domingo, 26 de julio de 2015

Como de la familia, de Paolo Giordano


"Para recorrer un largo camino, todo amor necesita que alguien lo vea y lo reconozca, que lo valore; de otro modo, se arriesga a que lo tomen por un malentenido. Sin su mirada, nos sentíamos en peligro". (Paolo Giordano, Como de la familia)

Leo Como de la familia, la tercera novela de Paolo Giordano, sino me equivoco. Editada originalmente por Einaudi.
Todavía recuerdo el día en que encontré La soledad de los números primos en una librería en Buenos Aires, de casualidad, sin saber nada del autor ni de la novela, que acababa de publicarse en castellano. Me gustó el título, me llamó la atención la breve biografía del joven autor: nacido en 1982 (¡Dios!)y licenciado en Física Teórica....En mi cabeza se emparentó con Guillermo Martínez, a quien estaba leyendo en esos días.
Como suele ocurrirme con esa clase de descubrimientos extremadamente placenteros, devoré la novela en un par de viajes de ida y vuelta a mi trabajo, que por entonces implicaba un diario trajinar La Plata-Buenos Aires en losi nmundos Plaza.
Giordano, al igual que muchos otros escritores, aligeró el tedio de esos viajes, hechos de impotencia por el pésimo servcios, agotamiento por las extensas e intensas jornadas laborales, alejarse de amigos y familia más de lo esperado. Aun así, era una época de alta pasión en el trabajo, compensaba bastante el sacrifico, pero la lectura ayudaba, y mucho.
Yo también, como los personajes de estas novelas, pertenezco a la generación de mujeres y hombres atravesados por rupturas del modelo de familia, de las identidades de género tradicionales; somos contemporáneos del estado de permanente crisis de los roles femeninos y masculinos, sobre cargados (ambos) de demandas que nos  impone el amo capitalista: exigencias laborales, estrés, inestabilidad económica, obligación de gozar y de ser joven y sano. Eso pone a prueba todo el tiempo nuestra resistencia, nuestra capacidad de amar a otros,  nos llevan a conformar subjetvidades en permanente reconstrucción...
Unos años antes,  La soledad me transportó a mundos de infancias europeas, a vidas de seres tímidos atravesados precozmente por la pérdida y el dolor. Me enseñó a ver con nuevos ojos lo ya visto, e hizo vibrar en mí alguna cuerda con una sonoridad particular, que no sabía que poseía en mi repertorio sensible.
Ahora, al leer Como de la familia (Salamandra, 2014), el asombro y el deleite se hacen esperar, pero la pena, la inmensa pena, el estado de soledad y de resignación que transmiten los personajes, se parecen.
Otra vez una familia actual, una familia burguesa europea, compuesta por una joven pareja enamorada y su pequeño hijito. Entramos a su hogar, a los detalles de su cotidianidad. De nuevo hayamos como tema la infancia, ese paraíso perdido incluso antes de poseerse. 
Y una madurez que no termina de sedimentar en sus padres, la pareja de adultos, que se comportan por momentos como infantes, desvalidos y algo caprichosos, egoístas, que se dejan mimar por Babette, la señora A. Se trata de una viuda mayor que contratan, originamente, para cuidar a Nora, que tiene un embarazo complicado que la retiene en la cama; y luego, a Emanuele, el niño que nacerá y crecerá con esta familia que se ha armado:  papá físico, algo frustrado en lo profesional y un melancólico irremediable;  mamá decoradora, llena de energía vital y cierta ingenuidad, y la niñera, mujer del pueblo, sencilla, prejuiciosa,  con un discurso cargado de sentencias e ideas acerca del rol del hombre y la mujer en el matrimonio muy diferentes a las de sus empleadores. Pronto los cuatro han sido seducidos entre sí y se aventuran en un modelo de familia extraño, pero que los hace felices..
Es la muerte de Babette después de sufrir un vertiginoso cáncer, justamente, lo que da origen a este relato cargado de un lenguaje del amor, de un amor filial y también del amor de pareja, que se abre camino en medio de los oprimentes silencios de la vida contemporánea, donde la obsesión por el proyecto burgués insume a las personas la renuncia a a vivir sus sentimientos, para dedicarle casi toda la energía al trabajo  y al éxito social.
Cuando la enfermedad irrumpe así, y se apropia de aquellos a quienes amamos - o de nosotros mismos-, todo el mundo se pone patas para arriba, las prioridades sufren una sacudida, y el tiempo se nos escurre a la velocidad de la arena cayendo por el orificio de un reloj...Y todo lo que pudimos, quisimos y supimos ser, sólo porque ese otro también nos amaba, se desmorona y pierde sentido.

