lunes, 28 de mayo de 2018

Me la seca

 “[…] la verdad es un ejército móvil de metáforas”
( Nietzsche, “Sobre
verdad y mentira en sentido extra moral”) 

"Insultar es un acto de habla, es decir, según la caracterización 
de Austin (Doing Things With Words), el insulto es una de esas palabras
 que hacen cosas, como la promesa, la orden, la maldición… 
¿Y qué es lo que hace? 
Como hemos visto, molestar en gran manera al receptor".

(.José Antonio Millán, "El insulto y el genio de la lengua", en 
!!!Y yo en la tuya¡¡)



Seguramente debe haber muchos estudios e investigaciones acerca de este tema, desde la psicología, la comunicación, la lingüística, las ciencias políticas,  los estudios de género.
Sin embargo, no puedo evitar mi pequeña reflexión, luego de leer y escuchar a diario una y otra y otra vez cómo nuestro lenguaje cotidiano está cargado de insultos que refieren despectivamente a prácticas sexuales que, en caso de ser resultado de la voluntad y el deseo de lxs participantes, son por lo general placenteras.
Desde ya, el insulto es en sí una suerte de lenguaje performativo, cuya forma arquetípica se expresa cuando el/la hablante le atribuye al insultado/a una cualidad considerada socialmente negativa. El espectro es amplio: desde una condición social, práctica o pertenencia étnica considerada -por quien la utiliza como insulto- agraviante o humillante ("negro/a", "indio/a", "chorro/a"), la asignación de una enfermedad física o mental ("mogólico", "sordo"-por lo general, acompañado de "de mierda"- imbécil); a la atribución de determinados comportamientos sexuales que le disgustan -al menos en principio- a quien los profiere y que es lo que nos interesa acá, como "maricón", "puto", "puta".
Así como José Antonio Millán analiza enfoques posibles que van desde una lexicografía o una sociología hasta una etimología del insulto, me interesa detenerme acá en aquellas expresiones de uso coloquial frecuente en la pragmática argentina urbana en la que me muevo.
Desde el "te voy a romper el culo", "que me la chupe", al "la tenés adentro", el lenguaje popular recoge y reproduce estos insultos, por lo general cargados de violencia por el contexto en el que se produce la comunicación, y se configuran como significantes que aluden a prácticas de sometimiento, de opresión, de violencia, de humillación.
¿Pero de dónde viene? No lo sé. Aunque, como afirma George Steiner y recuerda Raúl Barreiros en este artículo de 2006:"Si el lenguaje perdiera una medida considerable de su dinamismo, el hombre sería, de modo radical, menos hombre, menos sí mismo".
Sabemos que el placer sexual y el dolor suelen ir juntos, y siempre que se trate de encuentros consensuados entre adultos, no hay límites para lo que las personas implicadas en las relaciones sexuales puedan desplegar en busca de satisfacer sus deseos.
Arte erótico japonés shunga
La penetración anal, una práctica que muchas personas -hetero y homosexuales- encuentran placentera, se convierte en significante que refiere a una violación y un sometimiento y, en consecuencia, genera un rechazo visceral que permite se metaforice el en discurso popular en alusión a las prácticas de un gobierno como el actual: neoliberal, saqueador, fascista: nos "rompe el culo", nos "coge de parados". También en el habla se usa, significando mediante  esta metáfora sexual que algo no nos importa, que "nos chupa un huevo", o bien el más feminista "me chupa un ovario". Ahí surge un dilema interesante: que a alguien le chupen un testículo suele considerarse una práctica sexual placentera, de modo que la metáfora vuelve a ser contradictoria. En cambio, la metáfora del ovario parece aludir a un imposible, al menos en cuanto práctica sexual.
El popular LTA de Maradona deviene también en una metáfora que señala que alguien ha sido humillado y vencido en una disputa o controversia, cuando por lo general esa práctica sexual también es sinónimo de placer. Por otra parte y, si bien en materia de sexualidad la diversidad de gustos es casi infinita, cierto consenso señala que el sexo oral es una de las prácticas más placenteras tanto para hombres como para mujeres de diversas orientaciones, y sin embargo ahí está como metáfora de un hondo desprecio, indiferencia, ninguneo en la expresión "qué me la chupe".
Más novedosas en el lenguaje coloquial, aparecieron expresiones que aluden a la ausencia de placer o la dificultad para obtenerlo: "me la seca", "me la baja". Estas me resultan más apropiadas para describir uno de los rasgos fundamentales del capitalismo -y sus prácticas políticas, sociales, vinculares- en su fase actual: el neoliberalismo es gélido, inhumano, deserotizante, desvitalizador: te la seca, te la baja, te la mata.




