viernes, 17 de agosto de 2018

Entrar por las ventanas

Eran como las viejos nuevos pasillos de un planeta que había visitado en el pasado.
Era como si en la ventana del edificio nuevo, la escultura y el pañuelo, los sanitarios componiendo una parodia de Duchamps, la transportaran a sus años de estudiante en el edificio viejo.
Y en otros.
Era el sol, que avanzaba dándole zarpazos al invierno, que peleaba su retirada.
Ponele.
Las visitas del Norte.
La batalla perdida de los pañuelos verdes y los patricios patriarcales.
Pero a la vez, los pañuelos blancos señalando el camino.
Y un golpeteo (sin metáforas) en el corazón, porque esto realmente nos está rompiendo el corazón. O revelando que ya no lo tenemos, que ya somos definitivamente zombies.
Después sentí que estaba completamente viva de nuevo.
Las flores de un jazmín entusiasmado, al mediodía, esperanzando primaveras.
Que son amores.
Era la conversación -su café, mi té, los libros, la tarde del cumple de C- con ese amigo, tan inteligente, sofisticado, sensible, cuyos piropos eran como flores exóticas de alguna selva donde desearías que otros vayan alguna vez a buscar el ramillete único, para vos, una tarde de estas.
Era como conversar con J, con M, espíritus librianos que gozan de esa delicia de las palabras y los cuerpos conectadas en las tramas de universos gramaticales donde hay esa dicha del juego, del chiste, de los mil mundos posibles. Y que permite reencontrarse (incluso con J, que ya no está) en los ecos de los sonidos palabras sonrisas ceños fruncidos,  abrazos, disputadas, danzas vocabulares.
Eso había sido lindo espejismo con B también, pero a él le iba mejor desaparecer en el silencio, y entonces el eco de su voz se iba perdiendo, y su nombre se iba desdibujando en el mutismo. De ese variado repertorio ya no quedaba ninguna canción que diera calor. Una pena  esa de de tanto por tan poco.

Era como poder contenerse ante tanta muerte, tanta provocación, tanto cinismo.
Era elegir: ¿amar siempre una nueva versión del chico looser (en formatos más o menos adultos), del emigrado, del exiliado, del huérfano, del conurbanero marginal, del pibe que se tiene que ir de un día para el otro y te deja la más dulce carta de amor (con promesas de eternidad que solo se pueden formular a los 15 o 16 o 17), del artista sensible que compone las mejores melodías o dibuja tus mejores retratos?
O.
O.
¡Oh!
Escuchar a F, que te dice (sus ojos despiden llamas pero son llamas de quien ha tenido que atravesar muchos dolores para saber lo que sabe) que vos, que ahora, que basta de tonterías, que un hombre.
Que te siga el hilo, digamos. Que te haga levantar los pies del piso y respete tu vuelo, pero que a la vez tenga su vuelo propio.
Ah, bueno.
Nada más.
Eso y muy buen sexo.
¿No querés que además sea astronauta?
Y....No estaría mal.
Un Yuri Gagarin, supernovas de amor con intensidad soviética.
Un hombre, unas manos, una barba, una pronunciación impecable del inglés, y no sé por qué vos lo imaginas bailando o cantando como a un Jamie Stewart rio platense.
Volver a amar.
Que sea primavera.
Que sea ley.
Que sea posible.
Pero sobre todo.
Miras a los pibitxs, te miran como para que los tranquilices. Y vos querés. Quisieras. Quedarte en el aula. Escuchando a Aretha. Viendo las pelis. Sintiendo que el sol entra por las ventanas porque la revolución también puede entrar por las ventanas.

No hay comentarios: