martes, 14 de agosto de 2018

Seis cartas

Encontré un cuaderno de una serie que creía perdida.
Una serie de unos 20 cuadernos.
Tal vez una cuarta parte de los que existían.
Encontré seis cartas de dos hombres muertos en un cuaderno.
Seis y no siete, cabalístico número que hubiera preferido indudablemente.
Una de las cartas es  del segundo hombre que más me amó: carta de mi padre que no me atrevo a volver a leer y que alguna vez supe casi de memoria.
Casi de memoria en cada trazo de su alma rusa, en cada trazo borrado con lágrimas de mi alma rusa.
Una carta de una primera lectura en el mar, en uno de esos veranos en los que, cabalgando entre la infancia y la adolescencia, me enamoraba cuatro o cinco veces por mes hasta la locura y el olvido feliz.
Las otras cinco cartas son de otro hombre muerto del que estuve enamorada unos años
Me hacía reír y me hacía pensar.
También, y sobre todo, me hacía el amor durante horas y noches enteras y yo le enseñaba a coger mientras él me amaba.
Después los roles se invirtieron varias veces, como pasa cuando las cosas se ponen intensas.
Él me cogía, yo lo amaba.
Después él me dejó a mí o yo lo dejé a él.
No nos pusimos de acuerdo en cómo había ocurrido.
Sus celos me persiguieron por valles, departamentos, ríos, mares y montañas. Sus celos eran más poderosos que su amor, pero ya no los recuerdo. En cambio, sí recuerdo su sonrisa, sus labios y las arrugas que se le formaban debajo de los ojos; también su voz que cantaba tan lindo, y otras cosas que podrían ser consideradas vulgares al escribirlas, aunque no lo son.

* * * *
Un cuaderno, seis cartas, mi padre, V.
Y nada cambia el hecho de que el tiempo es un capricho de Dios y nosotros somos sus prisionerxs y, en ocasiones extraordinarias, sus verdaderos habitantes.

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