viernes, 25 de mayo de 2018

Abrazos retaceados

Conocí a alguien, me dice. Me enamoré, creo, continúa su relato.
Pero él estaba enamorado de otra. El fantasma de una mujer amada que lo había dejado lo tenía atrapado. Pasaba las noches de insomnio acosado por imágenes donde se le mezclaban momentos felices con ella -me relata mientras ceba mate y el tren marcha-y escenas de sexo de ella con otros hombres con los que él sabía o suponía que lo había engañado.
Me cojía [así, con j, no con g] y me daba cuenta de que estaba pensando en ella.
-¿Y aun así te enamoraste?- le pregunto, compadeciéndome y comprendiendo los caprichos del fall in love.
Y sí....se encoge de hombros. Su mirada vaga más allá del paisaje que vemos por la ventanilla. Los vendedores ambulantes anuncian sus mercancías, cae la tarde, hace frío.
Nos quedamos las dos en silencio un rato, ensimismadas en nuestros pensamientos.
¿Estás bien?, le pregunto.
Sí, sí...Algo triste nomás.
¿Ya no se ven?
A veces, cada tanto. Pero ya no es como antes. Ya no estoy enamorada. Ya no sufro. Ya no me importa si piensa en mí cuando me abraza. Ya no me veo solo con él, también veo a otros. Estoy mucho más tranquila así, ¡pero qué dulce era sufrir por su amor retaceado!
Claro, te entiendo, le respondo. Y realmente lo hago.
El cielo y sus rojedades otoñales embellecen la nostalgia del tono de su relato, y yo me dejo acunar por esa voz que me lleva a un sueño sin deseos y sin recuerdos.

martes, 22 de mayo de 2018

El roce, de Mariana Estévez

"As the river flows gently to the sea
Darling so we go, some things were meant to be
Take my hand take my whole life too
'Cause i can't help falling in love with you".

(Can't Help Falling In Love With You, de
George David Weiss, Hugo Peretti y Luigi Creatore)


Voy a ver El roce, la nueva obra de Mariana Estévez.
Como ya saben quienes siguen el blog, aunque he sido toda la vida público frecuente de obras de danza contemporánea, siempre el lenguaje de esta disciplina me deja un poco afuera. Con los años aprendí a no inquietarme por eso, como cantaba Federico Moura: tomo lo que encuentro en cuestión de amor, y en cuestión de danza también.
Eso no limita mi disfrute, a pesar de esa sensación de que algo se me escapa como espectadora, debido a mi ignorancia.
Así que allí estoy, frente al escenario,  o más bien, frente a la escena esperando a ver qué sensaciones me transmite la obra.
Y de pronto.
¡Oh! ¡Sorpresa!
Un nuevo lenguaje me convoca a mí, plenamente.
Frente a nosotros, el público, un trío. Dos chicas, un chico, todos bellos. Tres de un par perfecto.
En todo enamoramiento, en todo fall in love, en todo primer roce o cruce de miradas que anticipa por un instante esa caída en el amor, hay tres, por lo menos. Dice esa primera escena. El fantasma de la otra de la histeria, la puta y la amada inalcanzable del obsesivo, lo que sea.
Tres.
Por lo menos.
La obra avanza en otro registro que nos dice ya de la libertad, la experiencia (del oficio, de la vida) y la seguridad de la coreógrafa: se anima a contar desde el humor.
La música también le imprime un aire diáfano que aporta cierta idea de levedad (muy presente también en los movimientos del trío) al melodrama del ciclo de encuentro/desencuentro del amor/odio, del sexo apasionado a la frialdad indiferente, pasando por diversos registros del romance en diferentes edades y circunstancias.
Nunca encontré la cita exacta que mi memoria cree recordar de Proust, pero es algo sí como que la frivolidad requiere bastante seriedad, ver hondo, profundo digamos, y algo de esa frivolidad está presente en la escena todo el tiempo, incluso en los momentos más dramáticos de la obra. Todo el dolor del drama amoroso (celos, abandonos, rechazos, sexo desenfrenado, tibias caricias, besos que nos hacen perder la cabeza, manipulaciones, histerias, obsesiones, coqueteos, tríos, miradas por las que cruzaríamos un continente y abrazos que nos hacen perder la inocencia para siempre), visto desde el prisma del humor, es mucho más soportable, nos genera  empatía, esos guiñes, ese desparpajo en los relatos y las frases de los intérpretes, nos vemos en ellos, en algunas de esas escenas que evocan situaciones que hemos transitado, o estamos transitando, o conocemos.
Incluso, en algunos casos, no es solo una metáfora, estuvimos allí [querida amiga, qué gran humorada, vos tan vos, yo tan yo, ellos tan ellos].
Los cuerpos se mueven en el espacio, la música nos da treguas y pinchazos, las luces juegan la apuesta de lo sensual y vemos: el goce y la locura del perseguidor perseguido, el cazador cazado, la bella inalcanzable que sucumbe al encantamiento del ingenuo muchacho, o de la muchacha de las caderas sugerentes, el agotador y encantador hechizo del juego de seducción que engendra romances, matrimonios, desventuras, aventuras, cogidas olvidables, nadie de antemano sabe todas las promesas que puede esconder un roce, de esos roces.
El comienzo, con el clásico Can't Help Falling In Love With You, cantado por una de las bailarinas, Natalia Maldini,que ya nos había  predispuesto al placer. Un tema icónico del pop romántico que hace que las endorfinas bailen también en mí como si fuéramos por un instante la novia de Elvis.
Excelentes los tres bailarines, nos convocan a su juego, y desde ya, jugamos.


