Estoy leyendo bibliografía setentista. Al menos así la califica una compañera de trabajo que observa un libro que ha quedado sobre el escritorio. Releo libros que leí hace muchos o pocos años. Frente a mis ojos, desfilan cadáveres de veinte y treinta años. Me embarga la curiosidad y la amargura. No entiendo el relato o quizá lo entiendo demasiado. Buenos y malos escritores narran la guerra, la pasión, la traición y la muerte. Miles de jóvenes se suicidan o son asesinados y los escribas se regodean dando a entender que han investigado, bebido de fuentes confiables, hurgando en las heridas de los muertos de los otros y los propios. Conozco personalmente a algunos de los protagonistas, tengo para mí otras versiones de sus hijos, o hermanos o amigos, sobrevivientes, pero la letra de molde fija la locura, la valentía o la estupidez. Juzga a la distancia, con compasión, simpatía o desprecio.
Voy en el micro y no puedo parar de leer lo que ya leído hasta el hartazgo y no veo por la ventanilla el desfile de los otros condenados, hundidos en el hedor y la desesperación de la pobreza, que es la muerte sin heroismo de este mundo.
Vivo en un país donde el poder se ha disputado siempre a los tiros. A veces los tiros penetran en la carne de los niños y los jóvenes, a veces es más solapado y se mata lentamente de hambre, de miedo o de desesperanza.
Todo es violento y yo pretendo huir hacia una fuga protectora. No quiero saber más. Escucho música en mi MP3, pretendo que Los Beattles o Calamaro me defiendan. Me digo a mí misma: no seas antigua.
Quiero escribir otras palabras. Pensaba hablar de la fiesta de S, de los costillares que invitaban a la gula y la lujuria; la risa amistosa en la que se descansa; mi conversación con R sobre una serie inglesa policial; los chicos preparando los tragos; F recuperada de su melancólico extravío amoroso; E y sus análisis políticos; L y las anécdotas de sus hijos; los frutales que hay en el fondo de la quinta e invitan al descanso, la luna del tamaño de un sol que ilumina la noche.
Pero incluso así, estaría hablando de otra cosa.
caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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martes, 27 de noviembre de 2007
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1 comentario:
Me gusta la redundancia de "huir hacia una fuga protectora", como si hubiera que repetir tres veces la fuga.
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