martes, 23 de febrero de 2016

Amar hasta el abandono como Camile Claudel (republicada)

Vertumno y Pomona”,
mármol de C, Claudel, 1905.
Inspirado en el poema
"Sakuntala" del poeta
hindú Kalidasa, siglo V
El amor adolescente es un amor lleno de ansiedades, inseguridad, miedo, expectativas idealizadas, celos, simulacros, poses. 
Igual que todo amor, que es como la permanente  repetición del mito inaugural. 
C. Claudel, El abandono, bronce,
1888- 1895, 62 x 57 x 27 cm
Y después pasamos la vida entera reeditando, reeditando...Como  Vertumnos y Pomonas reinterpretadas por Camille Claudel hasta El abandono. 
La Edad Madura, C.C, 1899-1903, 1.899.
 La Edad Madura, bronce, 114x163x72 cm
Un día te das vuelta y tenés un hijo o una hija, o el hijo de una amiga, o un sobrino, sufriendo, gozando, expectando el porvenir en la acariciadora palma de una primera pasión amorosa cuyas consecuencias, aunque no haya modo de saberlo, pueden ser imperceptibles como el ruido del  andar de una hormiga, o inmensas, como la finita y humana eternidad.

viernes, 19 de febrero de 2016

No me vengas a decir en unos años que vos no sabías

"Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Carlos Alonso, serie Alonso en el Infierno, 2004
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.[....]
(Primo Levi, Si esto es un hombre)


I
Escalofríos me provoca leerlos en las redes y en los medios, escucharlos clamar mientras gritan y gozan, al ver echar a los supuestos  "ñoquis", portadores de estrellas, frases que evocan significantes del horror: "el trabajo los hará libres", el regreso de las lista de quién se salva y quien queda afuera. El perverso disfrute de la humillación del otro. Esa adoración por la repetición de los gestos y significantes del fascismo y el nazismo, con las herramientas de comunciación del Siglo XXI y una estética descontracturada.


Cuando era adolescente, en los comienzos de la recuperación democrática, plena “primavera” alfonsinista, la hegemonía en política estaba en manos del radicalismo y entre los jóvenes, la Franja Morada. Si te interesaba la política y no eras de "la Franja", además, quedabas afuera de muchos circuitos y muchos beneficios.
Tanto en esos años de colegio (secundario platense de la Universidad Nacional de La Plata), como luego en los años de la facultad y los primeros trabajos, me sentía siempre en minoría. Si eras peronista, de izquierda, progresista, estabas, o al menos así nos sentíamos en el ambiente de clase media urbano en el que me movía, medio out. Fueras de la tribu que fueras, y como en el tema de los Twist, anduve por varias tribus.
Pero sobre todo, en el Centro de estudiantes, el Barrio Nueva York de Berisso, Max Nordeau, el Taller de la Amistad, el PJ, y muchos otros espacios formales e informales en los que me iba formando, me sentía profundamente convocada por la injusticia que vivíamos quienes creíamos, desde el lugar que fuera, que los crímenes del terrorismo de Estado debían ser juzgados y que la causa de las Madres, las Abuelas y “los organismos”, como los llamábamos, era nuestra causa.
Seguramente para muchos que eran mayores que yo, o que venían de protagonizar el horror en sus cuerpos, el reclamo de "Juicio y castigo" era más una bandera o una utopía que un proyecto realizable.
Pero para quienes éramos jóvenes, era algo posible y alcanzable, a pesar de que la realidad se empeñaba en mostrarnos una y otra vez que las relaciones de fuerza no estaban justamente de nuestra parte.

II Nuestra causa
Nuestra como sujeto colectivo, nuestra porque hasta que no hubiera memoria, verdad y justicia, no habría paz y proyecto futuro para Argentina, para este pueblo, no habría vida en su plenitud.
Cuando en esa época cuestionabas la Teoría de los dos demonios, o cuando empezaron a hacerse públicos los primeros casos de secuestro y apropiación de bebés, de robo de identidad, una se quedaba en general hablando sola en muchos sitios.
¡Cómo dolía escuchar a gente querida repitiendo las viejas y nuevas versiones del "algo habrán hecho"! Me acuerdo tremendas discusiones con compañeros/as de estudio y de trabajo que defendían a los apropiadores, que no querían saber nada con informarse, n i escuchar, que no querían correrse un milímetro de sus matrices ideológicas talladas con verdades a medias, o mentiras, o discursos hegemónicos de los que nos modelan a todos.
También a mí, por supuesto.

III Pensar con el cuerpo
Aprendí junto a muchos de mi generación a sospechar de los discursos digeridos, a tomarme el trabajo de estudiar, de leer, de escuchar a los demás, de revisar mis ideas.
Incluso esta.
Pero también, a pensar con el cuerpo y a sentir con el cerebro, a oler con las ideas y a mirar con la memoria. Un niño baleado por las fuerzas de seguridad estatales.
Es un límite insoportable para mis ojos, mi piel, mi cerebro.