Foto Matías Adhemar
Ficha técnica:
El roce . Domingo 20 y 27 en El Escudo (10 Nro 1373 e/ )60 y 61) 20.30 hs

Intérpretes: Gabriel Lugo Parodi, Natalia Maldini, Julieta Scanferla
Música: Ramiro Masilla Pons
Vestuario: Agustina Bianchi
Diseño Visual: Agustina Bianchi
Diseño de luces: Martin Galle. Mate
Fotos: Matías Adhemar
Dirección: Mariana Estévez
Esta obra fue realizada mediante un subsidio del Instituto Prodanza – Ministerio de Cultura- Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

domingo, 20 de mayo de 2018

Mirarte en los ojos

Mucha gente doliendo la soledad de estar sola, otra la de sentirse sola estando acompañada.
Son tiempos donde quien no haya sembrado amores de esos que echan raíces -amores a los hijos, amores a los soles breves de los otoños fríos de tiempos de guerra, amores que son canciones y melodías que acompañan insomnios y caminatas, amores en libros que son como viajes y  máquinas del tiempo, amores evocados de rodillas junto a las tumbas de aquellos que fueron para que seamos-,
sentirá la escarcha en los pies desnudos.
Quizá no tengas un amor real para pasar el invierno, de esos que son como dormir y estar despierto como escribió Charly.
Quizá en tus noches de insomnio te visiten espejismos de historias de ayer, porque en las noches los recuerdos pueden ser como un gorro de piel en Siberia. Pero también en la nieve hay amaneceres, y la luz del día arroja nuevas claridades que nos confirman en los caminos que tomamos, a pesar del dolor.
A veces cuando hace frío y nos sentimos mal, el pasado se disfraza de perfección.
Puede presentarse como una bocanada de oxígeno para quien se ahoga, pero para vivir hay que seguir nadando hacia los puertos soñados, brazada tras brazada, patada tras patada.
Esas nostalgias son como alimentos  para escribir canciones y poemas, pero el corazón es un músculo y necesita galopes.
Hace frío, hay tanta tristeza por ahí...
Será por eso que por hoy me alcanza con esos abrazos que calientan mi sangre sin exigirme nada a cambio, o casi nada, pero donde soy quien soy ahora; dos cuerpos  acoplados que interrumpan unos instantes la voracidad del frío, mirarte en los ojos sin sentirme una  extraña.

