martes, 31 de julio de 2018

Lo que ya no calla

Una de las cosas que está ocurriendo con la discusión sobre la legalización del aborto, y que más allá del resultado que obtenga la media sanción de Diputados la semana que viene en el Senado, es que muchas mujeres estamos hablando de lo que tantos años callamos.
Años pesados como grilletes de culpa que nos atan al trauma y al dolor.
Años de punzadas en las tetas y los úteros, en ovarios y almas, punzadas de silencios venenosos, de miradas acusadoras y de desprecios absolutos.
Años de temor en embarazos deseados, de miedo de estar malditas por el estigma de tantas humillaciones y violencias.
Me pregunto a dónde irán a parar, ahora que sí nos ven, que sí nos animamos a hablar, esas angustias y resentimientos hijos del miedo.
Todo eso que enferma nuestros cuerpos, y que ahora sale hecho canto, palabra, llanto, pañuelazo.
Todo lo que
ya
no
calla.

jueves, 26 de julio de 2018

Y vas así

"Nunca he escrito creyendo hacerlo, nunca he amado creyendo amar, nunca he hecho nada salvo esperar delante de la puerta cerrada".
(Marguerite Duras, El amante)
Vos estás ahí, diciéndote que no. Por un lado porque ya gastaste mucho en libros, este mes, y el anterior, y el anterior a este, y así.
Otro poco porque no hay tiempo que alcance, y esas tentaciones te desvían de las obligaciones. Estudiar para la clase tal, investigar esto otro, leer esas novelas en curso, escribir el artículo tal.
Pero cada libro es como un viaje, te transporta a algún lado, afuera llueve y hace frío y en tu corazón hay un presentimiento, como si ya no hubiera conjuros para ahuyentar las orfandades, propias y ajenas.
Ves los de Lenin, recordás la biblioteca de tu padre, tan orgulloso de sus libros de filosofía, de marxismo, los atlas, los mapas, los libros de ciencias, la Británica.
Y allá en lo alto, los libros de madre del Séptimo Círculo y del Centro Editor de América Latina.
Esa edición de Ana Karénina, donde te enamoraste de Vronsky y los anillos.
Y de pronto un libro que alguna vez tuviste y pediste, prestaste, olvidaste en alguna casa, se lo llevó el agua, o un lejano incendio, qué más da.
Lo leíste una vez de joven, lo consultaste otra en una versión electrónica. La edición no es gran cosa, una edición barata, pero una  buena  traducción, el papel es blanco y la letra es grande. Empezás a leer aleatoriamente y quedás inmediatamente presa del encanto, encantadora Duras, tirando así esas frases que son como granadas, socavando en tres líneas toda la comodidad del amor burgués, del gusto por la poca cosa, por ni tomar riesgos, por no intentar saber quiénes somos, qué deseamos, cuándo amamos, quién nos hace el amor hasta llevarnos al planeta de la tristeza que sucede a veces al éxtasis.
Duras, sola y loca, deseante, escribiendo como una posesa, alcohólica ya, evocando a su amante de Indochina y a su madre tan amada y tan demente.
Y apartás el libro ya sabiendo que lo vas a llevar, aunque lo tengas en la compu, que vas a leerlo ni bien te subas al micro o al tren, que vas a postergar otras lecturas, vos también como una posesa. Duras que habla de su amante chino y del deseo, y de todo lo que las mujeres nunca sabremos. Y también de lo sí  sabemos desde los 13, 14, los 15 tal vez.
Y entonces lo dejás y seguís revolviendo bateas, te encontrás con viejos amigos, los apartás, los recorrés, preguntás por algún precio, por algún título, no entra nadie. El vendedor, vos, afuera llueve y la radio habla de la inflación.
Y entonces encontrás ese ejemplar que es como una parte de él, es como si ese hombre se presentificara, la parte por el todo.
Pero no una parte triste, no una parte enojada como podría ser.
Ni una parte que se queda mirando una mano por la que se escurre la arena sin sentido,  o una parte que es todas las señales que descubrís y te dicen que ese hombre se ha enamorado locamente de alguien que es otra.
No esa parte.
No esa parte oscura y esquiva que le ha robado el deseo, a ella (que te ha robado el deseo), que te ha empujado a otros hombres, a citas absurdas, a conversaciones extrañas.
Es una parte de él que te dibuja una sonrisa mientras mirás las ilustraciones y las marcas que el o la dueña anterior han hecho, la fecha de edición, la ligereza alegre de la lengua de los adorables hijos de Roma.
Y es como si siguieras una conversación que no quisieras haber interrumpido del modo en que sucedió, pero a veces hacemos eso, destruimos las treguas que la vida nos ofrece, los encuentros audaces, las pocas personas con las que podemos hablar nuestra lengua y llegar a algún ocasional entendimiento.
Y lo que se rompe de este modo ya no se repara, lo sabés, lo sabe, y sin embargo es ese dulce mal al que no queremos renunciar definitivamente sin saborear nuevos venenos.
Y sabés que esa parte de él es decisión tuya, guardarla o dejarla en el andén de la estación de Tolosa, donde dejan que siga lloviendo a pesar del deseo de armar el telescopio a la noche para ver la Luna que dicen que barrerá con las tristezas.
Es decisión tuya oír los cantos de las sirenas nuevas que invitan a navegar en nuevos mares, y te dicen que sos hermosa, que sos la piel de la estrella de la tarde, o llorar por aquel que enarbola su honesta negación y te dice que no te desea ya.
Y vas así,  escribiendo en el tren, en el subte, la urgencia en el teclado del teléfono, el temor a perder las palabras que ponen en ebullición tu cabeza, Buenos Aires está siempre gris y violenta, llena de vagabundos del dolor y toda sucia.
Y vas así, releyendo el mail que te devuelve las ganas de escribir, el correo que ansiabas, la firma inesperada y el halago que te devuelve a un sueño apacible donde algo de todo vale el esfuerzo.
Y vas así, tratando de re armar las partes rotas de tu vida, las tramas de las familias que se auto destruyen, del sufrimiento que no cesa de estar sufriendo,  tratando de agarrarte a lo que flota en medio del naufragio, la sonrisa de los amigos, el amor de los hijos, el abrazo de un hombre deseante, las canciones de Leonard Cohen,  las frases de Duras, los libros escritos en inglés por viajeros y naturalistas, traducidos al italiano, ilustrados con grabados de aves y animales que acaban de ser descubiertos, libros donde cabe el asombro y la esperanza de futuros mejores.

