domingo, 24 de diciembre de 2017

De las formas del amor


"Con ligeras alas de amor franquee estos muros, 
pues no hay cerca de piedra capaz de atajar el amor; 
y lo que el amor puede hacer, aquello el amor se atreve a intentar". 
(W. S, Romeo y Julieta)

"Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, 

y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; 
¡soy como una campana desafinada!
(Corintios, 13)

Hay muchas formas de soledad, como hay muchas formas de amor y de desamor, de indiferencia (que es lo contrario de amor). Hay soledades creativas, deseadas, deseables, que permiten el encuentro de uno mismo con su silencio y su intimidad, sus oscuridades, sus pérdidas, sus anhelos.
Hay otras soledades que son insoportables. La soledad de la familia que acaba de perder a uno de los suyos, la familia de Santiago o de Nahuel, por ejemplo, en un día como hoy. La soledad de esa madre cuyas manos cocinan para quien ya no volverá, la soledad de ese padre cuyo cuerpo es una llaga que supura como si el estigma del resucitado tuviera que repetirse una y otra vez en la historia humana.
Entre las cosas que pasaron este año, o más bien, entre las cosas que fueron destruidas desde que los hijos de Herodes y de Creso regresaron a sus mansiones y mandaron a sus mastines a cazar esclavos y rebeldes, una que mencionamos poco quizá, abrumados en medio de tantas batallas, es la ruptura de muchas parejas.
La realidad está tan virtualizada en los imaginarios de las redes, donde todos y todas exhibimos nuestra felicidad, nuestros éxitos y nuestra belleza, que esto podría pasar desapercibido.
Entre los mandatos más dominantes del poder actual, desde ya uno de los primeros es el de ser felices al modo narcisista de la subjetividad que se nos impone, es decir, solo se goza si se puede mostrar.  El mandato de ganar dinero (y ya no mostrarlo tan obscenamente como en los noventa, pero sí ritualizado en nuevos trucos, consumos, prácticas), el de ser "exitosos" en nuestras carreras y trabajos, el de tener los hijos más inteligentes, mejores estudiantes, más comprometidos, más bellos, como si eso nos permitiera ganar puntos y ascensos en la fabulosa empresa del amo que nos compele a trepar y trepar y correr y correr y mostrar y mostrar. Además, sobre todo las mujeres pero también los varones, tenemos que ser y parecer delgadas,  musculosas, jóvenes, sonrientes, inteligentes, graciosas, y también, por qué no, un poquito cínicas de paso.
En lugar de una invocación a amar a nuestros prójimos, lo cual puede ser laborioso y peligroso, porque el prójimo por lo general (el próximo, pero también el otro) puede oler mal, puede hablar de un modo que nos choque, puede no tener un nivel educativo que nos los vuelva amable, puede ser feo y faltarle algunos dientes, puede creer en otros dioses que los nuestros, puede ser pobre, o peor, puede no importarle nada el dinero o el éxito, en fin...
En lugar de pedirnos eso, que es un esfuerzo enorme, que supone apartarnos de nuestro narcisismo y brindarnos a otros y al mundo, nos exigen que seamos felices y alegres, que cojamos mucho y con muchos 
(y sino lo logran por sí mismos, para eso tenemos cientos de aplicaciones con su Like y sus estándares de emparejamientos para rápidos y ascéticos apareamientos)....¡pero no cometamos la idiotez de enamorarnos! La gente que se enamora es doblemente peligrosa, se distrae, no produce, no razona, tiene prioridades distintas a las que el sistema requiere, puede ser capaz de amar tanto como para poner en juego su propia vida e intereses, y luego puede sentir que ese enamoramiento se convierte en otra clase de amor y se expande, y que algo parecido le ocurre no solo con su amado/a, sino con otros:  primero los más prójimos (próximos), los hijos, las hermanas, los amigos, los compañeros de estudio, de trabajo, del barrio....y luego...¡Y luego! ¡Puede llegar a sentirse hermanado con la especie humana, solidario, puede querer disponer de su tiempo y sus conocimientos y virtudes para compartir su pan, para ayudar a otro, para celebrar en comunidad de iguales. 
El amor libera del sí mismo, de esa chatura infernal de lo igual a nosotros, el amor no es ciego, al contrario, pone un microscopio que amplía las diferencias, incluso los defectos del otro y propios, y aun así, lo acepta, lo desea y lo ama justamente porque ve lo que no se puede ver de otra forma que amando.
fresco de Pompeya
Nos han convencido de que el amor no es una fuerza poderosa que transforma el mundo propio y ajeno, sino que es una especie de nuevo opio de los pueblos, algo que nos debilita, que nos enternece y nos vuelve blandos para tomar las decisiones que el deber ser del monstruo herodita requiere. Alguien que ama no puede disparar balas sobre un viejo sin ver ahí a su padre o su madre, no puede matar a un pibe sin sentir que puede ser su hijo, no puede echar del trabajo en vísperas de Navidad a un laburante honrado sin ninguna causa más que ganar más y más y más y más dinero.

