La ciudad donde yo vivo es un laberinto sin salida. Quienes nacemos o venimos a vivir aquí, ya no podemos irnos, incluso cuando nos marchamos. Hundida en un pozo, no tiene mar ni un río, como no sea uno hecho de contaminación y tristeza. Todos los habitantes renegamos de ella, más o menos. Decimos que es un pueblo de mierda, que la gente es muy mediocre, que la mayoría son medio pelo y empleados públicos (ellos, siempre los otros). Pero después, como si nos diera mucha culpa, aclaramos que tiene los estudiantes, que vienen de todo el interior (¿el interior de qué?) y las diagonales, y las plazas, y Gimnasia y la movida del rock y la cultura...(y enumeramos: Virus, los Redondos, Aventuras de un fotográfo en La Plata, etcétera)¡Y desde ya! El Museo (que para nosotros es así, "el museo" y para los que no viven acá es "el museo de Ciencias Naturales" o el "museo del Peritto Moreno") y la Ciudad de los Niños (querida Evita) y el Teatro Argentino. Y el Bosque. Y los árboles. Y la de Le Corbusier.Y los tilos y mandarineros y los jacarandás. Y, como Pángaro en Lluvia dorada, decimos, sí, pero tenemos las mejores fiestas.
La gente que vive acá y parte, hace como que se va, pero se queda. Y si permanece mucho tiempo, largos años incluso, en otra parte, si logra apropiarse de otro lugar para vivir, recuerda a esta ciudad con nostalgia, con rencor, con deseos de venganza, pero nunca con indiferencia.
2 comentarios:
Empiezo, como vos, por lo último, porque te lanzaste con todo (buenísimo!). Lo de LP es así, muy preciso. Yo soy una de esas que se fueron: renegada, pero que siempre cae (Cai). Supongo que el amor y el odio se da siempre con la ciudad en la que se vive y se forma parte. A mí me pasa con Buenos Aires (a donde también pertenezco). Me acuerdo de que Cai apenas empezó a vivir acá decía el Teatro General San Martín, cuando "nosotros" le decimos el San Martín. La más clara muestra de ajenidad al lugar es la de decir los nombres completos de las cosas. El tema es que la forma particular en la que se abrevia es algo que no se puede saber de antemano.
Es curioso el reniego emitido desde la comodidad respecto a una ciudad, a no ser que se viva en la ciudad de la cual se está renegando y tu único cobijo sea la estructura de, por ejemplo, un puente.
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