miércoles, 7 de junio de 2023

Las madres se caen todo el tiempo

 Las madres se caen todo el tiempo.

Cuando una es joven, como metáfora, cuando ellas envejecen, literalmente.
La vejez acorrala las metáforas.
El dolor del cuerpo se impone a otros dolores.
Artrosis, diabetes, problemas con la memoria, osteoporosis, demasiado hambre, insistencia, insomnio.
La caída del padre ya no es un problema del sujeto, sino una crisis de la época.
Cae la ley, cae la autoridad, y mientras construimos otra cosa trepa la violencia que, como en un poema de PS, termina con pibas y mujeres en bolsas de basura hundidas en la mierda en la que hemos convertido el mundo.
La caída de la madre es en plural, caídas.
Y te va rompiendo en pedacitos el corazón y te obliga a asumir cada día una nueva tarea .
El discurso de moda habla de tareas de cuidado.
El trabajo del amor, diría yo.

A veces los mitos nos poseen y no se puede evitar el sacrificio.
El amor también puede ser una carga.
El amor pesa.
Pero la carga del desamor, de la indiferencia, es incomparable a nada. Es como la incesante procesión de la hormiga argentina, que logra derrumbar cimientos poderosos, insistiendo en las grietas más débiles.
La familia puede ser el altar donde rendimos tributo a los muertos y soñamos el porvenir, cultivo y culto.
Y el infierno donde arderemos inevitablemente tarde o temprano.
Aunque tal vez nos salve el único amor que salva, el amor al prójimo.
Pienso que esa forma de amor, que tan bien explica Pablo en una epístola a los Corintios, sino me equivoco y que con frecuencia se lee en los casamientos católicos, es amar en la infancia: así, a pura realidad, amando lo que hay, tal como se muestra, confiadamente, sin recuerdos de traiciones, cobardías, perversiones, agachadas propias o ajenas.
Confiando, anhelantes de futuro, sintiendo intensamente que lo mejor está en el futuro y no en el pasado.
(Entre paréntesis: qué alivio es reconocer que olvidaste al fin, que te da igual, sobre todo cuando es alguien que juega al ping pong con los corazones ajenos, esa gente clava corazones con alfileres uno tras otro en series, sin llegar a conocer a nadie en verdad, sin mostrarse nunca auténticamente, qué agotadora debe ser de sostener la posición de quién solo goza a costa del sufrimiento ajeno, jugando el juego de la seducción como un loco que gira una y otra y otra vez sobre sí mismo en un personal Salón de los Espejos de Versalles al fin nos deja que lo contemplemos en su auténtica máscara. Porque al final, no hay rostro propio, es apenas máscara, sobre máscara, sobre máscara....)