domingo, 10 de enero de 2010

La historia enseña muy poco, Cobos, Carrió y Vidkun Quisling



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Probablemente Michael Burleigh sea considerado un historiador conservador, y un inglés paradigmático y a muchos no les guste por eso.
Aclarada esa posición, su libro de El Tercer Reich. Una nueva historia (Punto de lectura, España, 2008), escrito en 2000, es uno de los análisis más rigurosos que he leído acerca de la gestación del nazismo y la situación de Europa entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Anti liberal y anti progresista como es, Burleigh realiza una crítica fuerte también no sólo de los regímenes de Stalin y de Hitler, sino también de las posturas de los socialdemócratas, los socialistas, los conservadores, los comunistas y los liberales tanto de Alemania, como de Austria, Francia, la Unión Soviética, Polonia, Ucrania, Hungría, Suecia, Finlandia, Noruega, etcétera.
Así desgrana, desde un enfoque de crítica política y económica, el ascenso y la imposición del nazismo pero también la participación, por acción, omisión y diversos grados de complejidad y complicidad, de las fuerzas políticas, las dirigencias religiosas, los sindicatos, las universidades y otros actores europeos en la gran guerra.
Se detiene en tópicos como la eutanasia y le eugenesia, en el marco de las políticas "sanitarias" que estaban en debate en las ciencias médicas y sociales de todo Europa desde principios de siglo, el "problema judío", que se discutía dentro y fuera de las fronteras alemanas, la concepción racial de la política y el consecuente desprecio, ataque y exterminio a las minorías étnicas (fueran gitanos, sintis, romas, bretones, vascos, suebos, judíos, católicos en países protestantes y viceversa, y desde ya, los "antisociales" e "improductivos" débiles-mentales, discapacitados, locos).
Analiza pormenorizadamente los corpus jurídicos que se fueron construyendo para crear el "nuevo orden" europeo en las distintas naciones, con sus sistemas de inclusión/exclusión, su sistema de justicia/injusticia y los sistemas paralelos al orden legal democrático de seguridad interna y externa, espionaje, guerra y exterminio.
Avanzar por las páginas de este extenso libro (1419 Pág.) deja un regusto amargo acerca del género humano, con toda su potencia creativa y ejecutiva a la hora de conquistar, destruir, imponer y asesinar. La especulación individual y colectiva, la lucha por la supervivencia a cualquier costo, con pequeñas y luminosas excepciones de resistencia activa o pasiva, pequeños gestos que se pierden en la marea de sangre de las trincheras donde encontraron la muerte por fuego, hambre, frío, millones de jóvenes europeos; en los gulag y los campos de concentración (franceses, japoneses, los más sofisticados y "efectivos" nazis); los vagones de ferrocarril y las travesías interminables de prisioneros (tres millones de prisioneros rusos, por ilustrar con alguna cifra escalofriante).
Y la idea imperial, tan vieja casi como la humanidad, de esclavizar a otros pueblos más débiles para que produzcan, sean los polacos de los alemanes (o los "indígenas" de los españoles; los negros de los y los sudacas de los yanquis, como fueron los bárbaros de los romanos, los chinos de los japoneses y un largo e interminable etcétera), justificada por la potencia bélica, la superioridad racial o el grado de "civilización".
Anoche escucho en el noticiero a la señora Carrió que expresa, refiriéndose al conflicto por el Banco Central, (con lo que han construido, a lo Goebbels, una increíble operación de prensa) que en ningún "país civilizado una Presidenta pasa por encima de las instituciones" y pone de ejemplo a España y Estados Unidos. Pocos países se consideraban mundialmente tan civilizados como la Alemania que parió al nazismo o la Francia colonialista que instaló a Petain; ¿Se referirá Carrió a la España que una vez más, como hace 500 años, repite su historia y echa por la borda al mar a los inmigrantes africanos que llegan a sus costas o a los Estados Unidos que exterminan a los mexicanos, iraquíes y afganos, entre otros millones?
El capitalismo ha minimizado costos, se ha refinado, y ya no necesita, para exterminar a los indeseables,tanta inversión burocrática como necesitó la Alemania nazi. Así como en la Dinamarca de los años 40, con una dirigencia bastante cómplice, Alemania mantuvo la ocupación (proveyéndose de allí del 10 % de sus necesidades alimentarias) con sólo 200 soldados, Africa es destruida por el hambre y la enfermedad, el fomento de conflictos internos y casi sin necesidad de ocupación militar. En América Latina les alcanza con una bases en Colombia y la complicidad de una parte de la dirigencia y las empresas, en especial, las de comunicación, laboratorios y el tráfico legal e ilegal de drogas.
Y reclaman la soberanía de la ley, que comparto como única forma de impedir la injusticia social, personajes que recientemente han pedido públicamente que no se respete la ley (y las convenciones internacionales de derechos humanos, tal como las eludió Hitler en el trato con los prisioneros de guerra del Este en particular, rusos,ya que los judíos, polacos, gitanos, ni estatus humano tenían en su ideología) en casos de derechos humanos que tocan los intereses de apropiadores de niños, genocidas y violadores que cometieron sus crímenes mediante la usurpación del aparato estatal, es decir, lo más execrable del delito y la criminalidad en un sistema democrático.
Y luego, hay que ver que la conducta del señor Cobos recuerda con mucho a la del noruego Vidkun Quisling, quien será recordado por muchos europeos como el prototipo del traidor.
Y alguien podrá decir que mi interpretación es muy forzada y es posible. La historia al parecer, enseña poco y deja un triste sabor a amargura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carrió no está en su sano juicio