martes, 24 de julio de 2018

Conversaciones perdidas

Fuente de la imagen


"Contamos historias porque finalmente las vidas humanas necesitan y merecen ser contadas". 
(Paul Ricoeur, Temps et récit)

Creo que estoy llegando a una de esas edades en las que valoramos cada día más poder tener buenas conversaciones. Y con buenas no me refiero a apacibles, ni armónicas: pueden ser intensas, incluso con algún que otro grito si la cosa se pone #altaPasión, pueden ser sobre cosas muy banales o sobre el bien y el mal y la existencia de Dios.
Pueden estar interrumpidas por risas, por llantos, ocurrir en un viaje, en una caminata, en un vestuario, en la cocina de una casa, en la cama, hasta en un chat, aunque la materialidad de los cuerpos ennoblece las conversaciones, que se competan en la gestualidad, el contacto, el olor, el cruce de miradas, los "comentarios faciales". Pueden ser conversaciones en un bar de cerveza, un café, un té en una casa.
Pueden ser con amigxs, con compañerxs, con alumnxs, con hijxs, con familiares, con amantes.
Creo que estoy llegando a una de esas edades en las que extraño mucho las conversaciones que tenía con personas que amé y que ya no están.
Pueden ser con amigxs, con compañerxs, con alumnxs, con hijxs, con familiares, con amantes.Creo que estoy llegando a una de esas edades en las que extraño mucho las conversaciones que tenía con personas que amé y que ya no están.

