sábado, 30 de noviembre de 2019

Hasta el cuello, de Aula 20 FBA


"Cristalina misión del agua 
recordar el cuerpo
cuya huella se hace líquida.
Imprevisto destino del cuerpo
vivir para siempre
en la memoria del agua".
Eduardo Rezzano

Con estos versos del poeta platense se presenta el programa de la última obra de Aula 20 FBA cuyo nombre ya es convocante: Hasta el cuello.
Hasta el cuello, metáfora que hace metonimia a la vez con varios hasta. (hasta la raíz, por ejemplo, hasta el fondo).
Estar hasta el cuello es estar prácticamente hundidas, apenas asomando la cabeza.
O su contrario, puede ser interpretarlo al revés, estamos bajo el agua pero la cabeza asoma.
Todavía.

De modo que depende del movimiento, de los movimientos siguientes, hundirse, ahogarse, o salir a la superficie a respirar.
Foto tomada del Facebook de Mariana Estévez
Estar hasta el cuello puede ser como hundirse en arenas movedizas, en pantanos, en suelos traicioneros que nos arrastran a algunos abismos.
Es como vivir en América Latina, es como estos tiempos, es como ser mujer.
¿Cómo sabemos de los límites del cuerpo, de nuestro cuerpo, cuando han sido siempre otros los que disponen de nuestros cuerpos como si fuéramos tan líquidas que no pudiéramos quedarnos, permanecer, o detenernos, o huir sin necesariamente seguir una huella ya trazada, como hace el agua de deshielo, que encuentra el cauce y lo retoma, pero nunca es el mismo.
Como el agua que gotea lento, hasta horadar la piedra.
Pacientemente, con la disciplina de una coreógrafa atenta a cada movimiento.
También las bailarinas de la obra están hasta el cuello.
Sus melenas se hunden en una pecera cristalina, sus cabeza en el agua, sus cuerpos afuera. Sacuden lo mojado, lo húmedo, el peso del agua con fuerza, como brujas, como Nereidas, como habitantes de otros tiempos más dionisíacos.
Pero solo un instante.
Porque la coreografía es más apolínea.
Impecable en lo formal, perfeccionista, como M., que cuida los detalles como los pulsos del ritmo pero....
Cuando los músicos y las músicas invaden la escena, descalzes, cuando los vientos se dejan sentir, yo presiento a Dionisio, yo adivino a esas mujeres de las montañas que ruegan por el agua para sus cosechas, para alimentar a sus familias, para lavarse la sangre que una y otra vez la vida nos pone entre las piernas, o la muerte en todo el cuerpo y en los cuerpos que amamos.
Sacuden sus cabelleras.
Sus melenas.
Sus ropas aguamarinas y luces me engañan por momentos, como si fuera un sueño shakespereano o un cuadro renacentista, pero estamos acá, muy acá, en el Sur, en las tierras asediadas donde los cuerpos a veces se diluyen como el agua.
Las luces juegan con las gotas sobre el escenario.
La música se enamora de las bailarinas y se cortejan.
La obra es muy formal, pienso. ¿Y qué quiere decir eso? 
Eso estoy pensando.
Me dejo llevar y punto.
Pero no hay punto.
Porque la forma se rompe y se desdibuja como el agua.
Ya no sé si son una bailarina con muchos brazos y piernas, una bailarina con cuerdas y vientos, o varios músicos y músicas que hacen bailar sus instrumentos.
No será nunca el mismo río donde te bañes, dijo un sabio hace mucho tiempo.
Yo veo a una doncella guerrera.
Y a una joven virgen que se baña para su amado.
Y veo a quienes se ahogaron.
Y veo a una anciana que limpia el cuerpo de sus difuntas.
Y veo unas chicas que se preparan para salir a escena.
Y veo a las pibas que se empoderan y no quieren ser sirenas sino mujeres completas.
Hasta el cuello.



