domingo, 16 de septiembre de 2018

"¿Quizá yo un sueño amaba?"

"¿Quizá yo un sueño amaba?"
(Mallarmé, La siesta de un fauno),


Necesito aire.
Que alguien mueva el yunque que oprime el pecho. Es como si una ola y un tornado y un tsunami y un volcán.
Todo arrasado.
Como ese instante eterno en que, mirada fría,  ambo prolijo con nombre bordado (Dr. Fulano)  y lapicera que asoma, sobre con resultados en la mano, te dice las palabras nefastas.
El llamado en la madrugada que trastoca el universo.
Tus piernas que tiemblan, el corazón que se te salta literalmente del pecho, el grito que no tiene fin.
Nijinsky en La siesta de un fauno,
Ph. A. Meyer, 1912
Vivo en un país que adora las masacres.
Vivo en un planeta que rinde culto a los fetiches.
Todo lo que sé cabe en la palma de la mano de un niño, y no sirve para nada cuando somos adultos.
Todo lo que sé es que es que duele mucho saber y solo consuela eros cuando cedemos al capricho.
Las referencias a los paraísos perdidos de Dante y Doré que son de mi planeta y mi lengua, casi no encuentran interlocutores (ahí recoge el guante D, tan solo ella). Una se queda tan sola a veces, y no es el silencio, es la extrañeza de andar como una extranjera, una judía errante incluso en mi tierra..
Debe ser por eso que ciertas palabras que decís me reconfortan.  Me reconozco allí, somos de la misma tribu, un pueblo en extinción, habitantes de una gramática de la utopía que se esfuma como los países de sombras largas, como Dionisio en las orgías caníbales de alguna novela donde no sentimos en casa, porque nos pertenece.
Debe ser por eso que no quiero dejarte ir y a vece te persigo. No creo que lo entiendas, tal vez solo quiero que me hables, con tu cuerpo y tus palabras, incluso de cosas que no comprendo bien (sobre todo de esas, esas frases que decís enojado, iracundo incluso). Como cuando somos chicos y lo que queremos es dormirnos acunados en las voces que nos hablan en nuestra lengua amorosa. Haciendo mundo común.
Necesito aire, un abrazo que clausure el tiempo, una tregua, besos que sean como viajes.
Tanta muerte tanta trampa, tanto simulacro, solo nos queda el eco de la voz amada que llega y vuelve, la mirada chispeante del nene que se nos sienta al lado con las hojas en blanco, el marcador y la propuesta de un mundo nuevo.
Su manito en la nuestra, su abrazo dulce, sus ojos que se asombran ante cada palabra nueva.
La orquídea en la mesa, florecida.
Mi piel que se estremece ante ciertos recuerdos que consuelan. Necesito aire y dormir al sol. Y unos besos sin fanstamas ni reproches, un despertar de faunos.
Y esta lluvia y estas nubes que a vos te hubieran gustado tanto y a mi me llenan de melancolía.
Me acerco a la edad que tenía ella cuando se fue.
Y a la edad que tenía él cuando lo amaba.
Una siesta, un viaje, una pausa.

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