lunes, 15 de junio de 2020

A veces solo dan ganas de llorar

A veces solo nos queda la noche que cae prematura,
la garganta cerrada que nos lleva a otros ahogos.
Las ganas de llorar.
Un amigo te recuerda que a veces podés ser luminosa.
Una joven amiga te consuela ante la contundencia con la que nos golpean los dolores de quienes queremos, las traiciones que nos esperan a la vuelta de la esquina cuando menos las esperamos.
A veces solo nos quedan los recuerdos, y una vaga esperanza. Así debe ser la medida del tiempo en la vejez, una ola cuyo oleaje ya presentimos sin desesperación ni tanta ansiedad , pero si con miedo por lo que vendrá para quienes vendrán después de nosotros.
A veces solo queremos llorar, salir corriendo de lo que sospechamos , de las palabras que nos envuelven como castigos .
A veces la risa queda olvidada en una caja con cerrojo y olvidamos la llave. 
El virus llegó a Formosa.
Había una Formosa en China.
China atacó Kamchatka, y mucho  más.
A veces solo nos queda llorar. 
Llorar y uno o dos  libros de poemas de escritoras platenses. 
Llorar y bailar un rock&roll.
Estamos siempre en medio de un Apocalipsis .
Solo que ahora ya no podemos negarlo.
Y empezamos a acostumbrarnos a vivir sin el calor de los cuerpos que se agitan por placer y por amor, y no solo por violencia, por dolor  o por espanto. 
Algunos murieron en el frío, con la nieve como tumba, aún haber visto apenas el mundo, en esas islas que nos recuerdan que todavía gobiernan el mundo los esclavistas y los piratas.
Una madre como la Piedad de Miguel Ángel que está en San Pedro.  
Una versión sacrificial del amor al prójimo, que desentona tanto con este mundo de algoritmos vende humo y de  consumo de personas-cosas que se conducen y tratan  como si fueran vibradores o agujeros, bienes de uso, maquinitas para el juego de Narcisos y soledades autocomplacientes.  
Y mujeres degradadas 
 para el desahogo de los  hijos del Diablo.  
A veces solo dan ganas de llorar.

Micro pausa y extrañando

Y al fin después de algo que puede ser la versión devaluadísima de los Siete Trabajos de Hércules (adaptada y abreviada para atomentar a una trabajadora argentina ignota y del común), llega esa micro pausa.
Apenas minutos, donde nos sentamos con un té que conjuga sabores frutales y nuez moscada, un libro que te estaba esperando justo en esa página,  e hijo dejando que suene libremente y llegue hasta  mí una música aterciopelada que me envuelve y me acaricia acá, en el sillón, al sol. 
Y este micro instante, que está a punto de ser interrumpido por los demonios del amo, es como un pequeño Paraíso personal. 
El amor es algo tan extraño, que puede presentarse en una frase, expresarse en una melodía que llega para embellecer tanta oscuridad invernal y pandémica.
Ya el extrañar la presencia de los cuerpos amados, los  queridos, los deseados,  se nos va haciendo como una herida más y más profunda  cuya cicatrización no nos llegará nunca. 
#pandemia
#cuarentena
#coronavirus2020

lunes, 1 de junio de 2020

Mientras llega el Apocalipsis y mi hijo toca el piano

Después de meses y meses, vuelve a sonar el piano en mi casa.
Hacia tiempo que estaba roto, aunque en realidad es algo pretencioso llamar piano al teclado.
Mientras trabajo en la computadora, el sonido de una melodía que me sorprende y convoca, que se va improvisando, me anuncia que sabía muy poco de los progresos musicales que había hecho mi hijo.
La guitarra no había llamado su atención, la batería estaba algo olvidada, el piano roto .
Y antes de eso, quizá, antes de la pandemia , (a. P) y del aislamiento quizá no habíamos pasado tanto tiempo juntos, y entonces quizás estás cosas ocurrían cuando yo no estaba .
El tiempo y el espacio han cobrado tantos otros sentidos que ya ni recuerdo qué significaban a.P.
Leí que en Congo se expande el Ébola. Arden los Estados Desunidos del Norte , oh, capatain, your captain.
Todos los vergonzantes baños de sangre y de cadáveres torturados, mutilados, ahorcados, lacerados, violados , arrojados al río, quemados, descuartizados, estaqueados claman por justicia .
Y algunos procuran venganza .
Arde el planeta, explota por todos lados, de Sur a Norte , de Norte a Sur, de Oeste a Este , y al revés del revés.
Ansío dormirme abrazando a un hombre, y agradezco que no sea un nombre que duela, uno de esos de los cuales cometemos la estupidez de enamorarnos cada tanto.
Sino uno como en una pandemia.
Para pasar buenos momentos, para hacerse un poco bien y reírse un rato pero con barbijos metafóricos que mantengan a raya los virus posesivos, los celos y toda la sanata de las imposturas .
No son tiempos de amores que no amen, es preferible aceptar los límites del momento, dejarse llevar por el deseo, "no estamos para el  romance" canta el poeta vivo más sensual del rock  argento. 
El deseo... como este de escuchar  a tu hijo tocando el piano; de dar una clase, sentir que las voces de tus estudiantes están ahí, casi en el mismo espacio y que te llegan al centro de la herida y la responsabilidad aunque se interponga la pantalla.
Tiempos de no olvidar a quienes tienen batallas mucho más duras .
Crecen el COVID, la deuda, las llamas, el dengue, el Ébola, los femicidios, el egoísmo .  
Acaricio a mi gato.
Escucho el piano que toca mi hijo. 
Deseo terminar la jornada, jugar con las sombras de lo cotidiano otoñal del encierro  sin convertirme en un sol negro, darme una ducha, abrir un libro, servirme una copa de vino, comer algo rico, hablar con mi madre, recibir una propuesta divertida de un hombre sin muchos  planes, abrir los resultados de los pendientes y aflojar la contractura.
Esos son mis pequeños deseos egoistas, que me llenan de una oprobiosa vergüenza por momentos .  
Estos son mis planes .
Mientras surcan el cielo unas figuras que alguien podría confundir con jinetes del Apocalipsis.