jueves, 27 de diciembre de 2018

Mientras ponemos el cuerpo

Grabado de Johann Ulrich Krauß (1655-1719): Tiresias
golpeando a las serpientes.
"Las metamorfosis" de Ovidio en 226 láminas
 (Die Verwandlungen des
Ovidii : in zweyhundert und sechs- und zwantzig Kupffern, ca. 1690).
Me gustaría ser práctica como J, leve como L, rápida.
Me gustaría hacer zapping y cambiar de canal, cambiar de serie cambiar de plataforma cuando las cosas se presentan como un tren  que nos va a chocar de frente.
Me gustaría surfear en el tiempo a toda velocidad y tener la autoestima de B, publicitar mi bondad, disimular mi neurosis y mis miserias. Quisiera ser como él, saltar de nombre en nombre y olvidar, no tener que elegir, no tener que perder.
Pero no soy como J, ni soy como L, y mucho menos soy como B.
Tampoco soy como F, haciendo morisquetas, haciéndose el correcto, sobrestimando la sinceridad cuando es nada más que narcisismo.
Puro ego.
Me gustaría no tener que poner siempre el cuerpo. Tan mujer cuerpo, tan nosotras siempre poniendo el cuerpo.
Para gestar, para parir, para abortar, para enfermar.
No tener que hacer colas y trámites, mientras sangro o tiemblo. Y doy explicaciones. Esperar horas veredictos y opiniones. Poniendo el cuerpo, sin metáfora, llevándolo de acá para allá, del cielo al infierno pasando por el matadero.
Gozando tanto, amando, y sabiendo en cada célula que el deseo siempre paga su precio y que a veces es un precio muy elevado.
Mirar a los hijxs como sino pasara nada.Nada, nada, cuando pasa todo.
Llorar mientras hago el test, los test, ¡los millones de test! Los de ella, los de aquella los míos.
(¿cuántos test hay que hacerse para que cada tanto alguno nos haga felices?)
Ser ella, yo, tú, nosotras.
Desangrarte después de parir. Después de abortar. Después del amor, sangrar.
Tener el brazo hinchado por la guía mal puesta y la concha latiendo de contracciones de muerte.
Quisiera no tener que esperar los resultados de ningún PAP, de ningún laboratorio, de ninguna mamografía, de ninguna perinola que marque el pulso: vida o muerte.
Me gustaría creer el mito de la medicina del siglo XXI, su imagen de asepsia, la inmortalidad, la sabiduría de la ciencia, la infalibilidad.
Me gustaría sentirme menos como Maradona, menos que la y lo tengo adentro cuando él no solo ya  me olvidó hace rato, sino que olvidó a una cuatro o cinco cuerpos mujeres más mientras yo ( yo todas nosotras como yoes) veo flotar su nombre entre resultado de laboratorio y sentencias.
Me gustaría no tener que poner siempre tanto el cuerpo mientras  médicos y médicas irresponsables sueltan palabras que golpean como infiernos, queman y laceran.
Me gustaría no recibir mensajes de tontos que creen que lo único importante que necesitamos escuchar mientras todo agoniza, mientras nos duele todo, es lo que hacen con sus pitos cuando ya no nos interesan ni ellos ni sus pitos.
Me gustaría no tener el el cuerpo tus peores moléculas, las enfermas, y saber que mientras yo pongo el cuerpo a este garrón vos ponés la crueldad, la indiferencia y el castigo.
Cuando yo era chica no se hablaba del patriarcado, y sí se hablaba del nuevo hombre, y yo diría, la nueva mujer.
Me gustaría pensar que algún día seremos, en nuestras diferencias, sin perderlas, compañerxs.
Me gustaría que la bondad real de A fuera contagiosa.
Y que ningún hombre pudiera olvidar que los juegos que se juegan de a dos deberían de a dos enfrentar las pruebas.
Me gustaría ser menos ansiosa para la vida, y más rápida para olvidar.
Y entonces recuerdo el enigma de Tiresias del goce en el amor. Y creo que eso es lo que estamos, cada vez más hermanadas, pagando a quienes escribieron las tragedias.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Para la intimidad

El despliegue de imágenes de felicidad en las redes es tan obsceno que se parece demasiado a cualquier propaganda de regímenes autoritarios.
Sé feliz.
Consume.
Goza.
Muéstralo.

