lunes, 20 de agosto de 2018

El frío de adentro

"El peor sufrimiento es el que no se puede compartir' (Emmanuel Carrère, De vidas ajenas).
Miramos el fuego. Hechizadas, como todos los seres humanos desde el principio del tiempo ante el poder de las llamas.
Trato de no pensar en eso. En eso que ella es ahora, en las palabras que nadie quiere decir pero pesan como anclas antiguas en el fondo del océano en todas las conversaciones.
Miro sus suecos en el piso, junto al hogar, sus medias de lana de vicuña de colores, sus manos descansando juntas sobre su regazo, su extrema delgadez. Le cebo otro mate y lo toma sin ganas, como para darme el gusto, como para quedarse unos días más de este lado, del lado de la vida, la conversación, el fuego, los mates con amigas.
Unos días más.
En ese momento no lo sé aún, y creo que ella tampoco. Es decir, lo sabemos, pero de un modo que se activa y desactiva con una perilla de On/off. Preferimos Off, y me habla de sus padres, de su análisis, de Murakami y de H. Müller, que estamos leyendo juntas por esos días. También me dice una de las cosa más importantes que me han dicho sobre mi novela Stalingrado. Me dice que ella se reconoce en la descripción de la enfermedad, del sufrimiento en el cuerpo, de la soledad de no poder compartir eso. Me dice que le hizo muy bien leerla. Nos apretamos las manos. Me contengo.
 L le lee, yo le leo. Ella ya no tiene fuerzas para eso, sostener el libro, la vista, la atención.
Se duerme de a ratos mientras leemos, la conforta escuchar nuestra voz mientras el sueño la conquista.
Va y viene del sueño.
Reconozco su miedo. Su miedo a no despertar.
Da brazadas de nadadora para volver cada vez.
La veo como nunca la vi. Es un poco horrible decirlo, pero su decadencia es a la vez su plenitud.
Es ella, cada célula y cada milímetro del cuerpo sano y enfermo son ella.
Hace frío, mucho frío.
El frío tal vez sea lo peor, por más leña, por más mantas, por más abrazos.
Es ese frío que le viene de adentro, y nos va separando.

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