Giordano, Paolo, Como de la familia, Título original: Il nero e l’argento,ISBN: 978-84-9838-652-3
Número de páginas: 144,Sello editorial: Salamandra.

jueves, 16 de julio de 2015

A los que ya no responden

"Al escribir la biografía de un amigo, 
hay que hacerlo como si estuvieras vengándole."
 (Flaubert, carta a Ernest Feydeau, 1872).*

Me gusta la fuerza de esa afirmación, sostenida a su vez por la fuerza de la escritura de alguien que hizo de ésta una vida, una pasión, una causa.
Así los recuerdo.
Me gusta y me hace pensar, en las biografías que vamos escribiendo de a poco, esas de los amigos y amigas que se fueron antes que nosotros, esos y esas a los que les rendimos humilde homenaje, hablando de ellos, escribiendo de ellos, organizándoles los rituales que nos permiten seguir calentando nuestra vida con sus latidos y potencias, esos que nos dejan con las ganas de innumerables momentos, sobre todo, conversaciones, preguntas, luminosas sonrisas.
Esos con los que nuestras diferencias no necesitaban esconderse, incluso, esas de perros y gatos, o gatas y perras. 
Porque siempre, de un modo u otro, llegaba el momento del encuentro, el que permite desandar las heridas, los enojos, y relajarnos como si durmiéramos una siesta al sol, sabiendo que podemos darles la espalda con absoluta confianza (como Maga y Loba lo hacen en la foto).
Esos amigos que extrañamos y con los cuales los simulacros que la vida vincular a veces impone, parecían  obligarnos a formatos de relaciones como si en vez de humanos fuéramos alienigenas, de tan ajenas. Y resistimos, y siempre pudimos recuperar humanidad, con sus oscuridades, pero sobre todo, con sus luces.
Es cierto que la muerte no termina con las relaciones, la charla sigue, la alegría retorna incluso, en medio de la desesperada frialdad de la ausencia.
Es cierto que los que se van saben y ven cosas que nosotros ignoramos, y tal vez siguen la tertulia desde allá, mientras circula la palabra de esa novela que nos conecta a ellos dos, por caso, con nosotros hoy, esta tarde, en una biblioteca, en una ciudad misteriosa que supimos andar juntos.
Y en eso, haciendo cuentas de cosas incalculables, que no pueden mensurarse pero aún así, enumero, me doy por hecha.
Es cierto que duele el dolor de no tenerlos,  pero qué dicha haber sido parte de su vida, que lo hayan sido de la mía, abrigos en invierno, frescor en le verano, preguntas clavadas en las certezas, como puñales que duelen, pero obligan a pensar...Libros de John Berger, de Ranciére, de Baricco, poemas de Nicanor Parra,  también teologías del absurdo ateo, y filosofías materialistas del creyente obstinado (y claro que será una obviedad, también de Foucault, de Lacan, pero no salgamos del código, la señal de identidad y pertenencia, de mirarnos sin necesidad de decir más nada).


También como brisa suave, nos pasan cerca otras pérdidas. Nacidas de cobardes traiciones, tramadas en las sombras de quienes prefieren las cuevas húmedas y oscuras, esconder la mierda debajo de la mierda, y escapar cuando el olor los delata.
Brisa que se va y nos deja, pasados el llanto y la desilusión, livianas. Ahí, al fin somos libres.
Cayeron las caretas, vimos el abismo, caímos en la madriguera, y le dimos la espalda.
Se nos gastó el calzado, es cierto, de tanto andar cuesta arriba, a pura tracción a sangre, como a Harold Fry en su insólito  peregrinaje (que me quedé sin pasarles, que al final no leyeron y no pudimos comentar, ¡puta madre!)**
Libres y decididos, para recordar a nuestros amigos y amigas muertos, amados por siempre.
Libres para olvidar a los que aún vivos, eligieron para nosotros la muerte.
Y hay la enfermedad, y el dolor, el dolor y la muerte, el ciclo del eterno retorno...
Y el goce auto complaciente del doler que duele por un dolor que no existe, y que no se conmueve ante el dolor genuino, sino que lo usa y lo aplasta, y lo aprovecha, como si nunca se fuera a descubrir el engaño.
Hasta que eso sucede.
Y está la vida que llama, siempre llama, siempre late, incluso, cuando late solo en quienes nombramos a los que ya no responden.
Y así seguimos, tracción a sangre,


* Citado por Barnes, Julian en El loro de Flaubert, Anagrama 1994.
** Joyce, Rachel, El insólito peregrinaje de Harold Fry, Salamandra, 2012.