Quiero escribir un cuento que tenga 4.200 caracteres con espacio para mandarlo a un concurso, pero no encuentro ningún texto mío que sea tan breve y desde ya, desconfío tanto del valor de mis cuentos como de la conveniencia de mandarlos a un concurso que estipula la necesidad de escribir un cuento con 4.200 caracteres. Ya ocupé más de 300 para decir nada: apenas mi miedo y mi desconfianza.
No creo que me alcanzaran para hablar del libro de Ivo Andrich que tengo en mi biblioteca y que no me atrevo a releer. A veces lo tomo en mis manos, temblorosas, lo acaricio y sospecho que en su interior se aloja un secreto que los hombres llevan milenios tratando de adivinar: el modo de comunicarse con los muertos. Yo lo descubrí, mediante ese libro, y me da miedo hablar de eso, pienso que nadie va a creerme, que tal vez sólo lo haya soñado. A la vez, sospecho que es imposible hacerlo a medida, sin faltar a la verdad, sin torpeza, sin escamotear el centro del descubrimiento y demorándome más de lo necesario en estas dudas.
A ese libro mi padre lo compró de joven, supongo que cuando fue publicado, en los sesenta. Al escritor le habían dado el Nóbel, no sé si por esa novela, no sé si mi padre lo conocía de antes. Una tarde de invierno fui a visitarlo. Era imposible hablar con mi padre sin discutir, sin que te dieran unas ganas incontenibles de llorar, de gritarle o de escapar de su ira, o su melancolía, que alternaban todo el tiempo, como si mi padre fuera dos personas, al menos: una horriblemente violenta y la otra de una emocionalidad y autocompasión intolerable. Entonces, yo hacía como que lo visitaba, para no sentir culpa o tal vez para tratar de alegrarlo, no lo sé. Pero como no se podía estar con él ni hablar con él, me iba a la biblioteca y husmeaba y elegía algún libro que me interesara y lo dejaba hablarme de eso, aunque no recuerdo que me dijo de éste en particular. Me lo llevé y lo leí y me interesó. Transcurría en Bosnia, en la época de Napoleón. Los personajes principales eran el cónsul austríaco, el francés, el agá otomano y, además, judíos pobres y campesinos, turcos comerciantes, cristianos ortodoxos y fanáticos católicos.
Señalé con lápiz, como suelo, las frases o cosas que llamaban mi atención: la receta de una comida, el vestuario de un personaje, la narración de una batalla.
Cuando lo terminé, le devolví el libro a mi padre, llena de genuino entusiasmo o tal vez exagerándolo para que se pusiera contento de habérmelo prestado, de que tuviéramos un tema de conversación, para que no tuviera esa necesidad apremiante, en cuanto me veía, de hablar de todo lo que lo había hecho sufrir mi madre, de cómo extrañaba a mi hermana mayor, de lo inteligente que era mi hermano menor.
Cuando murió mi padre, unos años después, mi hermano y yo desarmamos la casa y las bibliotecas, las pilas de diarios viejos que se acumulaban, decrépitas como los últimos años de mi padre, por todas partes, la ropa en mal estado, los trozos de nuestros corazones rotos, las fotos viejas de la infancia, el odio, la incomprensión a su locura, cartas de amor y papeles sin sentido. Y la portentosa, maravillosa colección de discos.
Yo encontré ese libro y me lo guardé. Ni mi hermano ni yo estábamos en condiciones de discutir quién se quedaba con qué.
En los márgenes, junto a mis propias anotaciones, mi padre me había contestado. Llevaba meses de muerto cuando las leí.
No tiene importancia alguna saber qué decía yo, qué contestaba él. Pero es un hecho asombroso y a veces pienso que lo mejor es que permanezca oculto y en secreto. Aunque pueda ser contado en menos de 4. 200 caracteres con espacio.
6 comentarios:
Cin, el comentario a "4.200 caracteres" es mío..Disculpas para vos y Adriana, se me mezcló la tecnología..Besos.
Ari
hola, cintis. (ya habías vuelto y no me había dado cuenta). me gusta mucho este relato. te atrapa. el final realmente da cierto escalofrío: la respuesta en el libro te deja helada.
es bastante triste todo.
Releeo este relato que resignifiqué desde mí cuando lo encontré hace bastante tiempo cuando encontré tu blog.
...Lo releeo hoy cuando hurgo en mi interior sobre el silencio sinsentido de mi padre aún vivo ( creo que se trata de un silencio no por callarse sino por no saber que decirse...al menos de mi parte)
Gracias por escribirlo con palabras , oraciones y una gramática tan cromática
Querida Salvi, en esta noche de primavera y cambios de piel, sólo puedo decirte: sos bella!!!!
Serendepity querida Cintia.
Así es Rubén
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