domingo, 26 de noviembre de 2017

No soy tu cofre de plomo

Te estoy agradecida, no lo dudes. Por este frescor de primavera, quién podría no tomarlo, bocanadas.
¿Pero de qué cuidan tus abrazos, tus caricias -que son como una piel de lobo para sobrellevar un invierno de guerra-, cuando empiezan el verano y los tiros?
Pero también la fiesta, dulce fiesta, el baile, eros naciente, el cuerpo que pide.
Bailar como una joven desnuda pintada por una artista alemana que murió a principios del siglo pasado, y más.
¿De qué me acunan tus brazos fugitivos cuando todo es miedo, si tu fuga está hecha de silencio?
Yo no puedo con tu [no lo diré, he aquí mi lealtad], ni con tu [su contrario], sin palabras.
No puedo (casi) nada sin palabras.
Con palabras soy valerosa, incluso, puedo hacer por un rato el papel de heroína.
Puedo adaptarme a otro guión cuando quieras.
Con palabras, a veces, me arrojo a la osadía y tomo los riesgos sin calcular, aunque termine como una presa que ya sabe de antemano que tiene pocas chances, porque desde tres lados distintos la persigue un cazador chino. El cazador chino deja una alternativa abierta a la esperanza, a la inquietud de la vida: hay una posibilidad de escapar por un flanco. Se huye hacia el futuro, se huye hacia otro amor, se huye a un escenario donde ya se despliega un nuevo libreto que interpretaremos lo mejor que podamos mientas duren los carnavales.
Te estoy agradecida por el vino, ese, el primero, y esa charla sin tanta mascarada (parecía, era mi deseo que inventaba realidades donde no las había, pero había una pequeña verdad, había tus palabras).
El capricho a veces impone la voluntad de ser salvaje y ser al mismo tiempo tan urbanos como poetas que no saben escribir pero añoran el siglo XX, y sus pinturas y sus sueños, incluso, sus tragedias, porque hasta cierto punto esas tragedias tenían otra escala.
Escucho la palabra envolvedora del filósofo poeta, me lleva a mundos que yo quisiera no abandonar nunca jamás, donde hay conversaciones que todo lo trastocan, lo oscuro y turbio, por momentos, resplandece como si alguien iluminara repentinamente con una linterna mis soles negros.
Te vas, te estás yendo, pero yo no soy Marcel y claramente no sos Albertine, porque, mal que nos pese, el mundo nuestro y aquel, tan romántico, tan humanista, no se parecen como quisiéramos.
Pero si tal fuera el caso, somos más Sodoma y Gomorra que muchachas y muchachos en flor.
Aunque es suave tu piel y honesta mi risa. Y lindas las horas que ya no son y que fuimos siendo. Y bello, tu plumaje desplegado para la conquista, a qué negarlo. Ese abrazo que no llegó a ser beso, ese que termina en punto y aparte como una sonata inconclusa o como el movimiento de una bailarina que olvida la coreografía y se deja llevar, es el que mejor nos define, tal vez lo sabíamos, pero...Porfiados.
Quisimos ser gerundio porque el pasado siempre es imperfecto. Y no daba, no estábamos dando.
Te estoy tan agradecida, que ni siquiera cuando me enojo o cuando te olvido, lo pierdo de vista.
Zarpan naves, se hunden submarinos, matan pibes.
Y dicen que hay por ahí alguien que una vez más (incesantemente) nos reclama nuestra libra de carne.
Yo la entrego si es el precio a pagar.
Y ojalá encuentres tu cofre de plomo.
(Yo soy de plata, no soy para vos).

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