lunes, 20 de noviembre de 2017

Que todo sea música y poesía

Camille Claudel, El gran vals, 1905
"Had we but world enough, and time..."

(Andrew Marvell, A su esquiva amada, alrededor de 1650: "si tuviéramos tiempo y mundo suficientes")

Cuando te pienso sos tan real que mi piel lo sabe antes que yo.
Sabe de qué estamos hechos, sabe del dolor que nos constituye, sabe de lo irremediablemente perdido que añoramos a veces, de los duelos que hemos hecho por lo que pudo haber sido.
Y del galope de los caballos salvajes.
Pero también sabe que estamos hechos, según dijo el poeta perro latinoamericano (y yo misma  tergiverso), de sangre, carne, semen, flujo, risas y lágrimas.
Cuando te pienso mis ojos saben antes que yo de qué estás hecho.
Se sosiega un poco el caos, hablamos, entonces pasamos de ese estar en medio de una pelea injusta y brutal de todos contra todos, para solaz de los amos, a un cierto orden de los cuerpos. No se trata de un orden controlado, es más bien una sustancia organizada por el deseo. Una pequeña tregua, un mínimo acto de arrojo.
Cuando nos abrazamos el mundo parece un poco más alegre, o menos triste, que es casi lo mismo pero distinto.
Cuando estás cerca hay más libertad. Hay más belleza en estos movimientos, la sangre fluye, nos desplazamos hacia alguna parte que puede ser externa a nuestro abrazo pero habita a la vez en nuestro sistema nervioso.
Ninguna ciencia sabe cómo explicar esto que estamos siendo nosotros y el mundo.
Nosotros somos también los nuestros y los que fuimos antes de encontrarnos. Y lo que imaginamos, incluso, todo eso que nada tiene que ver con este hic et nunc, que existe como posibilidad de un mañana que no podemos saber si llegará.
Somos todos los hombres y las mujeres de nuestros linajes, pero somos únicos.
Tu olor es como una propuesta que acaricia.
Suena The zombies.
No quiero saber más nada de los demonios por un tiempo.
Quiero irme al mar, al bosque, a la montaña, al río sin orillas.
Me hundo en el agua de un lago en la cordillera y el frío golpea mi pecho.
Eso fue en otro tiempo pero también es ahora, porque la palabra puede hacer esa magia.
(Inventarnos también a fuerza de decir: vos, yo, nosotros.
Necesitamos pronunciar nombres, enunciar una gramática que nos de forma y sustancia para escapar al vacío y a la nada que apenas sospechamos).
Paula Becker,
Niña en un bosque de abedules

Pero aun así, esto es la vida: zambullirse, emerger de un salto y llenar el pecho de ese aire que todavía conserva la memoria de sus remotos orígenes.
No quiero leer los diarios ni los portales ni mucho menos ver tele. Apenas las redes. Algo de radio.
Quiero que todo sea música.
Bailar hasta que me duelan las piernas.
Correr hasta que el cuerpo lo quiera.
Quiero leer poesía. Quiero escuchar las canciones que me envuelven cuando te pienso, te invento, te imagino, te encuentro, te detesto, te olvido.
Quiero una tregua que calme todo este asunto del vivir encarnados y ensartados por esta brutal manga de seres desalmados y enfermedades inventadas por la codicia.
Siento, como Paula Becker o la desesperada Camille Claudel y tantas antes que yo, que es preferible tomar riesgos a tener la vaca atada.
Es preferible escribir tonterías y deambular por ahí como las  artistas "locas" de principios de siglo que encadenarse a la muerte del desencanto y el desamor entre sábanas de seda y comodidades que enmascaran agonías.
No es romanticismo, lo juro, es supervivencia, es mi corazón que se niega a dormirse antes de tiempo.
Quienes están seguros y confortables quizá me miren con desdén o compasión. Nada saben del gozo (efímero, claro que lo sé), que muta a abismos profundos cuando el frío invierno llega; y aun así elijo cada vez.
Caer.
Prefiero caer, caer y perder, perder una vez más.
Sospecho que hay más calor en la caída que en  esas casas calefaccionadas rodeadas de alambres de púas y juguetitos TEC  para sentirse menos solos y menos angustiados.
Más calor en un abrazo de dos cuerpos que mienten lo menos posible, que se animan a quitarse las máscaras que usamos para no ir tan desarmados en medio de la jungla de predadores.
Respiro.
La libertad de llegar a ser quienes somos al menos un instante mientras el río sigue corriendo y el mundo escupe sus cadáveres.
Te miro. Sonreís. Sonrío.
Y eso a veces es suficiente para seguir: el movimiento de la vida en movimiento hacia todo eso que nunca sabemos.

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