A veces una sigue conversando en su interior con los muertos (con "sus" muertos), cuando mira ciertos árboles de copas rojizas, cuando come mandarinas, cuando lee un artículo de psicoanálisis, cuando en una novela pasa tal o cual cosa, cuando tu hijo toca tal melodía en el piano, cuando vemos una película donde pasa tal otra cosa. Cuando toma un tren rumbo a Plaza de Mayo a una movilización, cuando ha pasado una noche hermosa con alguien que acaba de conocer y quisiera contárselo a esa persona, que ya no está. Irremediablemente.
Estoy en una de esas edades en las que descubrimos que tenía razón Proust: "en la vida no hay más que conversación"; y que las oportunidades de compartir buenas conversaciones no hay que dejarlas escapar sin intentarlo, porque la vida es mucho más breve de lo que quisiéramos.
Hablo con R, me cuenta de un hombre que la saluda de una manera determinada o que le pregunta qué significa esto o aquello, y entiendo que ella me diga que no hay más remedio que huir de una conversación semejante.¿Cómo puede erotizarte alguien que no dice una sola palabra que refiera a algo que haga eco en alguna cavidad de tu cuerpo, que te interese, que te conmueva que despierte tu curiosidad, tu risa?  
Y a veces lo que más extrañamos de un hombre que nos gustó o que quisimos, o ambas cosas, no es tanto el arrebato erótico, por placentero que haya ido, ya que pudo haberse adormecido e incluso, haber muerto, sino las conversaciones inteligentes, la revelación de mundos nuevos, la coincidencia en un libro y hasta la larga serie de malos entendidos que suponen las conversaciones de lxs amantes (sobre todo cuando olvidamos lo mal que eso nos hacía).
Esa noche me acuesto pensando en ese en el que ya no estaba pensando y con el que me gustaba conversar,  y solo quisiera atreverme a decirle: contame una historia, mientras me voy durmiendo, una de esas historias tuyas, una de esas aventuras románticas de otro tiempo pasado y futuro. Contame una historia que no me aburra, una historia donde sigas siendo el que antes me encendía, donde siga siendo una mujer que te gusta, donde haya otras galaxias, animales exóticos, compasión; donde haya héroes y heroínas épicos, tal vez esquimales y sombras largas, colmillos blancos, naves espaciales, gauchos cuchilleros; donde haya familias extraordinarias atravesadas por grandes amores, y donde haya viajes, y más vida que muerte, y donde haya mares del sur, sangre, revoluciones, semen y esperanza; aunque sepa que para mí él solo tiene un honesto y frío silencio.

domingo, 22 de julio de 2018

Juegos de otoño

Tarde
Todas las formas en las cuales había encontrado la posibilidad de saltar el río de pronto se diluyen en una tarde fría de invierno.
También van mudando sus pensamientos respecto de la naturaleza violenta de casi todos los hombres, su pasión por la guerra, sus dificultades para hablar el lenguaje amoroso.
De pronto el deseo que le expresan en esa mirada, la complicidad que propone esa carcajada, en lugar de alimentar su autoestima, la incomoda. ¿Solo porque no es el deseo de aquel que ni siquiera la mira? 
En el fondo quizá quiera estirar un poco el rollo antes de que termine la película y se enciendan  las  luces de la sala poniendo así fin a la fantasía que acabamos de disfrutar.
¿Acaso algo de aquello ha sido más que un juego, uno donde han estado practicando en la palestra para salir a disputar otros torneos, deberían brindar un día por eso, agradecerse por el entrenamiento?
No han sido los únicos jugadores, ha habido de movida cuatro, después al menos cinco, eso es lo que ella sabe, que es muy poco. Él debe saber mucho más, pero no es con ella con  quien quiere seguir jugando y en todo caso, mejor así. Ese juego ya no divierte a nadie.
Vino el invierno y ambos supieron que todavía estaban a tiempo de despedirse sin rencores duraderos.
Hubo noticias y dolores inquietantes, y esa conciencia de finitud que la arroja a la vida y la saca de la melancolía.
Noche
La propia frialdad que ha ganado su corazón una vez más, para protegerlo, la distancia de esos brazos con los que él la aferra y que podrían calentar la noche; se despide como si le diera igual volver a verlo o no, no quiere ir más lejos. Siente que esa despedida (ella huyendo como una quinceañera asustada) es un dejà vu, pero a la vez sabe que nada se repite en la era del tiempo lineal.
Mientras que los días de él habían sido días de vértigo y apuro, de una ansiedad activa y a la vez, expectante, ahora llega tarde a una cita no para hacerse esperar, sino porque no tiene apuro alguno.
Mira las fotos de otro hombre que ha llamado su atención, en busca de una sonrisa ajena que no le ha dado más que una constante indiferencia, alternada ocasionalmente con algún néctar.
Contesta un mensaje  y piensa que ojalá que alguien sacuda esa nieve que ha caído para apagarlo todo. Que haya una nueva primavera cargada de sorpresas y música, de besos que no se asusten, de palabras que sean reales.
Nombres que dan vuelta en su cabeza, y llenan de un modo algo forzado el vacío que deja el nombre del expedicionario que le había rozado por un instante el sitio donde guarda un íntimo secreto: el sueño de vibrar como en un orgasmo en una supernova hasta volverse viento intergaláctico.

