No de este día ni de aquel día, sino del otro día.
La Luna, todo un tema. Alunados, alunizadas, alucinante, yo miraba eso y el telescopio, y las estrellas que nos recuerdan y era como si todo y nada. El instante. Y los cuerpos. Y ese vientito de las primeras noches de primavera, el limonero que regala sus olores, la gata sobre el almohadón, la guitarra que llegaba de lejos, pero llegaba, y escuchaba el audio en el whatsapp y era como tenerte.
Tenerte, soltarte, que me tuvieras, tenernos. Qué más da.

En esos días me repetía como un mantra: no voy a caer en tus provocaciones, no caeré, no voy a caer.
No voy a sentir pena por vos, no voy a sentir culpa. Me voy a permitir tomar nota de tus injurias, aunque sienta culpa, aunque sienta pena.
Voy a dejar que me invada la primavera, como el mar, a donde realmente pertenezco.
Sangre en las venas.
Y voy a pensar en unos ojos negros, que parecen dibujados como en una pintura de un icono ruso medieval, solo porque me gustan. Los ojos negros, los iconos medievales, los hombres que miran como si.
(De paso te aclaro: voy a ser la que soy y no tu mamita que te cuida hasta desfallecer y nunca te alcanza, porque eso ya fue. Ya fue. Ya fue.)
Pasaron mil años.
Ahora solo quiero mirar las estrellas, tal vez caer en pantanos que me hagan latir, cantar con amigos, ponerme el traje de lucha cuando haga falta, que es casi todos los días.
Y cultivar el jardín mientras escribo cosas que nadie leerá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario