miércoles, 25 de marzo de 2020

Oh, Francis. ¿Y cómo serán los que vengan después?

F.S.F, El Crack-up, 2011, 
Buenos Aires: Crackup
“Una generación nueva, que se dedica más que la última
a temer a la pobreza y a adorar el éxito;
crece para encontrar muertos a todos los dioses,
tiene hechas todas las guerras y debilitadas todas las creencias del hombre”.
(F. Scott Fitzgerald, 1925)


¿Y cómo serán los que vengan después? 
Ya no sé en cual de los ensayos de El Crack up, que se publicó en 1945 y post mortem, retoma el genio de Francis Scott Fitzgerald esa idea que ya estaba en El gran Gatsby.
Me ronda Scott en estos días, como si fuera un hombre del que podría haberme enamorado en medio de este Apocalipsis. Ya no sé si me llega su nombre #SignificanteAmorPosible por el cansancio del trabajo sin pausa, sin descanso y sin rutina, si es la cuarentena, si la falta de tiempo hasta para esta escritura/desahogo, si los miedos por las personas que amamos y por el mundo que conocimos y ya no será de nuevo.
¿Y cómo sería un hombre así, un hombre formado antes del crack up, un hombre para acompañar este nuevo Crack up global? ¿Y cómo sería una mujer así, una Zelda del siglo XXI antes de su propio crack up?
Un hombre capaz de captar la sutileza en la belleza de un acorde de su propia factura, un hombre capaz de la poesía en el dibujo o en la palabra, y de abrazar con más amor que vanidad.
Un hombre que escribió, o escribiría, o escribirá: "después pasé muchos años borracho y después morí". (F.Scott Fitzgerald, 2011: 254) y también "Nunca deseé que hubiese un Dios a quien visitar; a menudo deseé que hubiese un Dios a quien agradecer" (2011: 255).
No sé si alguien así se detendría en alguien como yo, trasnochada rusa, cansada, alienada en el trabajo y que no sabe más que de excesos.
G dice que sus amigos le dicen cosas de mí, cosas lindas. Pero eso pertenece a un mundo que ya no existe.
Y aun si existiera, ya no me embriagan las palabras que sólo pueden sostenerse haciendo equilibrio en las barandas de balcones aceitadas. Abajo, las avenidas desiertas, arriba, el cielo que no toma nota de nuestro pánico.
Aunque tal vez Scott F (lo llamaremos así de acá en más, es posible) por eso quiebra también. No sólo por la locura y la pasión con que ama a su compañera, ni por el alcoholismo o los Locos Años Veinte.

Ni es sólo por la Guerra y por el Fin de Todo lo que Amaba.

Sobre todo, el fin de la belleza humana, esa que se hace también del tiempo para el goce, para la conversación, para tirarse en el piso de una cueva a escuchar tambores de otros mundos o guitarras del futuro.

 Cuerpo a cuerpo.

Como era en el mundo pre avatares y algoritmos ,  como era antes de que habitáramos las catacumbas sin salir a la superficie, cuando lo humano habitaba en el contacto entre los cuerpos y los androides no dominaban el planeta.

Fuego de antes y de ahora, niños encendidos de alegría, comida para los hambrientos y asilo para los sufrientes. Una cueva de amor cristiano. Una pandemia de generosidad.

Pero nuestro Francis (también lo llamaremos así) la ve venir. Cae en todos los pozos, entiende más de lo que los demás creen. Escribe como desde una máquina del tiempo. Y sufre por esa humanidad sin nobleza ni tiempo para apreciar lo bello y lo triste.

Tal vez si Scott estuviera acá, sino fuera un completo borrachín ya, sino todavía un hombre capaz de discernimiento, si me mirara como alguien que puede ver más allá de su ombligo, yo en lugar de arrojarme al abismo de su mirada lo estaría mandando a comprar víveres o a podar las enredaderas, o a hacerme reír en la ducha.
Él por supuesto no iría.
Y yo me quejaría amargamente de su falta de sensibilidad y de pragmatismo.

Y no sé por qué desearía que compensara todo recitándome un poema de Pavese en italiano.
Sería como un acto de locura.
Sería como si V no hubiera muerto y me besara co sus labios gruesos y sus ojos verdes sonrientes y encendidos.
Y brindáramos si temor a contagiarnos  más que de alegría de haber sobrevivido a este holocausto.

Pero a veces ni los Apocalipsis logran que se encuentren los desencontrados.

Hay veces que sólo en un estado de excepción como este somos capaces de calibrar el tamaño de nuestra libertad, de nuestra valentía, de nuestra capacidad de amar.

Hoy leí que L. L. dice que es casi imposible desamarrarse de un deseo. Que al deseo sólo se le puede escapar mediante un duelo, algo así (quizá lo estoy recordando mal). A veces en realidad nos da tanto miedo no volver a desear que permanecemos amarrados a deseos letales como virus.

Y yo estoy, querido Francis, como en una funeraria, todos mis duelos frente a mis ojos, y todos los cadáveres enfriados ya al parecer.

