lunes, 19 de febrero de 2018

Para mí ahora y no ayer ni mañana

Si  te pienso con mi y en mi cuerpo, sos para mí ahora, y eso es todo lo que hace falta saber, ni ayer, ni mañana.
Pero si pienso, cuando pienso, cuando ya no hablan los cuerpos la contundencia de sus verdades, mi mente viaja en el tiempo e imagina, especula e inventa, deforma y cae en sus propias trampas.
La duda nos carcome, nos corroe, y al mismo tiempo, nos mantiene en vilo, deseando.
Si dejo que mi cuerpo hable, hay una feliz satisfacción que puede acallar la ansiedad de los extraños vericuetos de la razón. Hay una risa silenciosa, hay un deseo apaciguado que puede o no puede volver a tener sed de nosotros.

Es como quedarse horas y horas mirando el cielo, viendo cómo el viento dibuja formas con las nubes y las hojas del fresno hacen música para camaleones en mi jardín, o quedarme sin pensamientos mientras cosecho tomates en mi pequeña huerta, acaricio a la perra y sé que guardé un pedacito de vos en en el anverso de mi brazo que permanece unas horas allí.

Es como estar en una quinta en City Bell en la década del ochenta, y que un chico te abrace con el torso desnudo y te bese por primera vez, y vos estés en malla, y también casi por primea vez el deseo de ambos cuerpos se acople y todo alrededor desaparezca y no importe por unos segundos de eternidad. Desaparecen los otros chicos y chicas, el miedo a lo que pensarán los demás, todo es nada al lado de ese vértigo primero, esa lengua, ese sol de verano en las pieles tan jóvenes y doradas que se abrazan y se van reconociendo en el nuevo animal bicéfalo que forman.
Es como estar en una playa de piedras a la orilla de un lago de deshielo, y una mano que roza nuestra espalda nos hace sucumbir hasta el abandono y desaparecen durante unos segundos las objeciones, todos los no, todos los sí, todos los por qué y los por qué no y solo hay eso: el murmullo del agua, los lejanos sonidos de las aves, una brisa suave y dos cuerpos enlazados en el placer del no tiempo.
Si te pienso con mi cuerpo estás ahí y allí, se me dibuja una sonrisa y escucho canciones y la sangre fluye y nos evitamos todos esos dramas del romance que se teje cuando la desilusión, que siempre llega, nos invade.
Y no importan durante unos instantes las derrotas, ni los demonios, ni las tragedias que se avecinan.
Es como si nos encontráramos en la orilla del mar o a la salida de un subterráneo, y fuéramos nosotros pero también cualquier hombre y cualquier mujer en cualquier tiempo y paisaje, hasta en un paisaje lunar o sub acuático, un paisaje en el desierto y en la antigüedad o uno escrito por algún escritor o escritora de ciencia ficción, un Apocalipsis o una distopía donde nos encontramos para cumplir algún vaticinio oracular sagrado del que apenas sospechamos su existencia pero igual nos entregamos al momento, sin miedo, nos entregamos a la magia sin pensamientos.
Y después te olvido, y después me olvidas, y otra vez la loca rueda gira y pensamos en todas las cosas que ocupan nuestras mentes.

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