miércoles, 29 de mayo de 2013

Cosa de chicas

Joan Harris, personaje de la serie Mad Men
Era tan impredecible que ella, al fin y al cabo, no tuvo más alternativa. Se enamoró de él, a pesar de que eran ya grandes, de sus vidas repletas, rebalsando de problemas, de ex, tal vez de hijos, padres. A pesar de todo su discurso feminista, su cabeza de intelectual, su baúl cargado de desengaños.
Y él, como si encarnara (una y otra y otra vez) la fantasía del artista romántico que a ella la podía de chica: metido en su mundo de acordes y guitarras, pinceles, cinceles, palabras, bibliotecas. Lo mismo da. Lejos de ella, o alejándose all the time. 
Y ella se peina como Amy Winnehouse en un video de "You Kow I'm no good", o como una de las chicas de Don Draper, pela tacos, faldas ajustadas, medias de red, corpiños de encaje, cremas con brillo, anillos con truco, pearcing en la lengua, perfume en cada hueco y ...nada. Como amante él es un tesoro, una mezcla de oriente y occidente, de tántrico y camionero, ponele, que la espera con velitas, oliendo siempre a mar, con música ambient tranquilizadora o inspiradora según la ocasión, el humito mágico, la cortina romana, la suave brisa de la tarde, sin cansarse y luego, horas, días, meses, sin un puto llamado, ni un sms, ni un mail, ni un whatsapp, y metete toda esa tecnología en el orto porque no te va a llamar.
Y ella, otra vez, lloriqueando con las amigas y preguntándose por qué insiste en ese masoquismo, en ese mirarse en un espejo que devuelve vacío y ansiedad, triste soledad. Si es porque cojen tan bien; si es por las palabras (peligrosamente vecinas del lenguaje del amor pero nunca esas); si es por esas partituras que se ha tatuado en el antebrazo, o por el ritual del té, o por las evocaciones marinas, o por el olor de los óleos, el tibio calorcito de promesas y plegarias (¡ay Truman!) que se forman en el abrazo de ellos, lo imbécil que es ese imbécil que opina de cosas que no tiene ni idea, bruto, burro, inculto, machista, gorila, pero...Llama. Manda un sms. En el universo infinito del ciberespacio una señal ambigua que atraviesa fronteras hasta rozarla a ella que ya, corazón desbocado, chau chau adiós con tanto psicoanálisis y allá vamos, otra vez, a meter la cabeza en la boca del león. Que es Eros. Y Tánatos, por supuesto my dear.

martes, 28 de mayo de 2013

Así es el amor


¡¡¡¡¡Gracias!!!!!!
Mi padre nos llevó a sus tres hijos a la cancha desde que éramos muy pequeños. Tenía su platea de socio y era fanático, como lo era nuestro pediatra, el "Doctor Pepe" (Mateos). Él fue el culpable de esta enfermedad que es el amor tripero.
Crecí amando al Lobo, sufriendo cada caída. La B, en los ochenta, las burlas, las cargadas pincharratas.
Amante como soy de las causas perdidas, Gimnasia siempre fue mi lugar, porque como dice AF, es una patria heredada precisamente por vía paterna. También mi abuelo materno, por razones muy extrañas y pese a que vivía en Gualeguaychú, era hincha del Lobo.
, ¡¡¡¡Gracias Pedro Troglio!!!! ¡¡¡¡Vamo Ginasiá!!!!

