miércoles, 26 de septiembre de 2018

Qué jazz es la noche

"La palabra jazz, en su conquista de la respetabilidad, en un principio designó al sexo,  después a la danza, y, finalmente, a la música. Está asociada a un  estado de excitación nerviosa no muy diferente del que reina en las las grandes ciudades situadas en la retaguardia del frente".
(F. Scott Fitzgerald, Ensayo sobre la era del jazz)

Como amigo era un mal amante, como amante era un mal amigo.
Y aun así, estaba esa cajita de resonancia donde hacían eco las palabras que en otros lados permanecían ajenas e incomprendidas.
Y unos besos adorables como comer frutas frescas en tardes de verano y sed.
Y ella ahí se encontraba.
Donde el oro es oro, aunque también pueda ser otras cosas.
Pero sin dejar de ser oro.
La morosidad del blues, sin embargo, donde a él se lo presentía tan cómodo, no era su modo de vivir la primavera, y ahí se desencontraba y ya no podía ser.
Y necesitaba irse a buscar un poco de rock en otras estaciones: como hojas de otoño, noches de invierno, veranos tropicales de sed de mar/amor.
El traje de héroe que ella le había puesto se había perdido en alguna esquina de por ahí.
Y él no tenía ninguna responsabilidad en eso, ella sabe.
(¿Cómo podría un hombre siquiera  adivinar todos los disfraces que le había imaginado? Y si es que lo hacía, ¿cómo no iba a asustarse un hombre al sospechar esas imágenes?).
Y sin embargo estaban esas formas de decir el mundo de mar y de tierra, de estelares sueños, de animales fantásticos, en los que ella podía jugar a ser la niña que iluminó la noche, la puta de un burdel del fin del mundo que espera al Corto Maltés, la Margarita Gauthier que agoniza de amor o una Sarah Connor latinoamericana sin Hollywood, y sin piedad.
Se deshizo un hechizo en la noche del rayo, bajo el suave ensueño de las canciones viajeras.
Y ya no hubo amor, ni hubo odio, ni enojo, ni tristeza.
Quedó una sonrisa y un recuerdo leve y lleno de vida, como un colibrí.
Quedó una huella alegre y dulce en una parte de cuerpo que sabe.
Quedó el recuerdo del jazz.
Y aun así, estaban las palabras resonando como sí las conexiones del mundo no fueran ni pasado ni futuro, apenas ahora.
Que suave es la noche.
Que jazz es la noche.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Bendita primavera

" [...] y se reía de mi 
dulce embustera 
la maldita primavera".
(Gaetano “Totò” Savio, música, 
y Amerigo Cassella, letra)




Junto al lago, las piedras eran más blancas, la tarde se prolongaba y se vestía de colores que nunca en la ciudad, al correr del río se adivinaba, alocado, por los murmullos que cada tanto llegaban.
Y vos.
Y yo.
Y todo el porvenir.
Podíamos amar, leer un libro detrás del otro sin interrupciones, no había celulares, las pausas eran para buscar leña, caminar por los senderos infinitos, escalar las cumbres, hacer amistades nuevas, preparar el fuego para la comida, hacerlo en la carpa hasta agotarnos, contar satélites fugaces y estrellas orbitantes, armar cigarros, tomar chocolate caliente en jarritos abollados, soñar revoluciones e hijos en futuros de todas las formas posibles.
Todo lo que creíamos olvidado regresa.
A veces como nostalgia, a veces como el llamado de una selva que aún nos habita.
A veces en las extrañas formas en que conectamos con otrxs, como si en nuestro adn hubiera alguna sustancia hecha de moléculas y poesía, de canciones, imágenes y potasio. Y sin que lo notemos, nuestro olfato descubre en una determinada piel el recuerdo atávico del bosque de arrayanes, el presentimiento de un volcán, la memoria de algo que nunca ocurrió pero podría haber ocurrido.
No lo llamamos amor porque esa palabra puede encubrir equívocos interminables y melodramas rusos.
A veces es el tono de una voz, el puro significante que hace deseo en nuestra epidermis.
Otras veces es solo la maldita primavera.
Pero no importa, con tal de que prevalezca un poco de paz, un poco de vida, un poco de esta bendita primavera..

