jueves, 6 de febrero de 2014

Ir a pasear por ahí...

Corre el rodillo por la pared defectuosa, salpica acá y allá su blancura. Lentamente va cubriendo la ominosa marca del agua, de la impotencia, del abandono.
Duele el cuerpo su agotamiento, del trabajo del año, de la enfermedad, de la angustia y la desesperación que se han instalado como compañeras de morada  en los últimos años.
Saber que todo fluye, que todo se olvida, que todo lo que amamos puede desaparecer en un instante es un saber que libera y desesperanza a la vez
No se quiere ser esta persona. 
Se quiere ser otra, menos perdedora, menos cansada, menos triste.
"El mundo de Cristina", Andrew Wyeth, óleo sobre tela, 1948.MOMA, Nuev York
Haber corrido, tal vez, menos riesgos, haberse aferrado más a lo tangible en lugar de enamorarse de quien no se debía, de intentar aprender de mundos que no sirven para pagar las cuentas.
Haber aprendido a agachar la cabeza y a callar a tiempo, en vez de luchar tanto y tan inútilmente casi siempre.
Haber acunado menos muertos.
Se quiere en verano poner los pies en la espuma marina, sentarse a leer una novela a la orilla de un río, descansar de los esfuerzos y las labores del año. Se quiere pagarle a alguien para que escuche nuestros problemas, pagar a alguien para que limpie nuestra casa, para que nos enseñe algo de todo el universo infinito de nuestros no-saberes.
Sobre todo, descansar.
Se quiere recibir una retribución aproximadamente justa a nuestro trabajo, se quiere poder mantener a nuestra familia y de tanto en tanto plantar unas alegrías del hogar o unas lavandas en el jardín y disfrutar de sus perfumes en las tardes de verano.
Y que alguien venga y nos diga, como si nos abrazara: qué bien esto que hiciste.
Se quiere ir a comer a un bar de por ahí, tomarse unos días de vacaciones como hace unos años, pasear sin horarios, dormir hasta tarde.
No se quiere ser la persona que arruina sus manos rasqueteando paredes; que envejece su cara con gestos hijos del cansancio, el dolor, la falta de recursos.
Se quiere participar de conversaciones triviales sin sentirse afuera, excluida de aquello que solía ser un mundo y un lenguaje común.
Corre el rodillo, el cuerpo se llena de moretones, los muebles pesan, el calor agota, los días de las vacaciones vuelan tan cargados de obligaciones como los otros días, como ocurre con vidas enteras que pasan por el mundo sin una tregua, un descanso, un abandonarse al no tener que trabajar y pensar...
En las marcas del agua podrida en nuestro hogar.
De los trabajos malpagos, de los poderosos de frágil memoria, de todo lo irremediablemente perdido, como nuestra juventud, nuestra paciencia y nuestra esperanza.
Mientras en la televisión nos muestran, y los amigos nos hablan, de los veraneos y los paisajes de un territorio que parece haber dejado de pertenecernos pero al que, mientras se aleja en el horizonte, no podemos dejar de intentar llegar, como si allí pudiéramos, al fin, descansar en nuestro hogar.

1 comentario:

Valeria F. dijo...

Iluminada prosa. Ninguna palabra sobra, todas son perfectas. Dolerá menos si se puede decir así...