Sé sexualmente hiper activa/o.
No te enamores.
No sufras.
No te enfermes.
No caigas en sentimentalismos.
No le digas a alguien lo que realmente sentís porque eso te vuelve vulnerable y estúpida.

Disfrutá el presente.
Aprendé a soltar.
Si sucede conviene.
Viajá a lugares exóticos y caros. No te conformes con menos.
Posá como modelo porno.
Sé joven.
No seas pesimista.
Alegría alegría.
The winner takes it all.

Sé él/la más militante.
Sé bueno/a.
Deconstruite.
Empoderate.
Nunca dudes.
Sé acertiva/o.
No tengas miedo.
Muéstrame.

¡Oh, cómo nos amamos en nuestra pareja/familia/trabajo!
¡Qué libres somos en nuestras redes prisiones!
¡Cómo disfrutamos la vida!
Qué filtros bellos de intensos colores lo tiñen todo.
Acá nadie pierde.
Acá nadie llora a sus muertos.
Acá nadie sale herido, nuestros narcisismos gozan todos de perfecta salud y se hacen chistes ingeniosos y se cortan los vínculos  mostrando una foto que comunica un cambio de planes, mandando un alegre y políticamente correcto mensaje por WhatsApp, dejando al otro/la otra hablando solo.
¿No lo ves?

Entonces la muerte irrumpe con su contundencia.
Y se terminan las imágenes felices.
Y solo somos lo que fuimos: seres rotos buscando el abrazo y el consuelo, la palabra que cura, la mano que acaricia.
La amistad como escudo y hogar.

Entonces la vida irrumpe con su contundencia y somos eso que fuimos: animales alados con corazones infinitos.
Y miradas que ven más allá.

Y nada de eso se muestra. Eso es para la intimidad, aunque ya nadie sepa muy bien qué quiere decir eso.

lunes, 24 de diciembre de 2018

Fin de año y esos prolijitos que nada

Los pies al fin sobre el césped recién cortado, que huele a menta y a tarde de verano.
La pileta sin armar, el arbolito viejo, la infancia de los hijos que se va alejando, lxs amigxs que ya no están.
Todo lo importante que calla, que insiste y calla, que es ADN y microcosmos, vida y muerte a cada rato disputando sus batallas y adorándose en nuestro cuerpo.
Y esta misma increíble sensación de terremoto.
Tsunamis de virus, cólicos y cegueras transitorias o estructurales.
Destellos de saber que al final todo pasa y todo se repite, pero va perdiendo gracia.
Por otra parte no deja de tener su justicia poética el hecho de que estuvieras dispuesta a la careteada, porque sabés lo peligroso que le resulta a tu corazón cuando sos muy vos y te enamorás de algún idiota que te hace surfear hasta que la adrenalina estalla, y caerte de las alturas eróticas hasta pegarte el re palo.
Y esas muertes con las que pagaste el precio de esas pequeñas muertes robadas en alguna que otra siesta ocasional.
Digo, no deja de tener tu gracia que hicieras el esfuerzo de ser amable y muñequita buena, que te repitieras que aunque no te guste mucho al menos te hace pensar menos en el idiota que te rompió el corazón. Y para tu desgracia, en realidad te hace pensar menos en general, y sabido es que nada estimula tanto el deseo como esos luminosos destellos de quienes nos hacen pensar de un modo que no es ni el de ellos (suyo) ni mío, sino nuestro estar pensando, aunque dure unas horas o una eternidad. 
Abrazar o mirar en los ojos donde el brillo del destello conserva la curva de una idea expresada de una forma que sólo él, sólo a vos.
No, no deja de tener gracias que hicieras la versión prolija y paciente, que tomaras hasta achisparte lo bastante para irte a la cama como si te gustara cuando ya todos sabemos que.
No.
Da.
Ni dio.
No está dando.
Pero mientras tanto.
Seamos correctos y buenos.
Buenes. Y al final.
Tanto cuidaste que no se diera cuenta, tanto disimular tu falta de entusiasmo y justo cuando salíamos del embrollo sin prisa ni daño te pega un cachetazo (¿a la autoestima‽) como suele ocurrir con los que dicen frases acusadoras y revanchistas como que sos  la mina que jamás les hubiera dado bola cuando éramos así o asá.
Y entonces cualquier idiota desprolijo con mala fama que te haga sentir viva y bella, aunque te rompa el corazón, es mejor si te hace bailar a tu ritmo que estos  buenitos prolijos que nada.
Fin de año.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Dionisio en diciembre, unas líneas para las pibas

