que le gustaba y es un montón.
X me rompió el corazón, pero no mucho. Lo suficiente para recordarme que tenía uno. Quise ser leve como las chicas que le gustan a X, pero la levedad no es lo mío.
Mi amiga tenía razón.
Con X nada.
Pero X te hizo salir de la covacha.
Gracias X. Chau X. Empezó el verano, otra vez más.
Estamos en otoño.
Y mientras camino escuchando canciones y viendo persianas bajas de comercios tristes y abandonados, mientras me distraigo bebiendo del néctar de belleza que proponen los liquidámbar, sonrío en el nivel celular, sonrío sin saber por qué, por lo que vendrá.
Por Dionisio desmembrado, y todas las diosas de la vida, y por los gauchos cuchilleros que aún resisten.
Porque otra vez llegará la primavera.
De regreso a Oktubre.

jueves, 6 de junio de 2019

Patios vacíos de otoño

Vagamente recuerdo haber leído en algún cuento de Kundera de mis veintialgo que había que prestar mucha atención a la conducta de los primeros momentos en que dos personas pasan juntas una noche, una mañana, esas primeras horas en las que nadie sabe bien si es el principio de algo más duradero o un encuentro ocasional.
Porque allí, en las primeras actitudes y detalles, habita el germen de la forma en que se desarrollará la relación en caso de continuar. Si él, por ejemplo, le lleva el desayuno a la cama, posiblemente será quien se ubique en posición de atender al otro. Si ella quiere charlar o fumar después del sexo, seguramente esa actitud se repetirá en el futuro y puede llegar a ser un problema si él es de los que se abandonan al sueño una vez satisfechos, o si odia el cigarrillo.
Advertida, sin embrago, suelo distraerme y no prestar atención a estos detalles, salvo en la perspectiva del tiempo cuando trae el final del deseo y deja, con suerte, alguna historia ficcionada en base a emociones y pensamientos vividos.
Debí darme cuenta que todo estaba ahí, en esas primeras escenas, en el caso de X.
Por ejemplo, el modo en que él decía quien era con las mujeres, su manera de jugar el juego de un romanticismo nostálgico que en cierta forma usaba para encubrir su vacío, una posición ¿algo femenina? y su fantasía de seductor. Hablaba de una chica con la que había salido, y enseguida estaba aclarando que a él en verdad la chica no le gustaba mucho, pero en cambio le encantaba la amiga (o la prima, o la hermana, pero no la chica con la que estaba, sino otra). Era como si confesara que no estaba donde quería o con quien quería, y su deseo de alimentaba de búsquedas más que de encuentros, y de fantasías más que de vínculos. Y entonces yo lo sentía como incomodidad, como herida (no está acá, su deseo está en otra parte) o como fantasía de histeria, sin llegar a comprender que era un hombre que no podía.
Que no podía quedarse en ninguna parte porque en realidad no estaba del todo allí donde aparentemente estaba.
Y ahora, en patios vacíos de otoño, ni la música me regresa a esa memoria que alguna vez fue primavera.

lunes, 27 de mayo de 2019

Inosportable

Hay un pensamiento insoportable, que piensa en esos últimos momentos. 
Si sabía que era el fin, si algo como una esperanza de escape cruzó su mente, si llamó a la madre, si un calor tierno como el abrazo a una hija pequeña le consoló esa eternidad, si su corazón, piadosamente, se detuvo antes del horror último.
Lo piensa cuando piensa en las miles, en los 30.000. Y en Johana.
Un pensamiento que pregunta si las muertas recuerdan, si la justicia luchada devuelve alguna paz, resta algún dolor.
Repara.

