domingo, 22 de julio de 2018

Juegos de otoño

Tarde
Todas las formas en las cuales había encontrado la posibilidad de saltar el río de pronto se diluyen en una tarde fría de invierno.
También van mudando sus pensamientos respecto de la naturaleza violenta de casi todos los hombres, su pasión por la guerra, sus dificultades para hablar el lenguaje amoroso.
De pronto el deseo que le expresan en esa mirada, la complicidad que propone esa carcajada, en lugar de alimentar su autoestima, la incomoda. ¿Solo porque no es el deseo de aquel que ni siquiera la mira? 
En el fondo quizá quiera estirar un poco el rollo antes de que termine la película y se enciendan  las  luces de la sala poniendo así fin a la fantasía que acabamos de disfrutar.
¿Acaso algo de aquello ha sido más que un juego, uno donde han estado practicando en la palestra para salir a disputar otros torneos, deberían brindar un día por eso, agradecerse por el entrenamiento?
No han sido los únicos jugadores, ha habido de movida cuatro, después al menos cinco, eso es lo que ella sabe, que es muy poco. Él debe saber mucho más, pero no es con ella con  quien quiere seguir jugando y en todo caso, mejor así. Ese juego ya no divierte a nadie.
Vino el invierno y ambos supieron que todavía estaban a tiempo de despedirse sin rencores duraderos.
Hubo noticias y dolores inquietantes, y esa conciencia de finitud que la arroja a la vida y la saca de la melancolía.
Noche
La propia frialdad que ha ganado su corazón una vez más, para protegerlo, la distancia de esos brazos con los que él la aferra y que podrían calentar la noche; se despide como si le diera igual volver a verlo o no, no quiere ir más lejos. Siente que esa despedida (ella huyendo como una quinceañera asustada) es un dejà vu, pero a la vez sabe que nada se repite en la era del tiempo lineal.
Mientras que los días de él habían sido días de vértigo y apuro, de una ansiedad activa y a la vez, expectante, ahora llega tarde a una cita no para hacerse esperar, sino porque no tiene apuro alguno.
Mira las fotos de otro hombre que ha llamado su atención, en busca de una sonrisa ajena que no le ha dado más que una constante indiferencia, alternada ocasionalmente con algún néctar.
Contesta un mensaje  y piensa que ojalá que alguien sacuda esa nieve que ha caído para apagarlo todo. Que haya una nueva primavera cargada de sorpresas y música, de besos que no se asusten, de palabras que sean reales.
Nombres que dan vuelta en su cabeza, y llenan de un modo algo forzado el vacío que deja el nombre del expedicionario que le había rozado por un instante el sitio donde guarda un íntimo secreto: el sueño de vibrar como en un orgasmo en una supernova hasta volverse viento intergaláctico.

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