Encuentros

Voy caminando y escuchando música. Natalia Lafourcade, Amy Winehouse, no estoy segura. Es una de las pocas mañanas de sol en este otoño triste. Me encuentro con un amigo con el que fuimos en otros tiempos muy cercanos. Nos alejamos, ambos sabemos por que, aunque probablemente ya no importe.
La muerte está tan cerca, me dice mi corazón a cada paso, que no vale la pena perder el tiempo en el rencor.
Conversamos en la calle de esto y aquello, con esa confianza de antes, hecha de ironías buena leche, y de ese descanso que significa, habiendo vivido y compartido tanto, no tener que caretear ni dar explicaciones de quienes somos.
Hablamos de rock, de hijos, de la peste amarilla, de hermanos.
Pienso para mí que es una pena que nos hayamos distanciado, éramos confidentes, la pasábamos bien, nos prestábamos los mejores libros, me enseñaba de la mejor música de todos los géneros y en nuestra conversaciones podíamos pensar como si voláramos.
Un flaco que está haciendo cola por ahí en un banco cercano nos escucha hablar de bandas que tocan ese fin de semana y, pidiendo disculpas, se mete en la conversación. Como si fuéramos de la misma estirpe, vestidos de oficina pero llevando en nosotros otras músicas.
Los dos hablamos a la vez y se nos nota el alivio, la alegría de encontrarnos sin tensiones, de habernos perdonado.
Me dan ganas de contarle cosas mías y preguntarle de él, de sus amores, pero no quiero arruinar este buen clima. Las formas de la amistad son como películas o novelas de Proust, nosotros ya no somos aquellos de otros años, nos hicimos daño y lastimamos a otros. Sé que algunas revelaciones de mi vida le harían muchísima gracia, sobre todo esos extraños vericuetos de la ciudad de las diagonales que promueven encuentros entre personas que han quizá dedicado su vida a viajar y a vivir lejos de la capital utópica a la que el amor siempre nos vuelve a traer.
El amor es una fuerza muy poderosa y hay amores y deseos que se tejen en la adolescencia y la juventud y nos marcan para siempre, incluso si vivimos sin saberlo muchos años. Las ciudades lo saben y se alimentan de eso, claro que también está el rencor, y están los celos, y está la  muerte,  y la  horrible  indiferencia.  Y  por supuesto, el maldito y asesino mundo capitalista.
Nos despedimos afectuosamente.
La vida está allí: sorprendiéndonos en cada esquina.

lunes, 14 de mayo de 2018

Una mujer rusa que mira por la ventana

Cruza las piernas, deja a un lado el libro que lee en francés, se acomoda el peinado y ahoga un suspiro.
Una vez, en otra dimensión pero con el mismo gesto, se asomó a la ventana y vio, junto al lago iluminado por el sol de una tarde que anticipaba el invierno. Lo vio: gigante, caminando en la orilla y fumando una pipa que parecía una extensión de su boca.
Ahora mira por otra ventana. No hay lago ni sol, la tarde mortecina y los edificios grises solo se consuelan con la idea de los niños que están por salir de la escuela, rodear la esquina y volver a casa.
A él lo dejó atrás. Se infligieron toda clase de sufrimientos y humillaciones. Él de eso hizo teoría, cierta fama encubriendo el nombre de ella o difamándola con falsas acusaciones. Llegó a desmentirla en Viena, hizo del amor desesperado de ella el relato de una histeria desbordada.
Ella también hizo teoría, pero antes hizo enfermedad y dolor.
Eso es todo lo que quedó del amor que parecía el mundo entero y las galaxias misteriosas.
Mira por la ventana, se acomoda el pelo, murmura algo en su lengua materna, y se acuerda de su ardiente juventud.

martes, 8 de mayo de 2018

Pozos, madrigueras y máquinas voladoras

Si pienso qué es lo que me empuja al abismo (cuyo magnetismo a veces ejerce en mí), o más bien, a ese vuelo hacia las cumbres (que su negatividad a veces provoca  en mí) diría que hay [eso, lo inefable] en ese su llamado de la selva.
El gusto por las máquinas imaginarias e imaginadas: 
del tiempo, 
de arar, 
de mirar cielos, 
de surcar mares, 
de observar lo muy pequeño, 
de hundirse en lo profundo y de volar.
Benditos catalejos, espejos, telescopios, microscopios; y la mira de tu fusil guerrillero también.
Todo lo que sirve para medir y numerar al mismo tiempo revela la imposibilidad de contar y cuantificar los números de la ecuación de la vida, del amor, de los celos, de la locura, de la inagotable sed de justicia, del sol negro de la melancolía y de los bailes de todas las Natachas, campesinas, de alegres danzas que te dicen:  en tus brazos no caeré, porque a tu baile no he sido llamada.
Y aun así, bailaré.
Fumaré mis flores, abrazaré el cuerpo del joven campesino, beberemos hasta olvidar quienes somos y Dionisio nos despertará renacidos en primavera.