Pero nunca son todos .
Dios sea loado.
Siempre hay vida.

Aunque algunos de ellos no se dan cuenta e insisten, como si las cosas permanecieran inmutables y como si el mundo metafórica y literalmente no se estuviera sacudiendo.

Insisten en ser amigables o en ser amables y yo replico como si eso me importara, como si fuera realmente importante, como si todo ese fuego que alguna vez inspiraron hubiera dejado alguna brasa, más para economizar energía que para dejar el fogón con algo de brasa. Una cordial indiferencia, como la que tenemos con el repatidor de agua (aunque ese sería otro capítulo) o el verdulero, si es que todavía pudiéramos ir a la verdulería. Cosas que hacíamos antes, cuando podíamos salir de nuestras casas y mirar a las personas de cerca, e incluso tocarlas sin miedo.

¿Creerá alguno de ellos que porque soy correcta y me río de sus bromas y contesto sus mensajes aún queda algo de aquello? ¿Todos se han puesto comunicativos y bromistas‽

Nos pasa el miedo.

No es deseo, es aislamiento.

¿No se dan cuenta de que sólo cuándo los odiaba enérgicamente realmente valía la pena?

Oh Francis, you know.


II-

Tal vez Scott no sería ese de los rulos y la mirada asimétrica que siempre se queja de todo pero sabe hacer belleza en este y de este caos.

Scott, atormentado y dandy, perdedor innato, sublime creador de nostalgia, fabricante de mundos que pueden o no existir.


III-


Cada vez que creo que las pestes y los virus, el agotamiento y la vida, los amantes que se sucedieron como si fueran micro amores cuando en realidad no llegaron ni a broma, pusieron fin a ese malestar que me empuja hacia la repetición de lo mismo y lo mismo -ese malestar al que podríamos llamar deseo...Pero. Entonces, ¿si no llegan los celos, mensajeros de los dioses que nos recuerdan que todavía hay algo ahí que no se apaga, es que ya hemos terminado el duelo? ¿Cuántos duelos?
La experiencia es, a veces, una educadora brutal.

¿Y cómo sabés que ya no te importa alguien?, peguntaría (en inglés y con las cejas depiladas y una melenita rubia a la garçon) un personaje femenino de Scott.
Porque ya no siento ni una cosquilla de celos...escuchemos jazz mi querido, como esa tarde en que colgamos las hamacas bajo las ramas de un bosque de novela policial, bebamos  un Martini seco en blanco  y negro  y olvidemos todo de una vez.

Yo te abriré la puerta y te dejaré entrar como si no hubiera peligros.

Podemos hacer planes para el futuro como si creyéramos en eso, o hablar de los libros de Rodrigo Fresán que seguro tampoco leiste ni leerás.

Pero la verdad es que
sólo me extraño a mí.

Sólo extraño a mi familia.

Sólo quisiera mucha más de esta paz -de varios instantes- con mi propio linaje: joven luchador,  encarnación del cangrejo y mirada oceánica y transparente; y acariciar una vez más a mi perra y a mi gata, abrazar a mi madre, besar la frente de mis sobrinos, reírme hablando con mis amigas y amigos, observarte desde la alfombra de pelo azul mientras preparás las verduras y los agridulces y nos envuelve Ella Fitzgerald con su magia de habrá mañana.

Y si es por el sexo, preferiría a un desconocido que te haya leído con la misma sed que yo, Francis, y que se ría de toda esta pavada.



IV-


Estoy agotada de trabajar y limpiar los virus, los vidrios, los azulejos, las telarañas y las promesas sobre el bidet.

Estoy feliz en medio de la borrasca unos instantes, porque un par de nudos se desanudaron y un par de párrafos ennovelados en una trama parecen tener la forma de un tapiz medieval que me satisface.

Nada queda de ellos en mi piel, como si toneladas de alcohol en gel los hubiera limpiado.


En medio de esta crisis que sacude al mundo, en medio del temblor del capitalismo que nunca sabemos si mutará en Hyde sin rastro alguno de Jeckyll, yo todavía imagino que habrá una conversación entre nuestras miradas que restablezca alguna clase de intimidad y de orden musical en esta partitura amorosa demasiado silenciosa y con este allegro ma non troppo que nos  saque de esta encrucijada.


Porque, como escribió F.S. F:



"Claro, toda vida es un proceso de demolición, pero los golpes que llevan a cabo la parte dramática de la tarea—los grandes golpes repentinos que vienen, o parecen venir, de fuera—, los que uno recuerda y le hacen culpar a las cosas, y de los que, en momentos de debilidad, habla a los amigos, no hacen patentes sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpes que vienen de dentro, que uno no nota hasta que es demasiado tarde para hacer algo con respecto a ellos, hasta que se da cuenta de modo definitivo de que en cierto sentido ya no volverá a ser un hombre tan sano. El primer tipo de demolición parece producirse con rapidez, el segundo tipo se produce casi sin que uno lo advierta, pero de hecho se percibe de repente". (El Crack-Up)

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