Dionisio propicia en esta noche de música, flores y amigos el enlace vikingo, de incipiente cristianismo, hacia formas de amor que no reconocen ni propietarios ni dueños ni mercancías.
Huele a jazmines y a tilos la noche.
Somos bárbaras, guerreras bárbaras, conquistadoras de unas horas para las pibas, un poco de libertad, un respiro, un nuevo mundo donde no tengamos que doblarnos la espalda de tanto trabajar. Somos guerreras del amor, necesitamos unas horas para las pibas, cantan las #NélidaCorralón, la noche es hermosa.
Me acuerdo de vos, el único imprescindible, volvés desde lejos,  te abrazaría, te extraño como hacía mucho no lo hacía, daría tanto porque no me guardes rencor.

Lo importante insiste, canta Lucas Finochi

Miro el cuadro inconcluso que es como una película, me dejo llevar y  le digo que tenía razón con aquello de que un clavo saca otro clavo. Lo sacó de mi cuerpo, se han desvanecido las imágenes, su nombre ya no me provoca. De su paso por este pago ha quedado, como mantra, la advertencia: yo te avisé. Dejé hacer del simple mentiroso un sofisticado misterio, del ajedrecista de grandes aperturas y predecibles jaques, un maestro.
Hablamos, en noches de tormenta, con el creador de melodías. Guarda en su memoria una historia de Eros y vida donde yo siempre soy bella, fuego y llamarada. Solo por eso merecería ya mi gratitud. Ahuyenta el miedo a esa lluvia que inunda y no para. Que estremece.
Mi joven guerrero prepara nuevos viajes. Sus ojos razón de vivir la vida verán otros mundos.
Caen sapos de punta y estrellas fugaces, hay sol en la Pampa, hay soledad en la Pampa, hay una promesa que nunca se nos cumple y siempre esperamos, como los nenes que se plantan en las veredas a esperar que les demos comida y revolución, aunque no sepan que existe esa segunda palabra.
Hay alambres de púas en la Pampa. Los ponen los dueños de todo, o los mandan a sus peones a ponerlos.
Los machos carnean vacas y mujeres. Las preñan, como al ganado, las empestan, las dejan con los críos y el cuerpo roto. El corazón endurecido por tanta brutalidad.
Los hombres, en cambio,  hacen fuego y dan de comer, acarician los vientres que gestan a los hijos y a las hijas del deseo; escriben para ver si estás bien después de que se enteran de que tenés una bomba de tiempo en tu interior, como una mula de frontera pero sin droga, ni negocio, ni otro patrón que al que todos nos agobia, señor dios del dinero, ladrón de libertades y justicias.
Diciembre se ha vuelto lluvia e invierno.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Adiós querida Emma B

"Emma trataba de saber lo que significaban justamente en la vida las palabras
 felicidad, pasión, embriaguez, 
que tan hermosas le habían parecido en los libros".
(G. Flaubert, Madame Bovary)