Ficha técnica:
Idea y dirección general
AULA20 FBA
Interpretación
Aula20 FBA + Proyecto en Bruto
Julia Aprea, Maria Bevilacqua, Cirila Luz Ferron,
Mariana Provenzano, Carola Ruiz, Mariana Sáez
Música
Ramiro Mansilla Pons, Julián Chambó
Ensamble de Música Popular de la Facultad de Bellas Artes
Micaela Juan Baraybar, Katherine Sotomayor Arancibia,
Rocío del Cielo Longobucco, Jazmín Mazzuchelli
Cappello, María José Fernández Molina,
Libertad Centeno Di Luciano, Paloma Manriquez,
Cristopher Manzano Malla, Juan Sebastián Azparren,
Fedah Mihojevic, Germán Díaz, Julián Mandrino,
Jonathan Victor Estrada Ríos
Dirección del Ensamble
Manuel Gonzalez Ponisio
Dirección de arte
Gonzalo Monzon
Realización de vestuario
Ropa para circo
Coordinación general
Mariana Estévez, Diana Montequin
AULA 20 - Facultad de Bellas Artes



jueves, 28 de noviembre de 2019

Soy la gata que camina libre

«El Gato dijo: ‘No soy un amigo, no soy un criado. 
Soy el Gato que camina libre y que desea ir a tu Cueva’».  
Rudyard Kipling

Nuestra gatita ha sido atropellada. 
La buscamos durante tres días largos y ansiosos.
Pusimos carteles y preguntamos por los negocios y las casas, y las redes.
Creímos que se había asustado por la tormenta, que tal vez se hubiera caído, que volvería.
No voy a poner otra foto de Libra aquí, nuestra gatita, porque me dan ganas de llorar.
Toda la manzana está llena de fotos en los carteles de búsqueda que hicimos. Salgo a la calle y bajo la vista porque ya no hay esperanza de encontrarla.
Son los gatos los que nos hacen ser de tal o cual forma en su compañía. Cada gato tiene su modo de ser felino y estoy segura de que una educación completa tiene que incluir la convivencia con animales como ellos.
Hay gatos ariscos y elegantes, gatos locos, gatas mimosas y tiernas, gatos alegres, distantes, sabios, desdeñosos, lejanos, pesados. Gatas misteriosas que un día se ausentan y luego reaparecen enredándose entre tus piernas en el momento menos esperado.
El obstetra que nos trajo al mundo a mi hermana y a mí solía decirle a mi madre que las embarazadas se favorecerían de observar partos de gatas. Vi parir a varias, ayudé incluso a alguna que tuvo dificultades y es por eso que me asombra la gente que sostiene que los gatos no son agradecidos o leales.
De todos los gatos que han embellecido mi vida, desde que tengo recuerdos e incluso, marcas en el cuerpo, nuestra gatita Libra fue la que menos tiempo vivió. 
Hemos cuidado gatitos por un tiempo, regalado gatitos de distintas camadas, enterrado gatos y gatas que pasaron una vida con nosotros.
Rocamadour, sin ir más lejos, nacida en un bar  rockero platense a fines de los 80, que llegó a mi casa en la mochila de mi hermana y en bicicleta para serme obsequiada en plena época de lectura cortazariana, allá por mis 16 o 17 y vivió 19 años.
Toé, rescatado en la infancia con mis amigues "pedagógicos", abandonado con otros gatitos en un terreno lindero al camino donde su madre había sido atropellada.
Los gatos que pueblan novelas y cuentos que he leído, las gatas que acompañaron cada etapa de mi vida.
Gatos que se quedaron con algún ex, gatas que se quedaron conmigo, cuando las parejas de rompieron.
Maguita, 16 años acompañando a mi familia hasta que este año nos abandonó, pertenecía a esa especie de gatas elegantes, distantes, desdeñosa en su independencia pero vulnerable al cariño de mi hijo.
Maga, libre y corajuda.
Está pequeña Libra era una gatita tan alegre y mimosa como pocas he visto, llena de energía y capaz de iluminar nuestras noches con su modo Pelusón of Milk.
El calorcito de su compañía y alguna confusión que la llevó a creer que era una perrita, así que seguía a mi hijo por la casa y lo esperaba detrás de la puerta cuando sentía la llave girar, o se quedaba tranquila en sus hombros como una pequeña estatua egipcia.
¿Cómo es vivir sin animales?
¿Cómo es  vivir sin gatos, estos seres tan inteligentes y bellos?
Me dicen que hay que tenerlos encerrados para evitar que los maten pero yo aún no sé cómo pueden vivir los gatos sin libertad, incluso en este mundo violencia.
Adiós gatita hermosa. 

