domingo, 21 de septiembre de 2014

El insólito peregrinaje de Harold Fry

"Los hombres no tenían ni idea de lo que suponía ser madre. El dolor de querer a un hijo, incluso después de que éste se marchara."

Eso sabe Maureen, esposa desde hace décadas de Harold Fry. Sabe además que desde que su hijo se marchó, su vida matrimonial es un desierto donde las rutinas de limpieza, jardinería y cocina sólo son paliativos para sobrellevar la angustia. Todo lo que los conecta con la vida va siendo abandonado poco a poco, incluso las palabras entre ellos, incluso la preparación de un almuerzo agradable, el plantar flores en el jardín, hacer paseos juntos.

Y Maureen culpa a su esposo por eso.

Y Harold se dedica a dejar pasar los días.

Ahora que este se ha jubilado y se queda en la casa, la soledad de Maureen es mayor, más dura, y la falta de amistades y relaciones sociales vitales se hace sentir todavía más. Como si el destino de muchos matrimonios fuera ese, sobrevivir cohabitando bajo un mismo techo, sin posibilidades de encuentro ni al evocar un pasado que no da respuestas, ni al imaginar un futuro que ya no interesa.

El insólito peregrinaje de Harold Fry (2012), descubierta gracias a PM, es la primera novela de Rachel Joyce, (—actriz de teatro y guionista de la BBC inglesa). Una historia original con un final sorprendente, una curiosa manera de introducir la vida en el letargo mórbido de una pareja donde cada uno culpa al otro por los dolores del hijo de ambos, David, por su soledad interior, su falta de proyectos y su aislamiento.

Pero una mañana, mientras Maureen limpia obsesivamente la casa, Harold recibe la noticia de que Queenie Hennessy, una vieja compañera de trabajo de la fábrica de cerveza donde pasó casi toda adultez, de quien no ha sabido nada en veinte años, está muriendo de cáncer en un hospital del norte de Inglaterra. Harold decide enviarle una carta y sale de la casa para ir a echarla en el buzón de la esquina. Esa decisión cambiará por completo su vida y la de su esposa, aunque él todavía lo ignora, como ignora que está por iniciar un viaje a pie de un extremo a otro del país, un viaje para reparar antiguos errores, dolores y culpas.

No tiene ni la ropa ni el calzado adecuado para un peregrinaje semejante, ¿pero quién de nosotros lo tiene cuando emprende el alocado viaje de armar una pareja, una familia, una vida junto a otros fundada en lazos afectivos? ¿Quién puede suponer que ese trayecto puede convertirse en una aventura donde nos veremos obligados a atravesar paraísos e infiernos, cementerios y silencios de una insoportable agonía indiferente?

Todos cargamos pesadas mochilas, pero no siempre estamos dispuestos a perder la seguridad de lo conocido, por horrendo que sea. A mover las fichas y largarnos arriesgadamente por rutas extrañas, solos, sin celulares, ni dinero, apenas estimulados por un plan delirante que traza, en nosotros, la esperanza. Esperanza de vivir, de reparar un daño que hemos causado a alguien que amamos y que alguna vez nos hizo mucho bien. Un viaje que nos obliga a hacernos cargo de lo que somos; de nuestras cobardías y agachadas; de los recuerdos que nos torturan y escondemos bajo siete capas de piel, carne, sangre y evasiones. Un viaje para descubrir nuestros verdaderos deseos y sentimientos hacia los otros, y tal vez liberarnos por fin de las cadenas que nos llevan a un inmóvil cautiverio. Atrapados y quietos: afrontando la madurez con resentimientos y rencores, porque no pudimos asumir nuestros traumas pasados y culpamos de nuestra angustia a aquellos a los que antes amábamos con alegría y esperanza.

Pero tal vez, si miramos sin complacencia hacia nuestro interior, podamos recuperar la vida que nos habita y tratar de avanzar aún a riesgo de perder lo que en verdad ya no tenemos, porque como Maureen, que se avergonzará de no comprender a Harold, y asumir que ella "Ansiaba mostrarle toda su gama de colores, pero de pronto se veía a sí misma de un monótono gris de extrarradio"(p. 258)

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