viernes, 20 de julio de 2018

Esos planetas (no) tan lejanos

Creo que se enamoró y manda mensaje  en el éter, como un astronauta que navega en las redes.
Yo aprendo a leer la estela de su barco que partió a otros mares y se me estruja un poco alguna parte del cuerpo aún no descubierta por la neurociencia ni ninguna otra ciencia.
Sin coma.
Todo eso leo en sus palabras, y una voz que viene de Marte me sugiere hacer una hoguera y quemar ahí todo lo que conviene abandonar.
Creo que cuando nos llega la certeza de que ni siquiera pudo ser, y tanta muerte alrededor nos acecha, cuando una nueva voz nos endulza la noche, somos nuevamente de Venus porque falta menos para la primavera que siempre viene con Dionisio en el bolsillo para estas tierras del sur.
A veces una tristeza ajena se nos contagia en la noche y solo nos consuela saber que jugamos el juego de la vida y que hemos sido capaces de capturar y conservar una mirada, una voz, una mano que mantuvimos aferrada cuando todo se deshace en medio de un tornado.

miércoles, 18 de julio de 2018

Las heridas

Man Ray
Se pone a leer mensajes y cartas viejas, y antologías y epistolarios de personas desconocidas y de famosas.
Hijos a padres, madres a hijos, soldados en el frente, enamorados que se han alejado en un para siempre que sospechan pero no saben con certeza. Humanxs que encontrándose en sus momentos límite, solo saben hablar de una cosa: el amor. Refugio e infierno, todo lo que importa y lo que, cuando se pierde, se transforma en obra o en locura, en pena o en desmesura, o en esa otra variante que el poeta anhelaba: piedra inerte e indiferencia.
Y el balbuceo incesante de los amores no correspondidos, del que surgen las grandes obras del arte y la literatura, y las mayores estupideces también.
Todo ese cúmulo de promesas y acuerdos rotos, todo el sufrimiento que es como el cemento sobre el que se construyen las arquitecturas que somos al crecer.
Una adolescente me cuenta de un pibe que le gusta y le brillan los ojos, el pibe (ella cree) no le registra y a ella se le nota la herida, la herida de no haber sido reconocida, la herida narcisista. Ella no lo sabe, no puede creerlo en estos, sus quince años, pero el pibe casi con certeza no le va a importar nada el resto de su vida, a lo sumo para hacer alguna broma si conserva a las amigas y amigos actuales, un significante de los modos en que habitaban el territorio de la escuela, a lo sumo.
Pero de la herida si se la va a acordar, porque esos primeros rechazos, esas indiferencias nos lastiman muy por debajo de la epidermis, hasta la raíz. Se quedan a veces allí, como latiendo sin latir, adormecidos, hasta que alguna nueva herida les devuelve la vida. Nos quemamos con leche varias veces, pero cada vez nos duele menos. Y algo aprendemos, al menos, algo de nosotros.
Y también causamos dolor. A veces sin querer, a veces, queriendo. Vengamos en otros las heridas que nos infligieron de niñas, vengamos en otros las heridas que nos infligieron de adultas, ¡y qué alivio es cuando olvidamos, y ya ni venganza ni recuerdos hay!
Es así la vida, es así el deseo, que anda suspirando por las alcobas, caprichoso, intenso y efímero a la vez, volátil, andariego.
Hay dos caminos que se bifurcan a la vuelta de todas nuestras esquinas: el cinismo siempre es una opción, pero ay....mejor sufrir, mejor amar.