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Muchas parejas se han roto y eso no aparece en las redes. Sabemos de personas que queremos, nosotros mismos a veces andamos por ahí con el corazón partido por el hachazo del desamor o el final de una relación que fue casi todo para nosotros, y subimos y miramos esas fotos donde seguimos todos felices, dale que va, mostrándonos como si la tristeza, como si detenernos en esos duelos fuera el verdadero tabú. ¿Acaso alguien podría faltar a su trabajo y decir una verdad tal como: estoy triste, mi amor se ha ido, mi pareja se ha roto, no duermo bien?
Se puede contar en las redes cómo y cuánto y con quién se coje, de hecho, la pornografía ha reemplazado el discurso erótico/amoroso.
Nadie se escandaliza a esta altura, y posiblemente tampoco se conmueva, al ver todas esas exhibiciones de nuestro narcisismo exacerbado, no podemos evitarlo, apenas algunos muy fóbicos con otra clase de síntomas neuróticos, el resto, de un modo u otro, caemos en las redes de la subjetividad de las redes, así, al cuadrado.
La virtualidad nos come el coco, cuesta resistir esas nuevas formas de educarnos, comunicarnos y amarnos.
¿Quién se atrevería  escribir en una red social que está solo, que tiene el corazón roto por un amor que terminó, sin hacer rápidamente una broma, algo que nos rescate del escarnio de la transgresión, del tabú de la alegría superficial y feliz?
Somos sujetos del rendimiento, dice Byung- Chul Han, somos esclavos de nosotros mismos, presos de nuestra subjetividad explotadora para un amo que se regocija sin tener que hacer demasiados esfuerzos.
Solos y solas, nos lamemos las heridas en casa, urdimos toda clase de planes de evasión, si somos afortunados, amamos a nuestros hijos, amigos, compañeros, familias. Pero no ese otro/a y nada compensa la depresión que implica la ausencia de Eros en nuestras vidas.
Por más pastillas que nos tomemos, drogas que consumamos, nada puede ser igual al paraíso que supone salir del "infierno de lo igual", que es sin duda la "llegada del otro atópico" , que causa una suerte de Apocalipsis y nos libera de la melancolía.
El asunto del erotismo es tan profundamente político, si entendemos que la política es lo que tiene que ver con el poder, que no reflexionar sobre estas cuestiones puede ser suicida, Tánatos bailando sobre la pila de cadáveres que deambulamos por ahí produciendo y consumiendo sin distraernos por el golpe al corazón que una mirada, de repente, un verano, pueda causarnos. 

Narciso en la fuente.Óleo atribuido en 1913 a Caravaggio, pero de autoría incierta:  Galería Nacional de Arte AntiguoPalacio Barberini.


El amor, constitutivo de nuestra psiquis, de nuestra subjetividad, del modo en que nos vinculamos con otros y con el mundo, es también un tema tan intrínsecamente educativo y de comunicación, me atrevo a creer, que nos urge pensar cómo hablar de esto, cómo empezar a discutir estas cuestiones en las aulas, en los espacios de militancia, en los cafés; cómo vencer el miedo y al amo que nos quiere imponer la idea de que el discurso amoroso (y el amor) ha muerto, que lo que va es la alegría canchera y egoísta del que nada da y solo cuida de sí mismo y goza haciendo sufrir al otro; o usando al otro como si fuera una cosa, para luego desecharlo; que solo somos mercancías, narcisos que buscamos satisfacernos a nosotros mismos, restos de la humanidad que fuimos.

Suele haber una canción (cada cual tiene la suya en cada momento, ¿o no?)  que expresa eso que no pude ser contado más que con la poesía o la música, eso que anhela el amor de los enamorados cuando se encuentran, y de la tristeza que nos produce dejar de amar y ser amados, porque sabemos que nada, absolutamente nada de lo demás vale la pena cuando nos falta el amor. 

"Y  mis manos a tus manos aferradas// y las ganas de mañanas a tu lado [...]"
(Corazones)
https://open.spotify.com/track/3Clf6Q0snIrIG4fvsRXsvx

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