Si tuviera que decir en pocas palabras para qué me sirvió el psicoanálisis en este momento, yo diría, por caso, para dejar de encandilarme con el #SíndromeEmmaBovary, fascinada con personajes de ficción, dispuesta a renunciar a la vida por esa virtualidad encantadora de lo imposible, y volcarme más al #SíndromeMerylStreep, en un texto pegadizo tipo hit de autoayuda que circulaba por ahí en las redes y se le atribuye a ella -aunque creo que no lo es- referido al haber llegado al límite de su paciencia para ciertas manipulaciones y careteadas en los vínculos.
Así, dejo que caiga el telón a los montajes y puestas en escenas de personajes que invento mejor cuando se encarnan en personas que actúan de lo que no son, esconden sus oscuridades bajo mantos de oropeles fantásticos y buscan seducir todo el tiempo al público, para sonreír a quien quiere sonreírme, y abrazarme, y abrasarme (brazos, brasas; vasos y besos) a lo real.
Dejemos la ficción en su mejor lugar, en la escritura, en la lectura, y como cantaba aquella banda- adolescencia-platense-flamígera: a a vida hay que hacerle el amor.
Me quedo con la Emma reivindicada por el feminismo, la Emma que, como Ana, rechaza el modelo burgués de familia y de mujer que le imponen, la Emma que no se adapta. Pero no con la Emma padeciente que no puede gozar del presente porque añora, melancólica y desesperadamente, lo que no fue ni será, quizá porque añora el amor de la madre perdida prematuramente, la comprensión del padre lejano, la empatía de un hombre que sabe amar y cuidar de un modo doméstico y amable, pero que nada sabe de literatura, ni de los mundos imposibles de los que se alimenta la llama de su esposa, ni de sus sueños de altos vuelos y conquistas de horizontes lejanos, quemada en el fuego de amantes clandestinos que llegan y se van como los barcos de los aventureros.
Emma, como Ana, corriendo y corriendo, al lado de la vía, por el prado, corriendo hacia un amor que se escapa y se escapa, que hace vacío en su vientre, que late en su vagina, que humedece primero ero luego todo seca, hasta las lágrimas, hasta la vida, y que nada da.
Emma, haciendo de sí misma un sacrificio, haciendo de su cuerpo (ropa-cuerpo, adornos cuerpo, joyas cuerpo) el objeto de deseo de aquellos que ella desea, sin amar, haciéndose deuda, quiebra, haciendo dolor a su hija, haciendo injuria a ese hombre que nada entiende, que encarna lo más agónico del ideal burgués. Emma, que al final hace de sí tragedia, para ser poesía, o mejor, para ser prosa poética, para perderse entre subordinadas, comas, conjunciones copulativas, Emma, escrita por la mirada de un hombre que sabe ver, que juzga mucho menos que sus contemporáneos, que podría haberse enamorado de alguien como ella, pero no.
Emma y la moral que la señala y la hunde.
Emma y el capitalismo, que la condena y la culpa.
Emma, rodeada de pusilánimes que no se la juegan.
Emma, y los Leones que se asustan al primer viento, que huyen, que olvidan.
Emma, manipulada  por los Rodolphe que ven en las mujeres cosas, que usan, que abandonan, que nada pueden dar.
Emma, como Ana, que nos da esos arquetipos, que hacen de esos amantes significantes que nos marcan, como los Vronsky de los que una y otra vez nos enamoramos, sabiendo de antemano que nos romperán el corazón y nos dejarán tiradas en la vía, mientras parten ya en el Transiberiano, cansados de nosotras y en busca de otra vida.
Pero nos dejan también, como puños cerrados y en alto, como pañuelos verdes y borceguíes curtidos de muchos andares, su maestra jugada hacia el amor libertad, contra la moral burguesa y patriarcal.
Emma, querida Emma, siempre habrá algo tuyo en mí, siempre seré como vos contradicción, habrá algo, pero solo algo.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Y así librarme

"Escribir es tantas veces recordar lo que nunca existió. 
¿Cómo lograré saber lo que ni siquiera sé? 
Así, como si recordara. Con un esfuerzo de memoria,
como si yo nunca hubiera nacido. 
Nunca nací, nunca viví: pero recuerdo, y el recuerdo es en carne viva". 
(Clarice Lispector, Revelación de un mundo)

