miércoles, 29 de agosto de 2018

Arder en la Aurora Boreal

"No somos los receptores pasivos de una realidad externa factual, 
más bien estamos creando activamente lo que vemos a través de los 
patrones establecidos del pasado, patrones aprendidos que de puro 
automáticos se han vuelto inconscientes. En otras palabras, 
nos acercamos a las obras de arte con nuestro Yo y nuestro pasado, 
que comprenden no solo nuestra sensibilidad y nuestra inteligencia 
sino también nuestros prejuicios y puntos débiles".
 (Siti Hustvedt, La mujer que mira a los hombres que miran
 a las mujeres..
Ensayos sobre feminismo, arte y ciencia)



Mis amigas confidentes me reprochan por mis excesos de imaginación. lo hacen para cuidarme, y para intentar comprenderme, como ocurre en las amistades.
Los hombres de mi vida sugieren que hago de una frase una novela: algunos me lo reprochan. Esos hombres, por lo general, y por razones que no vienen al caso y son asunto más de la sociología que de las mujeres que escriben posteos de urgencia en un blog, cuando dicen novela quieren decir: melodrama despreciable, rollos retorcidos, interpretaciones exageradas.
Lo patológico y retorcido, lo exagerado y melodramático, es a veces el nombre que se la da a la otredad.
Podría ser solamente una forma de habitar el mundo y de percibirlo, de entenderlo y de sentirlo, tal vez no sea más que el ser del lenguaje de mi feminidad, y esa extrañeza (atracción/rechazo) es justamente lo que nos hace erotizarnos, buscarnos, repelernos, misterios afortunados de la diferencia.
El narcisismo, plaga de este tiempo, no aguanta lo distinto.
Sabido es que aquello que nos gusta  nos enamora de alguien al principio, suele devenir en lo que más detestamos.
Me gusta su bohemia, dice la voz enamorada. Detesto su cuelgue, se queja ya en etapa de desilusión.
Admiro su lado libertario, admite ella. Nunca está junto a mí cuando lo necesito, reprocha más tarde.

Tal vez sea exagerada mi imaginación, tal vez mi mirada salta de una a otra cosa a la velocidad de una nube barrida por la Sudestada algunas veces. Pero también podría decir que me causa pavor y angustia la pobreza de palabras y algunos silencios. No los silencios musicales, ni los silencios amorosos, ni los silencios que dan lugar a escuchar tus/sus/ mis propio silencios, o varias sonidos que de otra forma permanecen mudos). Me refiero a los destructores silencios del desprecio.
Son los silencios del rico que no ve y no escucha.
Del macho que no escucha y lastima.
De la madre voraz que no habilita la palabra.
Del amante torpe.
Del winner que se toma todo y va dejando los jirones de sus víctimas derrotadas por ahí.
Del gobernante brutal y fascista que grita y grita en formato Tinelli/panelistas/ruido/ruido.
Ruido. Ruido.Ruido.
Todos los lugares donde no estás (porque no me deseás), son ruido.
El silencio es oasis si es el de la montaña, como dice una canción, que da respiro a esos bla bla bla de yo yo yo yo.
¿Habré de callar que ese gesto es para mí un pueblo entero, un volcán, una ciudad en llamas o un bosque canadiense ardiendo junto a la Aurora Boreal, admitiendo a mi pesar que descubro la belleza en la destrucción, que hay un romanticismo de la guerra de los sexos que alguna vez fue, y sobe le cual se crecieron y encaramaron los héroes oscuro de la supervivencia del siglo XX?
Habré de sofocar es grito que nace en mí cuando te inscribo como uno más de la serie de los hombres que miran a las otras mujeres que no soy yo, hasta hacerme odiarte tanto que te lo digo, porque no puedo evitarlo, aunque para vos sea como si te inscribiera una marca en la tropilla de ganado de los que no saben decir las palabras que quiero escuchar.
O puedo atesorar la magia única que habita en tu voz pronunciando mi nombre, como antes fue la voz de aquel, y de aquel otro, pero cada uno a su manera, nombrándome como su elegida del amor.
Puedo temblar de miedo en esa cama de urgencias, con el suero y todas las sondas que me pinchan, la sábana revuelta y mi espalda transpirando en un asqueroso contacto con la funda plástica de la cama de hospital, y entonces solo puedo pensar en mi hijo y en mi madre, y en un par de nombres de confianza por si es el momento de partir. Y tu nombre se vuelve nada.
O puedo dejarte así, y reírme leve, brindar con otros, brindarme a otros, dejarte en el desierto, subirme a la avioneta o saludarte desde tierra, dejarme caer en una pérdida arrastrada por el piloto loco, o el vaivén del velero que nos lleva por un río que no es el de Saer ni Walsh ni Arlt pero en mí es también todos ellos (no entendés que no puedo verlo sin esas, sus palabras que me son mías),sin ser una ni la otra: ni alma rusa, ni la frívola, ni la soñadora ingenua cuyo deseo es solo ser tu deseo y no otra cosa.
No necesitamos drogarnos para pedirte que fly me to the moon, pero vos sos de los que no.
Y yo soy de las que no puede parar de ver.
Porque mi amor  por lo que veo, el mundo de lo visible y las imágenes internas que me pueblan, no tiene casi  límites. Eso se lo dejo a los demás.

No hay comentarios: