jueves, 19 de junio de 2014

El trabajo de hacerse cargo del mundo

¿Si hacerse cargo del mundo da trabajo? Sí. 
Y recuerdo un rostro terriblemente inexpresivo de una mujer que vi en la calle. 
Me hago cargo de los miles de favelados de arriba de las laderas. 
Observo claramente los cambios de estación. 
Yo claramente cambio con ellas." ("Me hago cargo del mundo", Clarice Lispector)*

Hay un libro de Clarice Lispector que se llama Revelación de un mundo. Lleno de escenas y relatos en donde ni Dios, ni el Diablo, ni la escritora escatiman a sus criaturas experiencias de: amor, odio, intimidad, perplejidad, ira, capricho, candor.
De hacerse cargo del mundo, de lo visto, de lo observado, de lo escuchado, de lo elegido y lo desechado, del deseo propio,  del daño que causamos, del daño que nos causan, de las constelaciones y de la dificultad para encontrarse con uno mismo.
En la intimidad del silencio.
Y del anonimato.
No voy a hablar de ese libro (aunque recomiendo fervorosamente su lectura) sólo diré que
hace unos días su título me ronda como al acecho de alguna verdad.
Pone (otro) nombre a la emergencia un mundo revelado (a mi pesar y sin mi consentimiento)
frente al que me intenté rebelar
pero que, finalmente, acepto. (Aunque como diría Bioy, me conformo pero no me resigno).

Acepto que no soy buena,
que hablo hasta por los codos, incluso de madrugada en llamados telefónicos a amigas que se ponen sabias, aunque nos duela lo que saben.
Acepto que muchas veces soy feliz, siento el bienestar de una comida picante o una torta hecha por R con semillas de amapolas que son como poemas y una copa de vino y un abrazo cálido y un hijo que te llena de orgullo y una buena conversación acerca de una novela  o un libro de Clarice Lispector o una película que habíamos olvidado que vimos.
Y a veces me hundo, me hundo, me hundo, hasta el fondo del miedo y de la desilusión.
Y se me revelan los muertos que todavía tienen algo que decirnos, y trato de entablar una conversación que me deja perpleja, y sola.
O mi amor me olvida y me desvanezco.
Y escucho un disco de The Kinks. Y miro a mi gata y a mi perra y todo me parece tan perfecto.
Me hago cargo del mundo, de sus revelaciones, de las que soy capaz de afrontar, de ver. A veces hasta me hago cargo de las que sospecho pero no puedo admitir: son como fábulas fantásticas, relatos de los mares del Norte, cuentos de los pueblos galos, leyendas de los mayas, de los eslavos,  o persas, o aztecas.
Todos olvidados en los días de verano.
Dejados de lado por un daikiri dulce que se comparte con las amigas que saben reír.
Me hago cargo de que a veces no me hago cargo.
Aceptar es liberarse, tomar decisiones, afrontar la cara monstruosa de lo que pretende ocultarse pero se exhibe. Obscenamente. Eso. Como dijo Schelling: "Lo siniestro (das Unheimliche) nombra todo aquello que debió haber permanecido en secreto, escondido, y sin embargo ha salido a la luz".

¿Por qué me desenterraste del mar, padre, por qué me trajiste acá?

El monje frente al mar, 1808. Friedrich


*en Revelación de un mundo, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2005.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Qué puedo decir ante tanta belleza-verdad revelada? Poco. Nada.