viernes, 11 de septiembre de 2020

corazones rotos

Cuando a las personas les rompen el corazón por primera vez , la herida deja esa clase de cicatrices , de heridas, que se activan los días de humedad.  
La muñeca quebrada, el esguince, que retornan como puntada para recordarnos que alguna vez hubo allí dolor y rotura y antes, alguna vez, juventud y salud plena.
Cuando alguien nos dice por primera vez, frente al descubrimiento de una infidelidad, que «eso no significó nada » nos tiran sal a la herida. 
Eso tiene cara, nombre, cuerpo . Su imagen fantasmática nos acecha de día y de noche, incluso, cuando vemos a quien acaba de causarnos esta herida, su imagen está invadida por la presencia de Eso que para nosotros empieza a significar algo, mucho más que algo pero que aún no sabemos si será una luz roja parpadeante, una advertencia para el futuro , o si será una una cruz que arrastraremos diseñando cual trampa nuestro propio Vía Crucis, o si, efectivamente, será algo insignificante.
Las probabilidades favorecen la tres. 
Afortunadamente el odio no sobrevive mucho al amor la mayoría de las veces .
Algunas personas se refugian en el rencor, como un modo de no perder del todo el amor/odio que alguna vez se tuvo con alguien, pero la mayoría afortunadamente sigue adelante.
La primera vez, sin embargo, que nosotras decimos eso al confesar nuestra propia infidelidad, entendemos que es así de verdad .
Tal vez nos significa nada.
Menos que Eso. Eso puede ser la excusa para salir de un lugar donde ya no queda nada que.valga la pena, pero queda la pena.
A veces no es una persona la que nos rompe el corazón.
A veces es solo la vida, con su infinita dosis de injusticia humana diaria. 
Con la opacidad que oscurece incluso los días de sol.
Con la violencia que se apodera de nosotras en algunas primaveras.
Y matan Presidentes y sueños en Palacios de la Moneda, o los encierran en sus Olivares, y les pegan a los pibes y los desaparecen, y se llevan a las pibas y no vuelven y meten bala y campo de concentración y golpean indios y violan a Marías Soledades, o se mudan al lado de tu casa y hacen infierno alrededor de tu familia  y salen impunes, como  unas gorras macho prepotentes que se paran sobre los hombros y el dolor legítimo de las y los que trabajan hasta que se les rompe el corazón.   
Y a mi también se me rompe el rompe el corazón porque aunque me gustaría tener la mitad, qué digo la mitad, la décima parte de la fuerza de Sarah Connor  o del coraje de Evita, o la pasión de Sabina Spilrein o de Camila Claudel o de Juana Manso, o de la belleza digna, noble  y valiente de Andrómaca, soy apenas una alma rusa rebotando contra el ring en Argentina, siglo XXI, al mes ochocientos mil de la pandemia, después de cuatro años de vampiros off shore y ahí, en la burbuja de plástico, rodeada de mortajas y respiradores, la estampita de Jesús que me recuerda que el pueblo resiste y es sabio en sus creencias ancestrales, aunque las élites las desprecien y aunque te toque ser a vos la que no significa nada.
Yo también rezo por vos, por ellos, por ellas, por nosotros.
Y todavía no curé mis heridas...