miércoles, 22 de mayo de 2013

Cambios de piel

Fuente
Me hablaban de la mina  y era como si mis amigas se hubieran vuelto locas: que era una agrandada, que se levantaba a los novios de las amigas, que no tenía códigos, que tenía un narcisismo lacerante. Que siempre caía parada, que acaparaba, al igual que lo hacía con los hombres, los cargos, los honores, los premios, los tapados y los zapatos más lindos. ¡No la soportaban!
Que era pagada de sí misma (aunque no usaban, por supuesto, una expresión así de antigua) que no se cansaba de hablar de sí misma, de sus éxitos, de sus pergaminos, de sus viajes, de los increíbles logros de sus hijos, de lo grande que la tenía el marido, de los años vividos "afuera" (eufemismo ambivalente para decir no solo el extranjero, tal o cual país, sino para evocar esa cosa cipaya subterránea que tenemos adentro, donde "afuera" es más, es mejor; y a la vez, aporta misterio, era una beca, un posgrado, un doctorado o tal vez una aventura romántica, años transgresores, militancia ecologista en Berlín, circuitos under en Londres, amantes artistas o millonarios, fantasías de ese tipo).
Me hablaban de la mina y se enojaban porque yo nada, fría, incapaz de odiarla. ¡La persona que me describían no tenía nada que ver con la niña, la adolescente, de mis recuerdos! Tímida, víctima de la indiferencia masculina, invisible para las otras chicas, que se tapaba la cara con un peinado horroroso tal vez producto de una madre loca, mala, resentida o simplemente muy ajena. Aquella adolescente niña, tal vez algo cargosa, que me rondaba, buscaba mi amistad, bajaba la vista si yo le hacía una broma, se conformaba con las "sobras" (de tiempo, de palabras, de paseos, de confidencias) de mis otras amigas y mías y pedía permiso para gustar de tal o cual chico que había sido novio de casi todas pero que a ella ni la registraba.
Así que esos relatos en los cuales me la contaban como la histérica de libro, el misterioso objeto de deseo, la militante con discurso feminista de barricada, la genial Tal Cosa, la premiada Tal Otra, me parecían una broma. 
De gusano a mariposa, pensaba, como esas mujeres que han sido muy indeseadas hasta los 30, pongamos, y de pronto se ponen buenas, y levantan, y salen al ruedo como caballos (o yeguas) desbocadas, a la carrera, por si llegan las 12 y otras vez el carruaje se convierte en calabaza.
Se olvidan de su solidaridad de género y todo eso. O se ponen vengativas sin motivos, como una Uma Thurman sin causa justa, ni glamour. Y llevan, en su mirar, ese rastro del resentimiento que descargan contra sus pares, tal vez por no animarse a hacerlo contra las madres o los padres que no fueron capaces de quererlas.

sábado, 18 de mayo de 2013

Sans merci

La Belle Dame Sans Merci (1926), Frank Cadogan Cowper
"[...] And there I shut her wild wild eyes
With kisses four." 
(Keats, La Belle Dame sans Merci, 1819)

Iba por la avenida luminosa, distraída con tantas vidrieras de librerías, negocios de golosinas, bares, vendedores ambulantes de brillosas (como diría A) baratijas, altos como jirafas y negros como piezas de un ajedrez de ébano.
Estaba por cruzar en la esquina, esperando el semáforo, miré el cartel, la calle P. Unas cosquillas suaves como el olvido cuando se interrumpe. Podía ser tu calle, como antes había sido otra, y los nombres que designaban los accidentes del territorio que nos acercaba pero que también, y con mayor frecuencia, nos alejaba. Cerca de allí, junto a la boca del subte, había baldosas en el piso para recordar a los transeúntes,  por lo general más bien indiferentes, que ahí había caído tal compañero.Siempre que pasaba pensaba lo mismo: ¿qué habrán visto sus ojos cuando gritó su nombre y pidió que avisaran a su familia? ¿Cómo era la avenida entonces? ¿Se le fue nublando la vista al caer, para no darle el gusto a la patota de fijársele en las retinas? ¿Quién escuchó su grito?
(¿Hablamos de eso alguna vez? ¿Leíste el libro? ¿Pensás en mí en algún cruce de dos calles que interceptan tu andar?.A todo respondo que no y ya se puso verde el semáforo de los peatones.)
Antes de cruzar recordé que antes, en mi vida anterior, con sólo saberme cerca de tu casa (ni siquiera de vos, porque podrías perfectamente no estar), ya me ponía ansiosa, sonriente, húmeda. Mi columna vertebral me elevaba, flotaba un poco por encima de la vereda, el pelo se me despeinaba como anticipando al amor, la sangre me corría por el cuerpo como si volviera a los veinte.Todos esos síntomas de desear tu deseo me hacían vivir, cuando andaba medio muerta, y demorar el dolor una horas antes de recurrir a los medicamentos.
Adiós amor, pensé, al cruzar, adiós. Todo está al revés y hoy sos, para mí, como la belle dame sans merci. Igual te deseo que te vaya bien. Y muchas gracias por los momentos vividos. Y alguien ya me empuja, y suena el teléfono y la avenida se lleva volando mi recuerdo como el viento que levanta, en la otra esquina, volantes, hojas secas y bolsas de basura.

