lunes, 22 de enero de 2018

Lo que se escapa

"La caricia es 'un juego con algo que se escapa'".
(E. Levinas, citado por Byung-Chul Han, en La agonía de Eros)

Si hubiera sido otra época se hubiera dicho salían, o curtían, ahora se dice chonguear.
Charlaban un poco (de arte y de política, de música y de los astros que iluminan la noche, de las familias, la comida, el pasado y los amigos), y cojían; y a veces iban a dar una vuelta por ahí o se encontraban en un concierto y tomaban unos tragos, a veces se iban cada uno por su lado y  veces no, o se acariciaban por debajo de las mesas de los bares como si fueran amantes clandestinos.
Él era de esos mentirosos compulsivos #QueNoPuedenEvitarlo,  y ella era de esas #VerborrágicasNeuróticas que hablan con soltura de todo menos de lo que realmente les importa.
A veces se stalkeaban en las redes, y a veces se les mezclaban los sentimientos que compartían con los que sentían por sus old boy/girl friends  y por otros que daban vueltas por los mundos que habitaban y que nunca se cruzaban en sus vidas en tres o cuatro ciudades, algunas reales, algunas utópicas, pero todas intensas.
Se medían, se estudiaban, se buscaban, se acariciaban, se repelían, se aburrían y se distraían.
El que se enamora pierde parecía el lema de ambos, paranoicos y desconfiados, con muchas cicatrices en las pieles ya curtidas. Se sospechaban enamoramientos de otros que no eran ellos, que salían, pero ya no tanto, que se gustaban, y ardían, pero se apagaban pronto y se recordaban uno al otro otras historias parecidas y olvidadas en cajones que ya no se abren casi nunca.
Después llegó una tarde -siempre llega- en que ya no se contestaron, las bromas que no rieron, la noche que no fue: los dos coincidieron en desencontrarse. Ella la terminó bailando con un pibe hermoso y dulce que usaba un aftershave prometedor con reminiscencias de tabaco como el que se fuma en aquellas pipas que no son unas pipas ni palabras ni cosas, en un patio que olía a jazmines y a glicinas y a los restos de un asado muy acompañado de vino, cerca del río sin orillas y brindando por el Che y por Perón con gente cuyos nombres pronto olvidaría, salvo un par, y el baile los llevó a la cama como si tuvieran veinte años y toda la vida por delante y antes de dormirse junto al pibe pensó en él y en su habilidad para mentir y en que ya no sería nunca amor.
Él esa misma noche se enamoró de una mujer que tenía cerca pero no había descubierto hasta ahora y le escribió una poesía y la llevó a pasear a la madrugada por el delta y durmieron abrazados mientras escuchaban la misma música que antes los había arrullado juntos a ellos (otros) que ya no eran, porque la imaginación tiene sus límites, y la belleza y el rock and roll también.
Y todo pasó como pasan las cosas en estos días: como sino hubiera pasado, salvo por ese lejano sentimiento de que algo se ha escapado.

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