sábado, 8 de agosto de 2020

San Francisco ....Solano

 Hablo con B y usa la metáfora del cruce del río. No sé si lo hace porque es la primera que le viene a la mente.

No importa. Es una imagen potente y yo sé que él entendería -aunque no le importe ni me importe ni me lea- los múltiples sentidos que resuenan en mi, como cuando un acorde de guitarra nos toca en alguna fibra que no podemos traducir a palabras pero es como si dijera al mismo tiempo: es propicio atravesar las grandes aguas, crucemos el Jordán, el chiste del escorpión y del cocodrilo, una infancia entrerriana.
Y después dice: San Francisco Solano, pero no creo que sepa el efecto que eso produce en mí en un día como hoy, un día que es como hundirse en un texto de J. Berger, y pensar en ella y llorar hasta que se nos sequen los lagos y los ríos internos. El efecto de una sonrisa muy tierna en mi cara que lleva horas de tristezas, un mate que tiene gusto a infancia, y ahora esta necesidad de escribirlo...
No sabe que ese es significante de padre volviendo tarde un día de semana (con unos chocolatines Jack para quienes aguantamos despiertos el regreso) no del estudio en "Capital" sino de la escuela noctura de adultos "en Solano". Padre en su mejor momento profesional y económico, lleno de salud y de vida, que dice que hay que devolver lo que hemos recibido y va esos días de noche a esa escuela inmersa en un barrio tan pobre que huele con ese olor que yo sentiré ahí por primera vez, cuando las alumnas y los alumnos de padre (adultos para mí, pero en realidad jóvenes que no pudieron terminar la secundaria en su momento porque son hjos de obreros y deben trabajar desde chicos y sufrirán la dictadura mucho más todavía) nos inviten a casamientos y cumpleaños que se hacen en clubes populares con piso de cemento (no ese cemento alisado y pulido que se pondrá de moda mucho tiempo después en la arquitectura minimalista de la clase media urbana que se va a los barrios cerrados y los countries o las zonas alejadas de las ciudades que se van llenando de las hijas y los hijos de la gente que crece en lugares como Solano, sino la carpet algo rota y gastada de tanto baile y pibes jugando),
y años después me llevarán a Berisso y después a una tarde en el barrio palestino en Jerusalén, y un mediodía en Río de Janeiro o Jujuy.
Hablo con J, y por momentos nos reímos, no porque no comprendamos, o al menos intuyamos, la dimensión de la tragedia que nos toca atravesar (metáfora de río, de océano bravo, de tsunami, de volcán, de terremoto, de cápsula espacial chocando con la atmósfera de la Tierra, de El inivierno del Nabo, de las mujeres cazadas y violadas en la selva y las niñas sometidas por los amos, de los pogromos en plena guerra, de los niños palestinos masacrados) sino justamente por eso. Le mando una foto de la novela que leo, y nota la marca en lápiz de la frase de la flor, como sé que lo vería M, que está mas lejos aún en tierras de mosquitos y calor y poco COVID, y entendería rápido si le dijera que ese que me comenta los estados y las historias y las lecturas y me hace guiñes es en realidad un pusilánime pero sobre todo un hombre con el que solo se puede coger pero no habar, no hay de qué hablar, no hay metáforas ni metonimias que nos llevan al pasado o al fuuturo para hacernos creer que puede haber algo más que esto que es el horror y todo lo que callo por pudor, por el valor del silencio en la música, y por amor a las personas que me gustaría acunar en abrazos en balcones donde pegue el sol y pedirles por favor que resistan, que escribiremos juntas pronto y nos llenaremos de plata y saldremos de copas y quién sabe si su amante y mi amante no congeniarán y nos invitarán unos tragos en alguna escapada a la playa o un asado sin tapabocas o donde solo los besos nos tapen las bocas.
Que miren la plaza, que miren el jardín, las hojas rojas, los frutos, las flores que a veces son feas pero huelen bien, como en Pekín, los recuerdos de los días felices que volverán.
Sigo con mi trabajo y con mi mate, sigo con mi tristeza.
Pero me siento afortunada en medio del desierto. Siempre es bueno tener con quien conversar sin tener que explicar que hubo y habrá hundidos y salvados, y Borges y gauchos cuchilleros, islas entre los ríos donde nadamos de niñas con madre, y niñas perdidas en noches orientales y lápices toturados y secuestrados, planetas incendiados y sueños, sobre todo sueños, de utopías en países sin alambrados ni imperios y que aun así se agradecen las bromas y los juegos de palabras y los cariños sinceros, como flores de Georgia O'Keffe, porque "¿qué es una flor" , dice la niña en El sabotaje amoroso de A. Nothomb, "un sexo gigante que se ha vestido de gala".

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