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Oh, plis, maidarling, no pierdas la magia

"Las imágenes de las que estoy excluido me son crueles; pero a veces también 
(inversión) soy apresado en la imagen".
 (Roland Barthes, "Las imágenes", Fragmentos de un discurso amoroso)

Oh, plis, maidarling, no pierdas la magia. No me hagas caso. En el mundo sobran demasiadas  lágrimas derramadas por los deseos cumplidos que ya perdí la cuenta.
No pierdas la magia, seguí brillando, surcá los cielos infinitos y misteriosos, no caigas, no seas una ecuación descifrada, por favor. No pierdas la magia de las ecuaciones de varias incógnitas inexplicadas.
Rogué que terminara la parte del dolor. Fui una feminista de puras certezas de veinte años y una guerrillera de razón valiente y corazón domesticado.
Te soñé besándome como un poseso, dentro de un río, en una selva.
Desprecié la decidida insistencia del muchacho de los mensajes divertidos y sugerentes. Me distraje  con el joven de las bromas inteligentes, pero después me aburrí  y lo mandé al fondo de la agenda olvidada.
Tal vez cedí un poco al perfumado romance del hombre que sabe casi todo, pero eso quién podría reprochármelo sabiendo lo que ahora sabemos.
Y pudiendo ser frívolos con eso, incluso.
Acepté mi propio juego y mis rodeos, te odié. Me reí de mí, me reí de vos.
Te dejé atrás.
Le conté a E, buscando así su comprensión y mi consuelo, me llenó de la belleza de su mundo, de la bondad de su corazón un poco ingenuo, me compartió acordes melancólicos y melodías para perderse en ellas y me dijo, a su manera: piu avanti, sos demasiado judía, demasiado bella para que te traten así, una tristeza tuya me lastima a mí, no te hace falta. Me lo dijo como si me acariciara en la terraza de su piso, me lo dijo como si me hiciera olvidar de todo un rato y yo le dije que sí, que le haría caso, y que total vos ya no.
Me fui al campo, escuché canciones de otros tiempos, lavé mis pies en la fuente, me purifiqué.

Te olvidé.

Me vi a misma partiendo como en un barco vikingo o una canoa de una tribu de la Amazonia.

Pero plis maidarling, no estés así apagándote.
No te vuelvas pasado, no despiertes en mi sonrisas tiernas y comprensivas, prefiero la rabia, prefiero las llamas, iunou, prefiero quemarme.
¿Dónde van a parar esos susurros?
Que no se extinga de tu mirar esa chispa que me enciende como si la Primavera y un fueguito.
Rogué tanto que ya no me.
Algún dios mal intencionado se dio por aludido.
Seamos amigos, pero no pierdas la magia. Plis.
Y miro nuevamente esa imagen que me excluye y me enfureció, esa donde te veo tan ajeno y tan feliz (sin mí) que me hizo daño y ya no...
Ya no te puedo odiar.
Ya no..
Ya no me podés.

martes, 18 de septiembre de 2018

De cada vez

Le dice que cree que se acuerda de cada vez. A ella le resulta curioso. Fueron bastantes veces, con largas pausas, a lo largo de unos cuantos años.
Ella no sabe si se acuerda de cada vez. Debería hacer la prueba, intentar reconstruir esos itinerarios. Pero no se le da por ahí, al menos ahora. En cambio, se acuerda de la música. La suya y la de los otros. Él le descubre tantos mundos musicales que ella pasa por alto otros desencuentros.
Y mundos iki.
Como ceremonias del té en la cocina o el dormitorio. O el vino y el amor sobre la alfombra.
Iki way.
Y las flores.
Brian Eno, Blur, flores, tapices africanos, tambores, vientos americanos, guitarras de todos los países y asteroides.
Y la autopista.
Siempre la autopista.
Le dice cosas tan lindas que se desvanece la melancolía del domingo.
Todo es diáfano.
Siempre son jóvenes. Y hermosos, y es como si hubiera un sonido de mareas que suben y bajan que acompaña las tardes urbanas, y hace calor aunque sea invierno.
No hay traiciones ni simulacros.
Él le pregunta en qué anda, se cuentan. No hay celos ni recelos, hay paz, amistad, buenos recuerdos.
Hay una arquitectura de ascensos y descensos, escaleras antiguas y ascensores modernos.
Sus manos mágicas que exorcizan los fantasmas con las cuerdas  y un tema de George Harrison en esa voz tranquilizadora, el sol que entra por la ventana gigante,
Recuerda.
Recuérdanos así.

domingo, 16 de septiembre de 2018

"¿Quizá yo un sueño amaba?"

