jueves, 17 de octubre de 2019

Escribir amando o....en su defecto

Leo un posteo Luciano Lutereau
que me manda mi amiga MS. Habla sobre la escritura en las mujeres. Por qué escribimos, o más bien, qué efectos produce el escribir en nosotras. O para qué. No lo dice, pero podría ser que se pregunte qué del deseo se pone en juego allí, y a qué se renuncia al elegir eso. O algo así.
Cuánto de nuestro narcisismo se despliega así, qué tanto más lindas o menos lindas nos sentimos luego.
Me hago varias  preguntas.
Desde que M me hizo esa entrevista, o más bien, desde que la vi hace poco en video, me sorprende todo el saber que parece haber allí.
En cambio, del amor no sé nada. O casi nada. Del amor en la escritura.
Cuando me enamoro la gente que lee este blog lo descubre. O eso cree.

Los límites entre lo que se dice y lo que no se dice, la construcción de una voz narrativa, el uso de  figuras como metáforas y elipsis parecen, a veces, en vano.
Es como si toda voz que narra en primera persona le perteneciera a un yo que se confiesa.
Tal vez es el efecto que han producido las redes en nuestros modos de leer lo que acá se soporta (sí, claro, apelo a los varios sentidos de esta palabra).
Si es un posteo en un blog 2019, y se comparte en una  fanpage de Facebook, es una confesión personal.
Escribo mientras viajo parada en micro, empapada. Ese detalle se configura como evidencia. Lectorxs que me conocen dirán: ves, es sobre ella. Ella viaja en micro a veces (¿dice micro para mostrar que es platense  o porque su narradora así lo requiere). Es  algo compulsivo (pobre), lo hace incluso si va parada, cuando está muy manija.
Podría decir escribo mientras el tren avanza por la Ruta 40, o la autopista que me aleja de LA. Podría decir escribo mientras los árboles de esta pequeña selva africana que me rodea se agitan con la cadencia sensual de unos bailarines de un tribu ya extinta. Sin una coma.
Escribo sobre el escribir encerrada en un cuarto de hotel una noche de invierno en Moscú.
La escritura siempre es invención, incluso cuando alguien  intenta dar un testimonio judicial que pruebe algo u obligue a alguien a asumir alguna responsabilidad por algún hecho.
¿Pero quién inventa? ¿Me expongo, me oculto, intento saber algo de mí, trato de seducir o controlar a mis fantasmas?
Frena el micro y tengo que tipear de nuevo.
Ya no estoy pensando en las personas enamoradas sino en un texto de Judith Butler sobre Kafka y otro sobre Primo Levi.
Cuando leo también me enamoro, a veces.
Puede ser de un poema, de una novela (es mi debilidad en la amor, pero no la única), un ensayo, un cuento, una crónica.
Cuando estoy muy enamorada, creo, por lo general no escribo. Es un tipo de pasión que arrasa con casi todas las otras opciones.
Por suerte, si es que sucede, pasa rápido. De lo contrario vivir sería imposible.
Cuando ya cargamos con un considerable número de desengaños, vemos venir el golpe del amor que puede tocarnos y muchas veces salimos corriendo. Otras veces nos alejamos porque nos damos cuenta rápido que no hay nada de amor en juego ahí. Esos libros que nos apuramos a terminar porque apenas comenzados nos aburren, o nos desilusionan, o nos conducen a territorios donde resuenan ecos de algunos dolores que hemos mantenido a raya mediante neuróticos y arrebatados esfuerzos.  Y otras avanzamos en una relación que nos ofrece alguna clase de placer o calma, sabiendo que ese fuego ahí no quema ni quemará.
El texto de Lutereau hace referencia a la escritura de una tesis.
Tal vez al teorizar solo buscamos un poco de belleza,  o uno poco de amor hacia nuestra belleza que piensa al conversar en voz alta  escrituras en papel, deseando,   ¿cómo Kafka? , que no sea solo una carta que caiga en manos de los fantasmas.

No hay comentarios: