“[…] la verdad es un ejército móvil de metáforas”
( Nietzsche, “Sobre
verdad y mentira en sentido extra moral”)
"Insultar es un acto de habla, es decir, según la caracterización
de Austin (Doing Things With Words), el insulto es una de esas palabras
que hacen cosas, como la promesa, la orden, la maldición…
¿Y qué es lo que hace?
Como hemos visto, molestar en gran manera al receptor".
(.José Antonio Millán, "El insulto y el genio de la lengua", en
!!!Y yo en la tuya¡¡)
Sin embargo, no puedo evitar mi pequeña reflexión, luego de leer y escuchar a diario una y otra y otra vez cómo nuestro lenguaje cotidiano está cargado de insultos que refieren despectivamente a prácticas sexuales que, en caso de ser resultado de la voluntad y el deseo de lxs participantes, son por lo general placenteras.
Desde ya, el insulto es en sí una suerte de lenguaje performativo, cuya forma arquetípica se expresa cuando el/la hablante le atribuye al insultado/a una cualidad considerada socialmente negativa. El espectro es amplio: desde una condición social, práctica o pertenencia étnica considerada -por quien la utiliza como insulto- agraviante o humillante ("negro/a", "indio/a", "chorro/a"), la asignación de una enfermedad física o mental ("mogólico", "sordo"-por lo general, acompañado de "de mierda"- imbécil); a la atribución de determinados comportamientos sexuales que le disgustan -al menos en principio- a quien los profiere y que es lo que nos interesa acá, como "maricón", "puto", "puta".
Así como José Antonio Millán analiza enfoques posibles que van desde una lexicografía o una sociología hasta una etimología del insulto, me interesa detenerme acá en aquellas expresiones de uso coloquial frecuente en la pragmática argentina urbana en la que me muevo.
Desde el "te voy a romper el culo", "que me la chupe", al "la tenés adentro", el lenguaje popular recoge y reproduce estos insultos, por lo general cargados de violencia por el contexto en el que se produce la comunicación, y se configuran como significantes que aluden a prácticas de sometimiento, de opresión, de violencia, de humillación.
¿Pero de dónde viene? No lo sé. Aunque, como afirma George Steiner y recuerda Raúl Barreiros en este artículo de 2006:"Si el lenguaje perdiera una medida considerable de su dinamismo, el hombre sería, de modo radical, menos hombre, menos sí mismo".
Sabemos que el placer sexual y el dolor suelen ir juntos, y siempre que se trate de encuentros consensuados entre adultos, no hay límites para lo que las personas implicadas en las relaciones sexuales puedan desplegar en busca de satisfacer sus deseos.
Arte erótico japonés shunga |
La penetración anal, una práctica que muchas personas -hetero y homosexuales- encuentran placentera, se convierte en significante que refiere a una violación y un sometimiento y, en consecuencia, genera un rechazo visceral que permite se metaforice el en discurso popular en alusión a las prácticas de un gobierno como el actual: neoliberal, saqueador, fascista: nos "rompe el culo", nos "coge de parados". También en el habla se usa, significando mediante esta metáfora sexual que algo no nos importa, que "nos chupa un huevo", o bien el más feminista "me chupa un ovario". Ahí surge un dilema interesante: que a alguien le chupen un testículo suele considerarse una práctica sexual placentera, de modo que la metáfora vuelve a ser contradictoria. En cambio, la metáfora del ovario parece aludir a un imposible, al menos en cuanto práctica sexual.
El popular LTA de Maradona deviene también en una metáfora que señala que alguien ha sido humillado y vencido en una disputa o controversia, cuando por lo general esa práctica sexual también es sinónimo de placer. Por otra parte y, si bien en materia de sexualidad la diversidad de gustos es casi infinita, cierto consenso señala que el sexo oral es una de las prácticas más placenteras tanto para hombres como para mujeres de diversas orientaciones, y sin embargo ahí está como metáfora de un hondo desprecio, indiferencia, ninguneo en la expresión "qué me la chupe".
Más novedosas en el lenguaje coloquial, aparecieron expresiones que aluden a la ausencia de placer o la dificultad para obtenerlo: "me la seca", "me la baja". Estas me resultan más apropiadas para describir uno de los rasgos fundamentales del capitalismo -y sus prácticas políticas, sociales, vinculares- en su fase actual: el neoliberalismo es gélido, inhumano, deserotizante, desvitalizador: te la seca, te la baja, te la mata.
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