lunes, 13 de mayo de 2013

Lo que no volverá

Domingo, 1926 (150 Kb) Óleo sobre lienzo, 29 x 34 in
The Phillips Collection, Washington, DC
Cada vez que voy a buscar un libro tomo un riesgo: confirmar una ausencia o alegrarme de una recuperación. Así es la biblioteca de los inundados, un territorio incierto, impredecible. Lo que no está puede regresar, de la casa de algún paciente y amoroso amigo que se ha vuelto experto en recuperación de papeles. Pero también puede que ya nunca lo volvamos a ver. Puede que esté cubierto de hongos, de ese pegote oscuro empetrolado que invadió nuestra vida, de olor a mierda, como dice acá Leopoldo Brizuela.
Busco una antología de poesía rusa.
No está.
Adiós Tsvetaieva, gracias Internet por acercarme, al menos "en efigie", el objeto extraviado.
Así como la biblioteca es la vida después del agua: todavía buscamos lo que no volverá nunca. 

domingo, 5 de mayo de 2013

La gilada y los ambiciosos Cresos

"¡Oh avaricia! ¿qué más puedes hacer,
que así te has apropiado de mi sangre
que ni te cuidas de tu propia carne?"
(Dante, Divina Comedia,  Purgatorio, Canto XX, 
líneas 79-93)

Una amiga me llama por teléfono. Hablamos de esto y aquello, como siempre. Por ahí se desliza, en medio de la conversación, que uno de los trabajos que tiene (ella o su esposo, o algún amigo/a nuestro, lo mismo da) está en peligro porque un Fulano (con poder) hizo un acuerdo con un Mengano (con poder también) porque como no les alcanza con haberse afanado mucho cuando pudieron, y tampoco con hacerse de una imagen de prestigio, a pesar de eso, y tampoco con sus coches, sus viajes, sus conferencias, sus (nuevos) cuerpos mejorados en algún spa para gente con plata, sus lindas novias jóvenes (por las cuales abandonaron a una o dos anteriores que molestaban mientras les criaban los hijos y ya no daban con su nueva imagen de "triunfadores") que aparentan chupárselas muy bien (aunque no lo hagan) además de saber decir dos o tres frases juntas y tener algún trabajo (que probablemente ellos les consiguieron) como para que parezcan profesionales "exitosas" a la "altura" de ellos (que siempre es más alto, más, más y más).
Los siete pecados capitales .Entre 1500 y 1525. Oleo sobre tabla.
 Altura: 120 cm (47,2 in). Ancho: 150 cm (59,1 in).