Por eso yo escribo de un hombre al que no amé y que no me amó, como si nos hubiéramos amado.
Y me acuerdo de frases de Silvina Ocampo, o de las que escriben CR, o CN o PS en sus blog,sus redes, sus libros. Silvina, así, como si fuera una amiga, me llega en frases que me vienen, como cuando ella dice que un hombre que no ama no puede provocar un orgasmo. Y no es que esté hablando de Tal o de Tal otro, o quizá sí, está escribiendo, y al escribir es como si su voz fuera arrojada al universo, y chocara con algunas paredes, y rebotara en algunas almas, y entonces alguien (como yo) lee sus frases y dice: sí, lo sé, me hizo gozar tanto que creí que nos amábamos.
O bien, por un instante nos amamos.
O luego: eso nada tuvo que ver con el amor, dos egos, dos soledades, dos seducciones que se encontraron.
O cualquier otra cosa parecida, única, singular, de una escritura que no tiene ya dueño ni musos.
Por eso escribo acerca de cosas que pueden haber sucedido en algunas vidas, incluso en la mía, o no, y eso no tiene importancia, porque la vida es en la escritura tan real como en cualquier otro mundo posible.
Por eso cuando un hombre que no me amó me hace reproches por lo que escribo, me hace un reclamo de celos como si me quisiera, no puedo más que encogerme de hombros -y de hombres- y tal vez intentar explicar lo que no puede explicarse, porque yo tampoco sé por qué estas historias, por qué estas palabras, por qué puede alguien reconocerse o no reconocerse en estos textos que me invaden como me invade el mundo. A veces el mundo me invade, a veces lo habito yo de tal modo que mi cuerpo se entrega a la escritura y a la vida, como se entrega al amor que no es amor, pero es lo mismo en ese instante si nos hace sentir vivas.
Por eso yo puedo ser libre acá, y tal vez solamente acá, sin ataduras, sin especulaciones, sin medir las consecuencias.
Aunque a veces sufra las consecuencias, y otras las disfrute, y otras sean latigazos, y otras enseñanzas de maestros y maestras lejanas, y voces de lectores que vuelven como verdades, como destellos, como barcos vikingos de mundos por descubrir.
Libre, liberándome. Y así, escribiendo, librarme de vos y tus encantos, de los hechizos que envolvieron nuestros días, los vividos, los imaginados, los del futuro que no llegará.
Librarme de vos, que es salvarme: librarme de mí, de esa yo que desespera y pide lo imposible a quien no es ni será, ardiendo como una doncella medieval en rituales que no tienen cabida en este tiempo.
Puedo hablar de mis amigas, las que están y las que no están, como si conversáramos con los pies en el agua, o descalzas en el pasto recién cortado que huele a menta y tierra mojada, o en la playa. Puedo hablar con mis amigas y mis hermanas de sangre o de amor como cuando nos metíamos en el mar, detrás de las rompientes, con esa mezcla de adrenalina y felicidad, dando brazadas o haciendo la plancha bajo el sol del amanecer, como si fuéramos a vivir para siempre pero también como si la muerte solo fuera el horror absoluto para quienes no se atreven a vivir.
Hablarles, incluso con los silencios que compartimos con algunas, con miradas, con esas grandes pelas que nos cambiaron en lo profundo, con los errores cometidos, con los perdones, con los restos de tantos naufragios.
Vivir que es aceptar las derrotas.
Las pérdidas.
Las mil batallas.
Los amores no correspondidos, que cuando duelen, duelen como tumores, como enfermedades incurables, como soledades infinitas, como abismos sin conejos ni magia.
Duelen como los recuerdos en carne viva de lo que no será, la mirada que no nos mirará (y mirará a otra), las palabras que no nos dirán (y le dirán a otra). 
Tu hielo que corta el fuego que me poseía.
Pero no duelen como las primeras heridas, y es porque sabemos que pasará, que vendrá otro día, que vendrán otras palabras, que un día no sabremos qué nos ataba a aquella loca incertidumbre del deseo en llamaradas de seducción, y nada más. Nada menos claro, pero nada más.
Con un esfuerzo de memoria de lo que se va diluyendo, que cambia de forma, que adquiere el tamaño de una nueva sonrisa, de un abrazo que calma, como las palabras dulces que traen, sino olvido, al menos, nuevos recuerdos. Dos cuerpos que se encuentran y se deleitan, y se hacen bien.
Nuevas escrituras.
Y los trazos de la tinta y el acrílico sobre el blanco, y los ojos de la chica y del chico que dibujaste con tanta sabiduría, que me hacen olvidar unas horas de las bombas de tiempo que llevamos en el cuerpo.

