domingo, 4 de agosto de 2013

La enfermedad de los "perdedores"

"El tuberculoso podía ser un proscrito o un marginado; en cambio la
personalidad del canceroso, lisa y condescendientemente, 
es la de un perdedor." (Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas, 1978)


¿Hasta qué punto caló hondo el liberalismo salvaje, hegemónico, dogmático? No lo  sé. 
Sólo sé que a pesar de diez años de gobiernos latinoamericanos que han puesto en debate público muchos de los postulados de esta filosofía, devenida en culto profano, siguen habitándonos, deglutiéndonos, como si tuviéramos un enano liberaloide egoísta y berreta encarnado en nuestros cuerpos.
El Bosco, El jardìn de las delicias, tríptico al óleo sobre tabla,
 220 x 195 cm, la tabla central y 220 x 97, hacia 1480/90,
Museo de El Prado, detalle.
Personas formadas en ideologías, de base marxista, compañeros peronistas, gente de origen radical (sea lo que sea que ello quiera decir, se supone que hay una base de creencia política que aspira a la justicia social, en la construcción colectiva del desarrollo, supongamos); personas que han tenido acceso a una educación pública generosa y de calidad y aún así...
Escuchamos de sus (nuestras) bocas afirmaciones del sentido común liberal todo el tiempo. Temerarias. Despreciativas. 
Un poquito de filosofía alemana por acá, mezclada con una dosis de el american way of life, al que se le agrega, siempre subrepticiamente, una dosis de ingenuo voluntarismo, que pretende ocultar la injusticia con el lenguaje de los merecimientos y la actitud, con el discurso infantilizado del egoísmo y la autoayuda...
Tal o cual persona, castigada, atravesada por una historia familiar de desamparo, por condiciones sociales de injusticia, por todas y cada una de las crisis sociales, más las personales (pérdida de trabajo, de bienes, de capital cultural intergeneracional; víctima de accidentes, catástrofes, delitos; pérdidas familiares, enfermedades), es todavía instigada a tener "una actitud positiva", todo es la actitud, no lo tomés así...
Se exige, se reclama, se amenaza.
Importamos los residuos de teorías pseudoliberales del campo "científico" positivista, las pasamos por un tamiz berretizador, con ingredientes de marcketing publicitario, las tiramos sobre la mesa en cualquier ocasión, (la resiliencia, la voluntad como un absoluto). Cunden los ejemplos de hombres y mujeres que salieron adelante a pesar de... (siempre se describen circunstancias más difíciles que las de quien es conminado a esta suerte de moralina evangelizadora, enunciadas por sujetos que llevan una vida muy confortable y que creen merecer como gratificación a sus esfuerzos. Como si los demás, los que "no lo logran" no se hubieran esforzado lo suficiente).
Se nos proponen técnicas de respiración de alimentación, de gimnasia, no para sentirnos mejor, lo cual no estaría mal, sino, entregados por completo al discurso liberal y al recetario de las metáforas de la enfermedad que describe Susan Sontag en  La enfermedad y sus metáforas, se nos interpela para que venzamos así tumores malignos, enfermedades terminales, pérdidas de trabajo, injusticias sociales, duelos por la muerte de familiares, pérdidas de oportunidades, hijos, abandonos....De no salir airosos, la culpa es nuestra. Gana el discurso de Ayn Rand, simulado, suavizado. Caiga sobre nosotros el desprecio que merecen los cobardes, los que, darwinianamente, no son aptos para vencer en la batalla, gloria y loor a los que se curan, emergen triunfantes, como si estuvieran imbuidos -al igual que quienes (nos) reclaman superar la angustia, el duelo, el tumor.

"Tanto el mito de la tuberculosis como hoy el del cáncer sostienen que uno es responsable de su propia enfermedad. Pero la imaginería del cáncer es mucho más punitiva. No hay dudas de que, siguiendo los criterios románticos sobre el carácter y la enfermedad, estar enfermo por exceso de pasión no deja de tener su encanto. En cambio es más bien vergüenza lo que se tiene de una enfermedad atribuida a la represión emotiva; éste es el oprobio que resuena en las teorías de Groddeck, Reich y sus muchos seguidores. Atribuir el cáncer a una falta de expresividad equivale a condenar al paciente: muestra de piedad que al mismo tiempo es manifestación de desprecio." (S. Sontag, 21:1978)

En general, los más fanáticos en la difusión de estos postulados suelen ser aquellos de nosotros que están en posiciones materiales ventajosas, tal vez creen que sus experiencias de dolor (el dolor, por cierto, tanto físico como anímico, es incomparable entre unos y otros) son trasladables a los demás, "si yo pude, tal tiene que poder", incluso cuando se trate de situaciones incomparables. 
Usan(mos) metáforas bélicas, metáforas deportivas, competencia capitalista, "que gane el mejor".
Y así contribuyen a que crezca el abismo que se abre debajo de los pies de quien, por ejemplo, ha conocido desde muy temprano la orfandad, el abandono paterno/materno; el hambre, el frío, el sentirse siempre menos que los demás, las heridas en una autoestima que nadie se preocupó por curar; las expulsiones en sociedades y países que echaron a sus hijos a la muerte o al exilio en sucesivas oleadas; el látigo humillante de ser un pibe chorro, un villero, un looser que no puede mantener a su familia, el estigma del enfermo incurable, o del que padece dolor, alguien que no pudo (lo que sea que representan los emblemas del éxito burgués: ser saludable, bello, joven; completar sus estudios, hacer una carrera; formar una pareja estable); ser que no tuvo los contactos -¿o la falta de escrúpulos?-suficientes para ascender en un trabajo mientras se le dice, all the time, que es su culpa. Se lo/la acusa y se afirma:
que el cáncer es su culpa. 
Que ser desocupado es su culpa.
Que deprimirse por todas esas circunstancias es su culpa.
Miren a su alrededor.
¿Fueron amados, deseados, por sus padres?
¿Qué dones luminosos recibieron, como para poder alumbrar (al mundo, a los otros)?
¿No tienen, en verdad, más responsabilidad que cualquiera de los humillados y ofendidos por la desgracia y la injusticia?
F. Goya, Tristes premoniciones de lo que ha de acontecer,
grabado de la serie Los desastres de la guerra (1810/15)
¿Seremos, por una vez, capaces de revisar nuestros juicios? ¿De bajar el dedo acusador un instante, el dedo diagnosticador, el barómetro que se mueve en un universos de certezas creadas por nuestros privilegios?
¿Por qué seguir crucificando al crucificado, pateando al caído, abrumando al moribundo?
La inundación, la enfermedad propia, no es la ajena. El dolor y el duelo por la muerte de un ser amado (padre, madre, hermano, hijo), que es el nuestro, no puede ser vivenciada por quien no la ha transitado, no seamos tan necios, no creamos que sabemos todos, no creamos en todo el santoral del capitalismo, dejemos en nuestras almas algún resquicio para la duda, la compasión, el tratar de habitar un instante, con el alma, el infierno de otro que no ha recibido más que "oscuros dones" (diría R. Bolaño), la soledad infinita de quien no tuvo el pecho materno para entibiar sus primeros días.....Y así, hasta una enumeración que al menos nos permita acompañar, sin predicar como los sacerdotes e ideólogos de San Egoísmo, a favor del dios que a todos nos somete, nos esclaviza y nos separa.

1 comentario:

Lic Alicia Ronzoni dijo...

Esta sociedad difunde el discurso del capitalismo, la competencia, de que los logros llegan solo con proponerselos No es así por eso el ser humano es singular y no todos pasamos por las mismas situaciones, aun así cada uno la vive diferente.