Y este Fulano, que no puede ya más con su codicia, se queda con dinero/bienes/recursos de otros (roba); arrebata puestos de trabajo acá y allá a una gilada que en el lenguaje de Marechal sería "los Guitiérrez", una gilada que labura, se enferma, se muere, estudia, se forma, se esfuerza. Una gilada que se inunda, se queda sin laburo, o tiene cuatro laburitos para llegar a fin de mes (cuando le va bien), se exilia, se cansa, se desespera. Una gilada que puede o no tener coincidencias políticas con el Fulano o el Mengano (y conmigo, porque yo soy parte de esa gilada y esa gilada, que es mayoría, es diversa en sus ideas). Aunque el Fulano y el Mengano son cresos, son una mentalidad, son primero hijos, padres y esclavos de su codicia, así que sus ideas se adaptan al poder, como muda la Luna y las mareas, con una fuerza de atracción irresistible, así que siempre están cagando a la gilada acá y allá, con Este Poder y con Aquel Otro. Y siempre traicionan, además. Son cortesanos: a rey muerto, ya están de chupaculos de los herederos y nuevos favoritos.
Dice la Wikipedia que "La avaricia es el afán o deseo desordenado y excesivo de poseer riquezas para atesorarlas. La codicia, por su parte, es el afán excesivo de riquezas, sin necesidad de querer atesorarlas. La codicia (o a veces la avaricia) se considera un pecado capital, y como tal, en cualquier sociedad y época, ha sido demostrada como un vicio." Y así la representó Hieronymus Bosch o El Bosco. Y ojo, este Fulano o este Mengano no es ese que vos/usted, lector/a cree. Son legión. Así que en la corte que vos/usted frecuenta se llaman de un modo y en la de otro se llaman distinto, pero los motiva lo mismo y son como vampiros chupa sangres sin límites. Están en las empresas, en la política, en la televisión, en el mundo de las artes, en la academia, en las escuelas. Crecen y se reproducen cerca del poder y la riqueza.
Hay que tener mucho cuidado con sus sonrisas amistosas y sus buenos modales, y sus discursos moderados, correctos, graciosos, que hasta parecen, a veces y si uno anda desprevenido, valientes e inteligentes. Son los ropajes del vampiro para seducir a la gilada. Si pasa frente a un espejo se los detecta fácil. Hay que estar atentos, nada más, y recordar las palabras de Evita en Mi mensaje, cuando al referirse a los ambiciosos, en particular a los dirigentes sindicales (yo lo extendería a cualquier dirigente y/o funcionario) dice: "cuando un dirigente sindical se entrega al deseo de dinero, de poder, de honores, es un traidor y merece ser castigado como un traidor." Llámenme antigua, me la re banco.

"Encapricharse con quien no corresponde", John Irving, Personas como yo

“Cuando tenía veinte años, pensaba que las novelas que quería escribir ya estaban extinguidas; todos mis héroes literarios del siglo XIX estaban pasados de moda, algo que me generó cierta inseguridad en mis comienzos”, (John Irving)*