***
Y a pesar de eso.
Sospecho que podríamos mirar con el mismo goce los bocetos de Leonardo de sus máquinas voladoras.
Y las ilustraciones de un sueño febril de Verne.
Y muchos mapas.
Antiguos, terrestres, lunares, marcianos, imaginarios.
Trazar itinerarios o evocar viajes propios o de otros viajeros.
Perdernos en un grabado de Blake.
Observar mariposas nabokopianas.
Navegar y cabalgar océanos mares infinitos, luchar contra los piratas o convertirnos en ellos en venganza.
Ser de una banda de irlandeses rebeldes, añorar a i compagni y cantar canciones de alegrías y llantos de las tierras del sur y del altiplano.

Pero no.
Ese sueño se esfumó tan rápido que parece que no hubiera existido. 
No fuimos esos, no somos, no estamos siendo.
Esto que ha ocurrido es un tropiezo, somos turistas accidentados y cuando tropezamos, ¡ay!...Golpes, dolores, huidas y delicias.
No hubo tiempo para el cine ni el rock & roll, ni para ir a observar el movimiento extraordinario de los planetas.
Pero a mi modo lo amé aquella mañana, después de la tormenta, mientras corría a los perros y yo me encerraba en mi capullo de seda para no salir volando antes de que me crecieran las nuevas alas.
(Nunca estuvimos tan cerca como cuando nos sentíamos tan extraños: sus manos, su canción, sus amigos, todo era como estar en mi planeta sureño).
También.
Antes de dejar que se diluya del todo y se enmarañe en la caprichosa  madeja de otros recuerdos de lo que podría haber sido y no fue, quisiera reconocer que su existir en mí me descubrió alguna música. 
Y está eso otro.
Eso otro que si para explicarlo hubiera que apelar a la palabra  -que siempre es prisión o apenas sugerencia- no podríamos. También es libertad y malos entendidos.
Y flores marchitadas y atajos y coartadas.
E diría que todo eso es mío, que me pertenece, mi ensueño, mi fábrica de espejismos, mi deseo puesto allí donde no hay: siempre donde no está, no es y no me corresponde.
Lol cayendo en su arrebato pero también Alicia descubriendo una vez más pozos y madrigueras, múltiples variantes en las que la vida nos regala su belleza, y sus posibilidades casi infinitas.
Pero que yo lo aprendiera no le enseña siempre a mis ojos, mis oídos o mi piel.
Lo aprendo, lo olvido, y mis ojos también lo olvidan, y algunos animales y algunas plantas, algunas palabras y algunas tecnologías viejas y nuevas, algunas miradas que me miran intensas, inevitablemente me llevan allí, donde no estás.
La principal diferencia entre nosotros es que mis células saben que moriremos, porque ya anduvieron por esa frontera.
Y entonces, como el dandy de la literatura argentina, me conformo pero no me resigno. Mientras dejo pasar la mayoría de los barcos que buscan puerto en mí.
Pero no a todos.
Porque ya sabemos que todo todo se olvida.

Podríamos leer un millón y medio de veces algunos pasajes de novelas, ensayos, y unos cuantos poemas sin aburrirnos (sin saber incluso que el otro los lee porque hay mundos que se encuentran sin que una sepa cómo es que eso ocurre).
Podríamos.
Pero no.

domingo, 6 de mayo de 2018

Puro desierto

J está componiendo. Se escuchan fragmentos de su música que me envuelve y me transporta.
¿Cuándo fue que empezó a enseñarme cosas? Desde antes de nacer.

