miércoles, 30 de enero de 2019

Siempre nos quedará París

"Todo amor es desesperación, ese es nuestro secreto".
(Joyce Carol Oates,  La plataforma.)

"[...] para mí el amor va de la mano con la tristeza. 
Nunca pude amar sin estar un poco triste, pero esa ya es otra historia".

Mi amiga V me pregunta si sigo viendo a un fulano. La última vez que hablamos le conté que andaba en algo con ese hombre.
Nos vemos.
Salimos.
Andamos en algo.
Tenemos una historia.
Chongueamos.
Curtimos.
Mantenemos relaciones sexo afectivas.
Cogemos.
Somos amigos con derechos.
Es un amigo solidario.
Y etcétera etcétera para nombrar formas del amor sexual, y a veces, del amor de pareja, así, nomás.
Porque en estos tiempos estamos siendo transformados y no decimos a la ligera algunas palabras que podrían suponer compromisos que ya no. Novio. Pareja.Compañero.
Me gusta la palabra amantes. Creo que sintetiza las distintas formas del amor erótico, los desencuentros y ocasionales encuentros, y puede tratarse de matrimonios, de ocasionales y clandestinos encuentros furtivos, de vínculos que se sostienen en el tiempo, de muchas variantes que implican el amar, que es en y con los cuerpos, el amar sexualmente y tanto más. O menos. Los que aman, ya lo sabemos, ya tan maravillosamente lo escribieron Bioy Casares y Silvina Ocampo, odian.
Hablar de amor es ya un riesgo, y escribirlo mucho más. Incluso, porque abre la posibilidad a que algún amante lea estas palabras y no pueda evitar pensar que soy yo (la persona, no la narradora) y que es él (nombre, apellido, DNI) y no la materia de un escritura que es fantasía y ficción. Como todo amor.
En cambio, decir que alguien nos gusta en la era Facebook es fácil, aunque sea difícil que alguien nos guste.
Mucho más difícil es decir que we fall in love, expresión que ya expliqué en varias ocasiones es la más precisa para describir al menos mi forma de enamorarme.
Enamorarse es algo excepcional, bendición de estar vivos, maldición de penar.
No hay deseo sin herida, ya lo dijeron los grandes como Berger, Lacan, Barthes, Duras, Charly García.
No hay amor sin pasar por la herida del deseo.
Pero.
No, le respondo a V, ya no me veo con el Fulano ese. Ya ni me acuerdo, una no historia.
Y ahí la variable tiempo enloquece los almanaques.
Cuando veía a ese hombre solo intentaba dejar de penar por otro hombre que a su vez era la exacta representación de mi manera desesperada de enamorarme. Desesperada como esos personajes juveniles de Joyce Carol Oates, aferrados al amor que lacera y conmueve, que termina, pero no finaliza y vive de otra forma, pero siempre asociado a la tristeza de todas las promesas incumplidas."
El enamoramiento miente, siempre.
Por eso aliena, y después desilusiona.
No le digo eso a V todavía, pero le menciono que veo a alguien más.
No quiero entusiasmarme con palabras.
No voy a decir más que estrellas, noche, campo, música, vino. 
Tal vez un encuentro hedonista pueda disipar las heridas de las almas rusas que soñaron con mundos posibles, que eran en realidad imposibles. La vida es insistente. La noche en verano es como una droga que abraza y abrasa.
Que el amor cambia de forma y no se termina, vaya si lo sabemos después de sobrevivir a varias muertes.
(Pero primero hay que atravesar esas muertes que suceden a esas otras ansiadas petites mortes).
Lo sé cuando me escribe para compartir su ansiada felicidad conmigo, nombrar lo que impide nuestro encuentro, que ambos fantaseamos muchas veces, sin dejar de declararme una vez más lo mucho que piensa en mí y lo que le provoco. Yo lo leo y me río, y nos veo caminando una tarde de tormenta de verano en la orilla del mar, cuando éramos adolescentes y mi corazón temblaba cursimente por un beso suyo que se demoraba. Y él en cambio ve una noche de invierno en Buenos Aires, y en la alfombra de su departamento; un encuentro primaveral en la terraza de su piso del centro,  y un atardecer en mi jardín platense, como si fueran escenas sucesivas de su Kama- sutra personal. ¿Cómo no quererlo si soy para él siempre eros y belleza aunque pasen los años? Y ambos sabemos que siempre nos quedará París. 
En cambio, si en lugar de ir por el camino de Swann voy por el de mi Méséglise local, aunque ya no doy rodeos para evitar los lugares peligrosos, lo único que encuentro es la cripta de mármol, la frialdad de un silencio quizá culpable que se hace enojo porque no pudo amarme como yo, tal vez, hubiera podido, y en cambio de amor, se transformó en castigo y venganza.
Y yo, que ya casi empecé a perdonar (una forma del olvido), y dejo volar mi pelo suelto con la ventanilla baja por la ruta que lleva a otros viajes donde soy al parecer bien esperada, escucho nuevas canciones y acepto -con algo de dificultad- que sin esas, tus crueldades, yo no podría haber vuelto al amor.

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