Me contaron que un escritor que también enseña técnicas de escritura detesta las citas, las menciones, las referencias a otros escritores y libros. Parece que las considera como errores o algo así y les dice a sus alumnos que renuncien a usarlas. No sé si es verdad, yo no he leído nada de este escritor. 
No debe gustarle John Irving (ni la mitad, o más, de los escritores que leo y admiro). En Personas como yo, que estoy leyendo lento como pos -inundada, hay como siempre esa clase de referencias a una biblioteca personal y universal que J.I comparte y que nos identifica a sus lectores, supongo, como parte de una tribu diversa, cosmopolita, dispersa pero conectada. Dickens, Flaubert, Melville, Hardy (y su Tess, la de los d'Urberville, que figura en la lista de melodramas clásicos que tengo pendientes, y que solo conozco por referencias y y por una miniserie de la BBC que estuvo bien) Shakespeare, Ibsen (y muchos otros autores de teatro clásico que no he leído).
Serie Tess la de los d' Urbeville. 
Como en casi toda su obra, está esa frase (o frases) que ofician como mantras conductores, para su personaje-narrador, para hilvanar la trama, para viajar en el tiempo de sus novelas en las cuales transcurren años y territorios, en este caso, la de "encapricharse con quien no corresponde". Quizá sea la frase inaugural de toda adolescencia, del erotismo orientado hacia otro u otros, de las fantasías inconcretas con esos amores primeros, polimorfos, urgentes, de ensueños e imaginaciones que se alimentan de gestos fugaces, breves, unas palabras, una pequeña anécdota.¿Hay acaso otra forma de iniciarse en el amor que la inconveniente,  la que no corresponde (y a la vez, no encuentra ni puede encontrar correspondencia)? ¿Otra que la frustración, la perturbación y el desconcierto provocados por esos caprichos que nos obligan a interrogarnos acerca de nuestro deseo (¿quién soy, qué quiero?). Algunos encaprichamientos nos ocurren, primero, en la literatura, en la lectura clandestina de una novela que nos inicia, que nos hace sentir "pecaminosos" sin saber por qué, cuando apenas comenzamos a abandonar la infancia (los 11, los 12, los 13 años). En el caso Billy Dean, el personaje de Personas como yo, serán las hermanas Brontë sus iniciadoras, con Cumbres Borrascosas y Jane Eyre (esta última, compartida por mí), recomendaciones hechas por la bibliotecaria y el padrastro causantes de sus primeros caprichos. 
También los paisajes de JI son conocidos: las geografías, los países nórdicos, ciudades como Hamburgo, Nueva York, en las cuales sus personajes buscan siempre al padre que no fue y al hijo que no sabe, por eso mismo, quién es. Buscan, desesperadamente, por medio del arte y del sexo (con personas mayores, con personas del mismo u otro sexo) encontrar el amor. 
Los fetiches recurrentes, corpiños (que en las traducciones que leo siempre son "sostenes", palabra que detesto) saquitos (que llamo también suéter, o pulóver o cardigan) de lana rosa (que se llaman en las ediciones españolas:"rebeca de cachemira rosa"), marcos de fotografías que ya no están (como pasa precisamente en mi casa, en la que las paredes se han llenado de moho, de olor a humedad, de descascaramientos y marcos de fotos arruinados con fotografías que ya nadie podrá ver).

Robert Mapplethorpe - 361 × 460 
Me gusta el (y los)  mundo (s) que crea Irving, incluso con sus provocaciones y sus reiteraciones, sus lugares y recursos predecibles (estilo, hogar lo llamaría) al igual que sus personajes. Complejo, diverso, interesante, de tramas inconclusas y caminos que se bifurcan, de personajes que hacen lo que no se espera de ellos, incluso, que decepcionan al lector (a mí). Es creíble, me atrapa. Incluso esos personajes sórdidos, tristes, atravesados por dolores causados en infancias de desprecios, abandonos y abusos, esos bisexuales insatisfechos, travestis indecisos, putas que añoran a sus hijos perdidos. Esas escenas de sexo iniciáticas algo perversas, las obsesiones repetidas con los  "penes" y las "tetas" (mediante sus fetiches,estas últimas) que a veces me aburren. Las puestas en escena teatrales de las mismas obras. Las referencias a obras musicales clásicas. Incluso esas.

Y por si fuera poco, me hace gracia, me genera respeto, su coraje fundado en años de trabajo y esfuerzo en la escritura, en haber producido algunas de las obras más importantes de esta época sin ceñirse a ningún "deber ser", amo cuando afirma: “Siempre he odiado a Hemingway. Me causaba vergüenza como escritor y como hombre. Y su manera de representar la masculinidad me parece un chiste. Él no era boxeador, era un alcohólico sobrevalorado que, además, es responsable de la ola literaria de todos sus imitadores. A mí me gustan las frases largas y los personajes complejos, y la mayor profundidad que consiguió Hemingway fue crear un personaje que era incapaz de tener una erección. Así que Hemingway es el mayor fraude de la historia. Como hombre y como escritor”.
John Irving, y esas personas como yo.