lunes, 20 de mayo de 2019

Como una viajera del siglo XVI



Miraba ahí con atención, como si tuviera un catalejo y fuera una viajera del siglo XVI, como si la sorpresa -y una fantasía de costa- alimentaran un cuerpo ya tan cansado que a veces se sorprendía de que sus piernas aún.
Miraba y no podía comprender dónde o cómo esa imagen tanto, hace apenas un tiempo -un tiempo que no se puede enumerar, curiosamente, pero que se había vuelto eterno por momentos, sobre todo en los momentos en que ese hoy extraño de la foto había sido como un dragón de epopeya y, al haber elegido castigarla con su impiadosa indiferencia, se había vuelto más alado, como todo lo que escapa y al escapar, en lugar de restar, suma.
Esa imagen, digo, había encarnado un deseo poderoso y revitalizador.
Y después el vacío, los rituales de olvido y de distracción.
Las muertes.
Y la novedad de la crueldad, algo que ella tenía edad para haber conocido antes, pero le llegaba de modo tardío y con una comprensión algo enturbiada por haber confundido interpretaciones, hijas de una mala lectura de las posiciones subjetivas, con la simpleza de una evidencia: hay gente que sencillamente no experimenta empatía, gente para lo que nosotros somos cosas descartables y aburridas.
Esa imagen que ella había evitado para salvarse de sí misma en su peor versión, ahora se cruzaba inesperadamente ante su mirada y ahora era nada.
Una silueta sin sentido y un fraseo repetido sin una melodía que conmoviera nada en ella.
Y cuando el hombre que estaba a su lado contando historias de esas que son oníricas e imprescindibles, reales y delirantes, en un ademán efusivo, tomó su brazo con esa mano fuerte, ella supo -con esos saberes que llegan con delay, algo demorados, primero como reacción del sistema epidémico y del nervioso, mielina y sinapsis- que ese, el de la foto y los encuentros furtivos, si es que alguna vez había sido algo más que una invención, ya no existía.
Y la música lo envolvió todo y la lluvia se sumó a la fiesta. Y fue río.

domingo, 12 de mayo de 2019

Y que todo pasa

Hay amores que comienzan más por curiosidad que por atracción.
Nombres convertidos en potentes significantes que hacen sentido en nuestra trama, o memoria.
Producen ecos similares a los de algunas canciones que aprendimos en la infancia, o algún sonido o entonación, una melodía que despierta misteriosos deseos de viajes y aventuras.
Malditos, nombres condenados de antemano. Por su carga de bondad a veces, si bien la bondad no es virtud que enamore en estos tiempos, aunque pueda a largo plazo engendrar grandes amores de esos que sacan lo mejor de dos durante un tiempo, tal vez una vida.
Por su asociación a la maldad, la gelidez, la humillación o el sinsentido.
Amores que en verdad nacen con tropiezos que anticipan su muerte prematura, desencuentros sexuales, desconfianzas profundas, decepciones instantáneas.
Hay otros que maceran lento y producen sabores extraordinarios. Pero no son para ansiosos, impacientes.
Están esos calientes, llamaradas instantáneas. Arden hasta consumirse, pero ¿quién renunciaría a ese fuego?
Después, una lista de pasatiempos olvidables en medio.
Curitas narcisistas (casi inútiles peo no del todo) para heridas subcutáneas que dejó Eros.
Lo que no se aguanta es la mentira.
Sobre todo la que nos decimos a nosotras mismas.
Fingiendo que somos maquinitas. Cuando seríamos capaces de ir a la guerra y conquistar Egipto por ganarnos el amor de alguien (que no nos querrá jamás) y nos mentimos inventando señales de correspondencias donde sabemos que solo hay artimañas de seducción de don juanes que solo gozan al mirarse en sus espejos de lucecitas de vodevil.
Y lo hacemos como si fuera justo el castigo que nos toca, porque muchas veces hemos intentado fingir querer a quienes sospechamos mejores que nosotros, y que nos quieren bien, pero no podemos corresponderles, y elegimos la culpa en lugar de la verdad.
Después, un día te subís a un avión, un tren, un taxi o una camilla, y el mundo gira 360 grados de golpe para que recordemos que no sabemos nada de nada.
Y que todo pasa.