lunes, 11 de noviembre de 2019

Escenas de primaveras y juegos de paisajes

"¿Con quién no jugamos al amor y la muerte?"
(Gilles Deleuze, Tres problemas de grupo, en La isla desierta y otros textos)



Con A nos entretuvimos en conversaciones que demoran el encuentro de los cuerpos. Afuera  se adivinan los horizontes bajos como cuadros de Molina Campos mientras cae la noche veraniega y sopla un viento que limpia. Suenan temas clásicos de rock nacional, las copas quedaron por ahí, los cuencos con frutas de estación y las tablas con quesos y fiambres son la tentación de las moscas y los perros que entran  y salen de la casa por las puertas y ventanas abiertas en los territorios sin miedo. Las ganas son como los libros de la biblioteca y los recuerdos de viajes, llegan adornadas por ornamentos de palabras, no son de pronto, no son de fuego, y ni siquiera cuando la Luna llena como en las películas se deja ver puedo entregarme a un romanticismo nocturno que ayudaría a ese breve amor.

Con B nos medimos, nos dijimos y contamos historias como si nos tocáramos o nos besáramos, y algunos ademanes y entonaciones son como lenguas deslizándose por las pieles y mordiendo justo en donde. 
B me habla de un libro y produce efectos performáticos, como si me susurrara y a veces como si me gritara, o como si gritara. Por eso cuando necesito paz tengo que poner a B y a los que son como B en modo silencio/distancia, porque en su hablar me envuelven, en su hablar me encienden y si es primavera me da por reír, pero en invierno la risa no siempre viene.
Peor que eso es cuando no me habla y me deja un repertorio de canciones tristes.
Permanece mudo, distante, y me voy olvidando de su existencia pero olvidó un guijarro que pincha  la planta de mi pie cuando camino plácidamente por ciertos lugares, y el pinchazo me recuerda que perdí algo u olvidé algo que me importaba.

Jean-Antoine Watteau - “Peregrinación a Citerea”
 (1717, óleo sobre lienzo, 129 x 194 cm, Museo del Louvre, París)
C monta una escena que me provoca celos. Juega a aparecer y desaparecer y se mezcla la música de una milonga con algo tropical y quiere hacerse el bueno pero no le sale. Hace comentarios y chistes desagradables y los adorna con gesticulaciones impostadas de un actor que exagera o no cree mucho en su papel. Por un rato me convence, capta mi atención, es mi lado morbo turbio que se auto flagela con su injuria reinterpretada como si no le alcanzara con tocar. Necesita ser visto, necesita estar en el centro de la escena. Yo lo miro y no veo nada, es como una vela que se apagó, hasta que introduce a los personajes femeninos y me provoca celos. No deseo, no ganas. Unos celos que vienen del pasado y la infancia, tal vez, que reeditan una escena reprimida o guardada. A la mañana siguiente me parece tan absurdo, no puedo recordar una sola conversación con él que me conmueva o despierte mi curiosidad. Si escribiera todas las palabras que me dijo no llegaría ni a un haiku.

(Alguien me pregunta si no me da miedo cuando escribo que alguien se sienta tocado, que los devotos de la literalidad se reconozcan y se ofendan y digo que no sé, que tal vez, pero de C no me preocupa porque nunca leerá nada de lo que yo escriba, y quizá nada de lo que valga la pena leer).