martes, 4 de diciembre de 2018

Creo que podría guionarlo.
Y en él, a otros.
Había comprendido que amaba así, si es que eso era amor: quizá empujado por ese vacío que era como el fuego de la acidez que nada calma, saltando de cuerpo en cuerpo, buscándose.
Amaba así, descuidado, irresponsable como un niño tiranizando a una madre demasiado madre y a un padre siempre en fuga.
Quizás.
Repetía diálogos y estrategias, tal vez se daba cuenta, tal vez no. Usaba las mismas palabras, las mismas miradas, las mismas canciones, los mismos poemas, los mismos llantos, las mismas bromas para conmover a distintas mujeres. A algunas  les había dado lo único que podía dar, como accidentalmente pero no, claro que era muchísimo, quizá era casi todo para ellas, amor para el futuro, provisiones, nombres. 
Sin eso, no tenía nada, no había nada entre sus múltiples posesiones, oropeles, aventuras. Debajo de todo eso, noche y soledad. Llevaba una vida mordiéndose la cola. Perro bravo, perro loco, perro malo. 
La rabia juvenil se le había hecho pasión por los espejos, buscaba su reflejo. 
Había días en los que sentía un lobo capaz de conducir, cuidar y alimentar a su manada en medio de los bosques más hostiles, y se sentía satisfecho, como un hombre después de acabar, pero más.
Salía entonces con espuma en la boca a la caza de nuevas presas, sin medir más que la necesidad de la hora, sin conmoverse ante ningún cervatillo asustado que cruzara su camino.Como si estuviera hecho de instinto animal y no de palabras que nos dieron los dioses.
Otras veces era apenas un cachorro abandonado que, en ese cuerpo ya cansado, buscaba la protección de sus ancestros.
Cuando se volvía de esta tribu, yo había presentido que nos parecíamos un poco y que podíamos hablar una misma lengua, pero era como los espejismos de oasis en el desierto. En verdad, solo hay desierto y nada calmará en su cercanía esta sed. Vivía el instante y se aburría rápido, se sacudía el pelaje y ya no quedaban rastros de tu paso por su vida.
Era capaz de lastimar con sus zarpazos, mordía y arrancaba pedazos de carne por deporte, para mantener afilados los colmillos, las uñas, lo salvaje.
Tal vez lo hacía por desesperación.
Como sea.
Traía arrastrando en las mandíbulas las pruebas de un nuevo triunfo, te tiraba ahí a la vista la confirmación de su potencia viril. Aunque ambos sabíamos que no se trataba de eso, pero también de eso.
Era como si te pegara una piña, justo cuando vos ya había terminado la pelea y te habías aliviado de tus enojos.
Lo había querido querer así, tal como era, tal  como  yo  lo percibía, pero cuando te relajabas llegaba
la mordida brutal del animal tempranamente herido y desconfiado.
Yo conocía otros lobos, monos salvajes, escorpiones, pavos reales.
Yo era un poco también de esa estirpe salvaje que lucha por sobrevivir y ser amada cada vez que una mirada.
Escribir, me preguntan sobre escribir. Si escribir acerca de esto le dará carnadura, si el peso de la palabra escrita hace más pesada la mochila. Si el miedo de morir nos pone ansiosas. Si escribimos para vengarnos o para hacer justicia. Si escribimos para que nos amen, o para que nos comprendan.
Si perdonamos las injurias porque estamos hechos un poco de materia divina y no solo de barro y diablos, o si sencillamente lo hacemos para aliviar el equipaje y seguir andando.

Nos perdono cuando hay sol

A la mañana muy temprano y con este sol, nos perdono. Nos estoy perdonando.
Recuerdo adonde empezamos, aquel Big Bang infancia, tanto dolor, tanta paranoia, el amor mendigado, improvisado entre escondites, embutes, tiros en la noche, chicas baleadas en la puerta de tu casa, la ciudad invadida, las noches de terror, las cartas que ya no se contestan, los niños y niñas que dejan la escuela de un día para otro.
Nos necesito perdonar, al huérfano que hay en vos siempre, triste, que me mira con esos ojos reproche que no puedo soportar aunque haga como que no me importa.
A vos y a tus exilios, a vos y a tus abandonos de abandonado.
Nos perdono a nosotros también, porque me hiciste sangrar, porque me dejaste en mitad de la ruta y con las sandalias rotas, pero con el corazón latiendo de coraje y de ganas de volver a empezar, a renacer, a luchar.
Como si fuera mariposa, como en la Garganta del Diablo.
Me perdono a mí, por no saber vivir sin agotarme trabajando como una mula, por inflamarme de rabia, por el amor que no supe recibir o dar.
Por los hijos que no pude.
Nos perdono, y paso con la bici por tu puerta, y veo a tu perro, y te llamaría pero no vas a contestarme.
Y me matás de indiferencia, pero nos perdono por eso también, porque creo que me tenés un poco de miedo o un poco de bronca, o un poco de nada.
Nos perdono por los malos entendidos y las chicanas, y por los besos que no nos dimos cuando teníamos ganas. Tantas ganas.
Nos perdono y extraño lo que pudo ser, y bailo sola en el jardín, descalza, con mi perra y el pasto que huele a menta.
Nos perdono y escucho bandas nuevas, y soy de a ratos feliz con esa bomba de tiempo dentro mío y esa sangre que fluye como si tuviera veinte años, a veces, y otras veces cien años, o mil.
Después es tarde, después llega la muerte, después ya no. Y sabemos eso pero igual tenemos que seguir adelante, seguir viviendo, seguir cuidando, preparando la comida con especias del desierto africano y amor en las manos, y llenar la casa de aromas que reconcilien el cuerpo.
Afuera la noche, afuera los tiros otras vez, los pibes que duermen en la puerta de los bancos, la boca abierta al sol, la cajita con un mensaje que pide ayuda a gritos. Y nadie escucha.
Afuera violan a las pibitas, y las tiran por ahí en los descampados, o las hacen morir de otros hambres y otras sedes.
Eso no nos perdono, eso es imperdonable.
En cambio, nos perdono por haber envejecido antes de tiempo, por haber sido adultos tan temprano, por no haber bailado una sola canción juntos y por no poder dormir una última vez abrazados para olvidar todo lo feo, todo lo malo, todo lo que nos devora.
Te perdono cuando hay sol.
Después, no sé.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Todas las maneras en que él no