sábado, 11 de mayo de 2019

Un pájaro feliz

Estoy enferma y no voy casi a ningún lado. Apenas veo las redes.
Solo de a poco, muy lento, retomo algunas obligaciones laborales.
Al principio, arrasada por la fiebre, no podía ni leer, ni mirar series o películas.
Duchas, antibióticos, antifebriles, sueros, hospitales, pinchazos, revisaciones, enfermeras, médicos, médicas, salas de espera, tecnologías de diagnóstico.
Una rutina alienada.
Ya no somos quienes somos, apenas cuerpos enfermos deseando que cesen algunos de estos nuevos síntomas.
Y dormir.
En los pocos momentos de lucidez, intentamos organizar quién nos reemplace en las responsabilidades laborales y, sobre todo, en las familiares de cuidado de otros. Y todo lo doméstico.
Después, nos resignamos a no estar y que las cosas sigan su propio curso.
Las enfermedades nos ponen, de algún modo, más del lado de los muertos.
Mirando la vida como algo ajeno, que le sucede a otros.
Mucho más frágil de lo que solemos creer.
Mucho más bella de lo que solemos apreciar.
Pero agotadora.
Hay quienes se ofenden porque no les contestamos.
Tenemos tantos trabajos y demandas que cada día se acumulan miles de mensajes que no tenemos fuerza para revisar.
Si estuviéramos muertas alguien resolvería todo eso.
Es una época rara, los medios por los que nos comunicamos a diario son tan invasivos, la privacidad es un recuerdo del pasado, que resulta casi imposible descansar sin dar explicaciones.
No ya a lxs íntimos o a quienes elegimos para eso, sino q una increíble cantidad de personas así lo exigen.
La muerte debe ser una especie de liberación, pensamos, mientras nos aferramos con uñas y dientes a cualquier síntoma de alivio porque no tenemos ninguna fantasía mórbida.
Son solo reflexiones.
Entendemos a quienes se cansan.
Si ocho días de fiebre nos mandan al planeta de los inválidos sin ánimo alguno, ¿cómo no comprender el cansancio de quienes agonizan largamente hasta que un día dicen basta para mí?
A esta altura ya tenemos unas cuantas enfermedades y dolencias que fueron llegando para quedarse, y realmente sentimos añoranza de esos momentos en que nuestro cuerpo funciona como milagro de energía y bienestar.
A esta altura, sabemos que 
hay dos clases de personas: las que acompañamos y vimos morir a otras y las que no.
Hay gente que tiene más suerte. No es la primera que llega a lugares de accidentados, no recibe el último estertor de un familiar o una amiga, llega más tarde o justo se ha ido en el momento.
Otros hacen de acompañar el dolor de los enfermos y moribundos una profesión. No sé si se acostumbran, pero tienen un saber y saben cuidar. Benditxs sean.
Las enfermedades son umbrales. Las pasamos y dejamos atrás lo que muere con ellas.
A veces nos autocompadecemos (¿por qué a mí? ¿Por qué otra enfermedad más? ¿No es suficiente todo lo que tuve/tengo?); otras la neurosis nos lleva a la culpa, la enfermedad como culpa, síntoma emergente del discurso meriticrático. Se enferma porque quiere, porque tiene pensamientos negativos, por que se estresa mucho y bla bla.
La enfermedad puede ser un naufragio, pero con bote salvavidas.
Arrojamos como lastre lo superfluo, y con la fiebre eliminamos bacterias y malos recuerdos.
Es tan estúpido tragarse como certeza tranquilizadora el discurso de la ciencia positivista como confundir psicoanálisis con clishés psicologistas.
Es tan estúpido ignorar que trabajar hasta la extenuación no es siempre un síntoma neurótico de burgueses urbanos siglo XX, sino la condición de exploración de lxs trabajadorxs en el capitalismo, como explicó uno que algo de esto sabía hace ya unos cuantos años.
Es tan estúpido hundirse solo, como no escuchar la calidez lúcida, a la vez que frágil, de amigas como N, que sabe de estar en esa soledad angustiante de la enfermedad crónica que no siempre encuentra un lenguaje que haga escucha en otrx, y no sea apenas eco que repite y amplifica los miedos. Miedo al dolor, pero sobre todo, miedo a esa incomprensión que puede hacer retornar a toda enfermo/a al lugar del leprosx, aislado, solo.
A veces solamente hay que observar un pájaro feliz, dejar a un lado la ansiedad y echarse a dormir.