Qué lindo era cuando éramos lindos.
Cuando había verano y noches de caminata escuchando canciones que hablaban de viajes, de mares y amores, que son casi las mismas letras.
Qué lindo era creer que podíamos volver a desear una mirada deseante, y un perfume de jazmines entrando por la ventana del cuarto, escuchando una banda punk de Siberia de la que me hubiera gustado preguntarte.
A vos.
Y a él.
Y...
Sospecho que el amor es como una conversación interrumpida con distintos interlocutores, que se parecen pero son únicos.
Como si enamorarse fuera parecido a encontrarnos con alguien con quien podemos continuar esa conversación.
La única que realmente importa.
Qué lindo sentir el aguijón (un aguijón pequeño, no envenenado, un aguijón alerta para avisarnos que aunque tengamos la piel curtida, todavía hay sed), el pinchazo de los celos, y no la fría indiferencia.
Piedra inerte, la llama de otro modo un gran poeta cuando solo añora dejar de sufrir.
Qué lindo hubiera sido que lo hubiéramos hecho escuchando a Prince y bebiendo martinis una tarde en el campo o en una playa perdida, lógicamente bajo las estrellas y los satélites artificiales, quizá sobre un mantel a cuadros copiado de un restaurante de pastas italianas en una ciudad inventada por Italo Calvino o Natalia Ginzburg.
Qué lindo que era poder decir palabras como negro, guerrillera, irlandés, compañero, tovarich, judixs, fusil, partitura, #guitarraAgogó, antojo, gallo rojo, mariposa, tres hojitas madre, galaxias, Apocalypse, Philip Dick, viajes al centro de la Tierra y no tener que estar explicando tanto.
Qué lindos incluso todos esos malos entendidos que terminan entendiéndose en camas, en autos, en duchas, a pesar de nuestras mentes.
Qué lindo que alguna vez me hubieses dicho algo lindo, la mitad de lindo, la cuarta parte, de lo que me han dicho otros.
Yo podría repetir como un mantra esas palabras, para que tu recuerdo no se desmaterialice en el vacío.
Podría terminar esto con esperanzas de futuras primaveras.
Podría, quisiera, sospecho.
Pero la muerte es tan implacable como repentina, y todo lo que dijo adiós ya desaparece.

caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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sábado, 7 de julio de 2018
Como una banda punk
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