Están matando a Evo, a Assange, están matando pibes tras la cordillera, y de Sur a Norte y de Norte a Sur. Estamos muriendo, nos están matando, la vida es como una isla casi desierta  y yo solo quiero decir: esta noche, mañana, demos una vueltita, un paseo a Citerea, y que vos lo entiendas, y que vos seas acto, y que seamos un rato un paisaje de Watteau.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Te llevo en mi playlist o should I stay or should I go?

Para hacer un pausa en la escritura, por la tarde voy a correr. El viento me pega de frente y suena Babasónicos en mi playist, con una de mis favoritas que dice: "Nunca tuvimos testigos.  No tenemos ni una foto juntos", y esa frase me trae varias imágenes. Algunas que habían quedado congeladas, perdidas en algún cajón del freezer que encendemos cuando duele.
Optamos por el enojo o por el olvido, para no quedarnos demasiado demoradas en la tristeza que producen los amores que no fueron.
Congeladas como esas canciones que nos hacen mal porque nos recuerdan a alguien que ya no está.
El viento me pega en la cara, mi cabeza mezcla números de investigaciones académicas, ruidos de la calle, un tema de Los besos que suena después, cuando ya voy por los 4 kilómetros de catarsis y siento en el cuerpo algo que se parece bastante a la paz.
Tal vez tenga que ver con  haber podido con esos besos algo embriagados dar vuelta la página de un rencor que no tenía culpables pero sí peso. Como si por una vez en este micro fuckin world de las relaciones afectivas hubiera una justicia poética que pone cada cosa en su lugar, devuelve a los sustantivos a su sitio y a los adjetivos que usamos para defendernos, los despoja de agresividad. Vos ya no sos vos, ni yo soy aquella. Han pasado muchas cosas, han habido muchos nuevos desencuentros, y la risa vuelve a disponerse entre nosotros como un puente para ir o para venir, incluso para no hacer nada, todo depende de la perspectiva y de cómo flotemos cada uno en el tiempo.
Y te dije, no sé si lo habrás escuchado,
mi verdad. Yo sí me escuché. Pero no me dio miedo exponerme, es algo que quedó atrás, pero es algo cierto.
Fue como tirar por la borda un lastre que de algún modo demoraba mi nave, sin que me diera cuenta.
Después me fui a una fiesta y bailé como si tuviera veinte años y toda la vida en ofrenda ante mis ojos.
Y ví pasar personajes de un caricatura que se presenta como fuera de lugar, invadiendo la pista. 
Personajes que pueden encender una noche pero no saben quien es la Niña que la iluminó ni conocen los viajes al futuro, ni se aventuran en territorios desconocidos.
Que no entienden los mantras que repito, ni los efectos hipnóticos que tienen sobre mí ciertas palabras.
Ni les brillan los ojos en la intimidad. 
Las luces, la noche, los tragos invaden los escenarios.
Y una vez más, como cuando tenía 15 años y amé por primera vez a un músico dorado, me pregunto: should I stay or should I go?

