domingo, 25 de noviembre de 2018

Como los lobos

Creo que podría guionarlo. 
Y en él, a otros.
Había comprendido que amaba así, si es que eso era amor: quizá empujado por ese vacío que era como el fuego de la acidez que nada calma, saltando de cuerpo en cuerpo, buscándose.
Amaba así, descuidado, irresponsable como un niño tiranizando a una madre demasiado madre y a un padre siempre en fuga.
Quizás. Desesperado.Meando el territorio, vagando por el bosque, siempre hambriento.
Repetía diálogos y estrategias, tal vez se daba cuenta, tal vez no. Usaba las mismas palabras, las mismas miradas, las mismas canciones, los mismos poemas, los mismos llantos, las mismas bromas para distintas mujeres. 
Llevaba una vida mordiéndose la cola. 
Perro bravo, perro loco, perro malo. 
La rabia juvenil se le había hecho pasión por los espejos, buscaba su reflejo incluso en lagos congelados.
Había días en los que sentía un lobo capaz de conducir, cuidar y alimentar a su manada en medio de los bosques más hostiles, y se sentía satisfecho, como un hombre después de acabar, pero más.
Salía entonces con espuma en la boca a la caza de nuevas presas, sin medir más que la necesidad de la hora, sin demorarse.Como si estuviera hecho de instinto animal y no de palabras que nos dieron los dioses.
Otras veces era apenas un cachorro abandonado que, en ese cuerpo ya cansado, buscaba la protección de sus ancestros.
Cuando se volvía de esta especie, me había hecho presentir que nos parecíamos un poco y que podíamos hablar una misma lengua, pero no era cierto. Apenas un espejismo en el desierto. En verdad, no hay en él oasis, solo hay desierto. Vivía el instante y se aburría rápido, se sacudía el pelaje y ya no quedaban rastros de tu paso por su vida.
Era capaz de lastimar con sus zarpazos, mordía y arrancaba pedazos de carne por deporte, para mantener afilados los colmillos, las uñas, lo salvaje.
Tal vez lo hacía por desesperación.
Como sea.
Traía arrastrando en las mandíbulas las pruebas de un nuevo triunfo, te tiraba ahí a la vista la confirmación de su potencia viril. Era como si te pegara una piña, justo cuando vos ya había terminado la pelea y te habías aliviado de tus enojos, y te habías ido a navegar.
Lo había querido querer así, tal como yo  lo percibía, pero cuando te relajabas llegaba la mordida brutal del animal tempranamente herido y desconfiado. No podía evitarlo.
Yo conocía otros lobos, monos salvajes, escorpiones, pavos reales.Yo era un poco también a veces de esa estirpe salvaje que lucha por sobrevivir y ser amada, cada vez que una mirada me adivinaba el deseo.

Y entonces, escribir.
Escribir, me preguntan sobre escribir. Si escribir lo íntimo, si hacerlo acerca de esto le dará carnadura, si el peso de la palabra escrita hace más pesada la mochila. Si el miedo de morir nos apremia a escribir. Si escribimos para vengarnos o para hacer justicia. Si escribimos para que nos amen, o para que nos comprendan.
Si perdonamos las injurias porque estamos hechos un poco de materia divina y no solo de barro y diablos, o si sencillamente lo hacemos para aliviar el equipaje y seguir andando.

No hay comentarios: