Cada capítulo de Los libros que nunca he escrito (FCE, 2008) de George Steiner (1929) es un libro, y cada uno de esos libros, abre las puertas al mundo de un intelectual ya maduro, un profesor que ha enseñado en las más diversas instituciones, que, con la absoluta libertad y capacidad crítica que imagino en quienes ya no necesitan quedar bien (o mal) con nadie, reflexiona (de manera obsesiva, crítica y sorteando los límites de la intimidad) sobre un tema. Pone en cuestión incluso sus propias certezas.
Así ocurre con "Cuestiones educativas", en el que Steiner analiza la "decadencia" de los sistemas escolares (en particular la educación secundaria y algo de la universitaria) en Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Y lo hace, por supuesto, convirtiendo el ensayo en narrativa literaria en la que sus ideas, críticas, recuerdos, parecen enlazados en una coreografía que es, a la vez, clásica y vanguardista. Su deseo, se adivina, escapar al vacío de los libros no escritos, las vidas no vividas, las ideas no expresadas.
Lejos del discurso (y desde ya de la jerga, el glosario a veces mortalmente aburrido de los especialistas que "dialogan" entre sí), Steiner es un escritor que piensa "en voz alta". Sus ideas se atreven, no otorgan concesiones, provocan, llenan el vacío porque, precisamente, no son lo ya dicho.
Es así que confronta algunas afirmaciones bastante extendidas en el mundo de la política y la pedagogía respecto a evaluaciones comparativas, diagnósticos discutidos una y otra vez en foros de educadores y en los parlamentos, formatos institucionales, currículas, pérdidas de nivel académico o fracaso escolar masivo.
El repetido lamento (compartido y extendido por estas tierras) que enuncia el "empobrecimiento" del lenguaje de los adolescentes, su incapacidad para comprender y analizar textos, para escribir, para utilizar oraciones subordinadas. El "pésimo nivel" con el que egresan de la enseñanza media, ilustrado con un anecdotario que amplifica la prensa año tras año para exhibir el fracaso masivo en los exámenes de admisión a las instituciones de educación superior más exigentes, la ignorancia acerca de la historia de sus propias sociedades, de la ubicación geográfica de otros países, entre otras. El estrés de las familias, los educadores, los especialistas, los políticos, el desconcierto y el no saber qué hacer.
Steiner enumera algunos de los conflictos entre los mundos de los jóvenes habitantes de las democracias de mercado europeas, herederas de una larga tradición humanista y de una formación de elite, y los programas educativos del mundo de los adultos. No teme mencionar el éxito alfabetizador en sociedades dictatoriales, como la soviética, Turquía, China. Se pregunta si no es precisamente ese el "precio" de construir sociedades más tolerantes, integradas, diversas. Es decir, más democráticas y con mayor igualdad social, como la antigua promesa de la república napoleónica, la esperanzada apuesta al futuro, pragmática, algo boba, ingenua, que él le atribuye a EEUU, "Californias venideras".
Propone la imposibilidad de comparar los sistemas entre países, incluso al interior éstos, por la diversidad de contextos, características de las poblaciones, las instituciones educativas, las tradiciones políticas y la historia en la que se inscriben. (¿Qué tienen en común las Grandes Ecoles con las universidades para trabajadores adultos de Nueva York? ¿Cómo evaluar del mismo modo a los jóvenes deportistas estrellas de las universidades tradicionales inglesas con un estudiante avanzado de una escuela técnica francesa?)
¿Qué vínculos se establecen entre quienes participan de la cultura electrónica, informática, el lenguaje escueto de la publicidad globalizada y quienes proponen diez años de enseñanza de gramática y de memorización de fragmentos de literatura como fundamento de la cultura nacional? ¿Qué distingue a las humanidades y las ciencias, si no es "la flecha del tiempo", ya que "las ciencias y la tecnología se mueven hacia adelante. El mañana es más rico, abarca más que el hoy." (2008, 166) "La intuición gruñe: las humanidades y las artes de Occidente son virtuosismos de crepúsculo y remembranzas."(2008, 166)
Pone el acento, al observar con nostalgia pero sin ingenuidad, el abandono de la enseñanza casi enciclopédica (memoria, repetición, recitado) de algunas disciplinas vinculadas a la lengua y la literatura para dar lugar a una incorporación masiva de estudiantes (justicia social), en la incapacidad que tuvieron las "civilizadas, humanistas y educadas" sociedades europeas para impedir las matanzas escandalosas del siglo XX en sus "guerras civiles".
Habla de docentes "derrotados" y cansados y de alumnos aburridos, cuyo mundo de intereses no está en las escuelas. Como Lenin, se pregunta "¿Qué hacer?"
Indaga acerca del fin del paradigma de la alfabetización como sinónimo de "letrado" (el que conoce la letra de las escrituras), y sugiere que la alfabetización es "la capacidad para tener participación en lo más desafiante y creativo que hay en nuestras sociedades y responder a ello."
Propone la utopía como la alternativa posible para épocas de crisis, y algunos postulados, como enseñar la historia intelectual y social, para despertar el deseo de aventura mental en los jóvenes. Un programa universal de enseñanza, dice, para esta época, debería incluir estudios de matemáticas, música, arquitectura y ciencias de la vida. Debiera trabajarse en equipo.
"La alfabetización en los números, la música, en la arquitectura y en la biogenética. Un proyecto de locos. Ojalá lo fuera todavía más."(Steiner, 2008:182)
Índice de Contenidos
Nota del autor 11
Los libros que nunca he escrito
Chinoiserie 15
Invidia 47
Los idiomas de Eros 75
Sión 109
Cuestiones educativas 143
Del hombre y la bestia 185
Petición de principio 209
Los libros que nunca he escrito
Chinoiserie 15
Invidia 47
Los idiomas de Eros 75
Sión 109
Cuestiones educativas 143
Del hombre y la bestia 185
Petición de principio 209
1 comentario:
Con esta introducción, dan ganas de enterarse del resto de las reflexiones de Steiner...
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