lunes, 22 de enero de 2018

A veces tengo cien años y otras quince

Miro fotos en las redes, acá en Imaginalandia y de pronto aparecen las caras de amigos y conocidos, levemente modificadas, como si hubieran bebido en la fuente de la eterna juventud o conocieran el secreto de Dorian Grey. Pero no, resulta que no, no se trata de un filtro o una herramienta digital para simular y alimentar nuestro narcisismo exhibicionista.
La foto es de un hijo o una hija, ya un hombre o mujer, que apenas pestañeamos,  con solo el vuelo del ciclo de la vida entera de una o dos mariposas, dejó la infancia y hasta la adolescencia.
Sentimos todavía sus latidos en la panza cuando nos contaron que llegaría a este mundo, olemos como si estuvieran a la vuelta de la esquina los aromas de las tortas de sus primeros cumpleaños (con piñatas, bolsitas de caramelos y panchos) y ahí está, como si fuera nuestro amigo o amiga, viajando, debatiendo cuestiones importantes, compartiendo música que también escuchamos.
¿Y cuándo fue que pasó todo esto tan rápido, si nosotros todavía nos sentimos tan jóvenes?
Y me acuerdo de la respuesta de Alicia Steimberg cuando le pregunté su edad y me dijo: depende, a veces tengo cien años, a veces quince, otras cuarenta.
Viajamos y amamos como niños y adolescentes, luchamos en las calles como adultos desilusionados y curtidos, este tiempos out of  joint nos agota como a ancianos, y soñamos con volver a enamorarnos como mujeres de tiempos antiguos y futuros a inventar.

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