"¿Quizá yo un sueño amaba?"
(Mallarmé, La siesta de un fauno),


Necesito aire.
Que alguien mueva el yunque que oprime el pecho. Es como si una ola y un tornado y un tsunami y un volcán.
Todo arrasado.
Como ese instante eterno en que, mirada fría,  ambo prolijo con nombre bordado (Dr. Fulano)  y lapicera que asoma, sobre con resultados en la mano, te dice las palabras nefastas.
El llamado en la madrugada que trastoca el universo.
Tus piernas que tiemblan, el corazón que se te salta literalmente del pecho, el grito que no tiene fin.
Nijinsky en La siesta de un fauno,
Ph. A. Meyer, 1912
Vivo en un país que adora las masacres.
Vivo en un planeta que rinde culto a los fetiches.
Todo lo que sé cabe en la palma de la mano de un niño, y no sirve para nada cuando somos adultos.
Todo lo que sé es que es que duele mucho saber y solo consuela eros cuando cedemos al capricho.
Las referencias a los paraísos perdidos de Dante y Doré que son de mi planeta y mi lengua, casi no encuentran interlocutores (ahí recoge el guante D, tan solo ella). Una se queda tan sola a veces, y no es el silencio, es la extrañeza de andar como una extranjera, una judía errante incluso en mi tierra..
Debe ser por eso que ciertas palabras que decís me reconfortan.  Me reconozco allí, somos de la misma tribu, un pueblo en extinción, habitantes de una gramática de la utopía que se esfuma como los países de sombras largas, como Dionisio en las orgías caníbales de alguna novela donde no sentimos en casa, porque nos pertenece.
Debe ser por eso que no quiero dejarte ir y a vece te persigo. No creo que lo entiendas, tal vez solo quiero que me hables, con tu cuerpo y tus palabras, incluso de cosas que no comprendo bien (sobre todo de esas, esas frases que decís enojado, iracundo incluso). Como cuando somos chicos y lo que queremos es dormirnos acunados en las voces que nos hablan en nuestra lengua amorosa. Haciendo mundo común.
Necesito aire, un abrazo que clausure el tiempo, una tregua, besos que sean como viajes.
Tanta muerte tanta trampa, tanto simulacro, solo nos queda el eco de la voz amada que llega y vuelve, la mirada chispeante del nene que se nos sienta al lado con las hojas en blanco, el marcador y la propuesta de un mundo nuevo.
Su manito en la nuestra, su abrazo dulce, sus ojos que se asombran ante cada palabra nueva.
La orquídea en la mesa, florecida.
Mi piel que se estremece ante ciertos recuerdos que consuelan. Necesito aire y dormir al sol. Y unos besos sin fanstamas ni reproches, un despertar de faunos.
Y esta lluvia y estas nubes que a vos te hubieran gustado tanto y a mi me llenan de melancolía.
Me acerco a la edad que tenía ella cuando se fue.
Y a la edad que tenía él cuando lo amaba.
Una siesta, un viaje, una pausa.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Abrazame rainau en esta negritud