Yo pienso en los espacios reales e imaginarios.
El desierto es donde no hay vida y no hay amor.
Cada tanto una flor y un espejismo.
La calle es una posibilidad de huida y de regreso, de encuentro y de escape.
Es lo contrario a la libertad y a la vez,  lo que me recuerda su existencia.
J escucha a una cantante que también escucho y escuchan mis amigas Z y M.
Recuerdo la música de A, sus ensoñaciones. Es como si lo viera en la playa, con los auriculares y los anteojos de sol, tan ensimismado, tan hermoso y tan lejano.
La boca hinchada por el sol, el cigarrillo, la certeza de su amor.
Un viento vino y arrasó con todo nuestro mundo.
El desierto esconde la vida.
Y yo quería escuchar tu música y tus canciones, pero no hay un lugar.
Hay puro desierto.
Donde no hay nadie, no estás vos, no estoy yo, no hay canciones, no nos encontramos.

La estación de las lluvias

Me dijeron que hubo un tiempo en que había cuatro estaciones. Que en el sur, en donde vivo, en mayo era el otoño.
Ahora, atravesando la estación de la lluvia me pregunto si algún día saldrá el sol, secará convirtiendo el barro en tierra y si la prematura noche de mayo, o sus mañanas, traerán la fresca.
Me dijeron que había un mundo que se podía pensar a partir de ciertas palabras e ideas.
Pero aunque las cortes y los cortesanos insistan en abrir los salones de Versalles y desplegar los protocolos de seducción y crueldad, de ambición y poder, el Rey se fue a la guerra y nunca volverá.
Algunos días escucho a un maestro que me enamora, él renuncia al amor, y me lleva al deseo de saber.
Encuentro sus gestos anidados en un libro de un poeta inglés romántico y en la soberbia respuesta que a las elegías del poeta le hace un filósofo conservador, y los quiero a los dos como no podría jamás querer a esos   delicados y tibios pensadores que son nada más (y nada menos) que cínicos disfrazados de profundos.

Ahora, atravesando la estación seca del cruel final de época, me pregunto si el mundo que conocíamos sigue existiendo, si los dioses en los que creíamos (incluso la ciencia, incluso el dinero) no han muerto también como Dios.
Miro a mí alrededor y confío en pocas cosas: la belleza, el arte, la amistad y el amor.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Sí hay cosas que interrumpen mi risa

Llega como un mensaje de ese otro mundo donde imagino que ahora estás. Recuperándolo, impusiste sin saberlo mi viejo apodo de la infancia del que sólo vos y L parecían acordarse el origen, ni yo misma lo recordaba.
Leo esas tus palabras, no falta ninguna referencia a cada cual, a cada uno. Devolviendo el gesto de amor en su justa medida, como si hiciera falta.
O mejor dicho, falta no hacía, falta es ahora, a casi tres años de tu partida, cuando la que falta sos vos y entonces cobran otro sentido tus palabras, que acarician los detalles.
Tus palabras para decirnos que fuiste feliz esa noche, esa fiesta de cumpleaños en lo de F, siempre ella perfecta anfitriona y amorosa hermana tuya y también, de alguna manera, hermana mía por decisión y adopción.
Decías de mí algo que yo jamás hubiera pensado (de mí, de la que era para vos): que nada ahoga mi risa.
Es cierto que reímos esa noche. Y bailamos, celebrando el encuentro, la vida, la patria peronista que teníamos, mucho peor de la que deseábamos, mucho mejor de la que nunca tuvimos. Un paraíso perdido ya. Celebrábamos habernos vuelto a encontrar, a querer, a acompañarnos. Compañeras de ruta, de plazas y marchas, de infancias semi clandestinas, de adolescencias militantes y artísticas, de confidencias amorosas, de esa intimidad y confianza para la que no hay muchas otras palabras apropiadas: amiga querida.
Tengo algunos regalos tuyos en mi día a día. Me acompañan, son objetos donde te hallo y te pierdo.
Es como ocurre en las plantas, en las flores más delirantes y exóticas, en los animales que nos gusta cuidar, en cierta literatura, en algunas comidas y canciones donde habitás y podemos reconocernos a pesar de los límites que impone la muerte.
No sé si te conté, un día hice una reunión en casa con tus amigas. Vos nos amistaste y ahí estamos, te tenemos en común y desde ya, eso no es todo.
A veces cuando nos juntamos con F, L, J, P, es tan grande tu ausencia que ocupa un lugar en la mesa, en el asado, en la risa, en la discusión política.
Leo esas palabras tuyas que alguien comparte.
Querida amiga.
Te leo.
Te sigo leyendo.
Te extraño cada día.