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Se encoje de hombros y piensa: esas personas hacen bien. Y ella también. No cree en eso de que si sucede conviene ni en aquello de que Dios nos pone a prueba o nos somete a las experiencias que estamos en condiciones de transitar para aprender.
Hace rato que sabe que la vida es profundamente injusta y que elegimos muy poco.
Pero dentro de ese pequeño territorio que llamaremos libertad, allí donde es capaz de renunciar a la seguridad del cuidado y del confort, pero incapaz de renunciar a la curiosidad y al amor, que siempre viene con su inmensidad de sorpresas y conflictos, con su bibliotecas de desencuentros e inquietudes.
Cada cual tiene las aventuras que puede, cada cual enfrenta el viento de frente de manera distinta. Surfeando la ola, corriendo en medio de una tormenta de arena, orgasmeando la vida, o en asientos de primera en un avión que lleva a un destino de paisajes y museos nuevos, y amores viejos.
Y piensa que el gesto de A en el climax amor del es como escuchar (una vez más) a Prince, aunque ahora lo disfruta más (o por lo menos, distinto) después de haber pasado por unos cuantos tangos y boleros, y unas comedias de enredos, y algún que otro blues trasnochado en viajes campestres.
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