En el principio fueron el oro, la plata, el algodón, el azúcar, el té, los esclavos.
La exploración de los niños y las mujeres llevada al extremo.
La naturalización de todo eso.
Hacer de la crueldad y de la humillación de los otres un sistema, con su ciencia y su conciencia, su justificación y su catecismo.
Ni el hijo de Dios pudo contra eso.
El amor al prójimo se dio por vencido ante Creso y su implacable religión totalitaria y desacralizada.
Después fue el capital acumulado en estado de fetiche. Ídolo y ritual en Wall Street.
Y la policía pegándole a los negros y las negras, bajándolos de los bondis de New York y de la calle Nueva York en Berisso.
La negritud no depende de ningún gen, sino de la mirada violenta del fascista de turno.
Después mataron a millones por el petróleo.
A las niñas palestinas, a las bellas mujeres iraníes del viejo Islam. Hicieron que muchos hijos e hijas de judíos tengamos vergüenza de que nos confundan con los que hacen de la crueldad de sus perseguidores un nuevo evangelio. Y persiguen.
Matan por el petróleo y envenenan los alimentos por más ganancias. Con todas sus potentes armas bacteriológicas agro químicas.
Ahora  empieza (o empezó) la guerra del agua. Con sus nuevas oleadas de esclavos y esclavas y sus millones de cadáveres.
Ahora, right now.
(Abrazame rainau).
Y lo único que se me ocurre es la estúpida idea de que en el arte y en
el amor existe alguna vana esperanza de supervivencia.
El amor en todas sus formas y convites.
Pero hoy, con cierta urgencia, solo
sonrío frente a los niños y niñas pequeños, o cuando se me vienen (como dicen en el Norte argentino) algunos besos, algunas pieles, algunas voces que solo son posibles en esas intimidades donde somos animales caníbales a la vez que milagrosos y sedientos, tiernos seres hablantes.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Cosas que podría decir el otro día

Cosas que podría decir del otro día.
No de este día ni de aquel día, sino del otro día.
La Luna, todo un tema. Alunados, alunizadas, alucinante, yo miraba eso y el telescopio, y las estrellas que nos recuerdan y era como si todo y nada. El instante. Y los cuerpos. Y ese vientito de las primeras noches de primavera, el limonero que regala sus olores, la gata sobre el almohadón, la guitarra que llegaba de lejos, pero llegaba, y escuchaba el audio en el whatsapp y era como tenerte. 
Tenerte, soltarte, que me tuvieras, tenernos. Qué más da.
Había leído la novela de Carrére, pesada, triste, desoladora por momentos. Sobre todo porque me reconocía en el relato, a cada instante, en los detalles.
En esos días me repetía como un mantra: no voy a caer en tus provocaciones, no caeré, no voy a caer.
No voy a sentir pena por vos, no voy a sentir culpa. Me voy a permitir tomar nota de tus  injurias, aunque sienta culpa, aunque sienta pena.
Voy a dejar que me invada la primavera, como el mar, a donde realmente pertenezco.
Sangre en las venas.
Y voy a pensar en unos ojos negros, que parecen dibujados como en una pintura de un icono ruso medieval, solo porque me gustan. Los ojos negros, los iconos medievales, los hombres que  miran como si.
(De paso te aclaro:  voy a ser la que soy y no tu mamita que te cuida hasta desfallecer y nunca te alcanza, porque eso ya fue. Ya fue. Ya fue.)
Pasaron mil años.
Ahora solo quiero mirar las estrellas, tal vez caer en pantanos que me hagan latir, cantar con amigos, ponerme el traje de lucha cuando haga falta, que es casi todos los días.
Y cultivar el jardín mientras escribo cosas que nadie leerá.


martes, 4 de septiembre de 2018

Convites y pesares

Todo se hunde. A tu alrededor, muerte y destrucción.
Pero allí donde resiste el amor, y la esperanza, allí reside por momentos mi corazón.
Unas horas de sol en un pequeño planeta peronista, compañerxs.
Las voces amorosas de los amigos y las amigas que hacen surco y sostén.
Amor filial.
La piba que documenta lo de facto de los De facto para que no olvidemos quiénes, cómo, cuando y cuántas veces volvieron a rematarnos después de asesinarnos.
Y aún así.
Una buena conversación con mi hijo.
Una copa de vino.
La canción que cobija.
La huella dolor del placer, en alguna parte del cuerpo,  nos convida. Con vida, vida. Como un antojo.
Y también.
Miradas masculinas que aventuran primaveras.
El chiste de M sobre los hombres que todavía hablan por teléfono, en países "atrasados" como el nuestro.
Me aferro a la loca idea de que los zombis sean derrotados.
Un lirio de abuela en el jardín que relata una compañera florece más tarde, pero florece.
Quemaron el jacarandá de Bellas Artes.
La sangre que brota fresca una y otra y otra vez de los cuerpos baleados.  El pibito que muere por no resignarse a morir.
Nunca nunca nunca nunca nunca nunca nunca.
Será jamás perdonada.
Ni por todo el amor del mundo.
Nunca.
Nunca.