IV "Yo no sabía"
Muchas de esas personas al correr de los años, me pidieron disculpas por sus posiciones. Adujeron ignorancia, necedad. Mucha gente decía, como les dijeron a las propias víctimas del terrorismo de estado: yo no sabía.
Como dijeron los alemanes vecinos de los campos de concentración: yo no sabía.
Como los italianos fascistas le dijeron a los huérfanos y viudas de los comunistas y la resistencia: yo no sabía.
Como los rusos estalinistas le dijeron a sus connacionales. 
Los brasileros y argentinos a los paraguayos: yo no sabía.
¿Pero es posible no saber,un genocidio se puede ocultar?
Tal vez no se supiera el alcance, tal vez para muchos fuera inimaginable la perversa modalidad de las torturas y escarmientos, pero no saber…
Tal vez cuando empezaron los primeros síntomas algunos pensaron que era justo, que había que darles tiempo (a los milicos, a MItre, a Hitler, a Mussolini, a Stalin, a los ingleses en la India, a los estadounidenses en Irán, a los isreaelíes en Palestina.......)
Es una posición que muchos eligieron.
No juzgo moralmente. Sí políticamente.
El miedo paraliza. Nos paraliza.
Los fascistas lo saben muy bien.
Y juegan con eso.
El miedo lleva a la autocensura y a la indiferencia, a la ceguera.
No tener una posición es una posición.
No tener una posición condenatoria frente a los síntomas del fascismo, en la Argentina de 2016,  es una posición al menos de complicidad.
Con lo que hemos aprendido como sociedad, con los modos en que podemos enterarnos - incluso en este contexto proclive a la censura fáctica del mercado-, de muchas cosas que los medios no informan, o deforman, u ocultan.
Incluso así.

V
Me sorprendía que alguien sintiera que debía disculparse conmigo por haber elegido no saber.
Por haber elegido la comodidad, el confort digamos, de la ignorancia que posibilita no tener que ponerle el cuerpo a ciertas cuestiones.
Pero me alegré cada vez que alguien que negaba el genocidio, o el terrorismo de estado, o el robo de niños y niñas, en los 80 y los 90, en el 2000 había revisado sus ideas.
Mucho antes del kirchnerismo.
Pensé que habíamos como sociedad alcanzado un grado de acuerdos importante, profundo y mayoritario, respecto a que queríamos vivir en un estado de derecho, después, algunos tendrían este proyecto político y estos estos otros. Están quienes gobiernan para los ricos y quienes gobiernan para los pobres. Las contradicciones, alianzas y complejidades constructivas que son las reglas de juego de la política en las sociedades democráticas occidentales contemporáneas, etcétera.
¡Cómo me equivoqué!

VI
Recuerdo que en mi infancia, mis padres, que no eran héroes ni guerrilleros revolucionarios, sino gente común de clase media argentina, pusieron en riesgo su vida -y la nuestra-  para proteger la vida de amigos (o conocidos) perseguidos por las patotas de la dictadura. Intuyo que ese ejemplo, esas experiencias, calaron profundamente, mucho más que la formación ideológica o doctrinaria.
No se le cierra la puerta en la cara a una pareja con hijos pequeños a quienes persiguen para secuestrar, violar  y matar.
Hay que sobreponerse al miedo cuando está en juego lo más sagrado: la vida. Y más aún, cuando es la vida de los niños y de los viejos.
Y una vez que uno abre esa puerta, ya no se puede cerrar.
Esa puerta queda abierta para siempre.
Pero uno elige qué umbrales cruzar y qué umbrales no.
Incluso cuando esas vidas salvadas se conviertan en encarnaciones de profetas de la muerte, hay que saber en cada célula de nuestra alma-cuerpo-mente que valió la pena.

VII
Ahora, que soy una mujer adulta, con un hijo de casi veinte años, veo las cosas de otra manera.
Puedo imaginar que dentro de unos años, quienes son hoy jóvenes pidan disculpas por haber fomentado, celebrado, negado o tolerado en silencio los avances de comportamientos fascistas.
Tal vez le pedirán disculpas a sus compañeros de estudio, de trabajo, a los familiares de los que quedarán en el camino.
Puedo discutir con pasión y respeto con muchos que piensan muy distinto a mí en muchas cosas, siempre que estemos dentro del límite de la defensa de las garantías y la soberanía de los derechos humanos, del humanismo. 
Cuando ese orden es violentado, cuando a un primer síntoma sigue otro, y otro, y se lo tolera, se lo celebra o se lo niega, quienes son mis coetáneos, o mayores que yo,  no me van a hacer creer en le futuro (porque la foto de hoy mañana ya es pasado) que no sabían, que no entendían, que no se dieron cuenta.
Todos ya vimos el rostro del Leviatán.
¿Acaso creen que vamos a creerles que otra vez no sabían? Que creyeron que los totalitarismos reales, genocidas, hambreadores, en toda la historia humana y en todas las geografías, surgen de repente? ¿No quieren ver el vientre de la ballena que vomita en el proceso? ¿Creen que esos demonios metaforizados en el arte y la religión de mil modos, apelan a algo ajeno a eso que está dentro de cada ser humano? ¿Se creen Frankenstein?
Quienes eligieron el fascismo, por acción u omisión, en nombre del liberalismo, del radicalismo, del socialismo, del peronismo, del hartazguismo, del indignadismo, del catolicismo, del judaísmo, del evangelismo, además de contaminar o tergiversar esas fuentes, cruzaron una puerta que no tiene retorno.