sábado, 9 de noviembre de 2019

La edad de las mujeres

Una vez fui a la casa de la escritora Alicia Steimberg, un departamento pequeño muy cerca de Las Violetas, en Caba, atiborrado de libros, portarretratos, adornos. Me mostró las fotos de sus hijos, que ya eran adultos, y me iba contando anécdotas mientras yo la seguía hasta la pequeña cocina donde se me pierde en la memoria si me preparó un té o un café. A raíz de algo que me contaba, con relación a la crianza de lxs niñxs y la escritura (tema que por entonces ocupaba el centro de mi escena) le pregunté la edad, porque me parecía demasiado joven para tener hijos tan grandes. Ella me dio una de las respuestas más inteligentes que escuché respecto a las edades en una mujer, he contado esto infinidad de veces pero hoy me acordé al cruzarme en la calle con una desconocida que me recordó mucho a Mary Sánchez. Pero no a la Mary de los últimos años, sino a la de los 2000 y pico, cuando la trataba de manera casi cotidiana y pensé en esos caprichos del tiempo y la memoria, y de las imágenes que guardamos de las personas cuando dejamos de frecuentarlas por las razones que sean.
Me dijo Alicia: mi edad depende. A veces me despierto con quince años, otras tengo cien, mi DNI dice tal cosa...
Estos años oscuros nos han envejecido de la peor manera: enfermándonos y agotándonos.
Sin embargo, esta primavera, el vientito que sopla, el deseo que anda deambulando por ahí en los bodegones y que "escriben los poetas embriagados" me hace sentir so young por momentos.

Dan ganas de subirse a la bici y pedalear como si fuéramos el pibito de ET.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Una encantadora manera de comenzar la semana

Soy una intelectual. No me gusta admitirlo pero es algo bastante cercano a lo que soy.
Añoro el siglo XIX, incluso a veces el XX, pero mal que me pese habito lo contemporáneo y me deja a veces pasmada, otras fascinada.
Decir intelectual es un problema y se requiere de muchos adjetivos. Se trata de un palabra tan devaluada que si una la repite puede parecer el pum pum pum de un instrumento de percusión,  o el eco lejano de algo que quería decir otra cosa.
A veces fantaseo con ser  contemplada a la sombra de y como una muchacha en flor.
Y vos deseándome como Marcel a Albertine, pero con más realismo, el vértigo de un animé, y con la ligereza y la alegría de los cuerpos que pueden al fin apagar la máquina de hacer preguntas, reproches y acusaciones y surfear la ola.
La espuma salada salpicando, la noche alrededor, aterciopelada y en vaso de trago corto con rodajas de naranja y hojas de menta.
Otras fantaseo con ser una aviadora que prefiere perderse en el horizonte infinito de sus, tus y mis numerosos olvidos antes que morderme la cola otra vez in My life.
Mi mente es más inquieta que un volcán submarino en movimiento, y a veces ni toda el agua del océano apaga la llama.
Me gustaría usar frases cortas y entregarme a la colonización de la lengua de los piratas del Imperio insaciable como hacen casi todos.
No darle tantas vueltas a batallas ya perdidas de antemano. Volver a fumar tabaco y ser una deidad del panteón apolineo pero con un arco y una flecha dionisíaca a mano, por las dudas.
Hay tantos monstruos ahí afuera, acechando, tantas presas, tantos animales salvajes y quimeras que atrapar. Tanto alimento y algún unicornio, tal vez, por qué no.
Camaleones, sapos, un pez gigante digno de un héroe y toda clase de mariposas.
Quisiera
dejar de pelear por las causas abandonadas.
O ser una guerrera vikinga que llega cansada de la batalla y se acuesta con un un joven artesano, un granjero o un viejo sabio, y toman vino o lo que sea para olvidar a los muertos.
Me gustaría ser una artista, una domadora de serpientes, una jineta sin obligaciones: tu ama, tu esclava, la chica a la que invitás esta noche a tomar un Martini en Casablanca, mi querido Rick.
Me gustaría que esta primavera siga oliendo a jazmines y a pueblo,
a sexo y a países lejanos e inventados donde las especias son picantes, el Tabasco no falta, el océano es cálido y las costas, sureñas, aunque las leyendas sean de mares del Norte.
 Me gustaría ser una
astronauta valiente como Valentina Tereshkova y viajar a planetas más distantes que Plutón o a  tribus perdidas en Áfricas olvidadas donde habitan marineros y náufragos marroquíes y amantes de la China del Norte, con pieles extremadamente suaves y lampiñas, y bocas calientes como rescates de la muerte.
Y una de Aretha F. o de Prince sonando de fondo a  nuestra galopada, que no será The Big Wave pero sí una encantadora manera de comenzar la semana.