domingo, 11 de septiembre de 2011

Esperando

"Simplemente estar sentado y esperar supone un esfuerzo agotador. Ya conoce usted ese aire opresivo de las oficinas." (Franz Kafka, El proceso)


Dejando a un lado lo que tiene que ver con las relaciones afectivas (amorosas, filiales), se me ocurren algunas reflexiones respecto al ejercicio del poder de hacer esperar a los demás. Hacerse esperar por otros es una práctica extendida y aceptada en varias profesiones y oficios y parece formar parte de la liturgia del poder en sociedades que se resisten a abandonar los hábitos cortesanos en favor de comportamientos más ciudadanos.
Esperando al doctor
No es el caso de mencionar acá  las médicos que trabajan en las guardias hospitalarias del sistema público, puesto que allí los accidentes, la enorme demanda, impiden una planificación del tiempo propio y ajeno. Pero ocurre todo el tiempo en las clínicas privadas y por fuera de los imprevistos de las emergencias, que los médicos de distitnas especialidades dan sus turnos (supongo que a imposición de las clínicas) cada 10 o 15 minutos, lo cual es imposible de satisfacer y por eso, los pacientes esperan varias horas. Si a la condición de enfermo, que de por sí está asociada con la preocupación, el dolor y /o la angustia o, peor aún, la del/la familiar al que acompañamos, le agregamos esas amansadoras, no podemos sino concluir que este abuso de poder (sea responsabilidad de las instituciones, sea de los profesionales) implica un desprecio intenso (aunque "naturalizado") por el otro, por su tiempo, por su dolor, por su enfermedad, impropio de quienes han realizado el famoso juramento.
Para esa cita médica los pacientes han debido postergar o buscar reemplazo en otras ocupaciones (laborales, familiares), trajinar por el aparato burocrático de su obra social, por no mencionar lo estrictamente vinculado al/los problema/s de salud en cuestión.
Esperando al funcionario
Funcionarios públicos son los policías,  las autoridades escolares, los funcionarios judiciales y los de la administración  entre otros. Es lógico suponer que a mayor jerarquía, mayores responsabilidades y que éstas, propias del cargo y la función, los obligue a lidiar con una agenda cargada  en la que no siempre es fácil establecer prioridades y menos aún que estas coincidan con las de las demandas de aquellos ciudadanos que los requieren. Sin embargo, cuando se compromete la atención al público, cabe pensar que detrás de la demanda, necesidad, requerimiento, las más de las veces hay un derecho en peligro, una necesidad que es urgente para el que solicita la atención, que puede tener que ver con lo esencial de su vida (o la de su familia), que no es fácil lograr la mera solicitud de una audiencia, figurar en una agenda de alguien que tiene más poder que uno, esperar, esperar, esperar. A veces horas, días, la eternidad. 
Muchos funcionarios (acosados por exceso de responsabilidades, o embriagados de poder y toda la escala de matices que hay en medio)  parecen haber olvidado la ansiedad, la angustia, la desesperación, la sensación humillante, degradante, que puede acompañar estas esperas. El estrés que provoca ya que no se sabe nunca si el encuentro se concretará y mucho menos si de este surgirá una solución o cuál será el desenlace. Esa solución puede significar el pan de una familia, la escolaridad de un hijo, la vida de una persona que amamos, la llegada de la justicia a una vida injusta, tantas cosas. La espera, que posterga una y otra vez cualquier acción, nos controla y nos paraliza ya que, como en el cuento de Borges, "es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo, aguardarlo sin fin".

1 comentario:

Anónimo dijo...

"el que espera desespera", verdad popular de contenido profundo