jueves, 26 de julio de 2018

Y vas así

"Nunca he escrito creyendo hacerlo, nunca he amado creyendo amar, nunca he hecho nada salvo esperar delante de la puerta cerrada".
(Marguerite Duras, El amante)
Vos estás ahí, diciéndote que no. Por un lado porque ya gastaste mucho en libros, este mes, y el anterior, y el anterior a este, y así.
Otro poco porque no hay tiempo que alcance, y esas tentaciones te desvían de las obligaciones. Estudiar para la clase tal, investigar esto otro, leer esas novelas en curso, escribir el artículo tal.
Pero cada libro es como un viaje, te transporta a algún lado, afuera llueve y hace frío y en tu corazón hay un presentimiento, como si ya no hubiera conjuros para ahuyentar las orfandades, propias y ajenas.
Ves los de Lenin, recordás la biblioteca de tu padre, tan orgulloso de sus libros de filosofía, de marxismo, los atlas, los mapas, los libros de ciencias, la Británica.
Y allá en lo alto, los libros de madre del Séptimo Círculo y del Centro Editor de América Latina.
Esa edición de Ana Karénina, donde te enamoraste de Vronsky y los anillos.
Y de pronto un libro que alguna vez tuviste y pediste, prestaste, olvidaste en alguna casa, se lo llevó el agua, o un lejano incendio, qué más da.
Lo leíste una vez de joven, lo consultaste otra en una versión electrónica. La edición no es gran cosa, una edición barata, pero una  buena  traducción, el papel es blanco y la letra es grande. Empezás a leer aleatoriamente y quedás inmediatamente presa del encanto, encantadora Duras, tirando así esas frases que son como granadas, socavando en tres líneas toda la comodidad del amor burgués, del gusto por la poca cosa, por ni tomar riesgos, por no intentar saber quiénes somos, qué deseamos, cuándo amamos, quién nos hace el amor hasta llevarnos al planeta de la tristeza que sucede a veces al éxtasis.
Duras, sola y loca, deseante, escribiendo como una posesa, alcohólica ya, evocando a su amante de Indochina y a su madre tan amada y tan demente.
Y apartás el libro ya sabiendo que lo vas a llevar, aunque lo tengas en la compu, que vas a leerlo ni bien te subas al micro o al tren, que vas a postergar otras lecturas, vos también como una posesa. Duras que habla de su amante chino y del deseo, y de todo lo que las mujeres nunca sabremos. Y también de lo sí  sabemos desde los 13, 14, los 15 tal vez.
Y entonces lo dejás y seguís revolviendo bateas, te encontrás con viejos amigos, los apartás, los recorrés, preguntás por algún precio, por algún título, no entra nadie. El vendedor, vos, afuera llueve y la radio habla de la inflación.
Y entonces encontrás ese ejemplar que es como una parte de él, es como si ese hombre se presentificara, la parte por el todo.
Pero no una parte triste, no una parte enojada como podría ser.
Ni una parte que se queda mirando una mano por la que se escurre la arena sin sentido,  o una parte que es todas las señales que descubrís y te dicen que ese hombre se ha enamorado locamente de alguien que es otra.
No esa parte.
No esa parte oscura y esquiva que le ha robado el deseo, a ella (que te ha robado el deseo), que te ha empujado a otros hombres, a citas absurdas, a conversaciones extrañas.
Es una parte de él que te dibuja una sonrisa mientras mirás las ilustraciones y las marcas que el o la dueña anterior han hecho, la fecha de edición, la ligereza alegre de la lengua de los adorables hijos de Roma.
Y es como si siguieras una conversación que no quisieras haber interrumpido del modo en que sucedió, pero a veces hacemos eso, destruimos las treguas que la vida nos ofrece, los encuentros audaces, las pocas personas con las que podemos hablar nuestra lengua y llegar a algún ocasional entendimiento.
Y lo que se rompe de este modo ya no se repara, lo sabés, lo sabe, y sin embargo es ese dulce mal al que no queremos renunciar definitivamente sin saborear nuevos venenos.
Y sabés que esa parte de él es decisión tuya, guardarla o dejarla en el andén de la estación de Tolosa, donde dejan que siga lloviendo a pesar del deseo de armar el telescopio a la noche para ver la Luna que dicen que barrerá con las tristezas.
Es decisión tuya oír los cantos de las sirenas nuevas que invitan a navegar en nuevos mares, y te dicen que sos hermosa, que sos la piel de la estrella de la tarde, o llorar por aquel que enarbola su honesta negación y te dice que no te desea ya.
Y vas así,  escribiendo en el tren, en el subte, la urgencia en el teclado del teléfono, el temor a perder las palabras que ponen en ebullición tu cabeza, Buenos Aires está siempre gris y violenta, llena de vagabundos del dolor y toda sucia.
Y vas así, releyendo el mail que te devuelve las ganas de escribir, el correo que ansiabas, la firma inesperada y el halago que te devuelve a un sueño apacible donde algo de todo vale el esfuerzo.
Y vas así, tratando de re armar las partes rotas de tu vida, las tramas de las familias que se auto destruyen, del sufrimiento que no cesa de estar sufriendo,  tratando de agarrarte a lo que flota en medio del naufragio, la sonrisa de los amigos, el amor de los hijos, el abrazo de un hombre deseante, las canciones de Leonard Cohen,  las frases de Duras, los libros escritos en inglés por viajeros y naturalistas, traducidos al italiano, ilustrados con grabados de aves y animales que acaban de ser descubiertos, libros donde cabe el asombro y la esperanza de futuros mejores.

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