"[...] Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro."
(final del poema)

sábado, 6 de febrero de 2016

Argentinxs en las redes

"Hemos relevado a los dioses, pero la historia no anda"
 (Rodolfo Kusch, "El miedo y la historia", 1969)

Parece que somos uno de los países que encabezamos las estadísticas en el uso de redes sociales, según la página de Chequeado en junio de 2014.*
Cuando una conversa con amigas que viven hace muchos años en Europa, o bien lee algunas de las críticas culturales que se ocupan del tema de las prácticas en el uso de redes sociales de manera directa o tangencial por aquellas geografías, (Barbara Cassin, Francoise Benhamou, etcétera), algo les asombra de nuestra relación con las redes sociales: el alto grado de exposición personal que allí tenemos, las apasionadas discusiones que sostenemos en la virtualidad, las prácticas de comunicación que desarrollamos y estamos construyendo, las formas en que ponemos a circular la información periodística que allí disponemos; la exhibición de nuestras ideas políticas, de nuestras familias, de nuestros gustos musicales, literarios, artísticos, futbolísticos... 
A pesar de que (casi)  todos coincidimos con mayor o menor sustento científico (desde la doxa y/o la episteme) en que estos medios de comunicación son, entre muchas otras cosas, vidrieras ideales para el espionaje y el control social por parte de las agencias de inteligencia y el poder; para la venta e imposición de prácticas de consumos, para las transformaciones de las relaciones interpersonales y las subjetividades-como hablábamos en un hermosa tarde de enero con mi amiga S, a pesar de que nos ocultamos detrás de seudónimos y apodos, a partir del blanqueo de la persecución política que se lleva adelante en muchos ámbitos laborales en estos nuevos tiempos de democracia restringida, o vigilada, o recortada, o ajustada (¿sincerada?), no dejamos de postear, de hablarnos y convocarnos por whatsapp, Facebook, Twitter, etcétera.
¿Nos dividimos entre voyeurs y exhibicionistas?
¿Están los que leen/observan todo lo que otros postean pero jamás se exponen?
Las empresas y los organismos del Estado tienen personal observándonos orwellianamente...
Es el fin de la intimidad.
Todo eso.
Nos ponemos paranoicos, (porque además, nos están persiguiendo, vigilando y castigando).
Nos ponemos foucaltianos, dickenianos (no de Dickens si no de P.Dick); nos situamos en clave Huxley, Orwell...y aún así...¡No dejamos de estar siendo no sé qué clase de comunidad política en las redes!
"La autocomunicación de masas está configurando un mundo nuevo. De modo creciente pensamos en las relaciones sociales, las instituciones, el poder, el cambio social y la autonomía personal como realidades basadas en redes (Cardoso). Los jóvenes de hoy forman parte de la generación de la tecnosociabilidad, cultura que no solo cambia la vida de las personas y las comunidades, sino también la política (Calderón). Parece claro que partidos y sindicatos han perdido el monopolio de la intermediación. Estar en la red puede ser algo más que un clic para entrar, decir que me gusta o compartir."**

¿Qué ocurre allí, en esos encuentros, grupos, subgrupos, tramas? ¿Alguna sombra de los rituales que nos conectaban con el más allá del terrenal, con lo sagrado, con los otros, algo que no responde a la lógica matemática, algo que se explica y se explica desde la ciencia occidental pero que, a pesar de ello, no (nos/se) entiende? ¿Quiénes somos allí, con los otros, en ese territorio simbólico-virtual? ¿Sumas de preguntas nuevas a prácticas que están siendo para nosotros, lxs argentnxs, nuestros modxs de comunicarnos con tecnologías ajenas pero prácticas propias?


*"La Argentina es el tercer país en el mundo en el que sus usuarios pasan más tiempo en las redes sociales con 9,1 horas promedio por mes, según el informe Futuro Digital Argentina 2013 de la consultora Comscore Media Metrix. Facebook es la red social líder y sus usuarios le dedican el 94% del total de su tiempo consumido online.

La Encuesta Nacional de Consumos Culturales y Entorno Digital realizada por la Secretaría de Cultura de la Nación en 2013 confirma la popularidad del uso de las redes sociales entre los argentinos. Los resultados muestran que el 65% de los encuestados accede a Internet,y más de la mitad de éstos se conecta en las redes sociales. Además, el 55% de la población dice tener una cuenta en Facebook.", en http://chequeado.com/recuadro/la-argentina-y-el-uso-de-las-redes-sociales/, consultado febrero 2016.