martes, 9 de agosto de 2011

Maximiliano, Carlota, Alfonsín y Carrió

  "Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz." (Benito Juárez)

Lo malo de leer biografías acerca de personajes famosos de las casas reinantes europeas es comprobar cómo, una y otra vez, los poderosos del mundo resuelven, en sus bellos palacios veraniegos o en los bancos y las bolsas de Londres, Viena, Nueva York y París sobre el destino de millones de hombres, mujeres y niños sojuzgados en todo el planeta.
de Grecia, Miguel, La emperatriz del adiós,
Plaza y Janés, Barcelona, 2000.
Los intensos cambios que se produjeron en la Europa del siglo XIX, con las sucesivas alianzas y rupturas, guerras, revoluciones, golpes de Estado, breves triunfos de los sectores populares y nuevas imposiciones de las alianzas entre ricos y burgueses se expresaron en América Latina bajo la forma de nuevas expropiaciones de bienes, represión de los movimientos emancipadores nacionales y asesinatos masivos. Así es el caso de la forzada construcción del Imperio Mexicano (1863-1867), producto de la intervención francesa y cuya corona ostentaron brevemente y como títeres del emperador Napoleón III (1852-1863), Maximiliano Habsburgo-Coburgo (hermano del "eterno" y reaccionario emperador Francisco José de Austria) y Carlota de Bélgica (nieta del Rey Luis Felipe de Orleans que encabezó la monarquía constitucional francesa (1830-1848) luego de la caída de Napoleón I y el reinado de los borbones.
Son, por supuesto, entretenidos los aspectos románticos de esta curiosa historia, en la cual para ocultar lo que intuyo era la homosexualidad de Maximiliano se habló de todo tipo de variantes (mujeriego, impotente, melancólico) y la posterior locura de la emperatriz depuesta Carlota (a causa de haber sido envenenada en Yucatán por partidarios del perseguido Benito Juárez; o como resultado de la conspiración de los yanquis para frenar ese imperio que se había aliado con el derrotado Sur; o por instigación de Napoleón III de Francia como castigo por el fracaso de su marido o las deudas que no pagaron a Francia; o por los colaboradores del Emperador Francisco José para quedarse con el generoso patrimonio de Carlota y eliminar un posible sucesor a su trono, o por alguna o algún amante de Maximiliano, según las múltiples hipótesis que tejieron la prensa y los servicios diplomáticos americanos y europeos).
Carlota y Maximiliano
Pero no menos inquietante es indagar en los procesos en los cuales el cipayismo local (encabezado por el Partido Conservador Mexicano) buscó alianzas y préstamos impagables (deuda externa) en las casas reinantes europeas para imponer su proyecto y mantener en estado de sometimiento a las masas campesinas indígenas, a costa de la vida de miles de mexicanos y, por supuesto, de la posibilidad de desarrollo de su país y de las mayorías.
La invasión de Francia, España e Inglaterra en 1861 tenía como fin recuperar el dinero que Juárez no había pagado a sus acreedores de las potencias colonizadoras. Entonces, como ahora, el capital marcaba la política a seguir en las naciones débiles para favorecer los negocios de los banqueros que, a su vez financiaban a los gobiernos europeos como el suizo Jecker. Los mismos intereses que hoy hacen temblar a los gobiernos europeos (arde Londres, Obama está al borde de declarar el default, cae España, Francia ajusta y los bancos se quieren desquitar una vez más con los pueblos).
En medio de este conflicto, liberales republicanos hincados ante el poder europeo, nacionalistas traidores, buscando la protección económica y la intervención militar de Lincoln y sus sucesores (de la mano de la doctrina Monroe), espías disfrazados de curas y Papas enojados por la confiscación de los bienes de la poderosa Iglesia mexicana. Los ecos de estas voces parecen resonar en los discursos de muchos políticos opositores argentinos que añoran la intervención de las potencias imperialistas, que hoy llamamos "primer mundo", que reclaman romper el "aislamiento" que supone el ejercicio de relaciones internacionales fundadas en considerarnos, como Juárez, soberanos.
A falta de sentimientos monárquicos en nuestras culturas, pero con estrategias parecidas de propaganda y marcketing (mejoradas por el uso de una liturgia imponente y funcional al poder como lo es la de los mass media actuales), colocan como caras visibles de sus proyectos, como máscaras, a los nuevos Maximilianos y Carlotas que vendrán a salvarnos de supuestas "tiranías" nacionalistas y populistas que nos pretenden libres, justos y soberanos.
A veces Alfonsín (hijo) remeda, en clave bizarra, a un Maximiliano, frustrado segundón de un pariente poderoso y Carrió podría representar, sin forzarlo demasiado, a la pobre emperatriz, otrora capaz e inteligente, que se autodestruyó en medio de sus delirios de grandeza y va mendigando en embajadas extranjeras, invasiones y protecciones para su fantasmagórico sueño abortado.

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