sábado, 7 de julio de 2018

Como una banda punk

Qué lindo era cuando éramos lindos.
Cuando había verano y noches de caminata escuchando canciones que hablaban de viajes, de mares y amores, que son casi las mismas letras.
Qué lindo era creer que podíamos volver a desear una mirada deseante, y un perfume de jazmines entrando por la ventana del cuarto, escuchando una banda punk de Siberia de la que me hubiera gustado preguntarte.
A vos.
Y a él.
Y...
Sospecho que el amor es como una conversación interrumpida con distintos interlocutores, que se parecen pero son únicos.
Como si enamorarse fuera parecido a encontrarnos con alguien con quien podemos continuar esa conversación.
La única que realmente importa.
Qué lindo sentir el aguijón (un aguijón pequeño, no envenenado, un aguijón alerta para avisarnos que aunque tengamos la piel curtida, todavía hay sed), el pinchazo de los celos, y no la fría indiferencia.
Piedra inerte, la llama de otro modo un gran poeta cuando solo añora dejar de sufrir.
Qué lindo hubiera sido que lo hubiéramos hecho escuchando a Prince y bebiendo martinis una tarde en el campo o en una playa perdida, lógicamente bajo las estrellas y los satélites artificiales, quizá sobre un mantel a cuadros copiado de un restaurante de pastas italianas en una ciudad inventada por Italo Calvino o Natalia Ginzburg.
Qué lindo que era poder decir palabras como negro, guerrillera, irlandés, compañero, tovarich, judixs, fusil, partitura, #guitarraAgogó, antojo, gallo rojo, mariposa, tres hojitas madre, galaxias, Apocalypse, Philip Dick, viajes al centro de la Tierra y no tener que estar explicando tanto.
Qué lindos incluso todos esos malos entendidos que terminan entendiéndose en camas, en autos, en duchas, a pesar de nuestras mentes.
Qué lindo que alguna vez me hubieses dicho algo lindo, la mitad de lindo, la cuarta parte, de lo que me han dicho otros.
Yo podría repetir como un mantra esas palabras, para que tu recuerdo no se desmaterialice en el vacío.
Podría terminar esto con esperanzas de futuras primaveras.
Podría, quisiera, sospecho.
Pero la muerte es tan implacable como repentina, y todo lo que dijo adiós ya desaparece.

martes, 3 de julio de 2018

Tres mujeres veo en el río

Tres mujeres veo.
Sentadas en la parecita, sus piernas flotando en el aire suspendidas, abajo el río.
Tres mujeres en la costanera. Una tiene más de cincuenta, un aspecto elegante en su vestido dominguero, pañuelo de seda con estampado geométrico que envuelve el peinado que supongo de rubios reflejos. Anteojos de sol a lo Grace Kelly. Canasta de picnic de mimbre.
Tres mujeres.
La pequeña lleva trenzas, pollera escocesa, zapatos guillermina, medias tres cuartos y un saquito de lana que abriga su cuerpito. En la mano algo que puede ser un pañuelo, o un libro de cuentos. La mirada triste, las cejas preguntando.
Tres.
Falta la del medio.
La que falta es la hija.
La que falta es la madre.
No sé si la han matado a palos, si murió en un aborto, si la están torturando, si enloqueció debido a una violación, si está presa.
No sé.
Falta.
La que falta es una mujer.
Y nadie pide más explicaciones.
Solo estas dos mujeres que veo, sentadas en la parecita, las piernas en el aire suspendidas, el río que va y viene, sin orillas.