Yo le escribía y él me ignoraba. Tenía todo un repertorio para hacerme sentir invisible: a veces me clavaba el visto, a veces no me contestaba.
Respondía con una indiferencia densa, como una colcha tejida al crochet pero con puntos doble vareta apretados, a todas mis manifestaciones de cariño.
Se mantenía inconmovible a cualquier demostración de afecto.
A veces yo creía que era su manera (a veces cruel, a veces sádica, a veces sencillamente porque de verdad no le importaba nada de mi vida ni me existencia) de hacerme saber que no me quería ni un poquito, ni siquiera como se quiere a un perro de algún vecino, fastidioso, ladrador, pero al que la vida nos acostumbra al menos a cierto cariño  cuando está enfermo.
Otras veces me daba cuenta de que él ni siquiera destinaba un segundo mental para mí. Si es que recordaba mi nombre, eso era todo. Tal vez en la serie de mujeres que coleccionaba en la memoria cuando se le acababa el deseo (se aburría rápido, deseaba mucho sólo aquello que se le escabullía).
A veces también yo me olvidaba de él por completo.
Me enamoraba unas horas, unos días, hacia como que me entregaba a alguna clase de tropiezo llamado amor, pero sin amor, a hombres que me miraban con fuego (sin importarles si estábamos en lugares públicos), y me decían cosas lindas, se mostraban atentos a mis problemas, o me provocaban orgasmos en noches de calor, mientras de fondo sonaba alguna banda de las que mí me gustan y a él no sé.
En las redes él era siempre feliz, (como casi todes), y estaba siempre rodeado de amor, de amigues, de #unafamiliamaravillosa, de un espíritu de aventuras como un personaje de Conrad.
En las redes él repartía amor, era como un sodero que iba de acá para allá repartiendo amor a quienes lo necesitaran. A mí su reparto me despertaba sentimientos contradictorios: si le creía, me parecía que andaba intentando dar aquello que no tenía, eso que tanto anhelaba y hacía vacío en su hondura, allí donde nacía su fuego y su tormento.
Si no me creía, me parecía fatuo, veía el despliegue del pavo que amaina su plumaje al primer ruido.
En las redes él era feliz incluso cuando se mostraba melancólico y sufriente, un hombre que lo tenía todo: padres, hijes, cosas, proyectos, salud.
Yo sabía algo que podría ser considerado una verdad que desmentía eso, pero mi corazón sabe callar algunas cosas.
Otros hombres que conocía no mostraban de este modo su felicidad, ni sus amores, ni lo inteligentes que eran, ni hacían gestos, como códigos de alta mar, para comunicarle a las mujeres con las que se acostaban que le gustaban, o que amaban a otras, o que ya lo aburrían mortalmente.
Yo quería ser como él, ignorarlo también, dejarme arrastrar a otros abismos.
Clavarle el visto, como quien clava una estaca que mata al vampiro, y deja partir al hombre.
Pero justo cuando lo había conseguido, supe que había ocurrido una mordida contagiosa, como un ideograma del I Ching, vaya a saber cuándo, y tenía que limpiar mi sangre en ardua tarea antes de poder tomarme un descanso.