martes, 8 de enero de 2019

La promesa de mar y las tardes pampeanas

"[...] el olvido es la única venganza y el único perdón”.
(JLBorges, “Fragmentos de un evangelio apócrifo”)

Me gusta escuchar esas canciones y que ya no me hagan mal ni me recuerden a nadie del ayer, y correr en un atardecer de verano sintiendo que la vida fluye.
Me gusta recuperar espacios y que ya no le pertenezcan a quienes destruyen mundos posibles, ni a los engañadores, y que las calles de mi barrio sean ventanas que se abren y no laberintos.
La única libertad posible, la de creer obstinadamente que hay mañana, la de olvidar muchas injurias. No todas.
Me gusta hablar con mis amigas y los besos que se hacen esperar, y los libros que no hemos leído, pero nos aguardan.


Y las tardes en el campo, y los perros corriendo, siguiendo los ladridos de su pasado salvaje, y las rutas que no conozco y que no sé a dónde me llevan.
Y que alguien te espere cuando vos ya no esperás nada.
Me gusta que haya cielos de Molina Campos en el horizonte pampeano, hablar de los alambrados y de su ausencia, y sentir los eclipses de enero con el viento en la cara y caricias en el pelo, estrellas de cielos sureños y rock.
Flores azules y tunales en la voz de Mollo y la poesía del viejo Arnedo.
Me gusta el viento, y que la gardenia esté enamorada de mi jardín y no escamotee su amor.
Y que el cansancio sea cansancio, y no enfermedad o dolor.
Me gusta descalzarme en el pasto recién cortado, el olor a menta fresca, el gua con limón, la picada bajo la glicina.
La glicina y su romance con el jazmín, los cactus que florecen como si los hubiera inventado Cerati.
Que me sorprendas.
Y tu hospitalidad.
Y no tener tanto miedo.
Y la promesa de mar.
Siempre el mar.

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